Pepe Gutiérrez Álvarez
El debate sobre el significado del macartismo que cerró toda una fase de la historia social norteamericana sigue abierto, tanto por lo que implicó en la “domesticación” de las tradiciones socialistas (acusadas de “comunistas”, con todo lo que esto podía significar), por el giro abiertamente imperialista de los USA, y claro está, por su significado en la historia del cine: desde luego, Hollywood ya no fue más que fue en la inmediata posguerra.
En algunos artículos me he referido a la traducción que la “caza de brujas” adquirió para situar a la izquierda (dividida y desconcertada) en el extrarradio, y como la “democracia” de las grandes trust consiguió que el anticapitalismo fuese homologado al comunismo y este con su versión más impresentable, el estalinismo que ya había causado estragos en el movimiento obrero internacional…
En otro artículo he tratado el caso de Edward G. Robinson, un actor que se mantuvo integro hasta que claudicó, lo que no le impidió seguir siendo tan buen actor como siempre.
Hoy quiero referirme a Elia Kazan quien más que un director de cine, es todo un caso. Turco hijo de griego que habla por igual la lengua de unos y otros (a los que se referirá como opresores y oprimidos), llega a Nueva York a los cuatro años, estudiante privilegiado que ingresa en el teatro donde será el discípulo predilecto de Lee Strasberg, enamorado de la revolución rusa y de la Rusia soviética a través de su cine (Einsentein, Pudovkin, Dovjenko), milita durante unos años en el USAPC, su indisciplina y su “liberalismo” le llevará a sufrir una suerte “proceso”, a una ruptura traumática que le servirá de justificación para, en plena “caza de brujas”, llegar al extremo de delatar nombres, traición por la que será estigmatizado por la izquierda hasta el punto que cuando recibió el Oscar honorífico por el conjunto de su carrera, hubo manifestaciones en la calle en las tomaron parte antiguos camaradas suyos que no claudicaron. Esta claudicación le hizo la trayectoria más fácil, pudo trabajar con continuidad…
En dicha trayectoria hay un punto de inflexión, es cuando, en pleno apogeo, justo después de realizar Un tranvía llamado deseo, una de las películas más audaces jamás estrenada y divulgada comercialmente (en España fue con numerosos cortes).Muy seguro de sí mismo, Kazan encarga al novelista John steinbeck, el autor de Las uvas de la ira (de 19040), para elaborar un guión basado en el personaje más emblemático y radical de la revolución mexicana, el más integro y coherente. Steinbeck describe a un revolucionario que no sabe ejercer el poder, y Kazan realizó una película hermosa, claramente deudora de los clásicos rusos, ofrece una apasionante reflexión sobre los peligros profesionales del poder, y una incitación a la revolución permanente. La lectura del guión hizo que el gobierno mexicano declinara cualquier tipo de colaboración, y que Kazan tuviera que garantizar a los estudios que no se trataba de un alegato “comunista”, lo que no impidió que buena parte del público y de la crítica lo entendiera en esta clave. Así, cuando Kazan se prestó a colaborar, ¡Viva Zapata¡ (USA, 1952), estaba a un mes de su estreno…
Este gesto, más las dos películas que realizaría a continuación (la titulada Fugitivos del terror rojo, y la controvertida La ley del silencio), interpretadas en la misma clave de la delación, afectó poderosamente la visión de la elegía zapatista a la que no es difícil atribuir un potente vena libertaria.