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EL BOLCHEVISMO ANTES DE LA REVOLUCION

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EL BOLCHEVISMO ANTES DE LA REVOLUCION

Pierre Broué (1962): El Partido Bolchevique, Capítulo II 

Las referencias que, con anterioridad a la revolución de 1917, se hacen al «Partido Bolchevique» suelen ser, por su oscuridad, responsables de que se incurra en la confusión de las tres organizaciones distintas a las que la historia ha unido íntimamente: el partido obrero social-demócrata ruso cuya dirección se disputan varias fracciones entre 1903 y 1911 ; la fracción bolchevique de este partido y el partido obrero social-demócrata ruso (bolchevique), que se fundó en 1912. En realidad, el bolchevismo no fue originariamente sino una determinada concepción, formulada por Lenin, acerca de la forma de constituir en Rusia el partido obrero social-demócrata (podríamos decir revolucionario) que, para todos los socialistas de aquella época constituía el instrumento necesario para el derrocamiento del capitalismo por la clase obrera y para la instauración de un orden socialista.

Los comienzos del partido social-demócrata ruso

E1 movimiento obrero ruso, que surgía de un tardío desarrollo del capitalismo, no presenció la coronación de los esfuerzos tendentes a la creación de un partido obrero sino muchos años después que el de Europa occidental, si bien es cierto que sus circunstancias eran completamente diferentes.

Las ciudades proletarias son islas en medio del océano campesino. La represión hace punto menos que imposible que cualquier organización supere el restringido ámbito local. Los pequeños círculos socialistas que surgen durante los últimos años del siglo XIX en los centros obreros, son aplastados en cuanto intentan ir más allá de las meras discusiones académicas. La liga de Moscú, en 1896, y la de Kiev, en 1897, consideran diversas medidas para reunir a las organizaciones dispersas en un partido organizado a escala nacional,  pero fracasan en su intento. Los primeros que consiguen constituir una organización extendida a todo el país son los trabajadores judíos, más cultos en general, más coherentes también, dada su situación minoritaria, y que suelen estar empleados en empresas de pequeñas dimensiones; su organización es el Bund,, que cuenta con varios millares de miembros. En 1898 se reúnen en Minsk nueve de sus delegados, entre los que se cuentan un obrero de las organizaciones social-demócratas del Imperio, y los representantes de las ligas de Moscú, San Petersburgo, Kiev y Ekaterinoslav. Esta asamblea se autodenomina «primer congreso del partido obrero social-demócrata ruso», redacta sus estatutos y un manifiesto, y elige un comité central de tres miembros. Pero el hecho de que el partido haya sido fundado no indica que haya cobrado existencia real: tanto el comité central como los congresistas son detenidos casi inmediatamente. La apelación de «partido» subsiste como etiqueta común a un conjunto de círculos y organizaciones de límites más o menos claros que prácticamente permanecen independientes unos de otros.

Un grupo de intelectuales emigrados renuncia entonces a construir el partido obrero desde abajo, a partir de los circulos locales, intentando constituirle desde arriba, a partir de un centro situado en el extranjero, es decir, a salvo de la policía, y publicando para toda Rusia un periódico político que, mediante una red clandestina, habría de constituir el centro, y el instrumento de la unificación en un partido de las distintas organizaciones.

 

La «Iskra» y «¿Qué hacer ?»

Los primeros marxistas rusos del «Grupo para la libera­ción del trabajo», fundado en el exilio en 1883, Jorge Plejanov, Vera Zasúlich y Pavel Axelrod, constituyen el núcleo de tal empresa junto con los pertenecientes a la segunda generación marxista, que componen el grupo «Liga de Emancipación de la Clase Obrera», y son más jóvenes que aquellos; estos últimos, Vladimir Illich Ulianov, al que pronto se llamará Lenin, y Yuri Mártov, salieron de Siberia en 1998. El 24 de diciembre de 1901 aparece en Stuttgart el primer ejemplar de su periódico Iskra (La Chispa), cuyo ambicioso lema rezaba: “de la chispa surgirá la llama”, anunciando así sus intenciones. El objetivo que se plantea es «contribuir al desarrollo y organización de la clase obrera». Ofrece a las organizaciones clandestinas de Rusia un programa y un plan de acción, consignas políticas y directrices prácticas para la constitución de una organización clandestina, que, en un principio y bajo el control de  la compañera de Lenin,  Nadezhda Krupskaya, habrá de limitarse a la difusión del periódico. Los obreros rusos parecen estar despertando entonces a la lucha reivindicativa: las huelgas y los diferentes movimientos se multiplican , y los emisarios de Iskra –que originariamente no son más de diez, y en 1903 no pasan de treinta- recorren el país, toman contacto con los grupos locales, recogen información, suministran publicaciones y seleccionan, además,  a aquellos militantes de envergadura que han de pasar a la clandestinidad. Los iskristas, «miembros de una orden errante que se elevaba por encima de las organizaciones locales, a las que consideraban como su campo de acción» [1], intentan constituir un aparato central, un estado mayor de las luchas obreras a escala nacional, rompiendo con los particularismos locales y con el aislamiento tradicional y formando cuadros que sirvan a un enfoque global de la lucha.

