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RENACE EL FULGOR DE JOAQUIN MURIETA

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por Margarita Labarca

Unos dicen que Murieta era chileno, otros afirman que era mexicano. Eso no importa; lo que hay que entender es que era un latinoamericano del mundo, un héroe que se transformó en vengador por la discriminación, la persecución y el racismo que imperan en el país del norte.

Lo que sabemos es que Joaquín Murieta no ha muerto, y que antes de darlo por muerto, los rangers le cortaron la cabeza para exhibirla. Pero su hermana y sus hijos nunca reconocieron su muerte. Y ahora han aparecido muchos de sus descendientes. Él tuvo tres hijos con su querida compañera, Teresita, que fue asesinada por los mismos rangers. De cada uno de sus hijos nacieron otros, y luego otros y otros, de modo que los hombres y mujeres morenos que ahora
hay en Estados Unidos son miles, son millones, que hablan castellano, luchan por la dignidad, el honor y los derechos humanos de todas las personas y contra el racismo y la exclusión.

Joaquín Murieta ha vuelto: su fulgor ha revivido en ellos. Nunca han sido delincuentes, son obreros, campesinos, honestos trabajadores.

Pero el presidente de EE UU los llama asesinos y ladrones. Y tal vez eso los obligue a convertirse en bandidos, tal como lo hizo Joaquín Murieta que, según Pablo Neruda, era un hombre bueno que en mitad de su caminar por el tiempo, tuvo
que convertirse en bandido vengador. Tuvo que asumir el destino de tantos que llegaron a buscar oro y una mejor vida para enviar dinero a sus madres e hijos que se quedaban en sus patrias, en sus pueblos, y sólo encontraron desprecio o
muerte y también fusiles y cuchillos que les enseñaron a matar o morir.

Murieta se había ido a California por la fiebre del oro, pero no encontró oro sino tristeza y sombras.

Lo alcanzó la soledad que es propia de un país donde no existe la solidaridad humana, en que los hijos adultos nunca más ven a sus padres, donde las familias se alejan y se dispersan y las personas viven solas. Así fue cómo un actor muy conocido y su esposa murieron y sus cadáveres permanecieron muchos días abandonados, sin que nadie se enterara, sin que nadie los viera, sin que nadie llamara a sus teléfonos ni a su puerta.

Ellos son el símbolo de la soledad y del desamparo que prevalecen allí.

Pero a los descendientes de Joaquín Murieta, a quienes odian y desprecian algunos gringos de piel blanca y el Ku Klux Klan, ahora los quieren mandar a una cárcel en El Salvador donde los derechos humanos no se conocen. Pero no lo
lograrán, pues ellos se reúnen, se ayudan y luchan porque conocen la solidaridad y la generosidad de hombres y mujeres que pueden ser muy pobres, pero que siempre comparten con el otro lo poco que tienen.

Entonces diremos, emulando a Neruda, que de cada niño desterrado o muerto sale un fusil con ojos, que de cada crimen nacen balas.

Pero también hemos de saber que los muchachos de las universidades norteamericanas, esas chicas y chicos rubios y
de ojos azules, también se sienten inspirados por Joaquín Murieta, pues la batalla contra la injusticia se va volviendo universal y se convertirá en una ola incontenible que lo inundará todo.

Margarita Labarca Goddard

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