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Perú – Con licencia para matar 

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Por Gustavo Espinoza M.

www.nuestrabandera.pe / Domingo 25 de mayo 2025    

Primero fue un muchacho contra el que dispararon cuando pretendían capturar a unos sospechosos de la comisión de delitos.   Después a otro, un “barrista” deportivo al que enfrentaron porque creyeron que lanzaba piedras y bombadas. Fueron esos hechos, el símbolo de un nuevo periodo: el de la vigencia de una nueva disposición legal que faculta a la Policía Nacional a hacer uso de sus armas de fuego cuando piensa que enfrenta un peligro.

Dina Boluarte, sonriente y feliz, promulgó la disposición dictada en tal sentido por el Congreso de la República, y quedó muy satisfecha asegurando que, de ese modo, contribuiría decisivamente a la lucha contra el crimen organizado. Su precaria inteligencia le hizo suponer que cometiendo crímenes -es decir, matando- acabaría con el crimen.

En ambos casos la versión de los medios de comunicación fue curiosa. En uno, acusaron a los delincuentes por “provocar acciones” y en el otro a los entusiastas barristas, a los que señalaron como vándalos y violentos. En ninguno aludieron a la policía como el ente responsable. Y es que saben que ahora, los uniformados, gozan de una extraña Licencia para Matar. Pueden hacer uso de sus armas de fuego y no habrán de sufrir represalia alguna por ello.    

El argumento es simple: obran “en defensa propia” o cuando “ven su propia vida en peligro”, causales absolutamente subjetivas, por cierto, pero muy útiles: les permiten aceptar cualquier cosa

El telón de fondo para estas acciones es también simple: “estamos en guerra civil” dice alarmado el burgomaestre capitalino Rafael López Aliaga que además culpa a Pedro Castillo por la “ola delictiva”; mientras que Mávila Huerta, desde la pantalla chica clama contra “la creciente ola que hay que combatir”. Con esos discursos, justifican todo.  

Pareciera sin embargo que esta campaña está avalada por un criterio más bien comercial.  Se ha sabido que novedosos comerciantes de la guerra ofrecen hoy  por Internet armas como si fueran galletas; igual que en Estados Unidos de Norteamérica donde basta tener dinero suficiente para adquirir un fusil AKM en un Super Mercado cualquiera. Y la deducción es lógica: Si en un país que es “la cuna de la democracia” sucede eso, ¿por qué no habría de ocurrir algo similar aquí? Después de todo, nos encanta imitar a Yanquilandia.   

En Estados Unidos vivieron así hace algunos años -Tom Mix y Roy Rogers,  y Billy The Kid ¿los recuerdan? – y hoy son “el país de la libertad”. Fueron el país del oro de California y de Arizona. El de los desiertos claros   el de las montañas rumorosa. Y es que el sólo razonar de ese modo les obliga a olvidar que ahora tienen más de dos millones de presos por diversos delitos, y condenas que se acumulan y se elevan por encima de los 800 años de cárcel.

Ellos son también el país donde matan en las escuelas a los niños, como ocurre de manera casi cotidiana en Kansas, Baltimore, Chicago o Nueva Orleans, para citar sólo algunas localidades, donde el uso de armas de guerra está permitido en la vida civil sin restricción alguna. Por eso la violencia digita las acciones de quienes antes fueron los pistoleros del oeste, y hoy son los banqueros de Nueva York.

Hace algunos años, cuando Checoslovaquia era un país socialista, se produjo una sugerente película que causó furor en el mundo y que incluso se pudo ver en Lima. “Joe Cola Loca” se llamaba. Y era una suerte de jocosa parodia en la que se mezclaban las andanzas de un Cowboy y su infinita sed, que le exigía consumir Coca Cola a cada instante. Esa mezcla del gatillero y la gaseosa era, y sigue siendo en buena medida, el símbolo del país de las hamburguesas y la comida chatarra.

La clase dominante, en Estados Unidos y aquí, busca adocenar a la sociedad estableciendo para ella una suerte de nomenclatura que la estandarice. La idea no es nueva. En los años de la Alemania Hitleriana se manejó mucho una consigna que constituía una suerte de receta para las mujeres y madres:  “Kinder, Kinche  und Kuche” es decir “niños, iglesia y cocina”.  Encasillar la mente de las personas para que se atengan a ideas preestablecidas, es una suerte de “Legado Nazi”.

Port ahora, los peruanos podemos decir que tenemos parlamentarios, como el congresista Muñante, para los que “el conocimiento analítico puede perturbar las finas arterias de la feminidad ya que el talento creador ha sido reservado por Dios para las inteligencias varoniles” como lo registra Juan Gasparini en su mirada a la sociedad española del franquismo.

Aquí buscan clavarnos la idea de la “guerra” y de la “muerte” como un modo de adocenar el cerebro de los peruanos a fin de asegurar que piensen como ellos quieren, consuman los que ellos brindan y compren pistolas y balas para “derrotar” a quienes se les opongan.

Hay sin embargo una objeción de fondo: esa política sólo  lleva a elevar la naturaleza del conflicto planteado. Ya no se resuelve con leyes ni con detenciones, sino con balas. Los policías tienen derecho a matar, y los delincuentes lo saben. Entonces, salen a lo mismo. Disparan cuando les disparan, o aun antes.

 Eso lleva a enfrentamientos como los ocurridos recientemente en la avenida Arequipa o en la Vía Expresa. Para unos, se trata de imponer el orden a balazos. Para otros, de defender su vida también a balazos.   ¿Quién gana con eso?  Es la cultura de la muerte, la que se impone, pero lo que se requiere es más bien la de la vida. Y eso, es lo que hay que construir.

Para generar lo que hoy nos ofrece el régimen, extender en beneficio de policías y militares una licencia para matar, constituye un paso más que seguro; pero no conduce a la paz, sino a la guerra. Con seguridad, ese no es el camino del pueblo

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