Tal actividad va a justificarse, en el plano teórico, con la primera obra de Lenin sobre el problema del partido, titulada «¿Qué Hacer?», y publicada en Stuttgart en 1902. Toda la pasión del joven polemista se dirige contra aquellos socialistas, a los que llama «economistas», que invocando «un marxismo adaptado a las particularidades rusas», niegan la necesidad de construir un partido obrero social-demócrata en un país en que el capitalismo no se ha asentado aún. Lenin refuta la tesis «economista» de que «para el marxista ruso no hay más que una solución: sostener la lucha económica del proletariado y participar en la actividad de la oposición liberal», afirmando que la mera acción espontánea de los obreros, limitada únicamente a las reivindicaciones económicas, no puede llevarles automáticamente a la conciencia socialista, y que las teorías «economistas» sólo sirven para poner el naciente movimiento obrero a expensas de la burguesía. Según él, es preciso – y esa es precisamente la tarea que se plantea Iskra– introducir en la clase obrera las ideas socialistas mediante la construcción de un partido obrero que habrá de convertirse en el campeón de sus intereses, y en su educador al tiempo que en su dirección. Dadas las condiciones en que se halla la Rusia de los albores del siglo XX, el partido obrero debe estar integrado  por revolucionarios profesionales: cara a la policía del Estado zarista, el arma principal del proletariado ha de ser la organización rigurosamente centralizada, sólida, disciplinada, y lo más secreta posible, de una serie de militantes clandestinos; el partido se concibe así como «la punta de lanza de la revolución», como el estado mayor y la vanguardia de la clase obrera.

 

Nacimiento de la fracción bolchevique

El segundo congreso del partido se celebra durante los meses de julio y agosto de 1903, primero en Bruselas y después en Londres. Entre cerca de cincuenta delegados, sólo hay cuatro obreros. Los iskristas cuentan con la mayoría y el partido adopta sin mayores dificultades un programa que ha sido redactado por Pléjanov y Lenin, en el que, por primera vez en la historia de los partidos social-demócratas, figura la consigna de  «dictadura del proletariado», que se define como «la conquista del poder político por el proletariado, condición indispensable de la revolución social».

Sin embargo, los miembros del equipo de Iskra se dividen en la cuestión del voto de los estatutos, donde se enfrentan dos textos. Lenin, en nombre de los «duros», propone otorgar la condición de miembro del partido sólo a aquellos «que participen personalmente en una de las organizaciones», mientras que Mártov, portavoz de los «blandos», se inclina por una fórmula que la confiera a todos aquellos que «colaboran regular y personalmente bajo la dirección de alguna de las organizaciones». Comienza así a esbozarse una profunda divergencia entre los mantenedores de un partido amplia­mente abierto y vinculado con la intelligentsia, que apoyan a Mártov, y los partidarios de Lenin, defensores de un partido restringido, vanguardia disciplinada integrada por revolucionarios profesionales. El texto de Lenin obtiene 22 votos mientras que el de Mártov, apoyado por los delegados del Bund y por los dos «economistas» que asisten al congreso, consigue 28 y es aprobado.

Sin embargo, tanto los «duros» como los «blandos» de Mártov coinciden en negarle al Bund la autonomía que exige dentro del partido ruso y en condenar las tesis de los «econo­mistas». Los delegados del Bund y los «economistas» abando­nan entonces el congreso: los «duros» que, de repente, han conseguido la mayoría, tienen las manos libres para nombrar un comité de redacción y un comité central, compuestos ambos en su mayoría por partidarios de Lenin. Estos últimos serán llamados en adelante los bolcheviques o mayoritarios, y los «blandos» se convertirán en los mencheviques o minoritarios.

Tal es el inicio de la gran querella. De este enfrentamiento, al que todos parecen estar de acuerdo en no dar ninguna im­portancia, va a surgir la primera escisión del partido. Lenin, que controla los organismos dirigentes, apela a la disciplina y a la ley de la mayoría. Los mencheviques que consideran tal mayoría puramente accidental, le acusan de querer infligir al partido lo que ellos llaman un «estado de sitio». Mártov ha reagrupado tras de él a la mayoría de los social-demócratas de la emigración y su consigna es el restablecimiento del antiguo comité de redacción de Iskra, en el que Lenin se encontraba en minoría. Pléjanov, que en el congreso había expresado su conformidad con los puntos de vista de Lenin, se inclina por la conciliación con los mencheviques, terminando por aceptar la designación directa de algunos de ellos para entrar a formar parte del comité de redacción, pudiendo así recobrar el control del periódico. El comité central que, en el congreso, había quedado constituido por una mayoría de bolcheviques, parece ser igualmente partidario de la conciliación.

Pero este intento fracasa. Después del congreso, Lenin, fue afectado intensamente por la crisis y por una oposición que no esperaba. La sorpresa y la decepción revistieron tales caracteres que sufrió una depresión nerviosa. En unas pocas semanas, se encuentra prácticamente aislado y excluido del equipo de Iskra sin haberlo previsto ni deseado. Sin embargo, se rehace rápidamente, sobre todo a partir del momento en que sus antiguos compañeros parecen abandonar sus posturas comunes, emprendiendo el contra-ataque. Gracias a Krúpskaya, ha seguido controlando la organización clandestina en Rusia, se lanza entonces a la reconquista de los comités y, en agosto de 1904, consigue organizar una auténtica dirección de los grupos bolcheviques, el primer esbozo de lo que será la fracción bolchevique, el «buró de los comités de la mayoría», que, desde enero de 1905, publica su propio órgano Vpériod (¡Adelante!). Tales éxitos le permiten conseguir que el indeciso comité central convoque un congreso del partido que habrá de celebrarse en Londres a comienzos de 1905.

