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SIEMPRE RIMBAUD

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Jean-Arthur Rimbaud, (Charleville, 1854-Marsella, 1891).

 

por Pepé Gutierrez Alvarez

El amigo Luismi nos recuerda que el 20 de octubre de 1854 se cumplieron 129 años de su muerte. Célebre poeta revolucionario francés, cuyos méritos empezaron a ser reconocido mucho después de la I Guerra Mundial y cuyas convicciones comunistas están más que probadas en contra de las tentativas conservadoras en despolitizarlo. Nació en una aldea francesa próxima a la frontera belga. Su familia fue su madre. Le tiranizó de pequeño, ya los 13 años ya apareció como un rebelde precoz en el colegio, diciendo: «Napoleón merece las galeras». A los quince años se revela como un antimonárquico y un crítico de las ilusiones reformistas en Napoleón el pequeño. Beberá en el venero del jacobinismo y es todavía un niño cuando escribe: «Arrasa¬remos las fortunas y derribaremos los orgullos individuales. Ya no habrá ocasión de que un hombre diga, yo Soy más poderoso, más rico». Sustituiremos amargas envidias y admiraciones estúpidas por concordia apacible, igualdad y tra¬bajo de todos para todos…». Su rebeldía contra el orden social establecido es también una rebeldía contra la Iglesia y el cristianismo: «…¡Oh, qué amargo el camino / Desde que el otro Dios nos ha uncido en la cruz! / ¡Carne, mármol, flor, Venus, sí creo en alguien es en ti!».
En Las primeras comuniones, lanza el siguiente anatema «¡Cristo!, Oh, Cristo, eterno ladrón de energías / Dios que durante dos mil años consagraste / a tu palidez / Hincadas en el sueño, de vergüenzas y cefalalgias / O derribadas, de dolor las frentes de las mujeres.» Adversario intransigente de Napoleón clama cuando éste empieza a caer: «Como el Emperador estaba ebrio tras veinte años de orgía / se dijo: «¡Voy a apagar la libertad / De un soplo muy delicado igual que una bujía! » / ¡La libertad revive! ¡El Emperador jadea de debilidad! Se ha hablado mucho de su participación en la Comuna. Los historiadores reaccionarios han llegado a establecer plenamente una historia plena de falsificaciones. Según ellos Rimbaud participó pero quedó asqueado del ambiente, de los comuneros. Lo cierto es que no pudo ser un federado, pero fue un partidario ferviente de la Comuna y siguió defendiendo sus ideales incluso cuando su vida aventurera le arrastró muy lejos de los medios socialistas, de los «monos azules del proletariado» al que cantó en uno de sus versos.
La despiadada represión de la Comuna le inspiró tres de sus mejores poemas como fueron La orgía parisiense o París se vuelve a poblar, Las manos de Jean-Marie y La bateu ivre. Más tarde escribiría un proyecto de Constitución comunista que se perderá desgraciadamente y en la que propugna un Estado basado en la supresión del dinero, una civilización del trabajo que se gobernaba por delegados temporales, no remunerados y con mandato imperativo. En 1879, cuando algunos piensan que ya ha «sentado la cabeza», Rimbaud se sigue mostrando como un comunista convencido que escribe: «Mejor sería menos variedad y más potencia. Hay demasiados propietarios. El uso de las máquinas es muy restringido, por no decir imposible, a causa de la escasa extensión y de la dispersión de las parcelas. La fertilización mediante abonos o rotación de cultivos, etc… no está al alcance del cultivador aislado; sus medios no le permiten hacer las cosas en grande; aún se afana más que por un rendimiento mínimo. Esa «hermosa conquista » de 1789; la fragmentación de la propiedad es un daño». Cuando está a punto de morir consumido por la cangrena, su hermana, aprovechando el coma, impone un final de arrepentimiento cristiano.
Esta historia como la de otros comuneros aparece evocada en la obra “Arte y revolución en la Conuna de París” (Piedra Pael, Jaén, 2016), presentada por Manuel Gari y con trabajos de Miguel romero y del que escribe estas líneas.

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