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Signo de los tiempos: el desplome de la universidad

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El Porteño

por Aniceto Hevia

La educación impuesta por el orden económico ha resultado un desastre, El Plan Bolonia para la universidad europea resultó impracticable, ¿A quién se le pudo ocurrir que se podía formar un profesional serio viajando de un país a otro consiguiendo diplomas? La idea era formar por medio de pasantías y programas de diversa índole, un semestre en Londres, otro en Madrid, recorte de cursos y horas lectivas. Lo que ayer eran dos años de estudios intensos, luego fueron un semestre con una recarga académica excesiva. Lo que antes requería de años de formación, ahora se puede reducir a un semestre. Desesperación de académicos. Para dirigir un reactor nuclear antes era necesario ser licenciado en física, hoy esa licenciatura es un chiste y el licenciado podría enfrentar una crisis nuclear. La calidad de la educación superior ha bajado ostensiblemente en todo occidente y sus satélites, problema producido por la comercialización y financiarización de las universidades.  

La educación agrega valor al sujeto y resta en ignorancia, crea ciudadanos responsables y conscientes de sus deberes éticos y morales, no es un camino para el ascenso social y no tendría porqué serlo. El profesional universitario se hecha a las espaldas un sinnúmero de tareas y exigencias adecuadas al rol social que debe jugar en su sociedad, sus privilegios son necesarios, no nobiliarios. Pero, la situación de las universidades es diametralmente opuesta, cada vez el valor que se le agrega al sujeto es menor, debido al notorio empobrecimiento de los currículums, a las exigencias mercantiles que obligan a vender cupos en las carreras y falsear el proceso de formación intelectual. En este orden, si la educación corre la misma suerte que una aspiradora o un teléfono celular, tendrá el mismo destino mercantil, se va a devaluar; no obstante, la marca persistirá. El juego de fetichizar una universidad, de integrarla a rankings internacionales pasa a ser una marca de fábrica, donde no da lo mismo Sindelen que Hewlett-Packard. No da lo mismo La Sorbonne que la universidad de Nebraska. Ergo, el título universitario en principio símbolo del desarrollo del sujeto, de una formación intelectual con la cual contribuiría a su sociedad, y que daba lugar al reconocimiento; adquiere la forma mercancía, quiéranlo o no los discursos idealistas de los funcionarios universitarios. Y como cualquier mercancía sufre su mismo destino, convertirse en fetiche, en el sentido chamánico del término; un objeto moderno arcaizado, mitificado y, finalmente, funcional a un mercado del trabajo inestable que requiere más trabajo no calificado que profesionales que piensen un futuro humano liberado.  

Ya está presente la idea de reemplazar profesiones por Inteligencia Artificial, que no es inteligente ni nada que se le parezca, pero es el ensueño de una época tecnocrática y oligárquica. Es la ideología dominante la que desea acabar con la inteligencia humana, que detesta la crítica y busca imposibilitarla readecuando la educación a una estrategia de vaciamiento de las subjetividades. Hoy atestiguamos un movimiento reaccionario contra la ilustración, no para superarla, sino para acabar con ella. La tecnología manda en todas las esferas de la vida humana. La universidad no está desvinculada de esa estrategia de la muerte de la subjetividad, por medio de su vaciamiento; para ello se ha creado una pedagogía tecnologizada, instrucción que no educación, pseudo académica donde no hay espacio para la reflexión, la crítica y el diálogo. El power point mató la clase expositiva, que es la herramienta más eficaz para incentivar la madurez intelectual, el syllabus corresponde a un modelo norteamericano de educación por módulos que empobrece la función del profesor en clases y, con eso, empobrece reflexión crítica a partir de modelos intelectuales de reflexión. El someter a los académicos a evaluaciones de los alumnos cambia la naturaleza de la formación universitaria, se pierde la debida autoridad y respeto por el universitario. Este puede ser mal evaluado por ser aburrido, por emitir comentarios impopulares, por herir sensibilidades de minorías, por exigir demasiadas lecturas. En suma, el reino de la opinión imperando sobre el reino del saber. A nadie se le habría pasado por la cabeza decir que Immanuel Kant dictaba muy rápido y no hacía actividades donde los alumnos podían expresar sus opiniones. Nadie le dijo a Hegel que era un viejo maniático aburrido que no sabía explicar bien a los alumnos y que reprobaba a mucha gente salvo a su grupo de alumnos preferidos. Pues bien, hoy los alumnos lo pueden hacer, incluso darse la maña para que ese molesto profesor que no se adapta a las exigencias del alumno-cliente sea despedido. El alumno-cliente muchas veces está ávido de reformas en pro de minorías, pero a la vez no quiere y no le gusta leer. Aunque las universidades los protegen, aceptan que lean menos y aprueban inventos ridículos de universidades gringas, como lugares seguros para mujeres, etc. +. Cualquier cosa para ocultar los problemas sociales de la sociedad y del alumnado. Se les conceden derechos y ninguna solución a sus carencias económicas que debe solventar por si mismo a costa de sus estudios. Y eso es un modo de educar para la cesantía, el trabajo precario y no calificado. Excelsa educación.           