 

Primera escisión de hecho

La garantía del comité central permitirá que tal asamblea se denomine «tercer congreso del partido», aun a pesar de estar exclusivamente compuesta por bolcheviques. La mayoría de los 38 delegados asistentes son militantes profesionales enviados por los comités rusos y que, ante la inminencia de un estallido de acontecimientos revolucionarios en Rusia, apoyan las posturas de Lenin en su polémica contra los mencheviques, así como su concepción del partido centralizado, que sus antiguos aliados de Iskra acaban de abandonar, y de su organización. Sin embargo, la fracción bolchevique dista mucho, en aquella fecha, de constituir un bloque monolítico: Lenin ya ha tenido que luchar para convencer al ingeniero Krasin, la más destacada figura del comité central. En pleno congreso surge un conflicto que le enfrenta a un grupo de militantes de Rusia a los que en adelante llamará los komitetchiki («comiteros»). Lenin es derrotado en dos ocasiones, primero, al negarse el comité a incluir en los estatutos la obligación de que los comités del partido compren­dan una mayoría de obreros y, posteriormente, al exigir que el control político del periódico lo ejerza el comité central clandestino que reside en Rusia. El joven Alexis Ríkov, portavoz de los komitetchiki, es elegido miembro del comité central, del que entran también a formar parte Lenin y sus dos lugartenientes Krasin y el médico Bogdanov.

La escisión parece consolidarse: el congreso descarga toda la responsabilidad sobre los mencheviques de la emigra­ción, quienes, en su opinión, se han negado a someterse a la disciplina de los organismos elegidos en el II Congreso y hace un llamamiento a los mencheviques de las organizaciones clandestinas para que acepten la disciplina de la mayoría. De hecho, existe una resolución secreta que encarga al comité central la tarea de conseguir la reunificación. Al mismo tiempo, los mencheviques han reunido en una asamblea a los delegados de los grupos en el exilio; sin embargo, aunque se niegan a reconocer el congreso de Londres, éstos toman el titulo de conferencia. A pesar de las apariencias, la puerta parece seguir abierta.

Como era de esperar, la polémica ha cundido en las filas de la Internacional: algunos social -demócratas alemanes, sobre todo los del ala izquierda capitaneada por Rosa Luxemburgo, atacan violentamente la concepción centralista de Lenin, denunciando el «absolutismo ruso» y el «peligro burocrático que supone el ultra-centralismo» [2]. No obstante, Lenin se ha apuntado en la propia Rusia, unos tantos valiosísimos. Indudablemente, la forma de organización clandestina y centralizada es la más eficaz; permite la protección de los militantes, al poderlos desplazar cuando están en peligro, así como la creación de nuevos centros mediante el envío de emisarios; por otra parte, ofrece a los obreros amplias garantías de seriedad por lo estricto de las condiciones de encuadramiento en sus filas. Pero el factor más importante radica en que la organización revolucionaria aprovecha de esta forma todo el auge del movimiento obrero: a ella acuden. los jóvenes que despiertan a la inquietud política y a quienes no asustan las perspectivas de, represión ni el trabajo y la educación revolucionarios, etapas necesarias de una lucha que la clase en su totalidad considera con creciente confianza.

En 1905, hay unos 8.000, insertos en la mayoría de los centros industriales, que militan en organizaciones clandestinas. Lenin espera de la revolución que se está gestando que confirme sus tesis, aportando a su movimiento la pujante fuerza de las nuevas generaciones y de la iniciativa de las masas obreras en acción.

 

La revolución de 1905 y la reunificación

Efectivamente, la revolución estalla en 1905 y precipita la acción política abierta a centenares de miles de obreros. La manifestación pacifica, cuajada de iconos y estandartes, de los obreros de San Petersburgo, es acogida el 5 de enero con descargas de fusilería: resultan centenares de muertos y millares de heridos. Sin embargo, el «domingo rojo» se convierte en una fecha decisiva: en lo sucesivo, el proletariado se reve­la ante todos, incluso ante sí mismo, como una fuerza con la que habrá que contar. Durante los meses siguientes, primero la agitación económica y, más adelante, la política, van a arrastrar a centenares de miles de obreros que, hasta aquel momento, estaban resignados o se mantenían en completa pasividad, a todo tipo de huelgas. Tras los motines del ejérci­to y la marina -entre los que destaca la célebre odisea del Potemkin,-, la agitación culmina, en el mes de octubre, con una huelga general. Ante tal amenaza, el zar intenta romper el frente único de las fuerzas sociales que se enfrentan a él; publica entonces un Manifiesto que satisface las reivindicaciones políticas esenciales de la burguesía, que pasa inmediatamente a su bando y abandona a sus inquietantes aliados del momento. Los obreros de Moscú luchan solos desde el 7 al 17 de diciembre, pero nada pueden contra un ejército del que ya se ha eliminado todo brote revolucionario; el campesino que viste uniforme realiza sin desmayo la misión represiva que le asigna la autocracia. El movimiento revolucionario va a ser liquidado sector tras sector, siendo objeto las organizaciones obreras de una severa represión. Sin embargo, la derrota rebosa de enseñanzas, ya que el desarrollo de los acontecimientos ha servido para revitalizar todos aquellos problemas que los socialistas deben resolver y, en lugar destacado, el del partido.

