En un país de sólo diecisiete millones de habitantes, pese a la existencia de 62 universidades el academicismo y la investigación no forman parte del negocio. ¿Cómo y por qué ocurrió esto?
Arturo Alejandro Muñoz
El miedo a la libertad de pensamiento y el rechazo a la cultura verdadera han adquirido máxima expresión en Chile, dejando en claro que para la derecha y sus aliados socialdemócratas, ‘cultura’ es solamente aquello que puede ser vendido como ‘souvenir’ y que, además, intelectualmente no haga daño a nadie, ideológicamente no moleste a nadie, históricamente no interprete el sentimiento de nadie, y por último, que políticamente no sea incorrecto de acuerdo a las pautas que interesan a los grupos empresariales que se reúnen en la SOFFA, en la CPC y en Casa Piedra.
En esta misma categoría cae y cabe el concepto “universidad”, pero con el agregado que ha sido aderezado con lo que resulta principalísimo para los detentores del sistema: un pingüe negocio, una fuente surtidora de plata dulce, un lucro a destajo. ¿Cómo se llegó a esto? No hay duda que la actual situación de desmedro académico que aflige a la mayoría de las universidades comenzó a finales de 1973, cuando en nuestro país se consideraba ‘privilegiados’ a quienes habían accedido a la enseñanza superior, pues los postulantes superaban los cien mil cada año, ante la oferta de las casas de estudios –cuyo número no superaba la quincena a nivel nacional- rozaba los veinticinco mil cupos, dejando al 70% del estudiantado que había egresado de la enseñanza media sin posibilidades universitarias.
Según los equipos de ‘inteligencia’ de las fuerzas armadas, se estaba constituyendo en las universidades chilenas de aquella época (ya lo dijimos, década de 1960) una especie de ‘continuum rebelde, inteligente y audaz’ que tarde o temprano tomaría las riendas de la conducción de la república, lo que en palabras simples significaría para las escuelas matrices de los uniformados no tan sólo una nueva bofetada ‘social y educacional’, sino, también, un acelerado proceso de rechazo ciudadano a instituciones que, como el ejército (y ello hoy está nuevamente sobre el tapete), fagocitaban parte importante del presupuesto nacional sin rendir frutos significativos en la lucha por el desarrollo integral y armonioso de la nación.
A este respecto es oportuno recordar la exposición realizada por un preclaro profesor y académico –Armando Cassígoli- en la sede del Instituto de Economía de la Universidad de Chile en abril de 1971, quien, ante la pregunta “¿cuál es el rol de las FFAA?”, respondió sin titubeos: “¿Hoy, en un país subdesarrollado como el nuestro? Ninguno. Son innecesarias e incluso peligrosas para la normal convivencia de la sociedad. No se requiere contar con fuerzas armadas si existe la ONU y sus cascos azules”. ¿Estaba equivocado Cassígoli, o tenía razón?
Es un hecho indesmentible que la ‘inteligencia’ militar criolla en 1970 entró en grado de alerta máxima cuando se produjo el triunfo de la izquierda y el acceso al gobierno del primer Presidente socialista elegido democráticamente en el mundo. Las fuerzas armadas sospecharon el arribo de un futuro que sería poco halagüeño para ellas y para sus mandantes, frente a un mundo juvenil universitario que se estaba transformando en actor fundamental en el proceso de cambios, a la vez que elemento significativo para la conformación de las nuevas generaciones de autoridades civiles.
Hasta ese momento, pese a sus menguados presupuestos, algunas universidades hacían ingentes esfuerzos por cumplir correctamente con el cumplimiento de sus tareas principales, cuales siempre deberían ser: Docencia, Investigación y Extensión, aunque en muchos casos, en esos años, la tan necesaria investigación se efectuaba mediante participación secundaria en “Grants” dependientes de universidades del mundo desarrollado. Pero, se investigaba, y ello es necesario de destacar. Hoy, esos ‘Grants’ son ofrecidos por universidades europeas y norteamericanas en calidad de becas para efectuar doctorados principalmente, pero la investigación propiamente tal ha menguado dramáticamente en las casas de estudios superiores.
La aplicación del sistema neoliberal en su calidad de salvajismo económico se reflejó rápidamente en el mundo universitario cuando el ‘estado docente’ –bajo la administración dictatorial imperante en esos años (1973-1990)- entregó sus banderas a la iniciativa privada que venía impetrando espacio y libre emprendimiento en materias educacionales, las que por cierto debían asegurar rentabilidad económica a quienes invirtieran sus capitales en ellas.
