Paul Walder
EL CLARÍN DE CHILE
Cuando hace cuatro años Mauricio Macri ganó las elecciones presidenciales argentinas no hubo pocos que celebraron el inicio, o la restauración, de los procesos liberales en América Latina. Estimulados por la retórica de Vargas Llosa, habían analistas que levantaron al entonces electo presidente como un líder de talla regional que reemplazaría al chavismo y los progresistas y llevaría a su país al crecimiento y desarrollo. Un encendido y pasional discurso apoyado desde Miami a la Patagonia, todo registrado en miles de artículos, posts, entrevistas y columnas que acertaba en parte. Solo en parte.
Hubo sin duda una restauración liberal a partir de entonces. Recordemos que en Chile todavía estaba la Nueva Mayoría con Michelle Bachelet, en Brasil Dilma, en Ecuador aún Rafael Correa y Evo en Bolivia, que todavía sigue. Maduro mantenía la batalla en Venezuela aun cuando sin los niveles de asedio de hoy en día.
Los cambios desde entonces son todos atropellados y por encima de las instituciones. O tal vez América Latina volvía a sortear por otras vías las débiles normativas democráticas como lo ha hecho tantas veces. Golpes institucionales esta vez preparados desde el poder judicial, de los parlamentos, de los medios de comunicación, hoy órganos de difusión del poder financiero para la cristalización de normas favorables a las elites. Un reforzamiento del statu quo para el beneficio del poder de siempre, representado por las diferentes oligarquías, agrícolas, industriales, bancarias y los poderes corporativos.
Había sido más un proceso de desinstalación de los progresismos que una propuesta. Hasta la llegada de Donald Trump, que termina por derribar lo poco que quedaba de multilateralismo y derechos. Por lo menos en las palabras. Trump arremete con todo. Patea el andamiaje con sus consensos de la globalización, se retira de la Convención sobre Cambio Climático, porque no cree en el fenómeno y punto, descarga su furia racista y xenófoba y en la tembladera deja la vía libre para cualquier cosa, delirio y demencia. Como Bolsonaro y su política del odio, desprecio que se extiende desde los progresistas, las mujeres y, lo que es más grave, a la naturaleza.
La derecha asume sin proyecto. Es creencia simple en una forma de vida, de mundo, conforme a sus intereses. Creencia irracional. Pero no consigue dar continuidad al mito neoliberal del fin de la historia de las postrimerías del siglo XX. Los nuevos derechistas, desde los neoliberales a fascistas, empujan la máquina desreguladora cuando los mercados ya tienen poco o nada que entregar y menos que decir. Salvo mentiras.
Macri termina su mandato con una crisis sistémica con pinta de terminal. Con el dólar desatado desde ayer y el riesgo país en escalada. Un derrumbe que trae el recuerdo de la explosión económica del 2001, que detonó todas las más infames políticas neoliberales. Argentina no ha aprendido nada y en menos de 20 años parece volver a lo mismo.
El desastre de Macri, en plena expansión, es la expresión acotada de otro aún mayor: el descalabro que sufre hoy en día todo el sistema capitalista neoliberal. No solo como orden económico sino como sistema global. Para cualquier observador más o menos informado hay una recesión mundial a la vuelta de la esquina y la debacle argentina es tal vez el anuncio más claro.
A Macri y la última camada neoliberal le sucedió algo parecido a los progresistas. Ambos se confiaron de forma excesiva en el devenir de los mercados internacionales y en los altos precios de las materias primas. A los progresistas les pilló desprevenidos el fin del ciclo de los altos precios a mitad de la década y hoy, hacia el final, a todos los demás. Pero hay una diferencia enorme: los últimos neoliberales intentaron reparar un modelo excluyente, concentrador de la riqueza y lleno de contradicciones, desde las económicas, sociales a las humanas, que está haciendo agua por todas partes. Los gritos y agresiones de Bolsonaro a Alberto Fernández ayer es una clara expresión del miedo que siente tras el fracaso de su admirado Macri y sus políticas de mercado.
Hay economistas que ya hablan del efecto contagio de esta nueva crisis argentina. Otros estiman que es un poco prematuro. Pero sin duda el efecto está presente en economías absolutamente interconectadas y también debilitadas. En el caso chileno, con una de las economías más abiertas y también vulnerables en toda la región, cada crisis global ha tenido sus consecuencias, en mayor o menor grado. Esta vez aquel trance iniciado con la guerra comercial, con presiones sobre el peso y en la caída del precio del cobre, con frenos en la producción, exportación y el empleo, tiene todas las probabilidades de continuar hacia nuevas etapas y profundidades.
Sebastián Piñera, que asumió el año pasado con un programa propio de las políticas neoliberales de finales del siglo XX apoyado en la desregulación y el crecimiento económico mundial, hoy tiene poco y nada que ofrecer. La economía chilena pierde fuerza y su programa se diluye en un neoliberalismo de salvataje, como lo es su propuesta de flexibilización laboral para apuntalar a las empresas. No hay ruta ni tampoco movimiento. A ninguna parte.
PAUL WALDER
Publicado en POLITIKA