En realidad, los bolcheviques se han adaptado con bastan­te lentitud a las nuevas condiciones revolucionarias: los conspiradores no saben de un día para otro convertirse en oradores y en guías de la multitud. Por encima de todo les  sorprende la aparición de los primeros consejos obreros o soviets, elegidos primero en las fábricas y más adelante en los barrios, que se extienden durante el verano a todas las grandes ciudades dirigiendo desde allí el movimiento revolucionario en conjunto. Comprenden demasiado tarde el papel que pueden desempeñar en ellos y el interés que poseen a la hora de aumentar su influencia y luchar desde ellos para conseguir la dirección de masas. Por su parte, los mencheviques se dejan arrastrar más fácilmente por una corriente con la que se funden. El único social-demócrata destacado que desempeña un papel en la primera revolución soviética es el joven Bron­stein, llamado Trotsky, que anteriormente fue designado, gracias a la insistencia de Lenin, para formar parte del comité de redacción de Iskra, pero que, en el II Congreso, se puso de parte de los mencheviques, criticando duramente las concepciones «jacobinas» de Lenin acerca de lo que él llama «la dictadura sobre el proletariado» [3]. En desacuerdo con los mencheviques emigrados y gracias a su influencia sobre el grupo menchevique de San Petersburgo y a sus excepcionales aptitudes personales, se convierte en vice-presidente y más adelante en presidente del soviet de la ciudad con el nombre de Yanovsky: su comportamiento durante la revolución y su actitud ante los jueces que lo condenan le confieren un incalculable prestigio. A su lado, los bolcheviques de San Petersburgo, dirigidos por Krasin, quedan eclipsados.

Durante este período, la organización bolchevique inicia una rápida transformación; el aparato clandestino permanece, pero la propaganda se intensifica y las adhesiones van siendo cada vez más numerosas. La estructura se modifica; se inicia la elección de responsables. Por otra parte, los nuevos miembros no comprenden la importancia de los desacuerdos anteriores. Numerosos comités bolcheviques y mencheviques se unifican sin esperar la decisión del centro que todo el mundo exige. Hacia finales de diciembre de 1905, se celebra una con­ferencia bolchevique en Finlandia. Los delegados -entre los que se encuentra el futuroStalin con el  nombre de Ivanovitch- deciden, en oposición a Lenin, boicotear las elecciones que ha prometido el gobierno zarista. Las huelgas y los levantamientos están a la orden del día y, siguiendo esa línea, los delegados adoptan en principio una reunifi­cación cuyas bases habrán de ser discutidas días más tarde por Lenin y Mártov. Mártov acepta incluir en los estatutos la fórmula propuesta por Lenin en el II Congreso y que constituyó el origen de la escisión. Las organizaciones locales de ambas fracciones eligen a sus delegados en el congreso de unificación, sobre la base de dos plataformas y con representación proporcional al número de votos obtenidos por cada una de ellas.

 

La fracción bolchevique en el partido unificado

Cuando se reúne en Estocolmo el congreso de unificación durante el mes de abril de 1906, se ha iniciado ya el reflujo en toda Rusia. Los dirigentes del soviet de San Petersburgo están en la cárcel y acaba de reprimirse la insurrección de los obreros de Moscú. Surgen nuevas divergencias acerca del        análisis del pasado y de las tareas presentes. Los bolcheviques quieren boicotear las elecciones a la III Duma. Muchos mencheviques están de acuerdo con Pléjanov, que opina que «no había que tomar las armas», y desean orientar el partido hacia una acción parlamentaria. Sin embargo, ni unos ni otros pien­san volver atrás y perpetuar la escisión. Según el testimonio de Krúpskaya, Lenin opina, por aquellas fechas, que los men­cheviques van a admitir en seguida sus errores; según ella, daba por descontado que «un nuevo impulso de la revolución terminaría por arrastrarles, reconciliándoles con la política bolchevique» [4]. Por fin la reunificación se decide formalmente: 62 delegados mencheviques que representan a 34.000 militantes y 46 bolcheviques en representación de otros 14.000, deciden reconstruir el partido en cuyo seno admiten al Bund y a los partidos social-demócratas letón y polaco. El comité central elegido comprende dos polacos, un letón, siete mencheviques y tres bolcheviques: Krasin, Rikov y Desnitsky. Veintiséis «delegados de la antigua fracción bolchevique», entre los que se cuenta Lenin, declaran que, a pesar de sus divergencias con la mayoría del congreso, se oponen a cual­quier escisión y que continuarán defendiendo sus puntos de vista con el fin de imponerlos dentro del partido. Posteriormente, la fracción bolchevique será dirigida por un «centro» clandestino respecto al partido. Poseerá además un medio de expresión propio, Proletari (El Proletario), órgano del comité de San Petersburgo, dirigido por un militante de veinticinco años, Radomylsky, llamado Zinóviev.

