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Bruno Sgarzini
«Uno pensaría que los mercados estarían impresionados con este esfuerzo cuidadosamente coreografiado para combinar más ajustes de política interna con más apoyo financiero externo. Pero en lugar de recuperarse de su brutal depreciación la semana pasada, el peso argentino se debilitó aún más después de que el paquete de política propuesto fue anunciado el lunes, amenazando con establecer un nuevo récord mínimo», escribió el 1 de septiembre el analista financiero de Bloomberg Marc Margolis.
Las razones del «mercado» según Margolis son, por un lado, la ejecución de un austericidio implacable que podría golpear al sector empresarial nacional argentino, además de limitar la capacidad del país para generar divisas que paguen su deuda externa, y, por el otro, la posible erosión de la popularidad de Macri que podría socavar sus perspectivas de reelección el próximo año, abriendo la posibilidad de que lo sustituya un gobierno de «un partido menos inclinado a respuestas convencionales para el FMI, los acreedores externos y los inversionistas privados».
Sin embargo, es «un rayo de luz o un consuelo que los populistas más ardientes de Argentina sigan en desorden, principalmente Cristina Fernández de Kirchner, quien enfrenta cargos por corrupción, ya que Macri tiene como opciones ofrecer más austeridad y arriesgarse a la reacción de los votantes».
En febrero, antes de que empezara la primera corrida del año, The Wall Street Journal temía, en esta línea, que «Macri no terminara su mandato».
Mientras que el ex vicejefe de gabinete de Argentina, Mario Quintana, tampoco pudo despejar a mediados de agosto las dudas sobre el riesgo de impago de la deuda argentina durante reuniones en Nueva York con fondos financieros e inversionistas, organizadas por el banco inglés HSCB. De público conocimiento fue que en esas reuniones, el representante de Macri fue tan maltratado que hasta el propio presidente anunció su intención de viajar a Wall Street a conseguir los diecisiete mil millones de dólares que le faltan para asegurar el pago de la deuda argentina de este año.
Todo eso fue mucho antes de que el 29 de agosto Macri diera el anuncio de un nuevo desembolso del FMI en Argentina, sin el conocimiento del organismo que hasta el día de hoy ha desautorizado al gobierno argentino en, al menos, dos oportunidades. Según el economista Alejandro Bercovich, los principales donantes del FMI todavía no están de acuerdo en los términos de un nuevo acuerdo Stand By con Argentina luego de que Macri no pudiese ni cumplir las metas de inflación.
De acuerdo al Centro de Investigación y Formación de la República Argentina, las cifras son demoledoras: Macri necesita 46 mil millones de dólares para pagar los vencimientos de deuda entre 2018 y 2019, mientras que, al menos, 22 mil millones se fugaron en lo que va de corrida bancaria de este año, totalizando un monto de 54 mil millones durante el gobierno del jefe de lo que él mismo denominó como «el mejor equipo de los últimos 50 años».
Estos números, además, conjugan con un ajuste en las finanzas de los argentinos que le han hecho perder, entre 2015 y 2018, un mes y medio de salarios en términos de poder adquisitivo, al mismo tiempo que los gobiernos municipales y regionales han perdido el Fondo Sojero, un dinero proveniente del impuesto a las exportaciones a las sojas, que iba dirigido hacia el pago de empleados públicos, la gestión diaria de estos territorios, construcción de caminos y escuelas, entre muchas otras cosas.
Pero lo peor aún no termina porque con el nuevo acuerdo del FMI, propuesto por el gobierno, lo que se avecina son recortes de 100 mil millones de pesos a los gobiernos regionales, la suba de la edad jubilatoria a 70 años, y mayores aumentos en las tarifas de luz y gas cobradas a los argentinos.
Este es el combo que preocupa a los acrededores externos, entre los que se encuentran los poderosos fondos financieros de BlackRock, JP Morgan, Deutsche Bank, entre otros, quienes en gran parte también hacen dinero con la compra y venta de dólares que vende el Banco Central antes de cada suba del peso. Esto se da en un contexto donde los peces gordos del mundo financiero están buscando sacar sus posiciones del mercado argentino por temor a ser afectados por un nuevo evento financiero, como un crash o una cesasión de pagos de Argentina.
Por su parte, Macri en cada alocución repite como un mantra que «no hay confianza en la Argentina», echándole la culpa al gobierno de Cristina, a Venezuela, la caída de la lira turca y un compendio de excusas finamente elaboradas para un núcleo duro que cada vez se achica más en el país. El panorama en sus filas es demoledor; durante el fin de semana pasado tres veces intentó renunciar su ministro de Economía, Nicolas Dujovne, y un potencial sustituto rechazó asumir el cargo aduciendo condiciones inamovibles (igual que varias figuras que negaron sumarse al elenco gobernante).
