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Trump declara Jerusalén ‘capital’ de Israel y provoca una indignación masiva

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El reconocimiento unilateral de Jerusalén como capital de Israel, mientras se ignora el derecho de los palestinos a un Estado con capital en Jerusalén, ha desatado una ola de protestas en todo el mundo. La arrogante declaración de Trump está manchada de sangre: cuatro palestinos muertos, cientos de heridos, lanzamiento de misiles sobre el sur de Israel, bombardeos sobre Gaza.

La declaración acepta la demanda del régimen israelí de reconocer a una Jerusalén dividida y empobrecida como la única capital de Israel y, en la práctica, reconoce el actual statu quo: la ocupación del Este de Jerusalén, a la vez que se niega el derecho de los palestinos a tener su propio Estado con capital en Jerusalén.

La decisión de Trump desencadenó protestas en todo el mundo y especialmente entre los palestinos. Decenas de miles se manifestaron en la capital jordana, Amman, y miles más en otras ciudades de la región. En Jerusalén Este miles de palestinos salieron a las calles y comenzó una huelga de comercios. Miles salieron a las calles de Ramallah, se organizaron protestas en varias partes de Gaza y en toda Cisjordania. Dentro de la Línea Verde (en Israel) hubo marchas de protesta con cientos de participantes en Jaljulia, Kafr Kanna, Umm al Fahm, Qalansuwa, Nazaré y en otras ciudades. El Comité de Seguimiento para los Ciudadanos Árabes de Israel convocó una manifestación frente a la embajada norteamericana en Tel Aviv y otra en Sakhnin.

La lista de muertos provocada por la acción de Trump puede ascender en los próximos días y semanas como resultado de la represión militar de los manifestantes palestinos, del bombardeo de Gaza por las Fuerzas de Defensa de Israel y los ataques indiscriminados sobre civiles israelíes.

Antes de la declaración de Trump –que según él y Netanyahu ¡ayudará a promover la paz!–, el Departamento de Estado norteamericano ordenó a sus diplomáticos por motivos de seguridad evitar visitas innecesarias a Israel durante dos semanas. Sin embargo, la seguridad de los palestinos e israelíes no importa a la administración Trump ni a sus socio en el gobierno de Israel. La disposición del gobierno de Netanyahu a defender la continuación de la ocupación a toda costa puede abrir otro capítulo significativo en el conflicto palestino-israelí y agravar las tensiones regionales.

El primer ministro de Israel, el presidente y los líderes de los partidos “opositores” del establishment, Avi Gabbay y Yair Lapid, alabaron la demagogia de Trump. Para los representantes de la derecha significa dar luz verde para continuar la expansión de los asentamientos de los colonos y la “judaización” de los barrios palestinos en Jerusalén Este, así como para mantener la demolición sistemática de viviendas, la opresión y la expropiación de los palestinos. El Gobierno aún está considerando la anexión del asentamiento de Maale Adumim para construir en el área E1 y excluir a decenas de miles de palestinos del área municipal de Jerusalén. Mientras tanto, el ministro de Vivienda, Yoav Gallant, que no consiguió resolver la crisis de vivienda, ya ha anunciado la construcción de miles de nuevas unidades de asentamientos en Jerusalén Este.

Desde hace tiempo se están dando pasos para impedir cualquier posibilidad de establecer una capital palestina en Jerusalén, con el silencio cómplice de las administraciones de EEUU. Trump ha verbalizado ese apoyo silencioso. Cuando dice que su administración apoyará una solución de dos estados si hay acuerdo de ambas partes, deja claro que está dispuesto a apoyar la idea del establecimiento de un estado palestino sólo si lo acepta el gobierno de Israel. Supuestamente Trump no se ha posicionado sobre los límites de la soberanía israelí en Jerusalén, pero, de facto, ha dado su apoyo a la continuación de la ocupación violenta y unilateral de la parte este de la ciudad por el régimen israelí en colaboración con las organizaciones de colonos.

Reacciones internacionales

Trump ha anunciado los preparativos para el traslado de la embajada de EEUU a Jerusalén, de acuerdo con la ley estadounidense aprobada por el Congreso en 1995 y que forma parte del contenido de los Acuerdos de Oslo. La ley contemplaba el traslado de la embajada de EEUU y el reconocimiento de Jerusalén como capital “indivisible” de Israel. La implantación de la ley se pospuso una y otra vez mediante una dispensa presidencial que se firmaba cada seis meses. Trump firmó esta dispensa el pasado junio. Ahora podría haber ordenado el traslado inmediato de la embajada al edificio del consulado norteamericano en Jerusalén pero este movimiento sólo conseguiría profundizar las críticas en su contra, incluidas las de funcionarios del gobierno de EEUU.