Durante los meses siguientes la fracción hace rápidos progresos en el seno del partido. La repulsa de ciertos men­cheviques a la insurrección de 1905, la decadencia de los soviets, que permite a numerosos cuadros obreros dedicarse a un trabajo de partido y, por último, la tenacidad de los bolcheviques y la cohesión de la organización de su fracción, consiguen invertir la relación de fuerzas. El congreso de Londres, que se reúne en mayo de 1907, es elegido por 77.000 militantes del partido ruso; además de 44 delegados del Bund, comprende 26 letones, 45 polacos y 175 delegados rusos que se dividen a su vez en 90 bolcheviques y 85 mencheviques. Con el apoyo de los social -demócratas letones y polacos, los bolcheviques se aseguran el control de la mayoría frente a la coalición de mencheviques y bundistas. Entre los bolcheviques elegidos como miembros del comité central figuran: Lenin, Noguín, Krasin, Bogdanov, Rikov y Zinóviev. El congreso introduce en sus estatutos el principio del «centralismo democrático»: las decisiones tomadas tras amplia discusión, habrán de aplicarse estrictamente, debiendo la minoría someterse a las decisiones de la mayoría. Se decide igualmente, como garantía de la libertad de las decisiones y del control democrático del centro, la celebración de un congreso anual y de conferencias trimestrales a las que habrán de acudir los delegados específicamente designados en cada ocasión. A pesar de su victoria, Lenin, que presiente la inmi­nencia de «tiempos difíciles», en los que se necesitará «la fuerza de voluntad, la resistencia y la firmeza de un partido revolucionarlo templado que puede enfrentarse a la duda, a la debilidad, a la indiferencia y al deseo de abandonar la lucha» [5], mantiene la fracción y la refuerza; después del congreso, los delegados bolcheviques eligen un centro de 15 miembros; este último tiene como objeto la dirección de la fracción que, por otra parte, no constituye para Lenin el embrión de un nuevo partido sino «un bloque cuya finalidad es la de forzar la aplicación de una táctica determinada dentro del partido obrero» [6].

 

La reacción

El curso de los acontecimientos va a justificar enseguida el pesimismo de Lenin. El movimiento obrero se debilita; en 1905 habla más de 2.750.000 huelguistas, en 1906, 1.750.000, en 1907, sólo quedan 750.0000, en 1.908, 174.000, en 1909, 64.000 y en 1910, 50.000. En pleno 1907, el gobierno de Stolypin toma la decisión de acabar con el movimiento socialista. La coyuntura es favorable: las repercusiones de la crisis mun­dial en Rusia, el paro y la miseria permiten al zarismo utili­zar el retroceso para intentar liquidar los elementos de organización. La represión se pone en marcha, las detenciones desmantelan los diferentes comités. La moral de los obreros se viene abajo, muchos militantes abandonan su actividad. En Moscú, en 1907, son varios millares, hacía el final de 1908 sólo quedan 500 y 150 al final de 1909: en 1910 la organización ya no existe. En el conjunto del país los efectivos pasan de casi 100.000 a menos de 10.000. Por otra parte, se intensifican los desacuerdos entre las fracciones que, a su vez, se encuentran en plena desintegración. Sólo el grado que alcanza la descomposición del partido puede impedir el surgimiento de nuevas escisiones de hecho: el ferviente deseo de reunificación a cualquier precio surge de la impotencia general y parece prevalecer por encima de la decrepitud de todas las fracciones.

Entre los mencheviques empieza a desarrollarse una tendencia que Lenin denominará «liquidadora»: la acción clandestina parece carecer de perspectivas, es preciso limitarla o incluso abandonarla, buscar, antes que nada, la alianza con la burguesía liberal, ganar posiciones parlamentarias con ella, reducir las pérdidas al mínimo. Según el punto de vista de los liquidadores, la acción revolucionaria del 1905 no ha sido nada realista. Axelrod escribe: «El impulso de la historia lleva a los obreros y a los revolucionarios hacia el revolucionarismo burgués con mucha más fuerza» [7]. Martínov opina que el partido «debe impulsar a la democracia burguesa» [8]. Potrésov afirma que el partido no existe y que todo está por hacer. Mártov, por su parte, considera la idea de un «partido­ secta» como una «utopía reaccionaria». De hecho, los mencheviques, en esta nueva situación, se replantean la propia finalidad de su acción, partido obrero o no, acción clandestina o no.

A pesar de la desilusión de muchos de ellos y de las no menos numerosas deserciones, los bolcheviques vuelven a emprender las tareas que habían iniciado clandestinamente antes de 1905. Sin embargo tampoco ellos se ven libres de divergencias internas. La mayoría querría volver a boicotear las elecciones, esta vez porque la ley electoral de Stolypin hace imposible que la clase obrera esté representada equitativamente. Sobre esta cuestión, Lenin opina que tal consigna, lanzada en un momento de apatía e indiferencia obreras, corre el riesgo de aislar a los revolucionarios que, en lugar de ello, deberían aferrarse a todas las ocasiones que se les ofreciesen de desarrollar públicamente su programa. Tanto las elecciones corno la III Duma, deben ser utilizadas como tribuna de los socialistas que, a pesar de no hacerse ninguna ilusión sobre su verdadera naturaleza, no pueden despreciar esta forma de publicidad. A pesar del aislamiento en que se encuentra dentro de su propia fracción, Lenin no vacila en votar solo, junto con los mencheviques, contra el boicot de las elecciones en la conferencia de Kotka del mes de julio de 1907. Sin embargo, los partidarios del boicot vuelven a tomar la iniciativa después de las elecciones, pidiendo la dimisión de los socialistas que han resultado elegidos. Estos partidarios de la «retirada», conocidos por el nombre de «otzovistas», encabezados por Krasin y Bogdanov, ven aumentar sus efectivos por el apoyo del grupo de los «ultimatistas» del comité de San Petersburgo, que se manifiestan contra toda participación en las actividades legales,  incluso en los sindicatos, intensamente vigilados por la policía. Por último, Lenin se une a la mayoría de los bolcheviques, sin poder impedir la separación de los miembros de la oposición que, a su vez, se constituyen en fracción y publican su propio periódico, Vpériod, segundo de este nombre.

