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Uruguay – Gente de la calle

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Indigencia: dormir en las puertas del banco país

 

El emblemático edificio de la sucursal 19 de Junio es un imán para los que viven en la calle.

Leonardo Haberkorn *

 

El Observador, 21-7-2018

https://www.elobservador.com.uy/

Garúa. Hace una hora que comenzó el 18 de julio. La avenida que lleva el nombre de esa fecha patria, la principal del país, está casi desierta. Hace frío. Una docena de orientales sin hogar se refugia de la noche, la llovizna y el viento acurrucada contra el edificio de la sucursal 19 de Junio del Banco República (BROU). (1)

Las alusiones patrióticas no levantan la temperatura helada. La mayoría duerme sobre cartones y acolchados viejos cuando hay más suerte. Marcos Leal y Carlos Cseszlyar, sin embargo, están despiertos. Contra la pared del edificio, rodeados de sus pocas pertenencias y ajenos a un vecino que duerme sentado, Marcos y Carlos hacen lo mismo que todas las noches: dibujan.

Dibujan gente, personajes de historietas, líneas geométricas. Llenan una hoja y empiezan otra. Las noches, además de frías, son largas.

Marcos es rubio, de ojos claros y 24 años. Carlos es morocho, tiene barba y ya cumplió 53. Siempre andan juntos.

Sobre la esquina de 18 y Minas, Pablo Rosa, de 25 años, también está despierto. Sentado sobre cartones, en sus rodillas se apoya la cabeza de Katy, su novia, que no para de toser.

«Tengo miedo», le dice ella. Se siente mal, tiene fiebre y los ojos aguados por la gripe. Está acostada sobre un cartón y un acolchado, la cabeza sobre las piernas de Pablo, un zapato puesto y el otro no. «¿Querés ir al médico?», le pregunta él. Llevan más una vida juntos y cuatro años eternos en la calle, desde que los desalojaron de un baldío.

Katy tose, cierra los ojos y se acurruca contra su novio.

Dibujantes nocturnos

Todas las noches, entre una y dos docenas de personas duermen en la vereda de la sucursal 19 de Junio del Banco República, uno de los edificios emblemáticos de la ciudad, frente a la plaza de los Bomberos. En las redes sociales hay videos donde se ven casi 30 personas durmiendo.

Nadie sabe con exactitud cuánta gente vive en las calles de Montevideo. El último dato del Mides, que hablaba de 1.651 personas, es de 2016. Las autoridades admiten que hay un aumento de los «campamentos» en la vía pública y que eso preocupa, dijo a El Observador la directora del departamento de Protección Integral en Situaciones de Vulneración, Eleonora Bianchi.

El edificio 19 de Junio del Banco República es un imán para los que viven en la calle porque su diseño hace que toda la vereda de esa cuadra de 18 de Julio quede bajo techo. Además, las dos entradas al banco están sobre una escalinata y cubiertas por otro ancho alero, lo que permite que quienes se acuestan allí queden por sobre el nivel de la acera y cubiertos por un doble techo.

Nada que frene al frío y al viento, pero mejor que nada.

Además de Marcos Leal, Carlos Cseszlyar, Pablo Rosa y la engripada Katy, hay una decena de personas durmiendo, divididos en dos grupos. Unos están en la entrada al banco que está en 18 de Julio casi Magallanes, como Marcos y Carlos, que siguen dibujando. Y otros en la entrada de 18 de Julio y Minas, como Pablo y Katy, que sigue tosiendo.

Los de un grupo no pueden ver a los del otro. Entre ellos hay una larga hilera de cajeros automáticos, ellos sí con techo y abrigo. Los cajeros están dentro de una casilla que se agregó al edificio, rompiendo sus líneas, avanzando sobre la vereda, partiendo en dos la fachada y sacrificando una fuente con luces de colores que ya no existe.

Contra el borde más cercano a 18 de Julio de la casilla de cajeros, en un lugar que no tiene escalinata ni alero, es decir a nivel del piso, al lado la gente que pasa caminando y con una protección mucho menor contra la lluvia, hay un montón de algo tapado por un nylon: es imposible determinar si es otra persona que duerme allí debajo o si son solo las pertenencias de otro habitante de la calle.

Cada tanto alguien ingresa a la caseta de cajeros a retirar dinero. Entran sin mirar a los que solo van al banco a dormir. Nadie mira al hombre que duerme sobre un cartón, tapado con una frazada roja y negra, ni al pedazo de pan y la cucharita de plástico que están tirados a su lado. Tampoco al otro hombre que duerme directamente sobre el piso y sin ningún abrigo, que no tiene frazada, ni nylon, ni siquiera una campera con la que protegersedel frío.

