“…el socialismo es la ciencia de dirigir
con métodos correctos; el socialismo
es la ciencia del ejemplo”
Fidel Castro. 26.7.89
Por Rafael Hidalgo Fernández*
Para el poeta Cintio Vitier, “la utopía histórica necesita de rostros que la encarnen”. Aunque esta afirmación la hace para aludir al Che, por su abarcador contenido aplica también a otras figuras que demostraron consagración total, a partir del ejemplo cotidiano, al propósito de convertir a Cuba en un país mejor y más solidario en todos los órdenes, en lo interno y lo internacional.
Manuel Piñeiro Losada, el comandante Barbarroja, pertenece al segundo grupo. Es lo que se propone compartir este nuevo texto-homenaje por sus 27 años de fallecido, un 12 de marzo de 1998, y por su 92 cumpleaños, dos días después.
Dos referencias a él por parte de Fidel anticipan el talante audaz y creativo de su personalidad:
La primera, en el Capítulo VIII de su libro “La Paz en Colombia” (2008): “MANUEL Piñeiro, miembro activo del Movimiento 26 de Julio que prestó importantes servicios a la guerrilla en la Sierra Maestra, combatiente más tarde en el Segundo Frente Oriental, era responsable del Departamento América en el Comité Central del Partido. Consagró su vida a la solidaridad con los revolucionarios latinoamericanos”.
La segunda, cuatro años después, en la Reflexión del 1 de junio del 2012 dedicada a esclarecer hechos relacionados con la batalla del Uvero: “Por aquellas semanas Manuel Piñeiro, “Barbarroja”, genio y figura hasta la sepultura como dice la frase, hizo llegar a Santiago de Cuba un camión con armas asociadas al ataque a Palacio por el Directorio Revolucionario, que de alguna forma habían ido a parar a sus manos…” Como está documentado, esta operación fue una más entre las numerosas audacias suyas, que terminaron en mito en no pocas ocasiones.
Otro indicador que confirma el impacto de su proyección como figura que cumplió misiones sensibles de dirección sin perder calidez humana, lo aporta este dato: desde su fallecimiento, él ha sido honrado año tras año y de forma espontánea por los que en algún momento estuvimos bajo su particular magisterio, así como por muchos que le conocieron o luego llegaron a conocer detalles sobre las “cosas de Piñeiro”, expresión recurrente y portadora de admiración en unos y de cierta visión crítica en otros. Así suele suceder en la vida real.
Pero por encima de todo, como lo revelan los elementos históricos disponibles, su trayectoria político revolucionaria confirma que:
1/ nunca confundió dirigir con mandar; 2/ jamás empleó el poder para alcanzar prestaciones personales exclusivas, léase privilegios; 3/ comprendió bien que como jefe era un servidor sin derechos especiales; 4/ entendió cabalmente que la austeridad es base esencial de la imprescindible autoridad que deben tener los que poseen funciones de dirección; 5/ honró el papel de un dirigente revolucionario al educar e influir desde los valores, y al no permitirse reprimir ni coaccionar de modo autoritario a sus subordinados, a partir de las prerrogativas formales que poseía; y 6/ hizo de la lealtad a Fidel un principio ético y político que no admitía matices distorsionantes.
Estas y otras muchas virtudes suyas aparecen expuestas en los 92 testimonios contenidos en el libro (inédito) “Barbarroja: el arte de la Revolución y el Internacionalismo”. Estos testimonios tienen un valor sociológico particular. Fueron solicitados por los compiladores con esta sola petición a los que le trataron en algún momento, o fueron sus subordinados: subrayar los rasgos de éste que más le impactaron. Así, sin otras precisiones. Cada cual plasmó en breves párrafos, o en varias cuartillas, las impresiones y las valoraciones que consideraron más relevantes.
En la cultura política del pueblo cubano de los últimos 66 años, el término líder remite, casi de forma automática o espontánea, a Fidel. Tal fue el influjo de éste en la vida cotidiana del archipiélago rebelde que habitamos, y que, para más detalles, no acepta imposiciones de nadie.
