El descenso abultado de la natalidad es un peaje a pagar por el progreso, y parece acompañar a la mayoría de las economías que pasan a contarse entre los países desarrollados. Si bien es cierto que esto es algo generalizado, hay casos que se resisten a entrar en el grupo de las caídas en picado, y tan sólo quedarse en bajada moderada de la tasa de nacimientos.
Una de esas excepciones es chocante, pues se trata de Estados Unidos: la economía más desarrollada (en ciertos aspectos) del planeta a la vez goza(ba) de una tasa de fertilidad que otros ya quisieran para sí (incluida España). Pero esos tiempos de cigüeñas ya pasaron, y estas prolíficas aves han decidido emigrar también desde Estados Unidos hacia otras latitudes.
La gran importancia de la fertilidad va más allá de la mera sostenibilidad demográfica
Desde estas líneas hace ya tiempo que les analizamos cómo nuestros sistemas socioeconómicos están diseñados para ser sostenibles únicamente mientras haya crecimiento demográfico acompañe al económico, con el que camina de la mano.
Además, también saben cómo más recientemente les hemos hablado de la gran potencia econométrica que la tasa de fertilidad, y más concretamente cuándo y por qué las familias se lanzan a tener hijos, a la hora de predecir las crisis económicas que tenemos por delante.
Pero, es más: este tema de la fertilidad y su enorme influencia sobre el crecimiento económico es uno de los temas estrella de esa socioeconomía de la que tantas veces les he hablado. El concepto de socioeconomía asume que hay muchos aspectos sociales, aparte de los puramente económicos, que también afectan (y mucho) al desempeño económico de los países. Pasarlos por alto en las políticas económicas es un tremendo error que se acaba pagando con menor progreso económico (ojo, que no es necesariamente lo mismo que crecimiento económico).
Ahora la tasa de fertilidad de EEUU se resiente, y es algo que en España ya conocemos muy (pero que muy) bien
Pero, como ya les introducíamos antes, la tasa de nacimientos de EEUU ha tomado la senda fuertemente bajista en los últimos lustros. De hecho, esta tasa se encuentra en niveles récord (a la baja, se entiende), que no auguran nada nuevo de cara al futuro más inmediato.
La tasa de fertilidad (número de nacimientos por cada mujer) a nivel mundial, tampoco muestra una realidad demasiado boyante. Desde la década de los años 60 del pasado siglo, a nivel mundial ésta ha bajado del entorno de los 5 hijos a los apenas 2.5, lo cual supone una abultada reducción del 50%. O dicho de otro modo más impactante: la tasa de fertilidad de los años 60 del siglo XX estaba un 100% por encima de la actual.
En países como España, que es uno de los funestos líderes en cuanto a tasa de nacimientos se refiere, tendencias como ésta ya nos tienen curados de espanto desde hace lustros. De hecho, dicha tasa fue en 2016 en España la más baja de toda la UE (junto a la de Italia), situándose tan sólo en los 1,34 hijos por mujer.
Esta tasa nos sitúa sólo una insignificante décima por encima del mínimo mundial de tasa de fertilidad, abanderado con un 1,2 por la República de Corea, Singapur, Hong-Kong, y Moldovia, y ha habido años en que hemos ostentado el dudoso récord mundial al respecto. Además, esta cifra supone unos números de nacimientos hundidos respecto a la cifra umbral de dos hijos por mujer que es considerada como tasa de reposición poblacional idónea de cara a la estabilidad socioeconómica.
En el caso español, a finales de los años 70 del siglo XX la fertilidad se situaba en torno a los 3 hijos por mujer. Desde entonces el indicador tomó una fuerte tendencia bajista que le llevó a marcar un mínimo histórico poco por encima del 1 en torno a 1996, y desde entonces ya apenas nos hemos conseguido despegar de este fatídico suelo.
En el caso español se conjugaron diversos factores que desencadenaron esta tendencia. Entre ellos se cuentan la incorporación masiva de la mujer al mundo laboral, el cambio de mentalidad de las nuevas generaciones que empezaban a lanzarse a tener un hijo cuando se hubiesen asegurado unas condiciones de vida holgadas (en contraposición a las generaciones anteriores), la generalización de los medios anticonceptivos hasta entonces vistos como algo pecaminoso, etc. Pero hay un factor más clave que tiene en común la reciente bajada de la fertilidad que está sufriendo EEUU y aquella que ya vió España en los 80.
¿Por qué las estadounidenses está dejando súbitamente de tener hijos en masa?
Esta pregunta es la pregunta del millón. Y no sólo para la socioeconomía estadounidense: las tendencias que podemos estar viendo allí en vivo y en directo pueden servirnos para sacar conclusiones para muchos otros países, e incluso a nivel de la Historia económica perteneciente a tiempos pasados. Y no se crean que las conclusiones suponen ninguna sorpresa para un servidor: de hecho, me resultan bastante obvias. Pero no todo el mundo lo veía tan claro. El tema es que además las conclusiones vienen refrendadas por datos tangibles de encuestas objetivas.
