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ERNEST MANDEL, NUESTRO HERMANO MAYOR

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Pepe Gutiérrez Álvarez

ERNEST MANDEL, NUESTRO HERMANO MAYOR.

Conocí inicialmente a Ernest (Fráncfort del Meno, Alemania, 5 de abril de 1923 – Bruselas, 20 de julio de 1995)) en Bruselas en vísperas del IX Congreso de la IV Internacional, aunque ya había leído varios de sus libros, algunos publicados legalmente en la editorial católica de izquierda Nova Terra (Proceso al desafío americano. Estuvimos en su casa, saludamos a su anciana y silenciosa madre, y me sorprendió el contexto conservador y reservado del ambiente familiar. En el curso del congreso, Tariq Ali expresó muy bien el sentir de los más jóvenes: «Uno tenía que estar muy seguro de sí mismo para intervenir después del camarada «Walter» (“nom” de guerre si no me equivoco en el momento).
Alejado del gripo principal, hice buenas migas con su compañera, Gisele, una joven que se mostró especialmente atenta durante el curso del Congreso con el sector más joven más deslumbrado ante tanto conocimiento. Aunque era primavera y hacía más bien fresco, Ernest iba en camisa como una suerte de «héroe positivo», alguien con una capacidad enorme en la argumentación de tal manera que Tariq tuvo que reconocer que se hacía muy difícil hablar después de él.. Discutimos más tarde junto sobre cómo poner en marcha la sección española con Jaime (Pastor), Lucía (González y también Bensa, sobre la «Comissio l´Espagne».
Ernest había trabajado con el personal del grupo “Acción comunista” y se hacía ilusiones, yo provenía y que proponía una suerte de Buró de Londres aunque más modesto. En un acto público en Barcelona los traté de “luxemburguista” y desde entonces fueron tratados como tales… Luego coincidí con Ernest varias veces en la vida clandestina española. En una ocasión que estuvo en Barcelona en un acto universitario organizado por el malogrado José Mª Vidal Villa, se me ocurrió ser muy estricto con el ideario de Nicos Poulantzas, y me cayó tal reprimenda que me quitó las ganas de entrar en debate con él, dedicándome desde entonces a escucharlo con respeto, tomar nota y sobre todo a leerlo. Sobre todo desde la Editorial Fontamara donde publicamos la parte de su obra en castellano que no había editado ERA. En varias ocasiones vino a la editorial, donde se prepararon presentaciones de sus libros, algunas de ellas especialmente masiva, incluso en L´Hospitalet en el Centro Católico donde dio una lección sobre la democracia de los trabajadores. En un acto en el Paraninfo de la Central realizó una soberbia visión crítica sobre el alcance y las limitaciones de la revolución de Octubre, criticando si miedo la actuación bolchevique en Kronstadt.
Participé con Jaime Pastor y Miren Etxebarreta en un acto de homenaje póstumo en el Ateneo de Barcelona, donde diversos representantes de grupos “auténticos” trataron de caracterizar en cuatro trazos su “desviacionismo”, esto me movió al sarcasmo. Mandel no solamente era uno de los economistas y teóricos marxistas más importante de su tiempo (su producción es superior a todo que se produjo en la URSS durante décadas, también era historiador, autor de innumerables textos de análisis y debate político, conferenciante y agitador de primer magnitud. Tuvo un papel destacado en resistencia antinazi, también en la huelga general belga de 1959, en víspera del mayo del 68 fue expulsado por la policía, y aún así le quedaba tiempo para ser uno de esos militantes que se presta para las actividades llamadas menores como pegar carteles, llevar las cuenta, etc. Su muerte fue uno de aquellos momentos de los noventa que abundó en un sentimiento trágico y pesimista próximo a la depresión del momento. Que yo sepa, lo mejor que se ha publicado sobre él entre nosotros hay que buscar en “el Anderson” (Acerca del marxismo occidental=, en la introducción del “Moro• a la recopilación publicada por Viento Sur sin olvidar el documental que editó Revolta.
Lo más peregrino de todo es que un personaje como él, a la altura de los grandes clásicos del socialismo, fuese reducido por los grupos “auténticos” como “pablista”, una especia de jivarización con la que trataban de ocultar sus propias miserias teóricas y morales.

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