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El riesgo financiero en la coyuntura internacional

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por Paula Bach //

La economía internacional atraviesa una recuperación moderada -con una leve mejora del crecimiento en los países centrales tomados de conjunto- que resulta a la vez mayor a la registrada en los años pos Lehman pero insuficiente para superar el estancamiento reinante desde 2008/9. Amén de la propaganda centrada naturalmente en el primer aspecto, los organismos internacionales como el FMI o la OCDE, no pueden evitar reconocer el segundo. A la vez y según la OCDE, la dinámica actual global alcanzaría su punto máximo en 2018 para luego volver a declinar. Mientras que de acuerdo al FMI el crecimiento promedio de las economías avanzadas volvería a retroceder tan pronto como el año próximo.

La contradicción relativa que plantea una recuperación algo más vigorosa asentada sobre fundamentos que permanecen débiles, abre paso a dos discusiones íntimamente entrelazadas. La primera refiere a los problemas de tipo estructural que afectan no sólo al corto sino también al mediano y largo plazo o dicho de otro modo, al destino de la economía capitalista. Esta discusión la abordamos en un artículo reciente. Allí resaltamos como elemento particularmente novedoso en términos estratégicos el que que los organismos internacionales estén “perdiendo la esperanza” en el mediano/largo plazo, relacionando este asunto con el lugar de las “reformas” previsionales y laborales en lo que podría definirse como una suerte de “neoliberalismo senil”. La segunda discusión más acotada es la que desarrollaremos aquí y refiere al estado de las tensiones financieras que se acumulan en la coyuntura.

Tal como viene ocurriendo a lo largo de los casi diez años pos Lehman –siguiendo la norma de las décadas neoliberales- la economía continúa asentándose en un crecimiento exuberante de los mercados financieros. Como señala el economista/financista argentino, José Siaba Serrate, el mercado alcista comenzó en 2009 y a partir de allí la bolsa -Wall Street- multiplicó por cuatro las cotizaciones. Michael Roberts. agrega que las empresas del índice S&P 500 compraron 3,5 billones de dólares de sus propias acciones entre 2010 y 2016, lo que representa casi un 50% más que en la anterior expansión.

Pero lo específico de los años pos crisis 2008/9 no es sólo la velocidad del crecimiento de los activos financieros sino que esa aceleración goza de una base particularmente débil en la “economía real” que no logra recuperar los niveles de crecimiento pre crisis. Tratamos este asunto en múltiples oportunidades a través del abordaje crítico de la tesis del “Estancamiento secular”.

Las velocidades contradictorias que caracterizan el ritmo de crecimiento de la economía por un lado y de los activos financieros por el otro, acrecientan persistentemente el riesgo de estallido. Se trata de un elemento que está alcanzando protagonismo en una coyuntura signada por una serie de particularidades. Por un lado, el crecimiento de la bolsa tomó especial impulso tras el ascenso de Trump al poder dando lugar al llamado“Trump rally” que abordamos en anteriores ocasiones. Por el otro, si bien existe una mejora en la performance de las principales variables estructurales de la economía global -como la inversión, la productividad o el comercio internacional- el progreso resulta demasiado débil, motivo por el cual prosigue la dinámica de velocidades contrastantes. Por último el ascenso prolongado de los mercados de valores que roza máximos históricos, hace pensar que tarde o temprano va a producirse lo que los financistas llaman una “corrección”. Veamos algunos datos.

Se dice…

Según el FMI el valor de las acciones continúa su ascenso y está cerca de máximos históricos. De acuerdo a la OCDE los riesgos financieros también se incrementan en las economías avanzadas, con el largo período de bajas tasas de interés destinadas a fomentar una mayor asunción de riesgos y nuevos aumentos en la valoración de los activos, incluso en los mercados de vivienda. Stephan Roach apunta que el crecimiento experimentado por las principales economías se basó en tasas de interés muy bajas para los préstamos y un aumento de la deuda en los sectores empresarial y familiar. Agrega que los riesgos tienden a ser mucho más graves hoy que hace una década, debido no sólo a la proyección de balances inflados de los bancos centrales sino también a la sobrevaloración de los activos (los dichos del FMI, la OCDE y Stephan Roach están extraídos del artículo de Michael Roberts, Previsiones económicas para 2018: la tendencia y los ciclos).

Por su parte y en mismo trabajo, Roberts señala que los mercados de valores se encuentran extremadamente sobrevaluados al menos con respecto a la tendencia histórica. Agrega que “La relación precio-ganancias cíclicamente ajustada (CAPE) de 31,3 es actualmente alrededor de un 15% más alta de lo que era a mediados de 2007, antes de estallar la crisis de las subprime”. Y destaca que “el índice CAPE sólo ha sido más alto que en la actualidad dos veces en sus 135 años de historia –en 1929 y en 2000.”

Un ejecutivo argentino de banca privada señala que en las bolsas vemos hoy una euforia absoluta y en particular, en las norteamericanas. Euforia que se extiende a los mercados emergentes que están en máximos de 10 años y a Japón que alcanza niveles no vistos desde 1991. Agrega que China está volviendo a los valores de 2015, que el índice Bovespa brasileño alcanza máximos históricos y que en Argentina el Merval parece no tener techo. A su vez –y tal como señala la fuente mencionada- la baja volatilidad reinante suele acompañar a los máximos bursátiles. En este sentido agrega que el indicador que mide el sentimiento alcista en los inversores se encuentra en 64,4% y el de los bajistas un 13,3 siendo que la última vez que se registró una situación similar fue en 1987, cuando se produjo el crack de la bolsa estadounidense. Cabe agregar no obstante que en los últimos días Wall Street acumula caídas moderadas -en lo que se considera por ahora una “toma de ganancias”- que están repercutiendo en el Merval.