Nacieron entonces las universidades privadas, con lo cual el sistema mató varios pájaros de un tiro ya que satisfizo el objetivo que respecto de estas materias preocupaba a las fuerzas armadas, a la vez que abría una magnífica línea de negocios a bancos, financieras, empresas, etc., y, además, dejaba la fuerte impresión respecto a un sentido y antiguo anhelo de los jóvenes que se traducía en una frase que llegó a ser eslogan político: universidad para todos… en este caso, para todos aquellos que pudiesen solventar los gastos exigidos por una universidad privada.
Nuestro país –pequeña república sudamericana con sueños de grandeza- tiene una población que a duras penas se empina sobre los diecisiete millones de habitantes. Ello no es óbice para que el sistema predador permita la existencia de sesenta o más universidades, muchas de las cuales son de dudosa calidad académica, pero reportan dulces millones de pesos a sus dueños, pariendo además ‘profesionales’ que en otras naciones del planeta serían considerados simples alumnos de segundo o tercer año en alguna de sus universidades, de esas que son de verdad.
No se detiene aquí el asunto. Los “honestos empresarios” -demostrando que jamás se hartan de ganar dinero- no saciados con el negociado universitario, extendieron sus ambiciones un peldaño más arriba: las maestrías y doctorados, que vienen a ser algo así como el nivel “Premium” de cualquier profesión, imitando a la televisión por cable con sus canales normales y aquellos “premium” que cobran separadamente al telespectador. Negocio redondo… negocio en su máxima esencia. Habría que titularlas como “Lucro College Callampini School”, que con una buena publicidad atrae a más moscas que la miel.
Por cierto, hay universidades privadas que merecen el título de tales. No son muchas. Tal vez nueve o diez dentro de las sesenta y dos existentes. Pero, pese a ello, nada cambia en el fondo del problema, ya que la saturación de profesionales universitarios permanece invariable (in crescendo, en realidad), y el reducido mercado nacional es incapaz de absorber significativamente la demanda laboral que ellos impetran.
Obviamente, los bancos aplauden. Empresarios y financistas ganan; los gobiernos del duopolio creen también ganar inventando y/o mejorando el terrorífico CAE (Crédito con aval del estado) para dar mejor sustento económico a las insaciables sociedades que administran esas casas de estudios, entonces, es el país el que pierde, al igual que los jóvenes, claro que sí, ya que hipotecan su futuro económico castrando además sus esperanzas laborales.
Es el Chile que nos construyeron los poderosos. El neoliberalismo llegó para quedarse, y habrán de transcurrir muchas décadas para que abandone la escena. Si ya estamos frente a una «civilización neoliberal» significa que el sistema se administra (se maneja, actúa) solo, por su cuenta y riesgo, y no requiere de políticos ‘iluminados’ ni atrevidos, ni tampoco de osados díscolos. Para nada. Es el gran triunfo del sistema, y en esto de las universidades se nota con claridad alarmante.
Por ello, respecto del tema que invocan estas líneas, da casi lo mismo quien dirija el país desde el palacio presidencial, pues quienes realmente tienen las riendas son los de siempre… y actúan también como siempre. Si duda de ello, la solución es simple. Eche un vistazo crítico, sin anteojeras ideológicas ni partidistas, al quehacer del ejecutivo y del legislativo en las últimas tres décadas, y procure encontrar diferencias sustanciales, de fondo, que hayan apuntado a cambiar en parte el sistema de marras en la educación superior.
Muy por el contrario, todas las medidas adoptadas por los distintos gobiernos desde el retorno de la democracia tuvieron por fin último el fortalecimiento del negociado universitario. Y la mayoría de los chilenos vota a favor de ello.
Las políticas económicas neoliberales, más allá de haber logrado entregar significativos espacios a planteles de educación ‘superior’ -cuya principal meta es ganar dinero a raudales-, han realizado ingentes esfuerzos por meter en el mismo saco a las universidades públicas… en gran medida también tuvieron éxito en ello.
¿No será el momento de una nueva, profunda y decidida Reforma Universitaria para poner de pie lo que la dictadura y el duopolio han tenido de cabeza desde hace 30 años?