Cuando en la existencia personal de un ser humano el cementerio está más cerca que la playa y la salsoteca, indefectiblemente se tiende a llorar nostalgias y sorber recuerdos. Es exactamente lo que ocurre conmigo en este momento. Vea usted lo siguiente.
Año 1969… venía de regreso de Brasil (huyendo de la dictadura de Costa e Silva realmente), dispuesto a retomar las actividades que realizaba antes de irme a estudiar y vivir en ese país continente, entre ellas, la de locutor. En los años 1967-68, siendo estudiante universitario en el Pedagógico de la Universidad de Chile, había trabajado en tal bello oficio en la “Radio del Portal” (Radioemisoras Del Pacífico, ubicada en el segundo piso del Portal Fernández Concha, en Santiago).
Pero, esta vez el asunto tenía exigencias distintas. Se requería contar con un carnet de ‘Locutor Profesional” que extendía el Sindicato Profesional de Locutores de Chile, cuyo presidente era Guillermo Parada. Para obtenerlo era necesario rendir un examen (y aprobarlo, por cierto), cuyas posibilidades se reducían sólo a tres, a saber: Aprobado con honores / Aprobado con reservas y llamado a realizar un curso (pagado por el interesado) que dictaba el mismo Sindicato / Rechazado de plano.
Me inscribí para tal examen que se realizaría en el desaparecido Cine Bandera, en la calle del mimo nombre. Ese día me topé con un conglomerado de sesenta o más aspirantes –mujeres y varones- a la locución profesional. “Usted es el número 23 –me informó Guillermo Parada-. Cuando ingrese camine hasta el escenario, suba y ante el micrófono que encontrará allí diga que ese es su número; por ningún motivo mencione su nombre”.
Recuerdo que la comisión examinadora estaba conformada por Sergio Silva, Jimmy Brown, Guillermo Parada y Javier Miranda. Puros ‘filetes’ de la locución nacional. Resumiendo este cuento, salí indemne de ese entrevero. ¿Cómo fue aquello?
Me ubiqué en el escenario débilmente alumbrado por una luz directa a mi cuerpo, ante una pequeña mesa con papeles diversos, frente a una platea oscura y vacía. La ‘comisión’ se encontraba -eso me pareció- en la sala de proyección, oculta allá arriba. Mencioné mi número, “Soy el 23”. <Lea el primer papel que está en el atril y detenga su lectura cuando se encienda la luz roja frente a usted>, dijo alguien a través del micrófono interno (me pareció reconocer la voz de Javier Miranda). Lo hice, y después tuve que leer noticias internacionales con nombres de dignatarios alemanes y soviéticos, notas deportivas, un trozo de un texto de Sartre, avisos comerciales…y finalmente, improvisar utilizando el tema que yo quisiera, pero sin referirme a ese examen.
Al día siguiente, en la sede del Sindicato de Locutores Profesionales ubicada en pleno centro de Santiago, cercana al cerro Santa Lucía (¿Agustinas o Moneda?, no recuerdo), estaban las listas con los resultados. Mi enorme y feliz sorpresa fue ver mi nombre en la lista más corta de todas; la de los Aprobados con Honores. Éramos solamente cuatro…sí, cuatro nada más. Una mujer y tres varones…yo entre ellos.
Guillermo Parada me felicitó efusivamente dándome la bienvenida oficial al selecto grupo de “locutores profesionales”, pero me recomendó sumarme al curso especial que el sindicato daría a partir de la semana siguiente a quienes fueron aprobados con ‘reservas’, los que no bien terminaran ese curso de dos meses de duración deberían rendir un nuevo examen (“es gratis para ti, y no deberás pasar por tal examen, pues ya tienes tu carnet profesional”, me dijo Parada). Acepté participar en el curso…un muy buen curso, a no dudar.
Allí estuvimos, como colegas y condiscípulos, Antonio Vodanovic, Sergio Campos, Gloria Jiménez… y yo, entre varios más. A ellos les llevaré siempre en mi corazón. Lamentablemente Gloria Jiménez, que además era mi compañera en el Pedagógico, en el departamento de Historia, y que trabajó largos años en el noticiero central de TVN, falleció pocos años después del golpe militar de 1973.
Terminado ese curso, fui contratado nuevamente por Radioemisoras del Pacífico…y trabajé un tiempo corto (solamente años 1970-71) haciendo voz en off en el desaparecido Canal 9 de TV Universidad de Chile, y en Radio Agricultura bajo las órdenes de Hermógenes Pérez de Arce, un insoportable fascista en política, pero excelente jefe, ello no puedo negarlo. En esa emisora “hice” fútbol, radioteatros (“La Tercera Oreja”), noticiero, farándula, cultura, etc.
Al finalizar el año 1971 decidí renunciar a la locución profesional para dedicarme de lleno a mi profesión de docente en el Instituto ‘Luis Campino’ y en el Liceo Comunal de Ñuñoa, así como también a mis estudios en la carrera de Servicio Social en la Universidad de Chile.
En el verano de 1972, por propia decisión (quizás equivocada y apresurada) di término voluntariamente a mi historia como locutor profesional. La vorágine política ya me había atrapado, yo era un socialista a concho, un allendista de esos de verdad. Y moriré siéndolo.
Los afanes escriturales llegaron después.