Esta transmutación de los objetivos de la educación superior, unciéndola al proceso de comercialización va contra el agregar valor al sujeto. Este proceso viene desde atrás, “desde la escuela y aun antes” como dice el poema de Guillén. Es la producción de un sujeto no solo oprimido, sino que aplaudirá su opresión. Un sujeto humano que bien puede vivir sin identidad e ignorancia para siempre, pero contento de derechos que no funcionan para él. Este sujeto debe tomar como natural su ignorancia y gozar de su libertad de opinión. En la enseñanza básica se le enseñó que su palabra poseía un valor per se y que su opinión tenía más peso que un análisis crítico de la historia. Así las salas de clase se llenaron de actividades sencillas, de contenidos curriculares que hasta el menos favorecido intelectualmente podría aprobar, pues ya no hay exigencia en planes y programas, ni expulsiones por mal comportamiento del alumno “aburrido”. Con ello, se crea una generación pasatista, que a falta de justicia social bien le vienen ideales narcisistas y posiciones preedípicas que lo alejan de la responsabilidad de sí, de la responsabilidad de asumir la vida como propia en todas sus dimensiones.  

En estos tiempos Erasmo de Rotterdam bien podría escribir el Elogio de la Estupidez. Pues ya la educación posee contenidos paupérrimos; por ejemplo, en los liceos marginales, los contenidos de cuarto medio corresponden a octava preparatoria. Así, ese alumno puesto en la correa de transmisión de la educación comercializada entrará a una universidad de retail de la educación superior. No sabrá leer ni escribir, entenderá mal o muy poco y esa universidad parchará el problema del cliente con cursos de nivelación; además, coercerá a los profesores para que acepten las reglas educativas de aceptación de todos. Todo ello desestabiliza el sistema de evaluación, se regalan notas, se pasa a los alumnos; reforzando el premio a la inadecuación e imponiendo una serie de silencios, límites a lo discutible y obstáculos ideológicos infranqueables. Francamente, en esta universidad difícilmente Nicanor Parra habría hecho clases (difícil) o Juan Rivano (demasiados libros y contenidos incomprensibles de lógica avanzada).  

El que pierde en todo esto es el mismo alumno-cliente, se le ha imbuido de atolondramiento y cerrado las puertas de su inteligencia. Cada fase de la educación ha sido un paso en el adoctrinamiento en la estulticia, el odio al estudio, el facilismo, la competición y la idea de ser solo un sujeto de goce, cuya orden del día es: “goza hasta morir” y derechos de carácter individual. Semejante personaje no está preparado para comprender que está comprando un mito, el mito del ascenso social, de una vida pequeño burguesa acomodada en que por fin tenga acceso al consumo que se le ha negado, porque hay clases sociales. Una clase social que puede consumir a costa de los demás y aquella que tiene que sufrir para que los otros consuman (Cf. Michel Cloucard). Pero se alimenta su subjetividad con ensueños imposibles, esperanzas falsas. En la parte trasera de la micro la exhibición de una gigantografía de una universidad que ese hijo del pueblo contempla desde niño. Publicidad psicológicamente calculada en wasapp, X, y todos los medios; jóvenes alegres, más o menos rubios o más o menos morenos, algunos rasgos indígenas. ¿La alegría de estudiar? No. La alegría de estar matriculado en la universidad. Eso es llamado en el ministerio de educación: “expandir la cobertura”, “democratizar”, todos pueden competir y ganar, aunque en general el cliente como en la ruleta pierde gozando. La primera frase no significa lo que dice, en realidad significa expandir la industria y el mercado de la educación; la segunda tampoco, significa que todos entren a la universidad y ahí vemos.  Y como consecuencia se producen mitos tranquilizantes para cuadros administrativos y académicos. Frases como “en esta universidad ayudamos a los alumnos” forman parte del repertorio discursivo; pero nadie lo cree, aunque todos tienen que hacer como que se cree o quiebra el negocio. Hay que vender fetiches, el precio depende del mayor o menor valor de la fantasía universitaria que en lenguaje comercial se expresa como imagen corporativa.    

La universidad comercial tecnocratizada no está exenta de los caminos de otras industrias, sus productos van de la mano del destino de una clase social que puede diseñar la educación deformando la idea de libertad de educación. La lógica interna de esta idea no es diferente a la así llamada libertad de prensa, en ambos libertad significa ausencia, inexistencia. Ambos discursos son fruto de falsedades de una clase social consumidora que ve que es una excelente estrategia de negocios el difundir la idea de libertad en el ámbito político y del marketing.  Todo esto es muy confuso. Pues lo que se desea lograr es la libre empresa en la educación; busca una educación universal, porque crea un mercado total de educación en todos los niveles. Los resultados no importan, habrá, entonces, una educación para las clases pudientes y otra para el resto. El resto no será educado, sino sometido a un proceso de instrucción profesional. Este producto comercial tendrá un plus, adoctrinar en la ideología del consumo en el mismo acto de su consumo, día a día, año a año. Modelando un sujeto pasivo y homogéneo, incapaz de remitirse a su identidad y clase; fruto de lo cual no podrá adquirir autonomía alguna, porque esa autonomía hay que ganarla en contra de sus condiciones materiales de existencia. El modelo hunde en la inmadurez al joven universitario y cuidadito con hacer o decir cualquier cosa que lo haga madurar. 