Ahí, contra la esquina de Minas, también están Jairo Pérez, 29 años, y su pareja Verónica Hernández, de 33. Están durmiendo. Levantan sus cabezas un segundo, saludan con un ademán y vuelven a acostarse.

A diferencia de otros que llevan años en la calle, Jairo y Verónica son nuevos. Antes pagaban $ 13 mil por mes por una pieza en una pensión, pero Jairo perdió las changas que tenía y se quedaron sin dinero y sin techo.

Jairo dice que fue adicto tiempo atrás pero ya está recuperado y que Verónica tiene cáncer y estaba tratándose hasta que quedaron en la calle. Entonces dejó de ir al hospital, porque ahora no pueden dejar solas sus frazadas -que son lo único que tienen-, porque se las roban.

«Alquilar es más barato que dormir en una pensión, capaz que por $ 6 mil por mes conseguís algo. Pero nadie te alquila si no tenés una garantía de Anda o de la Contaduría. Entonces terminás en las pensiones, que son carísimas», lamenta.

Cualquier pensión de mala muerte cobra $ 500 o $ 600 por día: una fortuna a fin de mes.

El empleo más habitual de Jairo es en una empresa que arma carpas para fiestas y acontecimientos sociales al aire libre, pero el trabajo decae mucho en invierno y hace ya semanas que no lo llaman.

«A veces te da vergüenza estar de día en una plaza con todo este bolserío. La gente te mira mal. Son más los que te discriminan que los que te ayudan».

«Nos ven como extraterrestres»

Más temprano hay más gente. Algunos llegan allí solo para conseguir un plato de comida caliente, pero luego no se quedan a dormir.

Martín Borland tiene 42 años. Vive en unas viviendas en obra en Malvín Norte, donde hace de sereno a cambio de que lo dejen dormir. Cada noche se sube a su bicicleta y recorre casi 15 kilómetros, ida y vuelta, para comer algo caliente.

Por allí pasan repartiendo alimentos, entre varios otros, Remar, estudiantes de colegios privados y la Momo Brigada, un grupo de amigos vinculados al carnaval organizados para ayudar a los que duermen en la calle.

En la madrugada de la fecha patria, los que solo van al banco a comer ya se fueron.

Marcos Leal y Carlos Cseszlyar siguen dibujando. Tienen una cartuchera llena de biromes, drypens, lápices de colores viejos y una regla que dice París y tiene imágenes del Arco del Triunfo y la torre Eiffel.

Con una lapicera roja, Marcos dibuja ojos en un block. Son ojos recargados, como de figuras antiguas egipcias. «Cuando caí en la calle en 2015 había mucho menos gente que ahora. Ahora somos una cantidad», dice.

Carlos pregunta si no sé de algún empleo o si habrá una oportunidad laboral en el diario. Puede dibujar, dice, hacer de portero, tareas de vigilancia, lo que se necesite. Marcos asiente. Él también necesita trabajar, una changa aunque sea. Ayer una mujer en Pocitos les dio $100 a cada uno, pero no pueden vivir así, librados a esa suerte.

«No me canso de preguntar en todos lados si no necesitan a alguien y no bajo los brazos, pero nadie te ofrece nada», lamenta Carlos.

«La gente se endureció», comenta Marcos.

Es difícil conseguir trabajo cuando no se tiene una dirección para dar, ni un número de teléfono. Carlos tiene un celular y le prometieron conseguirle un chip y un cargador, pero le han prometido tantas cosas que ya no sabe.

«No todos tenemos antecedentes, no todos estamos para el alcohol y la droga, pero la gente cree que sí. Somos del mismo país, pero nos miran como extraterrestres», dice Marcos.»Nadie nos ofrece un laburo». Habla y dibuja otro ojo.

Carlos vuelve a preguntar si no habría algo en el diario. Desde 2013 a 2015 trabajó en una empresa de seguridad, lo que le permitía vivir en una pensión, después quedó sin empleo y en la calle.

Marcos fue pareja de una hija de Carlos. Tienen historias paralelas, según cuentan. Carlos estuvo en la Armada. Marcos en el Ejército. Los dos dicen que pidieron la baja porque ganaban muy poco. Los dos trabajaron en empresas de vigilancia. Los dos llevan tres años en la calle. A los dos les robaron sus cosas mientras dormían en el parque Rodó. Los dos dicen que no tienen antecedentes. Que son sobrios. Que quieren trabajar. Que ya no soportan más vivir en la calle. Los dos me piden que por favor transmita que necesitan una oportunidad. Mientras tanto, dibujan.

