El cambio climático es un hecho ya palpable en la climatología de muchos países. Con unas pocas excepciones que confirman la regla, lo cierto es que en la mayoría de los países el clima está cambiando y las temperaturas en media subiendo de forma muy apreciable. El giro hacia una socioeconomía basada en energías con baja huella de carbono es totalmente necesario, aunque no se sabe si suficiente (a estas alturas).
Hoy tenemos para ustedes dos noticias: una buena y una mala. La buena es que ese esencial giro que resta peso en el mix energético a los contaminantes combustibles fósiles está ya ocurriendo de forma imparable. La mala es que eso también abre un escenario económicamente muy peligroso, puesto que la famosa burbuja del carbono puede explotar, poniendo en un riesgo muy cierto la estabilidad financiera mundial.
El cambio climático ya está aquí
No puede haber ya polémica en torno a la subida de las temperaturas a nivel global, porque desgraciadamente los datos medidos empríricamente ya están aquí, y muestran la clara tendencia al alza de las temperaturas, sobre la que, por cierto, la comunidad científica venía alertándonos desde hace lustros. Hay infinidad de publicaciones académicas al respecto, pero como muestra les dejo tan sólo esta reciente noticia de Naciones Unidas. También debo sacar a colación tristes noticias como la acontecida hace unos meses, por la que, en pleno invierno polar, las temperaturas en el Polo Norte alcanzaron una cota 45 grados por encima de lo habitual para esas fechas en el lugar.
Pero para los más (todavía) negacionistas del cambio climático, podemos citarles por ejemplo cómo en Ciudad del Cabo apenas tienen agua para consumo. Las autoridades locales pusieron una fecha concreta para cuando la ciudad se quedaría sin una gota de agua para consumo. Esa fecha afortunadamente ha pasado hace tan sólo unas semanas, y sigue saliendo en la ciudad agua por el grifo, pero el caso es que gota a gota (literalmente): sólo han sabido salvar la situación reduciendo drásticamente el máximo consumo diario permitido por persona, hasta dejarlo en tan sólo 50 litros por persona y día.
Estarán de acuerdo en que la medida de las autoridades sudafricanas no es más que un parche (agujereado), y que no es en absoluto una solución a medio plazo (ni siquiera a corto, sino tan sólo a cortísimo plazo). Como solución a más largo plazo, en la ciudad sólo han dado con soluciones algo rocambolescas, como por ejemplo «cazar» icebergs y llevarlos a la ciudad para disponer de su agua. Y son rocambolescas porque, además de ligeramente surrealistas, ni sirven tampoco para el largo plazo, ni para la escala masiva que el cambio climático puede acabar trayendo a muchas más ciudades. No puedo evitar que me venga a la memoria lo que una vez me comentó un lector: esto puede acabar como el Mad Max del agua (en vez de gasolina), y aquel comentario me evoca ahora a barcos furtivos peleando entre sí y a la caza de los pocos icebergs que queden.
No duden de que las consecuencias de todo esto son imprevisibles y muy probablemente castastróficas, como pueden leer en esta noticia publicada por el World Economic Forum. Y una vez que gran parte del tejido socioeconómico es consciente de que el cambio de modelo energético es necesario, éste ha empezado a empapar ese tejido, disolviendo los ya pocos focos de resistencia negacionista. Estos negacionistas han mutado de negar que el cambio climático estuviese ocurriendo, a negar simplemente que el ya evidente cambio sea consecuencia del uso intensivo de combustibles fósiles.
Más allá de repartir culpas, vayamos a lo práctico y tratemos de buscar soluciones
Pero ahora el gran problema es que muchas soluciones, que ahora adquieren relevancia y visibilidad, caen en los lejanos dominios del un largo plazo que no sirve mayormente para los urgentes objetivos de evitar un cambio climático que ya está aquí. Desde estas líneas, hemos abordado temas clave como la economía circular.
Ha sido mayormente el propio mercado el que está trayendo soluciones que en un principio se antojaban también largoplacistas, y que se ha acabado demostrando que rayan ya en el medio plazo. El giro hacia las energías limpias empezó como una mera intención política en los países más concienciados. Esta intención se volvió determinación al poco tiempo, pero aquel giro socioeconómico no pasaba de unas cuántas legislaciones que pretendían cambiar por la fuerza un mercado que se resistía a dejar los combustibles fósiles.
