Inicio Cultura y Arte Leonard Cohen: Un hombre que prefería ir a paso lento

Leonard Cohen: Un hombre que prefería ir a paso lento

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Cohen por Cohen es un libro editado por el periodista Jeff Burger, que recopila entrevistas ofrecidas por el músico y escritor canadiense durante más de cuatro décadas. En más de 50 artículos, habla de temas diversos, desde sus intereses religiosos hasta su permanente movimiento entre las canciones y la poesía.

Rodrigo Alarcón L.

DIARIO UNIVERSIDAD DE CHILE Domingo 9 de junio 2019

En el año 2019 es curioso pensar que un personaje como Leonard Cohen (1934 – 2016) no solo fue discutido, sino también objeto de ataques particularmente agresivos. “Acabo de leer la nueva novela de Leonard Cohen y tuve que lavarme la cabeza”, se escribió alguna vez sobre Beautiful losers (1966), un libro que también provocó comentarios menos sutiles. “Este es, entre otras cosas, el libro más repugnante escrito alguna vez en Canadá”, dijo un crítico.

Encontrar ese tipo de frases quizás sea uno de los atractivos de Cohen por Cohen. Entrevistas y encuentros con Leonard Cohen, un libro publicado hace cinco años por la editorial estadounidense Chicago Press Review, cuya traducción ahora está disponible en Chile, por medio de Planeta. El volumen, de casi 700 páginas, fue editado por el experimentado escritor Jeff Burger y es parte de una serie que aspira a retratar músicos “en sus propias palabras”, orientada hacia figuras que concitan respeto unánime: John Lennon, Tom Waits, Miles Davis, Judy Garland, Joni Mitchell, Jimi Hendrix, Bruce Springsteen, David Bowie y John Coltrane son algunos.

Es una virtud, porque las 54 entrevistas -realizadas en prensa, radio y televisión, entre 1966 y 2012- no actúan como una compilación de alabanzas unánimes, sino que recogen sus altibajos y lo retratan como un hombre más complejo y ambiguo que la caricatura del “poeta mujeriego que canta canciones de ‘desesperación y melancolía’ para deleite de quienes también desean ser (o estar con) poetas mujeriegos”, como describe el británico Dorian Lynskey en el último perfil.

Cohen, se sabe, fue conocido como escritor antes que como cantautor lúgubre, quizás la imagen más perdurable de su trayectoria (“¿De veras eres tan triste como tus canciones?”, lo interrogaban). Sus primeras palabras aparecen en esa condición, más de un año antes de su debut con Songs of Leonard Cohen (1967), y luego tuvo que pasar años explicando cómo atravesaba la frontera entre música y literatura. En 1971, por ejemplo, recordaba que sus libros obtenían alabanzas, pero con eso no podía pagar en la panadería: “Se me consideraba muy bien en los pequeños círculos donde era conocido, pero bueno… estoy muriéndome de hambre. Así fue que empecé a reunir unas cuantas canciones. Y la verdad es que eso cambió el panorama por completo”.

Es un relato que Leonard Cohen tuvo que repetir en múltiples ocasiones. Aunque quizás apto solo para aficionados a su obra, otro atractivo del libro es notar cómo algunos de sus argumentos, recuerdos y hasta anécdotas se repiten -o cambian levemente- a lo largo del tiempo, a veces con décadas de distancia. Es incluso divertido constatar cuántas veces debió explicar quién era “Suzanne” y de dónde sacó eso del té y las naranjas que provenían de China. Y eso que era un entrevistado ejemplar, según escriben la mayoría de sus interlocutores: particularmente amable y educado, siempre elegante y de traje, algo anticuado, permanentemente dispuesto para escuchar y explayarse con cuidado sobre temas diversos. En varias ocasiones, además, con un filoso sentido del humor y la ironía, una cualidad que habitualmente palideció ante su costado más melancólico.

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Obviamente, Cohen por Cohen funciona también como un relato pormenorizado sobre su trayectoria. Desde sus extensos párrafos acerca de su infancia y los orígenes judíos de su familia, hasta detalles específicos sobre giras y grabaciones. Particularmente insólitos son algunos de los relatos sobre Death of a ladies man (1977), el disco fallido que grabó junto a un enloquecido Phil Spector, pero el autor de “Hallelujah” es en realidad un interlocutor siempre cautivador. Da igual si habla de la profundidad religiosa de ciertas composiciones, de sus años en la isla griega de Hidra, de drogas y pastillas, de la novedad que supuso la aparición de un sintetizador sobre su escritorio, de los dibujos obscenos que le gustaba hacer, de sus hijos, de su fama de mujeriego o de su adoración por Roshi, el maestro zen que tuvo durante su reclusión en el Monte Baldy (¡y que murió a los 107 años!).

Sin embargo, quizás el tema que realmente atraviesa Cohen por Cohen es su aproximación al oficio de componer canciones. Es el autor de “Tower of song”, no hay que olvidarlo. Es conocido que se tomaba cuanto tiempo fuera necesario para esa tarea -grabó 14 discos en casi medio siglo- y en sus entrevistas es un tema recurrente. Casi a modo de excusa, repite en varias conversaciones que no tiene el talento para terminar una composición en 15 minutos, en el asiento trasero de un taxi, a lo Bob Dylan. En otras profundiza acerca de sus métodos, del intrincado camino que puede sortear antes de llegar a una frase, del arduo trabajo de edición en el que puede embarcarse. Es la lentitud como un leit motiv y en ese sentido, quizás, Leonard Cohen es un ejemplar ya extinto en una era de urgencias, streaming y stories.

Leonard Cohen publicó su penúltimo disco, Popular problems (2014), dos años antes de morir. Incluso en esa etapa final de su biografía, el asunto aparece en una canción de título elocuente como “Slow”: “Estoy bajando el ritmo de la canción/nunca me ha gustado rápido/quieres llegar pronto/yo quiero llegar último./No es porque sea viejo/no es la vida que he llevado/siempre me gustó lento/eso es lo que decía mi madre”.

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