Tan vacía está 18 de Julio que un taxista pega la vuelta en la mitad de cuadra.

Romeo y Julieta

Las cifras oficiales dicen que cada noche el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) ofrece 1.500 camas para gente sin hogar. Y que 3.371 personas pasaron por sus refugios en 2017. Pero en la sucursal 19 de Junio del BROU, mientras la garúa clava sus púas sobre la plaza de los Bomberos, todos se quejan del Mides. Dicen que hay que pasarse el día entero en la «puerta de entrada», en Convención esquina Paysandú, a veces solo para enterarse a última hora que no hay lugar en los refugios. Que el ambiente no es bueno. Pablo dice que a Katy le deshabilitaron la tarjeta del Mides por quejarse en la TV. Jairo cuenta que viven con una tarjeta del Mides de Verónica, que apenas le da 500 pesos por mes. «El Mides quedó en venir y seguimos esperando. Estamos cansados de estar en la calle», agrega Pablo.

Cuenta que de día se rebusca cuidando autos, pero no le alcanza para pagar los $600 que cuesta una noche en una pensión. Andan con sus pocas cosas a cuestas. Si las dejan solas, las pierden. «Nos las han robado y hasta nos las han prendido fuego. Ayer me robaron los championes».

Katy le dice a Pablo que me muestre a Romeo y Julieta. Pablo levanta un nylon y de una caja para transportar mascotas, saca dos cachorritos. Los suelta en la escalinata. Corren entre la gente que duerme, aprovechan para hacer pichí. Katy tose, se ríe y tose otra vez. Pablo les da de comer a los perritos de un guiso de arroz que hace un rato dejó una de las organizaciones que reparte comida.

Por donde ahora juegan Romeo y Julieta, hace unos días estaban Alejandro Da Silva y Mayra Machado, una joven pareja, nueva en la calle.

Quedaron a la intemperie cuando cerró el restaurante donde Mayra era auxiliar de cocina. Alejandro tiene una prótesis en lugar de un pie que perdió por una enfermedad. Tiene dificultades para caminar y le resulta más fácil andar en bicicleta. Contó que pidió unas muletas en el Mides y no se las han dado. Que tienen dos hijos que están en la casa de su madre, una vivienda del Plan Juntos, donde viven siete personas y ya no entra nadie más. De día van a ver a sus hijos y se bañan en una iglesia. De noche, duermen en la calle con un ojo abierto para que no les roben la bicicleta.

Romeo y Julieta vuelven a su caja. El hombre que dormía sin ningún tipo de abrigo se despierta, se levanta, camina hacia la esquina de Minas y dobla hacia Guayabos. Unos minutos después regresa acomodándose la ropa, recoge sus pocas cosas, se pone un saco sport que es su único y exiguo abrigo, y se pierde bajo la lluvia.

 

“Esto me sirve más”

Apenas le doy las pastillas a Pablo para que le dé a Katy, aparece en la plaza un hombre de unos 50 años, alto, rubio, pelo corto, una caravana en una oreja, un piercing en una ceja, chupines, championes Nike y campera Columbia verde flúo.

Trae frazadas y acolchados. Sube la escalinata del lado de la calle Magallanes, donde todos duermen menos Marcos y Carlos que siguen dibujando, ensimismados y en silencio.

El recién llegado, Walter Mendaro, pregunta a viva voz quién necesita frazadas. Una anciana de gorro de lana gris se despierta y Mendaro la saluda a los gritos y por su nombre. Luego baja la escalinata y se dirige al indescifrable montículo tapado de nylon que está a mitad de cuadra, recostado contra los cajeros automáticos. «¡Juan Carlos!, ¡Juan Carlos!, ¿tenés abrigo?, ¿necesitás una frazada?», grita. Como si fuera un milagro, de entre el bulto de bolsas y nylons emerge una cabeza humana. «Sí», responde Juan Carlos, toma una frazada y vuelve a sumergirse en su mundo de nylon.

Mendaro dice que su padre lo echó de su casa cuando tenía 12 años y por eso vivió en la calle hasta los 15, que dormía en la playa del Gas, comía sobras de restaurantes y hacía unos pesos limpiando los prostíbulos de la calle Juan Carlos Gómez. Dice que no se olvidó lo que es estar sin nada en la calle y que por eso, cada noche visita a los que hoy están como él estuvo. Encabeza una organización llamada «Hijos de la calle».