Pero a veces la economía también nos sorprende (para bien), y la realidad supera a la ficción más idealista. No sé si llegaremos a tiempo de evitar (o revertir) los efectos del cambio climático, pero lo cierto es que hoy en día la adopción de las energías limpias ya no es cosa de políticos y directivas, sino de ciudadanos y… lo que es más importante, es también cosa de la economía y de las empresas.
Efectivamente, el desarrollo de las energías limpias ha abaratado progresivamente su coste, haciéndolas más eficientes también desde el punto de vista económico. La demostración es que se viene observando cómo la huella de carbono de la mayoría de los países tiene una clara tendencia a reducirse, y lo hace paradójicamente incluso en aquellos países sin compromisos ni política climática.
Y esta era la buena noticia de un tema que de chiste no tiene nada más que esa clásica disyuntiva de “qué noticia quieres saber antes, la buena o la mala”. Me he tomado la licencia de elegir por ustedes y les he traído primero la buena. Y ahora toca…
Sí, la hay: la mala noticia es cómo el tejido socioeconómico está mutando a las energías con baja huella de carbono
Todo cambio socioeconómico conlleva un riesgo. Cuanto más disruptivo sea el cambio, más posibilidades hay de que su mayor impacto pueda implicar ciertos efectos “colaterales” nocivos. En algunos casos éstos pueden ser incluso potencialmente destructivos, y que de colaterales no tengan más que la errónea e ingenua calificación inicial.
Además, en cambios socioeconómicos de gran calado como el del cambio climático, las posibilidades de que haya riesgos imprevistos e inimaginables que se acaben materializando es mucho mayor, puesto que hay demasiadas implicaciones y derivadas posibles, y es prácticamente imposible prever todos los impactos en todo su alcance.
El gran problema del cambio climático no es otro más que que es algo que ha tomado inercia, lo cual se puede ya percibir incluso de trienio en trienio. Y los cambios son importantes. Además, está el hecho de que esos científicos que nos vienen alertando del desastre desde hace lustros, y a los que ciertos sectores tachaban casi (y sin casi) de hasta indocumentados, también nos han dicho siempre que el tema urgía, porque hay un punto de no retorno.
Es decir, hay una temperatura límite por encima de la cual la atmósfera ya pasa de forma natural a retener más y más radiación solar, y se recalienta realimentándose el sistema cada vez más por sí solo. Hay un punto de nivel de CO2 por encima del cual ya no hay remedio ni vuelta atrás en la subida de las temperaturas (al menos en un plazo de dimensión humana).
Es por ello por lo que el giro hacia las energías limpias, además de necesario, debía ser rápido. Y está ocurriendo rápidamente a juzgar por los resultados, aunque no sabemos si lo suficientemente rápido como para evitar el desastre. Ahora bien, la velocidad de ese cambio también es potencialmente dañina en términos económicos y de corto plazo.
Las socieconomías siempre necesitan tiempo para adaptarse a nuevos escenarios
Sí, efectivamente, embarcarse en un cambio de modelo energético es una tarea colosal. Pero, ¿Qué ocurre si es el mercado el que lo acomete con éxito más rápido que la velocidad de adaptación del antiguo tejido productivo basado en combustibles fósiles?
Éste es el problema que se conoce comúnmente como la “burbuja de carbono”: la sobrevaloración de los activos y compañías productoras de (y basadas en) energías y combustibles “sucios”. Esta burbuja se puede ver abruptamente pinchada con el brusco giro de la demanda, que haría que la valoración de sus activos se desplomase.
Ésta ya no es sólo una historia de intereses de magnates petrolíferos que optan desesperadamente por evitar lo inevitable. Lamentablemente, la cuestión no es tan sencilla, y la “burbuja de carbono” es un problema ampliamente conocido desde hace tiempo en los círculos económicos y científicos, e incluso los activistas más pro-clima son conscientes del mayúsculo problema. De hecho, el origen del análisis de hoy está en el mundo académico, y más concretamente en un estudio de la revista “Nature Climate Change”.
