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Chile -El ordinario racismo del millonario minero Luksic

1864
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(Radio del Mar)  Georges Moustaki, un emigrado griego, hizo famosa su bellísima canción “El meteco”. Meteco, o sea el recién llegado, el extranjero, el que no está en su casa, el “vuélvete a tu país cabrón”, el apátrida, el exiliado. Moustaki -casado con chilena- fue un lujo como inmigrante en Francia. Andrónico Luksic es una vergüenza como descendiente de inmigrados en Chile. Luis Casado lo cuenta, un pelín cabreado…

Por: Luis Casado


Anda a saber qué bicho picó a Andrónico Luksic, cuya familia desciende –como es frecuente en Chile– del barco. Su abuelo Policarpo migró desde la lejana Croacia, y no venía en plan vacaciones, sino más bien muerto de hambre. La cuestión es que Luksic las emprendió contra los inmigrados: “Un país no puede recibir a todos los que vienen”, declaró, en una movida propia de los arribados que –una vez en el techo– retiran la escalera para impedirle subir a los de abajo.

Imaginando ensalzar a su abuelo, este Andrónico afirma que Policarpo “No exigió una casa para él. No tuvo educación gratuita y no solicitó una cobertura de salud. Él no dijo: ¿Dónde están mis derechos?”

Yo tengo tendencia a creerle: los croatas, siervos del imperio austro-húngaro, o del imperio otomano, nunca habían gozado de ningún derecho, ni siquiera del derecho a voto. Eran un pueblo colonizado, sometido, invadido por austríacos, húngaros y turcos, y no podían ni siquiera disfrutar de su propio idioma. El abuelo Policarpo no podía exigir lo que ningún croata había conocido nunca: un poco de dignidad.

Campesinos miserables, los croatas se vieron obligados a emigrar para no morirse de hambre en su propio país. El emigrado Policarpo llegó a Chile allá por al año 1906, a un país que, a pesar de las frecuentes masacres que jalonaban el desarrollo de la industria del salitre y las explotaciones agrícolas, estaba a años luz de la muy primitiva Croacia.

“Quién es recibido, agregó Andrónico, tiene una obligación de aportar”. Curiosa declaración de un tipo cuya familia no trajo nada pero “se hizo la América” en Chile. Policarpo y su hijo Andrónico –el padre del hocicón que te cuento– deben haber sido muy productivos para acumular una fortuna de más de 15 mil millones de dólares a partir de los sueldos miserables que se pagan en Chile.

Error su señoría. Ellos fueron empresarios: hicieron negocios. Basta con pronunciar la palabra “negocios” para recordar el aforismo que dice “Detrás de toda fortuna se esconde un crimen”. En vez de cerrar el tarro y pasar piola, este Andrónico, cuya actividad minera es muy sospechosa de robarse el agua como un Pérez Yoma cualquiera, expectora declaraciones con un insoportable tufillo a racismo. Lo que, viniendo de un “croata”, agrava un caso un pelín desesperado.

El primer croata que conocí fue mi profesor de educación física en el Liceo público, laico y gratuito de San Fernando. Tú me entiendes: croata, o descendiente de croata, alto y rubio, todos le conocían como el “Gringo”. Hombre del cual guardo un buen recuerdo, siempre me pareció una persona dedicada a la formación de la juventud como si fuese un apostolado.

El segundo croata en mi vida fue su hijo Sergio –digamos que se llamaba Sergio –, compañero mío en el Liceo, con el cual cogimos la opción ‘científica’, en fin, una incipiente especialización en las ciencias duras que nos ofreció la enseñanza secundaria. Sergio se sentaba en el pupitre que estaba a mi lado, y más de alguna vez “copiamos” durante las pruebas, lo confieso ahora que el “ilícito” ya prescribió.

En alguna ocasión, anda a saber por qué razón, un profesor nos propuso escribir algunas páginas sobre el racismo. Luego, cada cual leyó su nota, y tuvo que defender su punto de vista frente a los otros 12 compañeros de clase. Si conoces la aritmética, ya concluiste en que las ciencias duras no eran muy populares: sólo 13 muchachos nos aventuramos en ese atemorizante sendero.