El secretario de Estado, Tillerson, el secretario de Defensa, Mattis, y el director de la CIA, Pompeo, estaban entre los que se opusieron a la declaración. Temen, como otros funcionarios del establishment norteamericano, que los intereses del imperialismo estadounidense se vean perjudicados por el resurgimiento de la ira contra EEUU a escala internacional, que se dañe las relaciones con los regímenes de la región, que se erosione más la estabilidad en la zona y que, además, se debilite la influencia de EEUU sobre la Autoridad Palestina (AP). En realidad, la jugada de Trump tiene un objetivo propio para la política exterior norteamericana. El malestar con EEUU se manifestó en la reunión de urgencia del Consejo de Seguridad de la ONU con la condena de los gobiernos europeos, en la reunión urgente de los ministros de exteriores de la Liga Árabe en El Cairo y en la declaración de la Autoridad Palestina que, por el momento, rompe lazos con EEUU.

A nivel internacional sólo un puñado de regímenes están dispuestos a adaptarse a esta política respecto a Jerusalén. Taiwán ha repetido la posición de Trump, y lo mismo ha sucedido con los “mini Trump” de Hungría, República Checa y Filipinas. Pero la mayoría de los gobiernos no se atreverán a seguir el ejemplo de Trump sobre Jerusalén, en primer lugar por sus propias consideraciones estratégicas y, en segundo lugar, debido a la significativa oposición de la opinión pública de sus países a la ocupación israelí de los territorios apropiados por Israel en la guerra de 1967. Incluso, la República Checa que en su declaración de prensa reconoce a Jerusalén como capital de Israel, sólo lo hace con las “fronteras de Jerusalén de 1967”. Esta declaración va en la línea de la nueva posición de Rusia, hecha pública en abril, que considera a Jerusalén Oeste la capital de Israel y a Jerusalén Este la capital de un futuro Estado palestino.

Netanyahu se jacta del fortalecimiento de sus relaciones con los gobernantes de todo el mundo, sin embargo, bajo la superficie, en EEUU, Europa y en otras partes hay una tendencia significativa a criticar más severamente la política israelí. En Oriente Medio, aunque los regímenes árabes sunís están actuando para fortalecer una alianza estratégica con el Estado israelí, necesitan tener en consideración el sentimiento de su propia opinión pública y la amplia solidaridad que en sus países existe con la lucha de liberación nacional palestina.

‘El acuerdo del siglo’

Antes del discurso de Trump, el periódico The New York Times publicó que el príncipe saudí Mohammed bin Salmán presionó a la AP para que aceptara un acuerdo de capitulación con Israel. Según este periódico, dicho acuerdo contemplaba el traslado de la capital palestina a Abu-Dis y no a Jerusalén Este, los asentamientos no se trasladarían y no reconocía el “derecho al retorno” de los refugiados palestinos. Pero públicamente los gobernantes saudíes se han visto obligados a utilizar un tono diferente. Ellos, como sus homólogos del reino de Jordania, se opusieron a la declaración de Trump. Temen las protestas en casa. Hassan Abu Hanieh, un analista jordano, explicaba en el Financial Times (6/12/17) que la “dirección árabe será vista como cómplice de lo que está sucediendo. Existe el creciente convencimiento entre la población de que sus gobiernos están en connivencia con Israel”.

Trump planea revelar en los próximos meses una nueva “hoja de ruta” para “resolver” el conflicto palestino-israelí. Está utilizando esta declaración para intensificar la presión sobre la Autoridad Palestina y la OLP –a la que amenaza con cerrar sus oficinas en Washington– para que acepten todos sus dictados. Trump ha enviado a la dirección palestina el mensaje de que si no cumple sus condiciones, es decir, satisfacer al gobierno de Netanyahu que se niega a cualquier reconocimiento de un Estado palestino, entonces EEUU cobrará un precio. Sin embargo, presionar a la AP de esta manera pública y tan dura mina aún más cualquier base que pudiera existir para avanzar hacia el “acuerdo del siglo”.

Trump ha desenmascarado al imperialismo norteamericano, mostrando que es falso su papel de “mediador imparcial” en el conflicto palestino-israelí. Hasta ahora, el presidente palestino Mahmoud Abbas se congraciaba con Trump e incluso en septiembre declaró: “Estamos al borde de una paz real entre palestinos e israelíes”. Pero la mayoría de los palestinos no creen en el engaño de paz de Trump y preferirían que Abbas dimitiera. Trump ha arrinconado a los principales líderes de la AP. Además de congelar las relaciones con EEUU, Abbas se negará a reunirse con el vicepresidente norteamericano, Mike Pence, que planea visitar Belén durante las navidades. También parece que Abbas declinará la invitación a reunirse con Trump en la Casa Blanca, al menos por ahora.