Dicho estudio da por descontado la existencia de esta burbuja, y tiene en cuenta el alto impacto financiero y económico de su posible (o más bien probable) pinchazo. Además, el estudio pone de relieve que es muy probable que el pinchazo sobrevenga antes de 2035, tomando como referencia el patrón de los cambios actuales en el uso y consumo energético. Y el problema no sólo viene del (necesario) cambio en sí, sino que también es cierto que las compañías en riesgo se están centrando más en combatir (muchas veces con negacionismo) a los que algunos incluso denostan denominándolos “calentólogos”, en vez de centrarse en transformarse antes de que sea demasiado tarde.
Sobre las petrolíferas y demás, algunos pensarán: “pues que se las apañen”. Bueno, ciertamente los combustibles fósiles hasta la fecha han hecho una gran aportación al progreso y desarrollo socioeconómico de la humanidad. Que ahora se sea consciente de que tienen sus contraindicaciones con el uso continuado a escala masiva, no quiere decir que no haya que reconocerles el servicio prestado mientras duró el modelo energético. De lo que sí se les puede acusar en algunos casos es de, llegados a este punto, haber acabado ejercerciendo presión en base a sus intereses particulares, en vez de mirar por el interés general y transformarse. Y hay honrosas excepciones como las que les expusimos en el primer análisis en el que les hablamos de este tema hace casi dos años, antes que llegase a los medios «commodity».
Pero reconocimientos y críticas aparte, abandonar el sector a su suerte en un nuevo mundo de energías mucho más limpias no es una buena idea (para nadie). El sector petrolífero y de los combustibles fósiles ha sido (y sigue siendo) un sector colosal en casi todas las socioeconomías del planeta. Éste es un sector económico de mucho peso, y tanto es así que, si se precipita al vacío de una crisis financiera, puede arrastras tras de sí a buena parte del resto de la economía.
Nadie está a salvo del pinchazo de una burbuja del tamaño de la del carbono
No se crean que por comprarse un coche eléctrico y consumir energía 100% renovable está usted a salvo, y que ya no le va a afectar que quiebren la mayoría de las empresas de la energía fósil: en toda economía donde un gigante cae, el efecto dominó tiene una probabilidad distinta de cero, y en el caso del peso de este sector tan importante, la probabilidad no es nada desdeñable. Sí, o se toman medidas desde ya, o la crisis financiera está servida (y ya saben que las crisis de las finanzas siempre acaban pasando por la calle de Main Street)
¿Recuerdan la burbuja inmobiliaria? Pues recuerden también que afectó a los que especularon, a los que nos resistimos a especular, a los que tenían vivienda, y a los que no. A todos, porque las crisis no entienden de personas, sino de números (que no cuadran), y se llevan todo por delante sin apenas preguntar. El pinchazo de la colosal “burbuja de carbono” no duden de que también le acabará afectando a usted de alguna (o muchas) maneras, y seguramente lo hará de forma más grave que liviana.
Pero realmente no teníamos alternativa al pinchazo, que sólo podemos afrontar con paliativos en vez de con remedios que lo eviten. Decíamos que las socieconomías siempre necesitan tiempo para adaptarse a nuevos escenarios. Lamentablemente es un tiempo que muy probablemente ya no tenemos.
Y recuerden también que, puestos a hablar de probabilidades y del futuro que dejamos a nuestros hijos, también hay una probabilidad asignada (aunque por mí desconocida) al escenario de que la mutación de las socioeconomías a las energías «limpias» no sea lo suficientemente rápida, que el cambio climático ocurra igualmente de forma masiva y no reversible, pero que además también suframos al mismo tiempo el pinchazo de la “burbuja de carbono”: ése sería el (peor) escenario consistente en que hayamos acometido esa necesaria mutación energética, pero demasiado tarde.
No es por ser pesimista, pero, siendo rigurosos, hoy había que poner sobre el tablero todos los escenarios posibles. Y ahora, que alguien con deidad suficiente empiece a hacer rodar los dados sobre este tablero, porque no nos vendría mal saber cuanto antes qué va a ser de nosotros y de nuestras socioeconomías. Al menos para poder ir haciéndonos la idea y, si es posible de alguna manera, ir preparándonos para lo que los dados dicten que será lo azarosamente (o determinísticamente) inevitable. A estas alturas de la película (o más bien del nivel del termómetro), debemos recordar que los romanos ya decían: «Alea jacta est» (la suerte está echada: por nosotros y para nuestros hijos).