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La revolución argelina cambió el mundo para mejor

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Jacobin

Traducción: Natalia López

La lucha argelina por la libertad frente al imperialismo francés fue absolutamente fundamental en el panorama político del siglo XX. Debemos recordar su heroica historia y honrar su legado hoy en día.

Imagen: Celebración para conmemorar la independencia de Argelia en el verano de 1962. (Centro de Estudios de Historia Moderna y Contemporánea)

Hoy, Argelia se presenta ante el mundo con un rostro cerrado y desconfiado. Aunque su Estado revolucionario sobrevivió a las tumultuosas rupturas de finales del siglo XX, se ha visto plagado de conflictos fronterizos, insurgencias islamistas y, más recientemente, protestas juveniles generalizadas. Sin embargo, el legado del pueblo argelino y su Estado que se liberó es tan dinámico, internacionalista y valiente como cualquier otro en el mundo, y se enorgullece de estar a la altura de Cuba o Vietnam en cuanto a heroísmo revolucionario.

Hace un siglo, Argelia se encontraba en el corazón del imperio francés, tan fundamental para el proyecto imperial francés como la India lo era para el británico. Argelia fue colonizada en parte por colonos blancos, que la consideraban su patria y no se veían a sí mismos como una casta de administradores imperiales. Francia mantuvo la ficción jurídica de que Argelia era parte integrante de la nación, como cualquier otra provincia nacional, separada del continente por el Mediterráneo, al igual que París lo estaba por el Sena.

La gran mayoría de la población árabe tenía un estatus de segunda clase como súbditos, no como ciudadanos. Aunque a una pequeña minoría se le permitió «evolucionar» hacia la ciudadanía francesa plena renunciando a la cultura árabe, en particular a su fe musulmana, la mayoría no interesaba a los colonos franceses. Como tales, se les mantenía lo más segregados posible y no se les veía ni se les escuchaba más allá de su utilidad como sirvientes domésticos, jornaleros agrícolas o carne de cañón en tiempos de guerra. Incluso la clase obrera industrial de la Argelia francesa estaba compuesta en su gran mayoría por colonos blancos, lo que permitía al vigoroso movimiento obrero francés mantenerse alejado de la indigencia económica que asolaba a la población mayoritariamente musulmana.

El nacionalismo temprano

Los argelinos habían librado una larga y encarnizada lucha contra la colonización desde sus inicios en la década de 1830, pero a finales del siglo XIX todos los vestigios de esta resistencia habían sido aplastados. Sin embargo, al igual que en otras partes de los antiguos imperios, la experiencia de servir en los ejércitos imperiales durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial, así como la migración hacia y desde los centros industrializados, expuso a los argelinos a nuevas perspectivas ideológicas. El liberalismo wilsoniano, el socialismo soviético y las corrientes reformistas dentro del islam se combinaron para dar lugar a una nueva conciencia nacional argelina.

En la década de 1920, las corrientes liberales de la política argelina respondieron a las declaraciones anticolonialistas de Woodrow Wilson y comenzaron a abogar por la igualdad de ciudadanía y una autonomía limitada. Sin embargo, pronto se vieron frustrados y perseguidos, al no encontrar en Estados Unidos al aliado que esperaban. La autodeterminación «wilsoniana» estaba destinada solo a los pueblos blancos de Europa. La resistencia a la participación musulmana en la vida democrática era particularmente fuerte entre los colons, que no tenían intención de permitir que los nativos conquistados coexistieran en igualdad de condiciones.

El 8 de mayo de 1945, día de la victoria en Europa, estalló una manifestación masiva en la ciudad de Sétif. Con Francia ya liberada, se esperaba que se produjera una reforma colonial. Los colons, que durante la guerra se habían alineado decididamente con los fascistas de Vichy, aumentaron su resistencia a cualquier tipo de reforma, y la manifestación fue recibida con una recriminación inmediata y brutal. Los soldados dispararon indiscriminadamente contra la multitud, lo que desencadenó disturbios y dio lugar a cinco días de intensa represión, que incluyeron el bombardeo aéreo de pueblos cercanos y la organización de pogromos ratonnade (caza de ratas) contra los asentamientos musulmanes locales, que dejaron hasta treinta mil muertos.

La masacre de Sétif conmocionó a todo el país y radicalizó el movimiento independentista liberal. Pronto surgió una nueva generación de líderes independentistas de entre las filas de los soldados musulmanes desmovilizados del Ejército Francés Libre, muchos de los cuales habían servido a Francia con distinción y no tenían intención de volver a una vida de brutal subyugación en su propia tierra.

