por Daniel Reventós y Julie Wark
El planeta se asfixia. Los niños salen del colegio para tomar las calles y decirnos a los adultos lo que tendría que haber resultado obvio décadas atrás, cuando los manantiales empezaban a enmudecer. Los océanos se ahogan con basura, toxinas, radioactividad y cadáveres de animales; los bosques languidecen o son talados; especies grandes y pequeñas se extinguen; la tierra fértil se convierte en desiertos o en lodazales; las toxinas presentes en el aire, en el plástico y en la comida invaden nuestros pulmones y nuestra sangre; las inundaciones y los incendios asolan vastas superficies, principalmente aquellas donde vive la gente pobre. Estos hechos se comentan una y otra vez, pero los ricos y poderosos, tan derrochadores, hacen oídos sordos ante las incuestionables palabras de la adolescente Greta Thunberg: «No podemos paliar una crisis sin tratarla como una crisis […] Si tan imposible es hallar soluciones dentro del sistema, entonces […] deberíamos cambiar el propio sistema».
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