De hecho, el partido entero parece descomponerse entre violentos espasmos. Cunde la polémica en torno a la actividad de los boiéviki, grupos armados que se dedican al terrorismo y asaltan bancos y cajas de fondos públicos, con el fin de conseguir, mediante tales «expropiaciones» los fondos que el partido necesita para financiar su actividad. Bolcheviques y mencheviques se disputan violentamente el dinero de los simpatizantes que sostienen al partido, se pelean a propósito de una herencia exigiendo ambos bandos el arbitraje de los dirigentes alemanes en cada ocasión. Hacia el final de 1908. Plejanov repudia la línea de los liquidadores, rompe con la mayor parte de los mencheviques y funda su propia fracción conocida como de los «mencheviques del partido», que funciona en frente único con los bolcheviques. El anhelo de unidad aumenta con estas escisiones sucesivas. Los mencheviques proponen que se celebre una conferencia que agrupe a los delegados de todas las organizaciones legales o ilegales y a los de todas las fracciones, lo que tal vez serviría para reconstruir la unidad rota. Lenin ve en tal actitud una operación inspirada por los «liquidadores», pero otros bolcheviques a los que se conoce como «conciliadores», Dubrovinsky, Rikov, Sokólnikov y Noguín, se unen a esta política de unidad. Trotsky, que había sido condenado a la deportación, se ha evadido. A partir de 1908, empieza a publicar en Viena la Pravda (Verdad), organizando al mismo tiempo su difusión en toda Rusia; su propósito es convertirla en una nueva Iskra. Desde sus páginas, mantiene la tesis de que hay que construir un partido abierto a todos los socialistas, que comprenda desde los liquidadores hasta los bolche­viques. Afirma igualmente su independencia respecto a todas las fracciones, sin embargo, de hecho pronto se encuentra unido a los conciliadores que, con el nombre de «bolchevi­ques del partido» integran la mayoría de la fracción bolche­vique.

En enero de 1910, una sesión plenaria del comité central que se prolonga durante tres semanas, parece confirmar el éxito de la reunificación reclamada por Trotsky y por sus aliados. La alianza de todos los conciliadores termina por imponerse a los recalcitrantes de todas las fracciones: los periódicos bolchevique y menchevique, Proletario y La Voz social-demócrata respectivamente, desaparecen para dejar su puesto al Social-demócrata, órgano conjunto que dirigirán Lenin y Zinóviev junto con Dan y Mártov. El bolchevique Kámenev es designado para formar parte del comité de redacción de la Pravda de Trotsky. Lenin, en el ínterin, ha aceptado todas estas decisiones. En su correspondencia con Gorki afirma que ha obrado así por poderosos motivos, sobre todo por «la difícil situación, del partido» y por «la madura­ción de un nuevo tipo de obreros social-demócratas en el campo práctico». Sin embargo, tal aceptación por su parte no está desprovista de inquietud: en el comité central se ponen de relieve peligrosas tendencias, «un estado de ánimo general de conciliación, sin ideas claras, sin saber con quién, por qué, de qué forma» y, por añadidura el «odio que inspira el centro bolchevique por la implacable lucha ideológica que lleva a cabo», el «deseo de los mencheviques de organizar escándalos» [9].

El acuerdo será efímero. A partir del 11 de abril, Lenin escribe a Gorki: «Tenemos un niño cubierto de abscesos. O bien los reventamos, curamos al niño y le educamos o bien, si la situación empeora, el niño morirá». Constante en su propósito añade: «En este último caso, viviremos algún tiempo sin el niño (es decir: reconstituiremos la fracción) y, más adelante, daremos a luz un bebé más sano» [10]. La conferencia social-demócrata de Copenhague revela, en agos­to, un nuevo agrupamiento de fuerzas; los bolcheviques y los «mencheviques del partido» acaban de decidir, en Rusia, la publicación de dos periódicos, la Rabotchaia Gazeta (Gaceta Obrera), ilegal y la Zvezda (LaEstrella), legal, cuyo primer número aparece el 16 de diciembre de 1910: el apoyo de Pléjanov cobra un enorme valor para Lenin que, de esta forma, combate a los liquidadores en estrecha alianza con aquel que, para muchos, sigue siendo el padre de la social­democracia rusa.

 

La nueva escisión: 1912

A partir de 1910, toda Rusia da señales de un despertar del movimiento obrero. Los estudiantes han sido los primeros en volver a las manifestaciones. Los obreros, cuyas condiciones de vida se han hecho más soportables con el final de la crisis y la absorción del paro, recobran su valor y el gusto por la lucha. En 1911, 100.000 obreros provocan huelgas parciales y su número aumenta hasta 400.000 el primero de mayo. Las descargas de fusilería del Lena, en el mes de abril de 1912, que arrojaron un saldo de 150 muertos y 250 heridos, marcan un nuevo hito en la lucha obrera.