Una guerra en dos frentes

El Frente de Liberación Nacional (FLN) argelino que surgió entonces era una organización que valoraba la acción por encima de los matices teóricos y la unidad por encima de las diferencias. El 1 de noviembre de 1954, el FLN declaró unilateralmente la guerra a Francia. La guerra comenzó antes incluso de que el FLN hubiera adquirido una forma política concreta, y los principales líderes apostaron por atraer el apoyo popular inmediato a la lucha. Era una apuesta basada en el deseo de los líderes del FLN, en su mayoría soldados más que intelectuales, de convertir una retórica ineficaz en una acción decisiva, y funcionó.

Los franceses reaccionaron al desafío como siempre lo habían hecho en el pasado: con una represión rápida y brutal. Sin embargo, en el nuevo contexto internacional, los viejos métodos produjeron resultados diametralmente opuestos. Sintiendo los vientos de cambio que soplaban en todo el mundo colonizado, los argelinos se unieron a la bandera del FLN, primero por miles y luego por millones. Los franceses respondieron con una intensificación de la campaña contra la insurgencia, en la que el uso de la tortura, los campos de concentración y el asesinato de civiles se convirtieron en una política oficial.

El FLN reconoció rápidamente la importancia de la nueva dinámica internacional y abrió una guerra en dos frentes. Sobre el terreno, adoptó una organización política leninista-maoísta propicia para librar una guerra de guerrillas prolongada. Recurrió al asesinato y al terror, seleccionando especialmente a los administradores franceses y a los colaboradores musulmanes, lo que profundizó deliberadamente la polaridad del conflicto y obligó a la población a elegir entre dos bandos.

También hicieron un uso intenso de la agitación política, especialmente entre las poblaciones rurales de las que dependían para su refugio y apoyo. Los comisarios políticos del FLN enfatizaron el aspecto social revolucionario de la guerra y establecieron el movimiento como un Estado en la sombra bajo las narices de los franceses. Al igual que el Viet Cong, en quien se inspiraron, el FLN se dedicó a proporcionar servicios de salud, bienestar y educación a una población rural de campesinos que vivían de la agricultura de subsistencia.El segundo frente era internacional, con un grupo diplomático encabezado por revolucionarios carismáticos como Ahmed Ben Bella. La lucha se trasladó del campo abierto al bled a las salas de debate de las Naciones Unidas.

A pesar de no representar aún un Estado propio, el FLN había enviado delegaciones a reuniones de importancia internacional, incluida la conferencia de Bandung en Indonesia. En las Naciones Unidas, en Bandung y en otros lugares, presionaron a las superpotencias, así como ante las principales figuras del emergente Tercer Mundo, entre ellos Jawaharlal Nehru de la India, Zhou Enlai de China y Gamal Abdel Nasser de Egipto.

En el centro del mundo

Nasser, un panarabista que se autoproclamó líder político de todo el mundo árabe, estaba especialmente interesado en mostrar su apoyo al FLN. A su vez, era muy respetado por los argelinos, que lo veían como la prueba viviente de que la autoliberación revolucionaria era posible en el mundo árabe. La emisora de radio con sede en El Cairo Voz de los Árabes amplificó la propaganda del FLN en todo Oriente Medio y el norte de África, lo que le dio una presencia mundial desmesurada y reforzó la legitimidad de su revolución a los ojos de los árabes y africanos de todo el mundo.

Los egipcios también actuaron como intermediarios en la venta de armas al FLN, canalizando armamento checo, yugoslavo y chino hacia los muyahidines argelinos. Estas armas se utilizaron junto con tácticas militares de guerrilla aprendidas de los comunistas chinos y norvietnamitas, con quienes los argelinos mantenían estrechos contactos. Marruecos y Túnez, vecinos de Argelia al oeste y al este, permitieron al FLN utilizar su territorio como base de operaciones para su alto mando militar.

El expresidente de Egipto Gamal Abdel Nasser.

Los saudíes, que detestaban a Nasser, al que consideraban un socialista ateo y una amenaza directa a sus propias pretensiones de liderazgo en el mundo árabe, compitieron por ofrecerle apoyo financiero. También le ofrecieron pasaportes saudíes con los que viajar libremente por todo el mundo, incluso a Nueva York para asistir a las cumbres de las Naciones Unidas, donde el FLN estableció una oficina permanente desde la que presionar por su reivindicación de la independencia.

A medida que la crueldad de la guerra seguía aumentando, el destacado equipo diplomático del FLN hizo todo lo posible para mantener la atención del mundo centrada en el conflicto. A pesar del empeoramiento de la situación militar en el país, la presión diplomática sobre Francia se intensificó y, como resultado, el FLN comenzó a depositar sus esperanzas en una solución del conflicto mediada políticamente.

