1 Mayo. Los mártires de Chicago.
«Chicago está llena de fábricas. Hay fábricas hasta en pleno centro de la ciudad, en torno al edificio más alto del mundo. Chicago está llena de fábricas, Chicago está llena de obreros.
Al llegar al barrio de Heymarket, pido a mis amigos que me muestren el lugar donde fueron ahorcados, en 1886, aquellos obreros que el mundo entero saluda cada primero de mayo.
– Ha de ser por aquí -me dicen. Pero nadie sabe.
Ninguna estatua le ha erigido en memoria de los mártires de Chicago en la ciudad de Chicago. Ni estatua, ni monolito, ni placa de bronce, ni nada.
El primero de mayo es el único día verdaderamente universal de la humanidad entera, el único día donde coinciden todas las historias y todas las geografías, todas las lenguas y las religiones y las culturas del mundo; pero en los Estados Unidos, el primero de mayo es un día cualquiera. Ese día, la gente trabaja normalmente, y nadie, o casi nadie, recuerda que los derechos de la clase obrera no han brotado de la oreja de una cabra, ni de la mano de Dios o del amo.
Tras la inútil exploración de Heymarket, mis amigos me llevan a conocer la mejor librería de la ciudad. Y allí, por pura curiosidad, por pura casualidad, descubro un viejo cartel que está como esperándome, metido entre muchos otros carteles de cine y música rock.
El cartel reproduce un proverbio del África: Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador.»
Por EDUARDO GALEANO (Uruguay)
Primero de mayo. Las últimas horas de «Los mártires de Chicago» según la crónica de José Martí.
Estatua de José Martí en Cuba |
Entre los años 1880 y 1890, la notoriedad de José Martí en buena parte de América Latina se incrementó considerablemente. Entre los factores que contribuyeron a esta popularidad de Martí, sin duda uno fue su actividad como articulista y cronista desde Nueva York. Sus escritos eran enviados y publicados en los más importantes periódicos de América Latina.
Uno de estos artículos-crónicas fue el que escribió sobre «Los mártires de Chicago», con el título «Un drama terrible» (Vera Maria Chalmers). Se trata de un texto bastante difundido en Internet. Con motivo de la celebración del Primero de mayo, nos sumamos a su difusión, teniendo en cuenta su carácter de documento histórico. Hemos querido que también estuviese en este blog, por iniciativa de nuestro compañero Manuel García.
- Samuel Fielden. Británico, 39 años. Obrero textil. Condenado a cadena perpetua.
- Michael Schwab. Alemán, 33 años. Tipógrafo. Condenado a cadena perpetua.
- Oscar Neebe. Estadounidense, 36 años. Vendedor. Condenado a 15 años de trabajos forzados).
- George Engel. Alemán, 50 años. Tipógrafo. Condenado a morir en la horca.
- Adolf Fischer. Alemán, 30 años. Periodista. Condenado a morir en la horca.
- Albert Parsons. Estadounidense, 39 años. Periodista. Condenado a morir en la horca. Se probó que tan siquiera estaba en el lugar de los hechos.
- August Vincent Theodore Spies. Alemán, 31 años. Periodista. Condenado a morir en la horca.
- Louis Lingg. Alemán, 22 años. Carpintero. Condenado a morir en la horca. Se extendió el rumor de que su ejecución podía ser suspendida y la víspera «se suicidó» con dinamita en su celda (!!). Siempre se pensó que fue asesinado por los guardias de la prisión.
– «Oh, las cuerdas son buenas: ya las probó el alcaide». El verdugo habla, escondido en la garita del fondo, de las cuerdas que sujetan el pestillo de la trampa.
(…) Risas, tabacos, brandy, humo que ahoga en sus celdas a los reos despiertos. En el aire espeso y húmedo chisporrotean, cocean, bloquean, las luces eléctricas. Inmóvil sobre la baranda de las celdas, mira al cadalso un gato… ¡cuando de pronto una melodiosa voz, llena de fuerza y sentido, la voz de uno, de estos hombres a quienes se supone fieras humanas, trémula primero, vibrante enseguida, pura luego y serena, como quien ya se siente libre de polvo y ataduras, resonó en la celda de Engel, que, arrebatado por el éxtasis, recitaba “El Tejedor” de Henry Keine, como ofreciendo al cielo el espíritu, con los dos brazos en alto:
rechinando los dientes,
se sienta en su telar el tejedor;
¡Germania vieja, tu capuz zurcimos!
Tres maldiciones en la tela urdimos;
¡Adelante, adelante el tejedor!
Maldito el falso Dios que implora en vano
en invierno tirano
muerto de hambre el jayán en su obrador;
¡En vano fue la queja y la esperanza!
Al Dios que nos burló, guerra y venganza.
¡Adelante, adelante el tejedor!
¡Maldito el falso Rey del poderoso
cuyo pecho orgulloso
nuestra angustia mortal no conmovió!
¡El último doblón nos arrebata,
y como a perros luego el Rey nos mata!
¡Adelante, adelante el tejedor!
¡Maldito el falso Estado en que florece,
y como yedra crece
vasto y sin tasa el público baldón;
donde la tempestad la flor avienta
y el gusano con podre se sustenta!
¡Adelante, adelante el tejedor!
¡Corre, corre sin miedo, tela mía!
¡Corre bien, noche y día!
Tierra maldita, tierra sin honor,
con mano firme tu capuz zurcimos;
tres veces, tres la maldición urdimos:
¡Adelante, adelante el tejedor!»
Y rompiendo en sollozos, se dejó Engel caer sentado en su litera, hundiendo en las palmas el rostro envejecido. Muda lo había escuchado la cárcel entera, los unos como orando, los presos asomados a los barrotes, estremecidos los escritores y los alcaides, suspenso el telégrafo, Spies a medio sentar. Parsons de pie en su celda, con los brazos abiertos, como quien va a emprender el vuelo.