Hasta este momento, Lenin ha aceptado, aunque a veces lo haya hecho contra su voluntad, la unidad y la concilia­ción. Sin embargo el nuevo ascenso obrero hace ineludible, en su opinión, un giro radical. De hecho, en el partido nadie respeta las resoluciones del comité central. de 1910 que no ha vuelto a reunirse, la Pravda, el Vpériod y la Voz social-demócrata siguen apareciendo, al mismo tiempo, y, gracias al apoyo del polaco Tychko, Lenin y Zinóviev consiguen convertir al Social-demócrata en un órgano bolchevique. Lenin piensa que se avecinan acontecimientos revolucionarios a los que sólo un partido fuertemente estructurado podrá hacer frente. Los bolcheviques, bajo la dirección de Zinóviev, organizan en Longjumeau una escuela de cuadros: los militantes formados allí pasan luego ilegalmente a Rusia para intensificar los contactos y preparar una conferencia nacional. Sin embargo, la policía acecha: primero detiene a Rikov, luego a Noguín; por último «Sergo», el georgiano Ordzhonikidze, consigue poner en funcionamiento en Rusia un comité de organización con la ayuda del clandestino Serebriakov. Dan y Mártov protestan contra tales preparativos y abandonan el comité de redacción del Social-demócrata.

El 18 de enero de 1912, se reúne en Praga la conferencia prevista. De entre los exiliados sólo participan los bolcheviques y algunos «mencheviques del partido»; sin embargo, acuden más de veinte representantes de organizaciones clandestinas rusas. La conferencia de Praga declara que actúa en nombre del partido entero, expulsa a los liquidadores y recomienda la creación de «núcleos social -demócratas ilegales rodeados de un red tan extensa como sea posible de asociaciones obreras legales». Se elige entonces un comité central en el que figuran fundamentalmente Lenin, Zinóviev, Ordzhonikidze, Svérdlov y el obrero metalúrgico Malinovsky, Se cancela el acuerdo con la Pravda de Trotsky. Rabotchaia Gazeta se convierte en el órgano del comité central. Inmediatamente después será designado para su dirección el militante georgiano José Dzhugashvíli, que después de haber sido «Ivanovitch», se llama «Koba», antes de convertirse en «Stalin». Los militantes de Rusia, al aplicar la resolución de la conferencia, se vuelven hacia las actividades legales, El partido acepta la propuesta formulada por Voronsky de publicar un diario legal.

Tras de varios meses de campaña y una suscripción lleva­da a cabo en las principales fábricas de las grandes ciudades el 22 de abril-5 de mayo de 1912, aparece el primer número de Pravda: se trata de una publicación bolchevique, aunque durante más de un año siga contando entre sus colaboradores a Jorge Pléjanov. Al cabo de cuarenta días es prohibida por primera vez, volviendo a aparecer entonces con el título de Rabotchaïa Pravda que sólo llevarán 17 números, de nuevo es prohibida y vuelta a reeditar llamándose sucesivamente Severnaïa Pravda, durante 31 números, Pravda Truda Por unlapso de 20, Za Pravku durante 51, Proletarskaia Pravda  otros 16, Put Pravdy en 91 apariciones; llegada a este punto se convertirá en revista, llamándose Rabotchii y más adelante Trudovskaia Pravda, quedando definitivamente prohibida el 8 de julio de 1914.

Aun a pesar de lo delicado de la apreciación en tales circunstancias, todo indica que los bolcheviques que conservaron el nombre del partido fueron, en Rusia, los grandes beneficiarios de la escisión. Esta es, al menos, la opinión del jefe de la policía zarista que, en 1913, declara: «En la actualidad existen círculos, células y organizaciones bolcheviques en todas las ciudades. Se ha establecido correspondencia y contactos permanentes con casi todos los centros industriales (…). No puede por tanto extrañarnos que la reagrupación de todo e1 partido clandestino se lleve a cabo en torno a las organizaciones bolcheviques y que estas últimas hayan terminado de hecho por representar al partido social -demócrata ruso en su totalidad» [11].

 

La situación inmediatamente anterior a la guerra

Los mencheviques han sido sorprendidos. Hasta el mes de septiembre de 1912 no lanzan, a su vez, un diario en Rusia, Luch (LaAntorcha), que nunca igualará la audiencia que Pravda tiene en el mundo obrero. Durante el mes de agosto, Trotsky ha reunido en Viena una conferencia de la que pretendía conseguir la reunificación; sin embargo fracasa por completo en su intento pues, tanto los bolcheviques como los «mencheviques del partido», se han negado a participar en ella. Los partidarios del llamado «bloque de agosto» crean un comité de organización cuyo único vínculo es un sentimiento de común hostilidad hacia Lenin y los bolcheviques. De nuevo se intensifica la polémica. Lenin organiza la escisión de la fracción social-demócrata de los diputados de la Duma, to­mando enérgicamente la defensa del portavoz de la fracción bolchevique, Malinovsky, al que los mencheviques acusan de ser un provocador. Pléjanov rompe con los bolcheviques, en agosto de 1913, deja de colaborar en Pravda, intenta orga­nizar su propia fracción mediante el periódico Edinstvo (Unidad) y termina por sumarse al bloque de agosto. Al mismo tiempo, Trotsky abandona este reagrupamiento parcial que no responde a sus deseos de reunificación general; toma entonces contacto con un grupo de obreros de San Petersburgo, igualmente partidarios de la unidad de todas las fracciones. Lenin, que se ha instalado en Cracovia, dirige desde allí la actividad de los bolcheviques, apoyando a Svérdlov para que este asuma la dirección de Pravda en lugar de Stalin. Mas, tanto Svérdlov como Stalin son detenidos, denunciados por Malinovsky que, en definitiva, resulta ser un agente de la Policía. Los bolcheviques intentan organizar un congreso cuando sus adversarios, en su campaña contra los «escisionistas», apelan a la Internacional.