Abane Ramdane, comandante de la sección de Argel del frente y uno de los principales ideólogos del FLN, intentó resolver la guerra en dos frentes lanzando una espectacular insurrección total en la capital. La batalla de Argel, aunque muy mitificada posteriormente, no tuvo el efecto deseado y provocó la destrucción casi total de la organización clandestina en la ciudad. Ramdane, que huyó a Marruecos poco después, fue asesinado por sus propios compañeros del alto mando.

A pesar de que la fascinación mundial por la lucha argelina alcanzaba su punto álgido, las tensiones se intensificaban dentro de la hermética cúpula del FLN. Los comandantes de las secciones rurales, acampados en lo más profundo del bled, resentían las grandes pérdidas que se esperaba que sufrieran mientras la campaña diplomática era llevada a cabo por sus compañeros, que gozaban de condiciones mucho más lujosas. Cuando Francia fortificó las fronteras con Marruecos y Túnez y comenzó a reunir a la población rural en campos de reasentamiento, la capacidad de los ejércitos sobre el terreno para acceder a refuerzos y reabastecimiento se redujo drásticamente. Sin embargo, incluso cuando los franceses comenzaron a obtener ventajas militares con estas tácticas, su violencia indiscriminada, que incluía el bombardeo de pueblos tunecinos al otro lado de la frontera, avivó la indignación en la escena internacional.

Los métodos terroristas empleados por el FLN en respuesta encontraron una justificación teórica en los escritos de Frantz Fanon. Fanon era un médico psiquiatra de la Martinica francesa que, mientras trabajaba en Argelia, se había unido a las filas de las fuerzas de liberación. Fanon describió el imperialismo en términos de racismo descarnado, describiendo la deshumanización de los pueblos conquistados, y defendió enérgicamente la violencia revolucionaria como forma de redención masiva. Las opiniones de Fanon coincidían con las corrientes socialistas y nacionalistas predominantes en el movimiento de liberación, lo que contribuyó a definir el campo ideológico de todo el proyecto del Tercer Mundo.

En los campamentos del FLN en Marruecos, Túnez y Malí, revolucionarios de todo el continente africano, incluido Nelson Mandela, recibieron entrenamiento militar y político. Antes incluso de liberar su propia patria, los argelinos ya se habían situado en el centro de la política panafricana y mundial del Tercer Mundo.

Tabula rasa

En Francia, la opinión pública estaba cansada de la guerra. En una época de espectacular progreso económico interno, el francés medio estaba cada vez más desinteresado por la expansión colonial de la clase dirigente. Los acérrimos pied noirs (nombre con el que se solía referirse a los colons) se habían convertido en una fuerza vergonzosa y desestabilizadora en la política nacional, llegando incluso a intentar un golpe de Estado contra el presidente Charles de Gaulle, elegido con un mandato democrático para poner fin a la guerra.

En 1962, a pesar de su abrumadora superioridad militar en el interior del Sáhara, la posición francesa se derrumbó. Los franceses se vieron atrapados entre el implacable ataque diplomático del FLN, que había logrado crear un malestar urbano continuo tanto en Argelia como en Francia, y un ejército argelino bien equipado bajo el mando del despiadado coronel Houari Boumédiène, que se concentraba detrás de las vallas fronterizas.

Recién salido de una prisión francesa, Ahmed Ben Bella se impuso rápidamente como un líder nacional popular y enérgico, apoyado por Boumédiène y el estamento militar.

La guerra había barrido el antiguo Estado colonial francés junto con el modo de vida tradicional argelino, por lo que Ben Bella y el FLN se pusieron manos a la obra para traducir su revolución en un nuevo Estado-nación.

Ahmed Ben Bella, primer presidente de Argelia.

Ben Bella encajaba perfectamente en el molde de un estadista revolucionario del Tercer Mundo. Carismático y ágil ideológicamente, Ben Bella comprometió a Argelia con la revolución social en el interior y con una política activista en el exterior. A medida que los pieds noirs votaban con los pies y abandonaban el país en masa, sus vastas fincas agrícolas, fábricas y negocios eran ocupados por la población árabe. Reconociendo que el control obrero se estaba imponiendo de facto en gran parte de los sectores agrícola e industrial, Ben Bella mantuvo al FLN en la cresta de la ola revolucionaria reconociendo y respaldando formalmente estas ocupaciones populares.

La rápida transición a una economía totalmente socializada deleitó a los soviéticos, que veían a Argelia siguiendo los pasos de Cuba en una vía de desarrollo que eludía por completo el capitalismo. También causó gran entusiasmo entre la izquierda intelectual en general, que veía en el reconocimiento y el fomento del control popular de la industria por parte de Ben Bella el cumplimiento de las aspiraciones más democráticas del socialismo.

