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Santiago es Chile: 100 años de peste

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EL DESCONCIERTO

Por: Cristián Zuñiga / Publicado: 20.06.2020/

Hoy la gran capital chilena alberga a 81,54% de los contagiados de todo el país. Ahora sí que pareciera confirmarse más que nunca eso de que Santiago es Chile.

Uno de los dichos populares más utilizados por este país desde su gestación como república, debe ser el de “Santiago es Chile”. Un dicho que es usado como argumento crítico desde la perspectiva regionalista y chovinista, cada vez que los habitantes de la Región Metropolitana buscan sacar pecho ante los reclamos del resto del país.

Y es que la región contiene a más del 40% de la población urbana, lo que nos ubica como uno de los países con mayor tasa de primacía (concentración urbana) del mundo. Por el contrario, el grado de descentralización administrativa del país es limitado, no apto para un socio de la OCDE. 

En los años sesenta, este problema ya lo venían proyectando como amenaza estructural autores como Friedman y Stohr, quienes afirmaban que “se estaba aproximando el momento en el que había que darle un gran apoyo a la investigación orientada a la economía regional”.  Lo decían como una recomendación a los gobiernos de entonces, esperando que tomaran definiciones en mira a los próximos cien años.

Sin embargo, a sesenta años de aquella advertencia, la desigualdad social y territorial existentes nos hacen seguir vistiendo los ropajes del siglo XX, vale decir, de aquel país pobre que se medía codo a codo con muchas naciones africanas.

En su artículo “Concentración y crecimiento en Chile: una relación negativa ignorada”, los académicos Miguel Atienza y Patricio Aroca develan información valiosa para ir hilando la ruta del actual centralismo. En dicho paper (cuanto valor están ganando los nunca bien ponderados paper académicos) nos recuerdan que, en 1907, el 38% de la población chilena era urbana y la ciudad de Santiago representaba el 27% de esa población y algo más del 10% de la población total, una tasa de primacía llamativamente baja.

Fue el proceso de industrialización por sustitución de importaciones, adoptado por la economía chilena entre los años treinta y comienzos de los setenta, que pareciera haber motivado, en gran medida, la saturación del Gran Santiago. Para 1970, la Región Metropolitana concentraba aproximadamente el 35% de la población total y el 44% de la población urbana del país (Geisse & Valdivia, 1978).

Luego vino el golpe militar y la planificación de Estado se dejaba en manos de los especuladores de Chicago, quienes, por supuesto, no tenían mirada de comunidad, de largo plazo y menos valor por habitantes no aptos para endeudarse y jugar en el casino del capitalismo hedonista y desenfrenado (todo lo contrario a la calma de una plaza de provincia).

De acuerdo a lo expuesto, podemos aventurarnos a afirmar que el problema del centralismo, como fenómeno político-social en Chile, está próximo a cumplir un siglo (sin considerar periodos de colonia).

Desde los periodos del Frente Popular; pasando por los gobiernos de Alessandri, Frei, Allende; luego la dictadura militar; siguiendo por los mandatos de la Concertación y llegando a la denominada “era Caburgua” (Bachelet y Piñera -bis-), que la concentración urbana en el Gran Santiago ha venido en aumento.

Son muchos los factores políticos, económicos y culturales que han generado esta alta concentración de la población y la actividad económica en una sola región. Pero si hubiera que resumirlo en una sola frase, esta quedaría así: Santiago importa bienes del resto del mundo y exporta hacia las regiones.

Por su parte, las regiones, dada la centralista apuesta de los gobiernos de los últimos noventa años, carecen de diversidad productiva. La mayoría de las regiones continúan estando fuertemente especializadas y dependientes de la explotación de recursos naturales, cuya venta siempre quedará expuesta a los vaivenes de las economías del mundo.

Pero esta vez el problema del centralismo en Chile, o puesto en contexto de pandemia, del hacinamiento de una región que alberga a más de 7 millones de habitantes en una superficie de 15.403 km2  (la superficie de la región del Maule es de 30,296 km2; la de O’Higgins, de 16,387 km2; y la de Valparaíso, de 16,396 km2), deja al desnudo el cómo se ha ido configurando y planificando el país desde los años treinta del siglo XX, al presente.

Hemos construido un país a la rápida o como se diría en jerga futbolera, nuestra estrategia ha sido la del “ollazo”.

Si bien el crecimiento económico, bienestar material y humano alcanzado en los últimos treinta años es destacable (quienes no lo quieran reconocer es por capricho o necedad) y nos sitúa (por lo menos hasta antes de aterrizada la peste) como uno de los países líderes del continente, la concentración urbana del Gran Santiago se nos aparecía como una latente amenaza o talón de Aquiles del modelo chileno.

Esta semana, la Universidad Johns Hopkins, que lleva un conteo de los contagios de Covid-19 tanto en Estados Unidos como en todo el planeta, ubicó a la Región Metropolitana como una de las zonas con más infecciones del mundo. Se trata de la capital o provincia del planeta con más casos de coronavirus, en un conteo liderado por Nueva York y seguido de cerca por Moscú y Sao Paulo.

Hoy la gran capital chilena alberga a 81,54% de los contagiados de todo el país. Ahora sí que pareciera confirmarse más que nunca eso de que Santiago es Chile.

No hay que ser experto para deducir que, por más cuarentenas totales (ahora rebautizadas como hibernaciones) que se hagan, es prácticamente imposible evitar que un virus tan potente como el actual se ramifique rápidamente en una región que vive amontonada y en donde se genera gran parte del flujo comercial de todo el territorio nacional.

Pasada la peste y en pleno proceso de crisis económica, tendremos que retomar el trabajo por construir (de cero o reformada) una nueva Constitución. Este proceso se dará en medio de un ambiente duro, pero al mismo tiempo adecuado para dimensionar la importancia de planificar los próximos cien años de Chile, aprendiendo las lecciones del pasado.

Por lo mismo es que hay que considerar los errores de aquellos diseñadores de políticas públicas del siglo pasado y esta vez, no pasar por alto la distribución humana y económica de un territorio extenso y diverso como es el nuestro.

La actual peste nos ha dejado claro lo arriesgado que resulta seguir haciendo carne, por otro siglo más, aquel dicho de “Santiago es Chile”.

Cristián Zuñiga

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