Cuando Sergio, –una copia fiel de su padre en el físico: alto, rubio, ojos azules–, leyó su nota, me llevé la sorpresa de mi vida. Sergio confesaba ser racista, no tolerar a los negros. Mis compañeros y el profe también estaban boquiabiertos. A la pregunta de saber por qué razón odiaba a los negros, Sergio respondió, muy seguro de sí mismo: “los negros huelen mal”.

Corría el año de gracia de 1965, y hasta ese entonces, nunca, jamás, ningún sanfernandino había tenido la ocasión de ver un negro. Se ve que los conquistadores y los tratantes de esclavos africanos trajeron poca mercancía hasta la fértil provincia y señalada, y poco a poco el mestizaje hizo obra de aclaramiento, si oso escribir.

Para ver un negro tenías que ir al cine a ver una película de Tarzán, con Johnny Weismüller (austríaco) en el papel principal y Maureen O’Sullivan (irlandesa) haciendo de Jane. Los negros –primitivos y brutales– iban de arroz: para acompañar.

De modo que ya durante la colonia los avisos comerciales –no hemos inventado nada– fueron desapareciendo poco a poco y la pinche capitanía general no volvió a ver anuncios como este, de cuya veracidad dan fe y testimonio los documentos de la época:

Doña Josefa Caballo, quiere vender 2 esclavos suyos, marido y muger, con una hijita de pechos como de edad de 1 año en 800 pesos, libres de escritura y alcabala, mozos, sanos, y libres de todo vicio; el marido en 350 pesos y la muger con la hijita en 450 pesos y esta es costurera, lavandera y planchadora.

Como se ve, en aquellos años ya existía el fenómeno de las migraciones que, como sabes, suelen ser forzadas. Fue el caso del Tarzán de la película, el de Jane, y el de los negros que llegaron a América. En este último caso, el de los negros, el Vaticano y el Papa jugaron un papel eminente.

Si aún no lo hiciste, debieses leer el excelente libro de Jean-Claude Carrière “La Controversia de Valladolid”. En el siglo XVI, Carlos V convocó una asamblea bajo la égida del legado pontifical –el enviado del Papa– con el fin de debatir una cuestión fundamental: saber si los habitantes originarios de América tenían un alma, es decir si eran o no seres humanos, y por consiguiente hijos de dios.

En dicha Controversia se afrontaron las tesis de Ginés de Sepúlveda, –algo así como un representante de la CPC–, que defendió el punto de vista de los colonizadores, y las tesis humanistas del cura dominicano Bartolomé de Las Casas. Si la indiada tenía alma, eran hijos de dios: no se les podía esclavizar. Se jodía el negocio por falta de mano de obra. Si por el contrario, carecían de alma, se les podía explotar como animales.

La conclusión del legado pontifical –después de escuchar los alegatos de unos y otros– fue particularmente abyecta: los americanos sí tenían alma, y por consiguiente debían ser tratados con la consideración y el respeto que se les debe a los hijos del Creador: la Iglesia aceptó elevar a los indios a la categoría de seres humanos.

Pero, para contentar a los colonizadores, el enviado del Papa sugirió que, por el contrario, nadie pretendía que los negros africanos lo fuesen, legitimando así el atroz destino de millones de seres humanos convertidos, gracias a la palabra de dios, en ganado transable en los mercados.

No pocas fortunas europeas fueron amasadas en el comercio de congos, cangás, mandingas, mandes, carabalíes, wolofs, fulas, yorubas, ashantis y otras etnias. Cuando te digo que “Detrás de toda fortuna se esconde un crimen” no bromeo.

Tres siglos más tarde, entre julio de 1823 y junio de 1825, estuvo en Chile Giovanni Maria Giambattista Pietro Pellegrino Isidoro Mastai Ferretti, un cura italiano enviado por el Vaticano con el propósito de engatusar a los patriotas de la Independencia. El tipo hizo carrera: dos décadas después, el 16 de junio de 1846, el cura Mastai Ferretti llegaría al papado bajo el nombre de Pío Nono.