Hasta la hora la burguesía ha salido victoriosa de la lucha de clases, pero no es solo ella, es la nueva clase profesional administrativa que impera en el mundo académico. La cual no podría haber surgido en la universidad sin la comercialización de ella, pues las el rol de burócrata, profesor e investigador son como la santísima trinidad, Dios trino y uno. No hay carrera sin desplegarse en esas tres esferas, el burócrata administra, el profesor es el operador ideológico de lo que el burócrata dictamina, el investigador legitima con sus teorías lo que los otros han desplegado, la ideología dominante; que no es otra cosa que el liberalismo libertario (Cf. Emil Clouscard). La unión de capitalismo del deseo, teorías del poder, deconstrucción, y otras variedades más extrañas como Yuval Harari para los derechistas declarados. Esta esfera cerrada en sí misma es una clase social que dictamina lo pensable y lo posible de la praxis universitaria, lo que debe entenderse como una configuración de extrema opresión y explotación de clase. Se determina que tipos de teorías son aceptables o no, que tipos de marxismos son aceptables o no, toda teoría debe cumplir la prueba de la blancura; ello hace que del pensamiento de Marx haya bien poco y cuando hay es manipulado para conferir un barniz crítico que en algo oculte la profundidad del desprestigio en que cae luego de los ataques de la posmodernidad y las ideologías del neoliberalismo. Todo “académico” sabe que no debe traspasar los límites impuestos so pena de indexarse en el Malleus Maleficarum actual. Y ello no es algo aleatorio, obedece a criterios del mercado, la primera función del funcionario es mantener el negocio boyante a costa de cualquier cosa. Si las universidades se legitiman por los posgrados hay que hacer posgrados y dejar a la mano de dios el pregrado. Si se legitiman por las publicaciones que haya publicaciones. Secretitos de familia, esqueletos en el closet. Y mucho silencio….              

El problema social universitario pasa por dividir a los profesores en contratados y part-time. En una división imaginaria entre profesores de primera y segunda clase. Los más obsecuentes y oportunistas, salvo raras excepciones, son los contratados, premiado por su inmoralidad; los otros son una masa en que cabe todo aquel que necesite un trabajo y que por una razón u otra es marginado. Desde luego que entre ellos imperan aquellos que funcionan como tontos útiles y, también, rigurosos guardianes del discurso dominante; pero, no solo operan con una moralidad degradada, sino que llevan al paroxismo la distorsión del concepto de educación superior. Las clases fáciles, el no hacerse problemas, el evitar todo intento de organización de clase, el crear sindicatos “amistosos” o “apolíticos”. Todo sea para evitar la cesantía y la derrota, asunto que es inevitable, trabajar part-time ya es estar derrotado frente al liberalismo libertario, que le ofrece drogas, alcohol y terapias y tratamientos psiquiátricos para evitar tomar conciencia de la necesidad de la lucha social. Es que el part-time insiste en su moralidad de ciclista, siempre mirando para arriba y pateando para abajo. Estresado, vapuleado, confuso, neurótico; pero siempre caminando con la fe de los inocentes, mucho mayor que la de sus propios alumnos. ¿Qué situación es peor que la de un arribista fracasado? Dudo que haya alguna. Este hombre-desastre no puede ni siquiera con él, nunca va a luchar contra la propia degradación en que se encuentra. Desconoce el misterio oculto debajo de su fanático conformismo, el de ser un trabajador más. Pues fue adoctrinado en el amor al idealismo objetivo que reemplaza al pensamiento histórico y la reflexión dialéctica, en el nominalismo a la moda, en la inexistencia de las clases, en disparar ocurrencias en cambio de pensar y estudiar rigurosamente. Él es el sujeto creado por la fábrica de cretinos (Cf. La Fabrique su Crétin, Brighelli, 2022) y no va a renunciar fácilmente a ese honor, sus grados y postgrados lo han subido a coturnos demasiado altos, aunque el universo se ría de él irónicamente.        

1 COMENTARIO

  1. La culpa no la tiene el estudiante, ni el profesor, la tiene el modelo económico neoliberal: «la plata manda y todos debemos ir tras de esa quimera». Tampoco debemos dedicarle mucho tiempo al saber si somos pobres, cuando lo que realmente nos mantiene vivos es el alimento y no los libros. Nadie espera 5 años para recién poder comer. O más bien dicho nadie come cada 5 años.

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