Pero en rigor, líder y su expresión práctica, el liderazgo, aluden a aquél que, por habilidades innatas o cultivadas, posee la capacidad de influir sobre los demás a partir de la fuerza de su ejemplo, por la coherencia entre lo que piensa y dice en el grado debido, por la capacidad para hacer lo que proclama y afirma defender, por la facultad de comunicar bien sus ideas y, sobre todo, por poseer tal sensibilidad que es capaz de ponerse en el lugar de los demás para ayudarlos en todos los órdenes (empatía).
A estos rasgos generales se añadiría la capacidad de ver lejos y bien (pensamiento estratégico) y algo vital para tener autoridad y gozar de una auténtica legitimidad social: ser autocrítico y justo al practicar la crítica. Esto último sólo lo hacen los verdaderos revolucionarios, los que priorizan el proyecto de lucha sobre el plan personal de poder. Ahí están los ejemplos cimeros de estos tiempos: Fidel y el Che. Ellos siguen marcando la ruta y Piñeiro asimiló el legado ético y político de ambos: ¡fue líder en su complejo campo de actuación, y en qué grado!
¿Qué imagen de Piñeiro ofrecen los mencionados 92 testimonios espontáneos sobre él? ¿Qué calificativos y criterios se reiteran? ¿Cómo matizan y ponderan a la vez los puntos de encuentro entre el ser humano y el jefe-líder?
Basta una rápida lectura de ellos para ver cómo se repiten las valoraciones que unen a generales y periodistas, a analistas de larga experiencia con choferes y secretarias de aguda capacidad de observación, a funcionarios políticos que nacieron de las filas del MININT con los de menos trayectoria, a historiadores como Eusebio Leal con religiosos como Frei Betto.
Las valoraciones no reflejan unanimidad, pero sí rasgos de la personalidad que el tiempo desarrolló. Las opiniones recurrentes, se puede afirmar, retratan componentes esenciales de su noble humanidad, y ayudan a entender por qué derivó casi en un mito, por supuesto, polémico como suele suceder en estos casos.
La opinión que más se reitera es la que alude a la “lealtad de Piñeiro a Fidel”, acompañada de una observación históricamente correcta: esta lealtad le indujo a ser sumamente exigente con sus subordinados, pues al Líder Histórico de la Revolución había que informarle la verdad y sólo la verdad identificada, sin ajustes previos. Esta postura fue fuente de una mística que aún prevalece en quienes vivimos la experiencia.
Predominan los siguientes calificativos cuando se alude a él como persona: austero, preocupado por los demás, exigente y constructivo, dueño de un eterno optimismo, perseverante, afectuoso, sincero, humilde, respetuoso, sagaz y poseedor de un humor criollo muy propio y que facilitaba su objetivo político perenne: conocer para prever, prever para unir voluntades a favor de la Revolución.
El dirigente político revolucionario es caracterizado así: consagración total al trabajo y a la política internacionalista de la Revolución, alta capacidad de comunicación, estilo de trabajo no burocrático, muy exigente en asuntos que demandaban compartimentación, capacidad para captar rápido lo esencial de un asunto y poder orientar a sus subalternos, alta predisposición para la polémica sin quebrar las relaciones, intransigente frente a la corrupción y el uso displicente de los recursos del país, sentido de justicia, confianza en sus subalternos y defensor de estos en los límites de lo admisible.
Llama la atención que en ningún testimonio aparece una observación crítica, quizás esta sea la explicación: “Cuando sobre un contemporáneo escriben y hablan con espontaneidad, admiración y entusiasmo quienes le conocieron, búsquense en él más virtudes relevantes que defectos secundarios…” (Clave 1 del texto “Una leyenda: Barbarroja. Diez claves para entenderla”). Este es el personaje que hoy honramos. Otras historias suyas merecen ser contadas, pues él pertenece a la legión de combatientes de la Revolución que interpelan y motivan a no ceder ni un ápice, en el objetivo de preservarla y de tornarla mejor.
*Sociólogo
Lunes 10.3.25
Infosurglobal
13 de marzo de 2025.