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2 y 3 de julio, ollas comunes, recuerdo y actualidad

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Seguramente el 2 y 3 de julio debe ser una de las fechas de mayor simbología en la resistencia y lucha popular en Chile. 1986, el llamado año decisivo, dejó muchos hitos y huellas que ciertamente definieron los años finales de la dictadura. El mundo vivía los últimos tiempos de la guerra fría y temía por el SIDA (VIH), un reciente y nuevo virus que amenazaba con propagarse masivamente.  

En enero de ese mismo año, iniciaba mi participación en la oposición política, inspirado en las lecturas de revistas opositoras y las escuchas escondidas, en onda corta, de Radio Moscú y Habana Cuba, donde voces desde el exilio daban cuenta de una realidad que no se conocía en los medios masivos de Chile. También venía golpeado por los acontecimientos del año ’85, con el caso degollados como máximo hecho de horror. Con la mayor convicción de mis 12 años, me uní a reuniones clandestinas, que se realizaban por las noches, en el colegio donde estudiaba en San Vicente de Tagua Tagua.

Eran tiempos duros, crisis económica, desempleo, represión brutal en los sectores poblacionales, donde cada semana se sabía de actos de sabotaje y resistencia, como caída de torres de alta tensión que provocaban largo apagones.

El 2 y 3 de julio de 1986, miles de estudiantes, trabajadores, pobladores, organizaciones sociales y políticas se congregaron en dos días de protesta nacional. Paro y manifestaciones que recibieron la brutalidad del régimen. En esas jornadas fueron quemados vivos los jóvenes Carmen Gloria Quintana y Rodrigo Rojas De Negri. Carmen logró sobrevivir, Rodrigo murió 4 días después. Emociona hasta hoy recordar ese terrible episodio.

La organización de base, desde poblaciones, comunidades cristianas, colegios y universidades, fue tejiendo una potente red de resistencia, de compromiso, de sueños y solidaridad que se expresaron en el surgimiento de ollas comunes, para enfrentar el hambre y la pobreza de cientos de chilenas y chilenos, como también para levantar la mística y la fuerza de la lucha social.

Las ollas comunes son símbolo e instrumento de los territorios. De la necesidad de acudir en ayuda de quien sufre y requiere de la mano solidaria, así como de la dignidad que representa la ayuda comunitaria frente a la indolencia e incapacidad institucional. Y así hoy, resurgen, se multiplican, se validan y sostienen desde el mismo pueblo. Pretender, como algunos han señalado, de estandarizarlas o encapsularlas, empadronando su funcionamiento (con evidentes fines de sometimiento y vigilancia) es no entender la esencia del movimiento popular. Evidencia también de la desconexión de la autoridad con respecto a la ciudadanía.

Recordar en este 2020 aquel 2 y 3 de julio, es la mejor remembranza para reivindicar el momento actual, a la solidaridad horizontal y la lucha social, al pueblo movilizado, al levantamiento popular de octubre pasado, al aguante en las poblaciones, cerros, comunidades. Y la mejor advertencia sobre las maniobras de los poderes dominantes, que en plena pandemia y con una élite sobrepasada, ganan tiempo y margen mediático para que el sistema en crisis no sufra grandes daños.

Por Fernando SoCar

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