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Recuerdos con Memoria. 1978, un incidente con Moren Brito

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Extracto de la novela autobiográfica “Con los ojos de mi padre” (ese Chile que transcurrió entre 1955 y 1990). La dictadura fue horripilante, asesina, cruel, clasista, corrupta, troglodita, ultraderechista 

Arturo Alejandro Muñoz

En 1978 una sombra tétrica pareció cernirse sobre un país ya suficientemente castigado por las acciones de la dictadura, aunque esta vez el terror provenía de situaciones diferentes y nos colocaba en estado de alerta máxima.

El gobierno militar argentino, tan tiránico como el nuestro, había declarado “insanablemente nulo” el laudo arbitral inglés que dejaba las islas Picton, Lennox y Nueva  -ubicadas en el Canal Beagle, extremo último de la geografía sudamericana y puerta de ingreso al continente antártico- bajo propiedad y jurisdicción chilenas.

De Buenos Aires llegaban noticias alarmantes que referíanse al movimiento de tropas transandinas hacia la zona austral, mientras en el norte, en mitad de la pampa árida e histórica, nuestras propias unidades militares tomaban posición de combate ante un posible ataque ordenado desde La Paz y Lima.

Chile, a causa de la desquiciada administración de Pinochet que permitió incluso el asesinato de un ex – embajador santiaguino frente a las construcciones republicanas más representativas para los norteamericanos, en el corazón de Washington D.C., carecía de posibilidades reales para adquirir armamentos debido a la “Enmienda Kennedy” que era la forma que los gringos consideraron válida para castigar al gobierno militar.

Una tarde de jueves, mientras me encontraba a cargo de las actividades educacionales del turno vespertino en la Sede Apoquindo, con las salas y talleres repletos de alumnos, se produjo un impresionante operativo militar que copó pasillos, jardines y oficinas.

Pensé que los uniformados venían –una vez más- a revisar prolijamente las dependencias en busca de armas (que nunca las hubo en ese lugar) o, simplemente, tras los pasos de alguna persona considerada «extremista y peligrosa» a juicio de la fatídica CNI.

El oficial a cargo era, ni más ni menos, Marcelo Moren Brito, exjefe operativo de la criminal DINA, coronel de ejército que sería involucrado muchos años más tarde por la justicia debido a su participación en horrendos actos de tortura –y asesinatos- llevados a cabo en sitios como Villa Grimaldi, Tres Álamos y en otros centros de espantos similares.

Se introdujo en mi oficina acompañado por tres soldados con armas en ristre y rostros pintarrajeados. Vestía uniforme militar y usaba un capote largo, de fina textura.

Me solicitó con voz autoritaria que le entregara mi identificación a objeto de comprobar que estaba conversando con la persona indicada. Los soldados me observaban con displicencia. Sentí que el húmedo y lúgubre hedor de la dictadura, ese mismo vaho de muerte que debía inundar las celdas de Villa Grimaldi, se había adueñado de mi lugar de trabajo.

Hechas las presentaciones y confirmada mi identidad, el general me exigió absoluta reserva respecto del tema que le había llevado a INACAP a esas horas de la tarde.

  • Como seguramente usted ya debe estar al tanto, pues supongo que es un hombre informado, tenemos una grave situación con Argentina que podría desembocar en un conflicto bélico de proporciones. No puedo adelantarle nada más, por razones obvias que estoy cierto usted comprende, pero necesito que sus jefaturas me hagan llegar a la brevedad posible un listado con todos –TODOS, ¿entendió?- los profesionales y técnicos que trabajan en este Instituto. Especialmente aquellos que laboran en mecánica general, mecánica automotriz, fundición, técnicas de frío, comunicaciones y similares. El listado lo necesito mañana antes de mediodía. ¿Comprendido?
  • Absolutamente, señor –respondí- ¿A qué unidad militar debemos enviar lo solicitado?
  • Yo no estoy solicitando nada –contestó, alzando la voz- Estoy ordenando, que es distinto.

Me entregó un trozo de papel con un número telefónico. Nada de protocolo, nada de buenas y civilizadas maneras. Sólo un pedazo de hoja con unos números garabateados en medio.

  • Su Director Ejecutivo debe llamar mañana, a las 09:00 en punto, a este número y recibirá instrucciones específicas. Eso es todo.

Se levantó de su asiento y caminó hacia la puerta. Volvió su cara y dejó en el aire una afirmación que quedó vibrando en el ambiente.

  • Señor Muñoz, a partir de este momento usted es el responsable único del éxito o fracaso de mi misión. De usted depende que yo no deba verme obligado a regresar para pedirle explicaciones.

Salió tal cual había entrado. Como una tromba que arremolina papeles y tuerce espíritus. Tres minutos después, la calma había regresado a la Sede Apoquindo y los uniformados desaparecieron con la velocidad de un pestañeo.

Esa misma noche, terminadas mis labores, me presenté en la casa del Subdirector Ejecutivo para relatarle lo sucedido. Al día siguiente solicité estar presente en la oficina del Director Ejecutivo al momento de la llamada telefónica al misterioso número entregado la noche anterior por  Moren Brito. Un oficial que dijo llamarse Cárdenas contestó el llamado de mi jefe superior, pero argumentó no tener idea de lo que se me había solicitado. “¿Puedo hablar con algún superior suyo?”, inquirió mi jefe. “Negativo señor”, fue la lacónica respuesta. “¿Pero trabaja allí el coronel Moren Brito?”, insistió el Director Ejecutivo. “Negativo señor”, y Cárdenas cortó la comunicación dejándonos a todos con un palmo de narices y muchas interrogantes.

Alarmados por lo sucedido, mis dos jefes se dirigieron  prestamente al Ministerio de Defensa para entrevistarse con el Subsecretario de esa cartera. Fueron recibidos con presta diligencia. Expusieron el asunto y dejaron en manos de los funcionarios de esa repartición la solicitud u orden emanada del coronel.  Nunca tuvieron respuesta oficial.

Sin embargo, el lunes siguiente, recibí un llamado telefónico y reconocí la ronca voz de Moren Brito.

  • Le llamo sólo para informarle que puede estar tranquilo y satisfecho. Actuó correcta y diligentemente. Le felicito.

A mediados del mes de diciembre de ese año 1978, los periódicos publicaban los movimiento de tropas que Argentina realizaba. Nada se decía de lo que nosotros hacíamos.  Puesto que había conocido directamente la forma de actuar de uno de los generales de nuestro ejército, estaba seguro que Pinochet, en su habitual comportamiento de reserva y desconfianza, tenía tomadas las providencias necesarias y nuestras tropas debían estar acuarteladas en sitios estratégicos para enfrentar lo peor.

Pensé que la guerra se nos venía encima inexorablemente.

Luego de apresuradas y nerviosas reuniones entre los cancilleres de ambos países, El Vaticano aceptó intervenir y nombró un mediador insigne, el Cardenal Samoré.

Los humos bélicos se disiparon gracias al soplo eclesiástico y la paz reinició su marcha de regreso a la zona en conflicto.

La noche de Año Nuevo abracé a mi esposa y a mis amigos con especial cariño.  Creyeron que mi emoción se desglosaba por el simple hecho de tenerlos cerca. Recuerdo que salí al patio del edificio para observar la Cruz del Sur que caminaba hacia el poniente. Fumé un cigarrillo y recé una oración de gratitud que dediqué al Papa Juan Pablo II.

Así llegó el año 1979.

En el mes de mayo nacieron los mellizos, Pablo y Rodrigo.

 

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