En su bula papal Syllabus errorum, publicada en el año 1864, Pío Nono condenó como perversas:

1. La Libertad de pensamiento
2. La libertad religiosa
3. La desobediencia u oposición al rey
4. La separación entre la Iglesia y el Estado
5. La forma de gobierno liberal (o sea la democracia)
6. La investigación científica.

Por si fuese poco, el 20 de junio de 1866 el Santo Oficio declaró en un escrito firmado por el mismo Pío Nono:

“No es contrario a la ley natural o divina que un esclavo sea vendido, comprado, cambiado o regalado, siempre que en la venta, compra, intercambio o regalo se observen estrictamente las debidas condiciones que los autores aprobados describen y explican”.

Tanta generosidad y tanta virtud no podían dejar indiferentes al gobierno y otras autoridades chilenas, quienes, celebrando su benevolencia, bautizaron un puente y una calle de Santiago con el nombre de Pío Nono. Curiosa y chocante coincidencia: el puente y la calle llevan a la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Que yo sepa, a la fecha, ningún eminente jurista –de los que abundan en el campo de flores bordado– a osado exigir el cambio de nombre del puente y la calle.

¿Te sorprendería saber que Pío Nono también condenó la Educación laica liberada del dogma de la Iglesia? Jorge Burgos conoce sus clásicos: su alergia a la Educación laica tiene raíces profundas.

A estas alturas te estarás preguntando ¿Y que tiene que ver todo esto con el cuento de los croatas? Bueh… Pío Nono no era croata, pero nació en Senigallia, en la costa del mar Adriático, justo frente a Croacia. Anda tú a saber, en una de esas un marinero extraviado “conoció” (en el sentido bíblico) a su abuela.

Porque, sin ánimo de generalizar, a lo largo de la Historia, –en particular en las guerras del siglo XX–, los croatas se inclinaron sistemáticamente por los alemanes. Muy oportunamente, el pseudo Estado Independiente de Croacia, se puso del lado de los nazis durante la II Guerra mundial. No fueron los únicos, pero Croacia le debe su “independencia” a Hitler.

Cuando “occidente” logró destruir Yugoslavia (de 1986 en adelante), separándola en media docena de micro estados enfrentados –de la noche a la mañana– en una guerra fratricida, Alemania se apresuró en reconocer unilateralmente el Estado Croata, generándole más de un dolor de cabeza a Francia que, durante siglos, había mantenido profundos lazos con Serbia.

Ya ves hacia donde van los tiros. Los migrantes alemanes que llegaron a Chile en el siglo XIX, algo hambreados y con una mano adelante y otra atrás, no fueron ingratos con sus compatriotas arribados después de la derrota del Tercer Reich. Del mismo modo, la emigración croata conoció un significativo repunte después de la caída de Berlín, el 2 de mayo de 1945.

Como ya se dijo, las migraciones suelen ser forzadas. Las guerras son un excelente catalizador. Las crisis económicas también, así como la pobreza y la miseria, la ausencia de derechos ciudadanos, los golpes de Estado y las dictaduras, las catástrofes naturales y, recientemente (a la escala histórica), el cambio climático. Sin olvidar el desarrollo industrial: las potencias europeas trajeron barcos y trenes llenos de mano de obra sumisa y extremadamente barata desde sus colonias. Fue un modo de mantener los salarios bajitos. Es inútil contarte que la “competitividad” era un primor.

Durante las guerras, esa mano de obra sirvió de carne de cañón: Francia se liberó de la Ocupación nazi movilizando cientos de miles de senegaleses, marroquíes, tunecinos, cameruneses, argelinos, marfileños y otros pobres diablos inmigrados a la fuerza para defender la “Metrópolis”.

Después de todo lo que te cuento… la relectura de las declaraciones de Andrónico Luksic pueden parecerte algo inoportunas, chocantes, mentecatas, propias de un tipo que no voy a tratar de jijuna, ni de hijo de la chingada, y aún menos de ¡%#@! como hizo el diputado Rivas.

Sin embargo, me atrevería a calificar sus despropósitos como lo que se suele calificar de racismo ordinario. Ordinario, como el personaje.

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