Ahora camina hacia la escalinata de la entrada recostada contra la calle Minas. Todavía le queda un acolchado. Llega a los gritos. Saluda a Pablo y a Katy, despierta a Jairo y Verónica. Todos lo conocen.

De pronto tiene un gesto inesperado: pide que se corran, que le hagan un lugar y se sienta con su campera Columbia flúo entre Jairo y Viviana.

«¡Sos el único que se sienta con los pibes!», se entusiasma Pablo. Katy se incorpora y se sienta.

«¡Esto es lo que me gusta, lo que me sirve!», dice Jairo con una sonrisa que hasta ese momento no le había conocido. «¡Que alguien se siente acá y hable nosotros me ayuda mucho más que los que dejan un plato de comida!».

Viviana asiente y agrega con disgusto que hace poco pasó una persona que ni saludó, solo le preguntó de modo cortante si quería comer y le dejó una bandeja.

Intervengo para destacar la buena intención de los que reparten alimentos, pero Jairo responde tajante: «Yo no les pido comida. ¡Yo les pido trabajo!»

El viento arrecia y la llovizna invade el ficto refugio bancario. Mendaro mezcla anécdotas disparatadas sobre su vida en la calle y sobre los famosos que conoció en el carnaval y como conductor en radio Imparcial (hoy tiene un espacio semanal en radio Fénix).

Los entusiasma. Viviana relata que el famoso que siempre pasa por allí y les regala chocolates es el actor y bailarín Nacho Cardozo.

-Que los políticos pasen una noche acá, una sola noche -dice Jairo.

-No aguantan ni una -acota Pablo.

-¡Si están en campaña, claro que aguantan! -remata Mendaro.

Carcajada general.

En toda la ciudad

Jairo pregunta qué hora es. Dos y diez de la madrugada. En unas horas ya suena el despertador, se ríe.

El «despertador» es el patrullero que cada día, a las seis de la mañana, los desaloja y los envía a la ciudad con sus bolsos, sus cartones y sus frazadas a cuestas.

-Hoy es feriado -festeja alguien- Capaz que nos dejan un rato más.

Recorro 18. Hay gente durmiendo en el ex cine York, en el Trocadero, tres duermen en una boutique en 18 y Vázquez, dos entre Vázquez y Tacuarembó, uno logró levantar las cortinas metálicas que cierran el jardín de una sucursal del BBVA y duerme dentro, dos en la esquina de 18 y Gaboto, uno bajo un alero del banco Santander de 18 y Arenal Grande, uno en la esquina siguiente, por lo menos tres en la esquina de Martín C. Martínez, cuatro al lado de la vieja sede del PIT-CNT.

Después, ya de regreso a mi casa, veré más gente durmiendo en otras avenidas. Por Rivera, por ejemplo, en las esquinas con Simón Bolivar, Brito del Pino, La Gaceta, Basilio Pereyra de la Luz, Marco Bruto… Y todo un campamento en el Museo Oceanográfico, en la rambla del Buceo.

Tras la recorrida, paso una vez más por la agencia 19 de Junio. En la esquina con Minas, salvo un hombre que continúa durmiendo, los otros siguen charlando con Mendaro. En la esquina con Magallanes, todos duermen menos Marcos y Carlos que continúan ensimismados, dibujando.

Son cerca de las tres de la mañana y la garúa se ha hecho lluvia.

Como dice el tango, hasta el cielo se ha puesto a llorar.

El BROU no ha analizado

Cuando desde la agencia 19 de Junio del Banco República se ha llamado a la Policía para que despejen las escalinatas de su entrada, la respuesta más habitual es que no tienen competencia para hacerlo. En el Mides, relató un funcionario, les han dicho que no tienen capacidad para colocar a toda la gente que suele congregarse allí. Los que duermen en la entrada al banco relataron que por lo general no los expulsan de allí, aunque eso sí sucedió la noche del 4 de julio. «A las once de la noche vino un patrullero y nos echó a todos», relató uno de los entrevistados. «No teníamos a dónde ir». Desde la casa central del BROU se informó han advertido un aumento en la cantidad de personas que pasan allí la noche, pero todavía no han evaluado qué medidas tomar. Mientras tanto, el sindicato bancario AEBU tampoco ha analizado el caso, según dijeron varios dirigentes consultados.

* Historiador y periodista.

Nota

1) Denominado “banco país” por el marketing oficial. (Redacción de Correspondencia de Prensa).

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