Pepe Gutiérrez-Álvarez
A la militancia que le tocó la noche estaliniana, la experiencia no pudo por menos que dejarles unos sentimientos traumáticos. Víctor Alba contaba una anécdota sucedida en unas jornadas en la que se encontró con el historiador Amaro del Rosal (socialista convertido al estalinismo en los años treinta) en el marco de un congreso de historia. Cuando Rosal evocó la existencia de “algunas discrepancias” entre ellos, el antiguo poumista no se pudo callar, y desde la mesa, gritó: ¿Discrepancias, dices? ¡Pero si nos queríais matar a todos!” Este sentimiento tiene un nombre en el argot clásico del trotskismo: estalinofobia, a veces una antesala del anticomunismo se confunden cuando se pasa del estalinismo a la defensa del “mundo libre”, y del sistema. Un buen ejemplo de esta evolución (o involución) sería John Dos Passos tal como ha contado en Enterrar a los muertos. Ignacio Martínez de Pisón (Seix Barral. Barcelona, 2005). El estalinismo significó una ruptura “salvaje” dentro de las izquierdas que ha costado mucho ir superando en los propios partidos comunistas.
Sus métodos sobrepasaron con mucho la actuación del sector más patriotero de la socialdemocracia alemana contra los espartakistas (baste decir que el PC polaco clandestino fue casi exterminado por “luxemburguista” a finales de los años treinta). Y lo más monstruoso de esta reacción radica en el hecho de que eclipsó a varias generaciones de militantes comunistas ajenos al cinismo de buena parte de sus líderes, que tenían el suficiente conocimiento del papel que Trotsky había jugado con Lenin, o que conocían sobradamente a la gente del POUM por años de lucha en común. Pero la obnubilación llegó hasta el extremo de implicar a intelectuales como José Bergamín que pondría una mancha en su vida prolongando un infecto libelo, Espionaje en España (reeditado por Renacimiento, Sevilla, con prólogo de Pelai Pagès) para justificar la tentativa de una “noche de San Bartolomé” contra el POUM.
Sin embargo, a pesar del grado de embrutecimiento que llegó a alcanzar, la militancia comunista no siguió una única dirección, ni mucho menos. Sobre todo cuando se trataba de gente obnubilada debajo de cuyo estalinismo, a veces feroz, subsistía un alma revolucionaria. No han sido pocas las ocasiones que desde el trotskismo se ha tenido que defender y reconocer las aportaciones de muchos estalinistas o comunistas que no vieron otra manera de servir la causa. No es otra la historia de Leopold Trepper y la “Orquesta Roja” durante la II Guerra Mundial resulta bastante significativa. Trepper sirvió a la “causa obrera” apoyando a la URSS a pesar y en contra de Stalin, demostrando que, a pesar de los pesares, el estalinismo representaba un bastión contra el imperialismo.