En este artículo del New York Times analizan los diversos factores que pueden estar afectando al pronunciado y sostenido descenso de la tasa de fertilidad en aquel país. Y lo más significativo de todo es que la caída fue lógicamente más acusada durante el desarrollo de la Gran Recesión, lo cual dió pie a las interpretaciones que afirmaban que la caída era por la crisis; pero paradójicamente dicha caída no vino acompañada de una posterior recuperación cuando la economía estadounidense repuntó. Es más, ahora el indicador ha marcado por segundo año consecutivo un nuevo nivel récord (a la baja).
Y haciendo honor a su reconocida reputación como uno de los mejores medios del mundo, a fin de conocer el verdadero motivo de esa repentina evolución, el New York Times decidió llevar a cabo una reveladora encuesta al respecto. Entre las respuestas que aducían los estadounidenses para no tener hijos (o no tener más hijos) constaban las más esperables, como por ejemplo querer disfrutar de más tiempo libre, valorar disponer de más libertad personal, no tener pareja apta para formar una familia, o no poder permitirse los elevados costes de la crianza.
Pero lo más revelador del tema es que las proporciones mayores entre los que contestaron que dejaban de aportar retoños a las arcas nacionales pertenecían a los ciudadanos que afirmaban haber decidido retrasar o incluso dejar de tener hijos por no tener suficiente dinero (o tiempo, que muchos padres saben que la relación entre lo uno y lo otro es directa para una familia). Entre los que contestaron que no pensaban tener hijos o más hijos, un 23% afirmó que su decisión se debía a que estaban preocupados por la economía, un 33% porque no se podían permitir los gastos de crianza, un 24% que no podían permitirse una casa, y un 13% citaron la deuda universitaria.
Como ven, los motivos económicos y de inseguridad financiera se llevan la palma de oro. Este punto encaja además a la perfección con lo que venimos apuntándoles desde estas líneas respecto a la desigual y asimétrica recuperación de la economía estadounidense tras la Gran Recesión.
La creciente desigualdad de la última recuperación no hace sino realimentar el efecto «babyless»
Hay temas que les nombrábamos ya en el enlace anterior que no son ya mayores, sino que son realmente socioeconómicamente críticos. Entre ellos está la galopante deuda universitaria estadounidense (que incluso en muchos casos abarca ya a tres generaciones), el precio de la vivienda en determinadas áreas urbanas con densidades de población especialmente altas, o la deflación de los sueldos de las generaciones más jóvenes con respecto a lo que percibían sus padres a su misma edad, etc. Todos ellos (y alguno más) han contribuído decisivamente a hundir la tasa de fertilidad hasta niveles coincidentes con lo que los estadounidenses pueden permitirse económicamente hoy por hoy.
Y la creciente asimetría y desigualdad en la última recuperación no ha hecho sino acrecentar esa tendencia actual a invertir todo lo que se pueda en cada hijo, a fin de darle las mejores oportunidades para que forme parte del cada vez menor «percentil privilegiado» del bipolar mercado laboral. Y a más inversión por cada hijo, lógicamente, menor número de hijos totales que se podrán mantener según los estándares actuales. La tendencia puede realimentarse peligrosamente.
Para muestra un botón: la tasa de fertilidad total de Estados Unidos se ha situado incluso por debajo de la tasa de reposición del 2.0, alcanzando el 1.8 y acortando significativamente las tradicionales distancias que le separaban de otros países desarrollados. Lo más grave de todo es que los estadounidenses estarían dispuestos y consideran que es ideal tener más hijos de los que han decidido tener ellos mismos. No es por ganas, es por dólares. Y es que desde hace décadas que en Estados Unidos y en muchos otros países los sueldos crecen sensiblemente menos de lo que lo hace el coste de vida.
Pero aún hay motivos para la esperanza, puesto que políticas estatales que facilitan la conciliación familiar, así como las ayudas estatales a las guaderías infantiles han contribuído decisivamente a revertir la caída de la fertilidad en países como Alemania o Japón. Y el factor que mayor sensibilidad ha demostrado a la hora de ponderar la inversión y el incremento de la fertilidad han sido precisamente las medidas como el cheque guardería.
Visto en detalle el caso estadounidense, cabe preguntarse ¿Y qué pasa con España que lleva ya décadas experimentando una desastrosa tendencia equiparable (si no peor)? Pues que se lo pregunten a los héroes de los padres que cada día y cada verano son capaces de encajar tanto el puzle de los horarios laborales y el cuidado de los hijos, como el puzle de lo que ese cuidado les cuesta. Porque uno puede cubrir cualquier necesidad en esta sociedad, también en el cuidado de los hijos, pero lo que tal vez no pueda permitirse es lo que le cuesta.
Y lo que ya es seguro es que lo que no puede permitirse es que sus hijos no le tengan a él o ella como padre o madre. Porque se puede criar bien a un hijo con poco dinero, pero es imposible hacerlo con poco tiempo. Y actualmente en España es difícil para los padres ir holgados de dinero, pero es todavía más difícil poder dedicar a los hijos el tiempo que requieren. Y así nos va (y nos va a seguir yendo), porque las carencias de los hijos del hoy son las penurias de la sociedad del mañana. Pero claro, esto nadie nos lo va a contar dentro de 20 años.