Pero la estrategia de la dirección de la Autoridad Palestina les ha llevado a un callejón sin salida. Teme el desarrollo de protestas populares de masas. Los líderes de la AP también son conscientes de que el régimen israelí no aceptará que otra potencia imperialista “apadrine” las negociaciones. Puede que Abbas espere el patrocinio y una nueva iniciativa de Rusia o la Unión Europea, pero el gobierno de Netanyahu se negará a colaborar con cualquier movimiento de este tipo, como fue evidente con la “iniciativa francesa”. La posibilidad de retomar las conversaciones directas entre la AP y el gobierno de Netanyahu son ahora prácticamente inexistentes.

Los líderes de Hamás esperaban, como explicó su líder Khaled Mashal, que Trump diera a los palestinos una “oportunidad especial” ya que tiene “un punto de audacia mayor” que los anteriores presidentes. Pusieron sus esperanzas en el “proceso de reconciliación” con Al-Fatah (el partido de Abbas) apadrinado por el régimen de Al-Sisi en Egipto, pero no ha funcionado. La Autoridad Palestina se niega a levantar las sanciones impuestas a Gaza, y Hamás se niega a desarmarse.

La posibilidad de una nueva escalada de enfrentamientos con Israel llega en un mal momento para los líderes de Hamás. En el contexto de la crisis en Gaza, no han sido capaces de presentar ninguna conquista en el último período. Por eso prefieren evitar el lanzamiento de misiles a Israel (los últimos ataques han sido reivindicados por organizaciones salafistas). Sin presentar ninguna solución para Gaza, Hamás ha llamado a una “nueva Intifada” en los territorios de Cisjordania y Jerusalén con el objetivo de encubrir su falta de una estrategia creíble para hacer avanzar la lucha palestina.

Protestas en el terreno

La idea de un levantamiento contra el régimen de ocupación tiene un amplio apoyo entre los palestinos de los territorios ocupados en 1967. Al mismo tiempo, existe un profundo pesimismo relacionado con las conquistas potenciales que se podrían conseguir a través de esa lucha. También hay que tener en consideración la dura represión militar israelí que ya ha provocado muertes y centenares de heridos. Todos estos aspectos se combinan y provocan que el alcance de las manifestaciones de masas en reacción a la declaración de Trump, particularmente en Cisjordania, haya sido limitado.

El pasado mes de julio la rebelión de miles de personas en Jerusalén Este consiguió derrotar la provocación arrogante del gobierno de Netanyahu: un ataque a la libertad de culto y movimiento en la antigua ciudad, que la prensa israelí apodó como “la crisis de los detectores de metal”. Después de la declaración de Trump miles tomaron de nuevo las calles de Jerusalén Este y en otros lugares. En estos momentos, no está claro si estas protestas de “rabia” darán lugar a un alzamiento más amplio y prolongado. Pero el desarrollo de una protesta de masas que desafíe la dictadura de la ocupación y los asentamientos es una necesidad apremiante.

Trump y Netanyahu para sostenerse en el poder están dispuestos, explotando el fanatismo nacionalista, a deteriorar la región y hundirla en otro caos sangriento. La respuesta adecuada es luchar contra ellos y sus desastrosos planes. Las protestas masivas en los territorios palestinos y en toda la región, las grandes manifestaciones dentro de la Línea Verde, incluidas manifestaciones conjuntas de judíos y árabes contra la ocupación y por la paz son esenciales para bloquear a los belicistas y acabar con los intentos de perpetuar la ocupación. La lucha por la paz exige una amplia lucha contra la ocupación y por una política en interés de la clase trabajadora y los pobres, en ambas partes.

Netanyahu intenta utilizar la declaración de Trump para desviar la atención no sólo de los justos argumentos contra la ocupación sino también del gran movimiento de protesta contra la corrupción que ha emergido recientemente contra su gobierno.

Con el trasfondo de las protestas internacionales y frente a la provocación salvaje y la represión militar contra los manifestantes palestinos, es necesario movilizar y ampliar las protestas de solidaridad, incluso en el movimiento contra la corrupción en Israel, e implicar a las organizaciones de trabajadores y estudiantiles israelíes.

La propaganda hipócrita que intenta presentar Jerusalén como una ciudad “unificada” y próspera, que preserva la libertad de culto junto con la libertad y dignidad para todos, oculta la realidad de divisiones profundas, del muro de separación, de los puestos de control, de la interminable provocación sobre la base de la nacionalidad y la religión, la dura discriminación, la pobreza, el robo de casas y tierra de los residentes, las marchas de odio racista promovidas por el Estado y el abuso diario de la policía fronteriza (un cuerpo semimilitar) y de las autoridades.

Como parte de la lucha contra la ocupación y por la paz, Socialist Struggle Movement defiende el establecimiento de dos capitales nacionales en Jerusalén, y garantizar una vida digna, igualdad de derechos, libertad de movimiento, libertad de culto y religiosa. En el contexto de dos estados socialistas, democráticos e iguales, será posible crear una sociedad que permita a Jerusalén florecer verdaderamente como una ciudad plural sin guetos de pobreza, sin discriminación y sin muros.

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