Nadie parece querer montarse en un avión en caída libre, donde el presidente del Banco Central, en plena corrida, toma sol en una playa de Brasil, y Mauricio Macri mira un partido de fútbol antes de estar en las reuniones cumbres que definen su futuro político. Ninguno de los decisores de su gobierno parece temer a esta declive, quizás porque ni siquiera les toca el bolsillo, si se entiende que ganaron 300 millones de pesos producto de la devaluación, gracias a tener importantes sumas de dinero declaradas en dólares.
En este contexto, una encuesta de la consultora Aragon ubica a Macri en un 21% de respaldo, muy por debajo de su figura de relevo, la gobernadora Maria Eugenia Vidal con 33,5%. Por su lado, el demonizado liderazgo de Cristina Fernández de Kirchner tiene un 26% de respaldo en medio de una persecución judicial en su contra que busca proscribirla y apresarla como hicieron con Lula Da Silva en Brasil. El tercero en disputa, Sergio Massa, de aceitados contactos con Estados Unidos, sencillamente se dedica a reunirse con empresarios, políticos y todo aquel que lo pretenda ver como una figura de relevo de Macri.
En ese clima, el temor del analista financiero Marc Margolis de que a Macri «lo sustituya un gobierno menos inclinado a respuestas convencionales» para el mercado demuestra que el planteamiento de fondo es si Argentina puede continuar con un gobierno afín como el del actual presidente.
Esto revela la preocupación de que el kirchnerismo, o una alianza peronista que lo integre, pueda volver al poder, por lo que es de esperarse la conjunción de la aceleración de la crisis con una cada vez más abierta persecución judicial a través del Lava Jato argentino, popularmente conocido como la Causa de los Cuadernos.
Entre líneas, el líquido mercado critica a un Macri que concedió ajuste y desregulación financiera, por hacer inviable políticamente un país donde todo el combo neoliberal sea institucionalizado, sin la posibilidad de que surja un gobierno populista como el de Cristina Fernández de Kichner.
Varias preguntas surgen de esta realidad. ¿Qué sería suficiente para que no le suelten la mano? ¿Qué es lo que no hizo y necesitan imperiosamente? En cierto punto, las respuestas, quizás, señalen con el dedo a lo que hoy en Brasil sucede con una descafeinada dictadura que avanza a su manera hacia unas elecciones amañadas sin el principal candidato de oposición.
En Argentina, aún hoy, la tierra arrasada que necesita el mercado no congenia con la administración política de una sociedad que, en momentos de turbulencia, al primero que mira es al presidente.
Sin embargo, hay que decirlo: Argentina se enfrenta a una crisis de deuda que puede derivar en una transformación radical de la composición de su Estado. La política de Macri armó una bomba de tiempo que hace un tic-tac cada vez más fuerte.
Sobre todo en las espaldas de la clase política, incluida la opositora, que en ningún momento pudo legislar constitucionalmente un acuerdo para discutir el endeudamiento pasado en determinado punto del PIB, luego de haber sufrido esta misma crisis incontables veces.
El laboratorio neoliberal deja un saldo en el que los fundamentos económicos del Estado argentino se ven cada vez más reducidos a la nada, mientras que la situación social y económica deja un piso de precariedad y desempleo que construye una condición objetiva a futuro, donde las necesidades del mercado no estén tan disociados de la capacidad real de la administración política de la sociedad. Esa precolombianización de Argentina es real y verídica, pero cierra, como pide el mercado, sin populismo.
En ese sentido, en clave catastrófica, el editorial del Financial Times del 8 de septiembre afirma que: «Argentina representa para muchos la última línea de defensa en la escasa credibilidad que todavía le queda al modelo económico occidental contra un sistema más populista y autoritario. Con los líderes del G20 por reunirse en Buenos Aires en noviembre, no queda mucho tiempo». Una definición de uno de los diarios más conectados con el mundo de las finanzas que clarifica en gran medida el momento actual donde los clivajes tradicionales, como izquierda y derecha, son reemplazados por Estado y Globalización como los principales puntos de división reales.
Por otro lado, la tradición argentina de trabajo en caliente, en cada crisis, hace que todo pronóstico sobre este devenir sea de carácter reservado, aunque algunos paralelismos puedan hacerse acerca de la salida de otras crisis económicas similares, como la de El Rodrigazo que en los 70 derivó en una dictadura militar, la hiperinflacionaria que en 1989 terminó por alumbrar el gobierno neoliberal de Carlos Menem, y la del corralito bancario de 2001 que tuvo como salida la emergencia del liderazgo de Néstor Carlos Kirchner.