El secretariado de la Internacional Socialista ofrece sus servicios con vistas a una mediación y, el 16 y 17 de julio de 1914, reúne en Bruselas una conferencia que se plantea la reunificación del partido ruso. En dicha conferencia están representados todos los grupos y fracciones. Inés Armand, portavoz de los bolcheviques, defiende la posición expresada por Lenin en un memorándum: la unidad es posible en un partido social-demócrata que comprenda un ala revoluciona­ria y una ala reformista, como lo prueba el ejemplo de los partidos occidentales. Sin embargo, en Rusia, los que han roto la unidad han sido los liquidadores, con su negativa a someterse a la mayoría: la reunificación sólo es posible si aceptan la disciplina. Después de un debate muy agitado, en el que resalta Pléjanov por la violencia de sus diatribas contra Lenin, la conferencia aprueba una resolución que afirma que las divergencias tácticas puestas de relieve no justifican una escisión. Plantea igualmente cinco condiciones previas al restablecimiento de la unidad: que todos acepten el programa del partido; que la minoría respete las decisiones de la mayoría; una organización que, dadas las circunstancias, debe ser clandestina; la prohibición de todo pacto con los partidos burgueses; la participación general en un congreso de unificación. Inés Armand y el delegado letón son los únicos en no otorgar su voto a este texto que pronto va a convertirse en un arma contra los bolcheviques y, sobre todo contra Lenin, al que se espera aislar de aquellos compañeros suyos de bien conocidas tendencias «conciliadoras». La guerra ha de abortar por completo esta maniobra, en primer lugar por la prohibición del congreso internacional previsto para el mes de agosto de 1914 en Viena.

Por estas fechas, la situación en Rusia es enormemente confusa. En general, los bolcheviques ocupan las mejores posiciones; sin embargo, sigue existiendo un ferviente deseo de unidad. En determinadas ciudades, coexisten grupos bol­cheviques y mencheviques que despliegan, tanto unos como otros, actividades legales e ilegales, en directa dependencia del comité central o bien unidos con unos vínculos menos fuertes al comité de organización. No obstante, en la práctica, todo se encuentra en plena evolución. En algunos lugares se avecina la escisión y en otros la unificación. La guerra pon­drá fin a este cuadro de conjunto. Muchos grupos locales subsistirán como grupos social -demócratas, sin unirse a ninguna de las dos grandes fracciones y contando, entre sus miembros, a partidarios de ambas. Además y, a pesar de la escisión de 1913, los diputados bolcheviques y mencheviques de la Duma se unirán, con el nombre de fracción socialdemócrata, para votar contra los créditos de guerra.

Los bolcheviques permanecen dieciséis meses sin dirección efectiva. Centenares de militantes son detenidos, encarcelados o deportados, otros se encuentran en el ejército (este es el caso de los obreros a los que se moviliza en sus propias fábricas). Se inicia un nuevo período de reacción en el que el militante queda reducido a la calidad de individuo aislado. Cuando, a partir de 1916, los obreros empiezan a integrarse de nuevo en la lucha, la fracción bolchevique cuenta, como máximo, con 5.000 miembros dentro de una organización que poco a poco se ha reconstruido. Sólo posee un puñado de cuadros; esos pocos hombres que, durante los años de la ante-guerra han aprendido a organizar y agrupar a los obreros, a dirigir sus luchas y a eludir las fuerzas represivas, constituyen, en definitiva, los elementos de la vanguardia revolucionaria que Lenin había tratado de formar a lo largo de toda la complicada historia del partido obrero social-demócrata ruso y de su fracción bolchevique.

 

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[1] Trotsky, Stalin, pág 56

[2]R. Luxemburgo, «Cuestiones organizativas de la social-democracia rusa» (Die Neue Zeit, 1904, n.º 22).

[3]Trotsky, Nashi Politícheskie Zaduchi, (1904) (Nuestras tareas políticas), panfleto traducido y citado por Deutscher en El profeta armado,  Ed. Era, págs. 94-96.

[4]Krúpskaya, Ma vie avec Lénine.

[5]Citado por Trotsky, Stalin, pág. 123.

[6]Lenin, «Lettres á Gorki» (25 de febrero de 1908), Clarté, n.º 71, pág. 10.

[7]Citado por, E.H. Carr, La Revolución bolchevique, Alianza Universidad, t. I, pág. 69

[8]Citado porCarr, ibídem, pág. 69

[9] Lenin, «Lettres á Gorki», ibídem, pág. 13.

[10] Ibídem.

[11]Citado por Trotsky, Stalin, pág, 218.

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