Por Gustavo Espinoza M.
En dos momentos el país conoció recientemente la palabra de efectivos militares de alto rango, que expresaron ideas distintas, y aún contrarias, a lo que constituye hoy el “discurso oficial”
Por un lado, el Capitán Víctor Grados, en Ayacucho, tuvo el valor de declarar formalmente que en los sucesos ocurridos en esa ciudad en diciembre del 2022, efectivos militares recibieron órdenes de disparar contra la población, lo que ocasionó las muertes en las inmediaciones del aeropuerto local. Dicho oficial, ha sido sancionado por la superioridad.
En otra región del país, en el sur, otro uniformado, el general Víctor Canales, artillero de 50 años y de innegable ascendencia sobre su tropa, fue abruptamente pasado a retiro. En su mensaje final, exhortó a sus soldados de manera categórica y enérgica: “No manchen sus manos con la sangre de inocentes, y no las ensucien con dinero de la corrupción”.
De este modo, el joven militar puso el dedo en la llaga aludiendo a dos grandes temas que constituyen el lado más débil de la cúpula castrense en nuestro tiempo: la complicidad con la muerte de gente inocente, ocurrida en el país bajo la administración Boluarte, y los desaguisados comprobables, con recursos públicos, en los que se ha visto envuelta la alta jerarquía de la institución castrense.
Estos dos hechos, tienen historia. No hay que olvidar que, cuando en diciembre del 2022 el gobierno puesto en jaque por la protesta ciudadana decidió declarar en “emergencia” diversas zonas del país y colocarlas bajo tutela uniformada; los soldados, en lo fundamental, sólo salieron a mirar las cosas.
Salvo en Ayacucho, donde si se registró la participación del ejército en las tareas de fuerza, en el resto del país la presencia castrense tuvo otro signo. La represión corrió a cargo de la policía, y dejó muerte y destrucción.
En distintas localidades de Puno, por ejemplo, la población conminó a los soldados a retirarse, lo que ocurrió. También en Puno, en la zona de Ilave, los soldados se negaron a marchar contra el pueblo en el puente ocupado por los manifestantes, lo que indujo al mando operativo a disponer el desplazamiento de la tropa por el mismo río, lo que acabó con la vida de seis uniformados,
El signo, entonces, fue inequívoco; mientras la policía asumía su papel como instrumento represivo del Estado, el Ejército se mantenía en una actitud ambigua en procura de atenuar la confrontación sin “daños colaterales”. Y la excepción de Ayacucho se explica como el legado de una etapa macabra en la que la Fuerza Armada fue educada bajo la prédica sangrienta de la represión salvaje.
La voluntad de generar en el seno de la Fuerza Armada un rol punitivo es consustancial al fascismo,. Y en el Perú el fascismo, aunque estuvo varias veces, nunca llegó a configurar un modelo de dominación estable. Asomó por primera vez en 1931 tras el alzamiento de Sánchez Cerro, pero él mismo, no fue fascista. Lo fueron, quienes lo rodearon, la Unión Revolucionaria y las Camisas Negras de Luis A. Flores .
A la muerte del Caudillo, en 1932 hicieron un poco de las suyas, pero nunca pudieron estabilizarse. El 33 surgió Benavides, empeñado más bien en tranquilizar el escenario. Por eso denominó a su régimen “de Paz y Concordia”.
Ambas acabaron cuando el régimen Benavides no pudo imponer a Jorge Prado y el proceso electoral del 36 marcó la victoria de la oposición con José Antonio Eguiguren. Ella puso fin al slogan –“Paz y Concordia”- y estableció el primer régimen Neo Nazi que registró realmente nuestra historia. Duró poco, hasta el 39.
Odría lideró una dictadura curiosa. Masacró al pueblo de Arequipa en 1950, reprimió salvajemente a los trabajadores, encarceló y asesinó a José Herrera Farfán y a Manuel Apaza Mamani obreros de la Construcción; también mató a Luis Negreiros, Secretario General de la CTP; pero al mismo tiempo hizo obra de contenido social, como las Grandes Unidades Escolares, algunos Hospitales. Dependencias públicas y hasta locales sindicales, como el de la Federación de Construcción Civil, en 1949. Una mezcla de nacionalismo y populismo se esbozó en su gestión que fuera duramente resistida por los trabajadores.
La experiencia antípoda fue la gestión de Juan Velasco, a partir de octubre del 68. Ella aportó un nuevo elemento al escenario social. Trajo la idea de la Unidad del Pueblo y la Fuerza Armada, señalando que sería la piedra angular para cualquier trasformación patriótica, de corte Patriótico y contiendo antiimperialista.
El concepto, permitió avanzar por un camino rico en cambios sociales: la reforma agraria, la expropiación de la IPC, la nacionalización de la minería, la reforma de la empresa, la propiedad social, la participación del Estad en la economía, la intervención en los Medios de Comunicación y otras acciones que cambiaron el rostro del Perú.
Esa política, produjo un mensaje -el “Velasquismo”, le llaman- Y él vive aún en el corazón de nuestro pueblo y también en ciertos segmentos castrenses. No en vano las encuestas muestran a Velasco como el mejor presidente en la historia del Perú.
Objetivamente, las denuncias del Capitán Grados y las palabras del general Canales -incluso independientemente que ellos lo admitan o no- forman parte de ese torrente en el que la Fuerza Armada no puede ser verdugo de su pueblo ni enriquecerse con latrocinios mafiosos. Y eso lo sabe la clase dominante. Por eso su miedo. Y por eso las sanciones que aplica a los uniformados.
En el pasado la oligarquía uso al Mando Militar como perro guardián de sus intereses, Hoy, ese mando “ha despertado” y pide “la suya” para hacer lo mismo. Cuando el Velasquismo “tome carne” en la institución armada, otra melodía habrán de tocar sus instrumentos.
Si algo aterra a los opresores, es el sonido de la palabra armada