Alberto Mayol Miranda
Cuando una derrota se encarna en nosotros, todo alrededor parece absurdo, todo parece un error. Es como si una grisácea espesura postulase a niebla y nos informara la enorme cantidad de detalles que fueron decisiones y que hoy parecen errores. Es así la derrota, cuando uno no se calma. La derrota es buscar culpables en los hitos, en las personas. Es normal. Y reina la confusión. Así nos sentimos quienes hemos estado por meses construyendo algo que objetivamente fue derrotado. Así le acontece a tantos candidatos y tantas candidatas que, por todo Chile, escribimos esta historia y que corrimos la misma suerte, la suerte de perder. Así me siento, más bien, así me sentí el domingo. Sé que hay muchos que sienten rabia por haber logrado seis veces más que candidatos que ingresaron al Congreso. Los entiendo. Albergué unas horas el mismo displacer. Pero no hay duda alguna. La disputa electoral es como una carrera de cien metros planos: hay una meta, el que llega antes gana. Y nosotros llegamos después, pues sabíamos que el riesgo existía y que, en nuestra realidad, más podía ser menos. No nos engañemos, lo sabíamos. Indudablemente nos perjudicó el sistema electoral. Pero atención, nuestro objetivo en votos era otro, suficientemente más alto para que sepamos que no estuvimos a la altura. Sí, es cierto que hicimos mucho; que desarrollamos proyectos, ideas, acciones de gran relevancia. Es totalmente cierto.
Es cierto que fuimos más votados que buena parte de los diputados electos en Chile, que sacamos más votos que presidenciales completos. Y también es cierto que tuvimos una campaña interesante. Y es cierto que impugnamos con éxito a nombres importantes y que ayudamos a mover el péndulo de esta pequeña historia de cada día instalando temas que estaban olvidados, elaborando en un diálogo político los tabúes inscritos en nuestra patria. Es cierto.
Incluso es cierto algo más. Que tuvimos razón en impulsar las primarias legales en contra del plan establecido entonces por las cúpulas del Frente Amplio. Y que tuvimos razón en ser los primeros en hablar con Beatriz, que finalmente tuvo el desempeño que hemos visto. Y que tuvimos razón en decir que la elite política chilena estaba muerta y que era el momento de impugnar. Pero uno puede tener razón y que eso no signifique nada, porque de hecho eso no significa nada cuando uno ha tomado la decisión de transitar a un camino muy distinto: la ruta electoral, que no tiene que ver con tener o no la razón, sino con ganar los escaños. Estuvimos dos veces disponibles para construir Frente Amplio desde las elecciones. Y hemos perdido, no una vez, sino las dos. Los dioses hablaron y lo hicieron con voz rotunda. Nuestra candidatura ha fracasado, nuestros esfuerzos caen hoy por su propio peso en ese lugar tan lleno de objetos perdidos que es el infierno de los políticos derrotados. Hay mucha compañía allí, acumulada en la historia. La política es así. No porfiaremos ante ella. Mi aporte en este mundo, en los meses que he estado, ha sido valorable. Lo digo sin arrogancia, me parece un hecho indesmentible. Pero no más relevante que lo que pude lograr en mi carrera académica, potenciando la transformación de Chile como un imperativo categórico. Vuelvo a esa ruta, a mi placer de cada día, de escribir, dar clases, pensar sin objeto alguno, sin necesidad de cumplir un rol, de lograr un triunfo, a pensar simplemente.
No abandono al Frente Amplio, no abandono al MDP, no abandono a quienes tomaron en sus manos este desafío, no abandono a nadie si hago lo que hoy digo: que debo tener un rol secundario porque para el rol de liderazgo no he pasado la mínima prueba que es ganar alguna elección. Pero no se pierdan. Ha sido una decisión de vida construir mecanismos para influir de diversas maneras, construir con los restos de muchos fracasos una mirada que reivindique la justicia en Chile. Este trabajo tendrá menos luces ahora, sin el logro conseguido, pero seguirá siendo mi trabajo. Terminaré el libro que había empezado, sobre el Frente Amplio y el ciclo político actual. Un libro que interrumpí para convertirme en parte del objeto de ese libro. Hoy retomo la pluma y vuelvo a mirar con algo más de distancia. Alejarme duele. Porque quedo con la deuda más grande, la que no se puede pagar, la deuda de haber recibido tanto cariño, tantos favores, tanta ayuda silenciosa, que ni siquiera puede uno agradecer. Todo se formó solo a nuestro alrededor. Diseñamos el futuro de Chile, pero no un comando, no voluntarios. Eso ocurrió naturalmente. Los neoliberales dicen que los mercados son naturales. No, no es cierto. Lo que es natural son las relaciones, los favores, el cariño, las rabias, el silencio cómplice, la tarde perdida en una tarea de la que no sabemos el destino. Todavía no puedo creer todo lo que hicieron por nosotros. Doscientas, trescientas personas que dos o tres veces por semana, algunos todos los días, entregaron los 500 mil volantes, que se acostaron tarde por entregar un papel con una foto y un textito corto que intentaba decir lo más posible. Es realmente hermosa la política. Y pensar que la han destruido, que la injurian cada día para desilusionarnos. Yo estoy agradecido. De ustedes, de ti, del camino que hicimos. Fue hermosísimo. Y claro, tuvimos esperanza. Y fue duro. Pero también agradezco hoy la derrota, que es tan sublime, tan múltiple.
El éxito es tan simple que en algún lugar te empobrece. So hoy hubiese ganado mi rostro sería festejo y organización de un futuro unidimensional, el de diputado. Pero no, hoy el futuro es un espacio abierto, es una oportunidad por construir, como el Chile que soñamos. Les mando un abrazo. Estaremos un par de días muy inactivos y después algo activos, no tanto, no esperen demasiado. Pero estaremos. Y esa es la idea. Gracias, gracias y mil veces gracias a quienes nos han ayudado. Gracias a mi familia, que tantos gestos hermosos ha tenido para nosotros en medio de estas presiones enormes, en medio de la disputa política, que han tenido que escuchar tanta locura y defender, desde el corazón, lo que los demás dicen de oídas y sin ninguna prolijidad. Y algo más, algo sobre ese bálsamo que es el amor, algo sobre nuestro hogar y la vida que hemos construido y que resistió tantos embates en estos duros meses, desde la presidencial, en este año completo de locura. El lunes por la mañana, luego de la dolorosa derrota, nos levantamos a las 7,30, muy tarde para lo habitual. Y no apuramos a los niños, llegaron tarde al jardín, queríamos verlos porque estaban jugando y riéndose. Por su parte, la Ale no iba a clases, su colegio es centro de votación. Y juntos con Claudia, desayunando, conversamos tranquilamente. Volvimos a ser los mismos de tantas veces, de todos estos años, de cada uno de nuestros días. De todas estas historias que algunos de ustedes saben y otros no. Y fue como volver a las mañanas de esos días cuando comenzamos a vivir juntos, con el hermoso color del sol de la mañana.
Ahí estaba la vida, más fuerte que nunca, sin importar la pérdida del día anterior. Y claro, en las manos no había premio alguno, ningún reconocimiento concreto de toda la tarea. Pero estaba con nosotros la alegría de haber apostado por un proyecto para un Chile nuevo, un proyecto donde ganamos y donde aceptamos jugar en la peor posición por convicción y principios. Habíamos perdido. Por supuesto, pero estábamos tan enteros que solo habitaba la risa en nuestro corazón. Fue una mañana muy hermosa luego de una noche triste. Y hoy, por diversas razones, estamos incluso más felices. Muchas gracias nuevamente.