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Septiembre: la fiesta de la patria y la vergüenza del rodeo

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Por Carlos Pichuante

Empieza septiembre y Chile se viste de cuecas, empanadas, volantines y abrazos familiares. Es el mes de los colores vivos, de los bailes y de las largas sobremesas. Pero también es el mes de una sombra que se cuela entre las fondas y desfiles:el rodeo.

Muchos lo llaman “tradición”. Se le viste con trajes de huaso, música y discursos sobre “chilenidad”. Se le entrega incluso el amparo de la ley, como si fuera un patrimonio intocable. Pero detrás de la retórica nacionalista no hay nada más que la normalización de la crueldad. El espectáculo no es otra cosa que hombres montados sobre caballos acorralando y golpeando a un animal asustado, forzándolo a embestidas brutales contra una pared. Lo llaman deporte. Yo lo llamo tortura pública.

La contradicción es obscena: el Estado chileno se llena la boca hablando de protección animal, pero cuando llega septiembre, la balanza se inclina hacia el folclor de látigo y espuelas. La Ley de Protección Animal (N.º 20.380) dice, en su artículo 2, que “ningún animal debe ser sometido a maltrato o crueldad”. Sin embargo, el propio ordenamiento jurídico exime del cumplimiento a prácticas que son consideradas “tradicionales”. Es decir, en Chile, la tradición tiene más protección legal que los animales mismos.

Las consecuencias son claras y están documentadas. Veterinarios han descrito lesiones internas en los novillos usados en rodeo: costillas fracturadas, hemorragias y traumas que rara vez se muestran al público. Un informe de la ONG Animanaturalis señaló que más del 50% de los animales sometidos a esta práctica presentan contusiones graves tras una jornada. Y todo esto ocurre frente a familias enteras, donde los niños aprenden que el sufrimiento puede disfrazarse de fiesta.

¿Queremos realmente un país que enseñe a las nuevas generaciones que la violencia se aplaude si la cubrimos de cuecas y sombreros de huaso? ¿Queremos que nuestra identidad se construya sobre la sangre y el miedo de un animal?

Chile ha cambiado. Derribamos dictaduras, cuestionamos abusos de poder, exigimos dignidad. Pero el rodeo sigue ahí, intocable, defendido por políticos de todos los colores, que lo blindan como si fuera el corazón de la patria. Mientras tanto, seguimos postergando lo evidente: que ningún animal merece sufrir para divertir a un público.

En un país que se dice moderno, no basta con ondear banderas ni celebrar la independencia. La verdadera independencia moral sería atrevernos a romper con las cadenas de una costumbre que ya no tiene lugar. La patria no puede sostenerse en la violencia.

Este septiembre celebremos lo que nos une: la música, la comida, los juegos, la memoria. Pero tengamos el valor de mirar de frente lo que nos degrada. Porque la chilenidad no se defiende con sangre y dolor; se defiende con dignidad, con compasión y con la valentía de decir basta.

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