EL BLOG SALMÓN
El 29 de enero de 1951, Henrietta Lacks fue al único hospital de Baltimore donde trataban a afroamericanos. Llegó al Johns Hopkins con una intensa hemorragia y un bulto. Allí le explicaron que ambas cosas se debían a un carcinoma epidermoide. Nueve meses después y con tan solo 31 años, moría en el mismo hospital.
En ese momento nadie se dio cuenta, pero los médicos tomaron una pequeña muestra de células cancerosas y se la entregaron a George Otto Gey. Nacía así el primer linaje celular humano inmortalizado: un linaje que ha generado 20 toneladas de células humanas, más de 70.000 experimentos y alguno de los descubrimientos médicos más importantes del siglo XX.
Lo más cerca que podemos estar de la inmortalidad
Un linaje (o línea o cultivo) celular inmortalizado es una población de células que no dejan de reproducirse. Las células de nuestro cuerpo acaban muriéndose, por eso trabajar en los laboratorios era algo muy complejo. Necesitaban un suministro continuo de células que, por sus propias características, eran distintas entre sí. Todo un lío.
No creo que mucha gente creyera que ese problema tuviera solución. Por eso, cuando la biopsia que habían usado para el diagnóstico de Lacks empezó a crecer, el mundo empezaba a cambiar. Aquellas células sobrevivieron. Gey, que era director del Laboratorio de Cultivo de Tejidos del Servicio de Cirugía y llevaba años tratando de cultivar células tumorales sin demasiado éxito, no podía creerse que, en seis semanas, las células se dividieran cada 20 horas.
Como explicaba muy bien Christiane Dosne Pasqualini, no era nada sencillo inmortalizar cultivos de células. El hallazgo de Gey fue, sin lugar a dudas, muy afortunado. HeLa, que así se llamaban en investigación a estas células, abrieron la puerta a estudiar decenas de miles de enfermedades.
En el 54, Jonas Salk usó esas células para crear la vacuna de la polio y desde entonces se han usado para estudiar el cáncer, el SIDA, los efectos de la radiación o probar nuevos tóxicos y medicamentos. Fueron las primeras células en ser clonadas y hay más de 11.000 patentes desarrolladas en base a ellas.
Los daños colaterales de la investigación médica
Pero durante años, nadie supo de donde habían salido. Nadie le pidió autorización, nadie le explicó lo que estaban haciendo. En 1951, no se requería pedir permiso para extraer y utilizar muestras de los pacientes. Menos aún si se trataba de huérfanos, afroamericanos y personas con algún tipo de discapacidad.
No solemos darnos cuenta de lo mucho que han cambiado los laboratorios y los hospitales. La investigación biomédica ha avanzado ‘crueldad a crueldad’ durante muchas décadas. Nos escandalizamos con razón de las atrocidades que cometieron los médicos alemanes, pero eso es solo un episodio.
Entre 1932 y 1972, en Tuskegee, Alabama, el Servicio de Salud Pública de Estados Unidos mantuvo a 600 enfermos de sífilis sin tratar para estudiar sus efectos a largo plazo. Eran afroamericanos. También lo eran los 400 recién nacidos que fueron sometidos a continuas punciones por parte de Hines Roberts para estudiar el líquido cefalorraquídeo en el Hospital de Atlanta.
¿HeLa? ¿Quién es HeLa?
Así que Henrietta no era importante. Mientras sus células salvaban miles de vidas, su familia y su memoria permanecían décadas en el anonimato. Hasta que con las mejoras de las técnicas de ADN, algunos investigadores empezaron a escribir a su familia para conseguir muestras de sangre y tejidos. Ahí saltó la sorpresa.
En los 70, la identidad de Henrietta, nacida en agosto de 1920 en una plantación de tabaco de Virginia e hija de un guardafrenos, salió a la luz. Pero no fue hasta 1996, cuando empezaron los reconocimientos póstumos a su memoria. No sólo es el símbolo de lo mucho que hemos progresado en medicina, sino también de todos aquellos que olvidamos para alcanzar ese progreso.