Pepe Gutiérrez Álvarez
Cuando se dice que el estalinismo surgió del bolchevismo y de la revolución rusa, no se dice ningún disparate. Básicamente, el estalinismo representó la cara oscura de la revolución. Al personal de formación religiosa (sus artículos estaban repletos de referencias en este sentido), de natural vocación burocrática (se opuso a las “Tesis de abril”, temió la “aventura de la revolución”), y fue una personalidad oscura públicamente pero con una capacidad innata de moverse e intrigar entre bastidores.
Durante la “gran prueba” de la guerra, el partido bolchevique tuvo que enfrentarse no solamente el de la contrarrevolución, sino también el apoyo de 21 naciones que querían aplastar la revolución, en ese tiempo emergió un bolchevismo militarizado cuya máxima expresión fue la Cheka de la que Stalin se erigió en líder natural. Entre 1922 y 1924, Lenin estuvo muy enfermo (a consecuencia de las heridas de un atentado terrorista de los populistas), lo que le impidió de culminar su “último combate” contra lo que definió como un “Estado obrero burocráticamente deformado”, un Estado que estaba ocupando el lugar de los soviets.
Fue en el marco de esta guerra de defensa frente a la “contra” que, por otro lado, dejó al país al borde del abismo y a las clases sociales populares desestructuradas. Será sobre este vacío que crecen los «Gulags»
Sobre el carácter que irá cobrando la represión Getty&Naumov (La lógica del terror, Ed. Crítica), lo dejan en su investigación: las víctimas son ante todo y sobre todo los miembros del partido (y de la Internacional sobre todo en los casos polacos y alemán), los que van cayendo hasta prácticamente desaparecer. En cuanto a este se muestran conforme con el propuesto por Stephen Cohen su célebre biografía de Bujarin, en el que repetía un aserto de Victor Serge: de acuerdo, el estalinismo fue también una opción pero pudieron haber muchas otras.
Por otro lado, es importante reconocer los límites de 1917 que, como diría Rosa Luxemburgo, tuvo el extraordinario valor de «plantear» la cuestión del socialismo, y desde luego, no contribuyó a resolverla, se puede aceptar lo que escribió Karl Kraus: «El comunismo no es, en realidad, sino la antítesis de una ideología particular que es completamente dañina y corrosiva. Gracias a Dios por el hecho de que el comunismo nace de un ideal limpio y claro que preserva su propósito idealista aun cuando, como antídoto, se incline a ser algo severo. Al demonio con su importancia práctica, pero presérvelo Dios cuando menos para nosotros como una amenaza sin fin para aquellos que poseen grandes propiedades y que, con tal de aferrarse a ellas, están dispuestos a lanzar a la humanidad a la guerra, a abandonarla al hambre en nombre del honor patriótico. Guarde Dios al comunismo para que el perverso linaje de sus enemigos no pueda descararse más aún, para que la pandilla de explotadores… vea su sueño perturbado cuando menos por unas cuantas punzadas de desasosiego. Si han de predicar moralidad a sus víctimas y divertirse con el sufrimiento de éstas, que se les amargue cuando menos una parte de su placer» (en Die Fackel, noviembre de 1920; reproducido por Peter Nettl, en Rosa Luxemburgo (ERA, México, 1969).