Siaba Serrate también señala que la Bolsa de Wall Street cotiza en máximos luego de alcanzar una catarata de récords en 2017. Agrega que si antes de la presidencia de Trump el “bull market” (mercado alcista) nunca había traspasado el umbral de 17 veces las ganancias proyectadas del año siguiente, hoy se acerca a un múltiplo de 18. Serrate afirma que la última “corrección” de Wall Street verificó una caída del 14% y se produjo en 2016. Y que desde ese entonces el crecimiento registrado de los valores resultó del 45% mientras que la mayor caída de Wall Street –que tuvo lugar en 2017- fue de apenas un 3%. Por lo que, según Serrate, “un cabeceo bajista no debería sorprender a nadie”. La óptica financiera de Serrate es tranquilizadora apelando a la “fortaleza de los fundamentos”, la “robustez de la economía global”, el enorme cuidado de Trump de no provocar zozobra en temas que resultan sensibles a la marcha de la bolsa o el pronóstico de crecimiento en ganancias en territorio norteamericano por la rebaja impositiva. Aunque admite que “el aumento de las cotizaciones fue todavía más vibrante que el avance de los fundamentos” y que -al menos por ahora- Trump la tiene complicada, según Serrate habría “un espacio más que holgado para acomodar una corrección sin poner la tendencia de fondo en tela de juicio”.

El asunto es que las posibles derivaciones de una “corrección” no pueden desvincularse ni de la profundidad de los factores estructurales ni de las condiciones de “la política”.

Economía política

Por un lado es cierto que las condiciones de la bolsa se parecen mucho a aquellas del momento previo a la “corrección” de 2016. Ya a mediados de 2015 el ratio entre el valor de las acciones y el PBI se encontraba en Estados Unidos en 123% comparado con una media del 68% durante los largos 65 años previos. Ese valor mayor al del 2007 sólo había sido superado por la burbuja de las punto com en el año 2000. Por lo cual se consideraba -ya en 2015, recordamos- que era necesaria una caída de la bolsa del 50% para tan sólo retornar a la elevada media histórica. También el índice CAPE al que hace referencia Roberts, se hallaba en 27% por aquel momento y ya se hablaba de que su valor sólo había sido superado en el año 2000 o en el crack del ’29. También las bolsas de Shangai y Shenzhen se encontraban en 2015 en valores hacia los que parecen encaminarse los actuales, cuando en agosto se produjo un desplome que sacudió a los mercados internacionales. Tanto el episodio de las bolsas chinas como la fuerte “corrección” de Wall Street en 2016 fueron absorbidos y no devinieron en nada parecido a un Lehman Brothers. También es cierto que en la actualidad y allende las múltiples discusionessobre los efectos de la rebaja impositiva de Trump que beneficia en lo esencial al 1% de la población norteamericana más rica, las ganancias después de impuestos van a incrementarse. Ello podría reforzar la estabilización de la rentabilidad que según Roberts se verificó en 2017 luego del descenso en 2014/16. Por otra parte no caben demasiadas dudas de que Trump hará todo lo posible por no disgustar a Wall Street debido a que un derrumbe financiero sin control guardaría una muy alta probabilidad de transformarse en el fin de su mandato.

Sin embargo las condiciones estructurales dicen que la debilidad es profunda y que el capital carece por ahora de una “nueva empresa” que fortalezca los “fundamentos” a niveles cualitativos. Mientras tanto el incremento de los activos financieros continúa separándose aceleradamente de la producción de riqueza efectiva (o de la “economía real”) y ello crea persistentemente las condiciones para una nueva catástrofe –la evolución disparatada de la oscilante burbuja del Bitcoin es síntoma de ello. Es dudosa aún la magnitud de capital que podría virar hacia Estados Unidos tras la reforma fiscal y, en todo caso, lo más probable es que esas masas de dinero alienten una nueva burbuja y agreguen presiones sobre la economía mundial. Incluso si resulta altamente probable que el nuevo presidente de la Fed continúe la línea conservadora de Yellen, los intentos de “normalizar” las tasas y la inyección de dinero –una tendencia internacional- en una situación “anormal” arrastra serios riesgos. Más aún cuando el dinero barato estimulado desde las políticas de Estado, representa un pilar clave de una recuperación que permanece débil.

Por último la economía pensada por fuera de la política, carece de entidad. Una “corrección” bursátil o una suma de ellas finalmente absorbidas por la economía sin mayores descalabros, resultan siempre probables. Pero no pueden pensarse las derivaciones de una situación tal en el antiguo escenario de 2015 o 2016. Ahora Donald Trump habita la Casa Blanca, Theresa May comanda los vaivenes del Brexit, una debilitada Ángela Merkel a duras penas logra gestar las condiciones para su cuarto mandato, la agitación independientista en Cataluña continúa y Macrón intenta con extrema dificultad devenir el garante de la unidad europea. Mientras tanto China continúa en carrera como factor amenazante y crecen las tensiones militares globales. Como señalamos en diversas oportunidades las consecuencias políticas derivadas de un crecimiento económico particularmente débil, están llamadas a repercutir tarde o temprano sobre la propia economía.

Pero aún si ningún grave descalabro ocurriera –al menos en lo inmediato- lo más novedoso resulta ser que los organismos internacionales están perdiendo lo último que se pierde y ello sucede casualmente cuando la economía mundial muestra su mejor performance desde la caída de Lehman. Pero de esto hablamos extensamente en Un diagnóstico para la economía mundial y la inversa del reformismo.

(Artículo tomado de Izquierda Diario; )

(Imagen, Metrópolis de Fritz Lang)

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