Argel también se convirtió rápidamente en un próspero centro diplomático para todas las corrientes revolucionarias del mundo. Las estrechas relaciones que el FLN había fomentado con otros movimientos de liberación durante sus años de lucha se formalizaron, y grupos como el Viet Cong, el Congreso Nacional Africano e incluso los Panteras Negras abrieron oficinas y embajadas. Los argelinos no ocultaron su ayuda a las fuerzas subversivas de toda África, facilitando el intercambio de todo tipo de cosas, desde ideas hasta armamento. El Argel de los años sesenta era un lugar donde nacionalistas árabes, guerrilleros angoleños, trotskistas franceses y diplomáticos yugoslavos se cruzaban en las calles, se codeaban en los cafés y mantenían citas secretas en los bares de los hoteles.

El final

El 19 de junio de 1965, la población del Argel libre se despertó con la imagen de tanques en las calles. Durante las últimas semanas, la ciudad se había estado preparando para acoger una conferencia de altos mandos afroasiáticos. Anunciada como Bandung 2, la cumbre marcaría el tono de la siguiente fase de la revolución mundial en el Sur Global. A solo unos días del evento, incluso mientras llegaban los dignatarios extranjeros, Boumédiène atacó a su antiguo aliado Ben Bella.

La reacción de la población fue silenciosa. El golpe se produjo como un hecho consumado, con Ben Bella secuestrado en su humilde residencia de la ciudad mientras aún dormía. La presencia militar muy visible en las calles disuadió cualquier intento de protesta espontánea.

Pero ¿qué había ocurrido exactamente? A pesar del entusiasmo que despertó la revolución argelina, como todas las revoluciones, bullía de contradicciones apenas bajo la superficie. Las ambiciones de Ben Bella de fomentar un auténtico control popular de la industria se habían estrellado contra las exigencias de la modernización dirigida por el Estado. Los campesinos, que apenas habían comenzado a ejercer una autonomía genuina, se vieron empujados por las exigencias de implementar una rápida mecanización de la producción, y arrastrados por exigencias igualmente poderosas de producir grandes cantidades de excedentes para reinvertirlos en el desarrollo industrial, particularmente en el sector del petróleo y el gas.

Además, el cosmopolitismo del Gobierno de Ben Bella era visto con creciente hostilidad por los elementos conservadores de la sociedad argelina, incluso dentro de la propia coalición del FLN. Aunque Ben Bella defendía un nacionalismo revolucionario que pretendía armonizar la identidad árabe con el socialismo, era evidente que el modernismo del régimen consideraba el islamismo como una fuerza reaccionaria que debía ser reprimida. Los extranjeros que llegaban al país, ya fueran compañeros ideológicos, periodistas o representantes de gobiernos hermanos, eran llamados despectivamente «pied rouges», primero en privado, pero más tarde de forma más abierta en los sectores conservadores de la prensa. Lo más significativo era que el nacionalismo estaba adquiriendo un carácter cada vez más xenófobo dentro de las filas del ejército.

La cumbre afroasiática prevista llevó estas tensiones subyacentes a su punto álgido dentro del sistema de poder argelino. Desde el punto de vista de Ben Bella, la conferencia consolidaría su posición como estadista verdaderamente internacional y le permitiría imprimir su autoridad tanto sobre la revolución argelina como sobre sus oponentes dentro de ella. Para Boumédiène, el segundo al mando de facto de Argelia, representaba el último momento en el que Ben Bella podía ser desafiado antes de adquirir un estatus divino similar al de Castro.

El mismo año en que Ben Bella fue derrocado, Kwame Nkrumah fue destituido de su cargo en Ghana, y también se produjeron golpes de Estado en Nigeria, Congo y varios otros países africanos. Poco después, Nasser fue humillado en la desastrosa guerra de 1967 contra Israel, lo que supuso el fin de la era más idealista y pluralista del Tercer Mundo.

Aunque muchos en el Tercer Mundo temían que el golpe militar de Boumédiène representara un giro dramático hacia la contrarrevolución y la alineación con Occidente, en realidad no fue así. La socialización de la economía continuó, pero con un énfasis mayor en la planificación centralizada al estilo soviético, orientada al desarrollo de las enormes reservas de hidrocarburos del país. En el ámbito internacional, Argelia siguió comprometida con el no alineamiento y defendió enérgicamente en las Naciones Unidas una reconfiguración económica mundial favorable al mundo en desarrollo. Sin embargo, incluso este internacionalismo adoptó formas cada vez más estatistas, que culminaron con la participación de Argelia en la formación de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). El cártel de la OPEP logró paralizar la economía mundial mediante la manipulación de los precios del crudo, lo que provocó inadvertidamente la propagación fulgurante del neoliberalismo en un Occidente que se desindustrializaba rápidamente, pero que se extendió rápidamente al Tercer Mundo y al bloque comunista.

La revolución argelina fue absolutamente fundamental en el panorama político de mediados del siglo XX. En ella se desarrollaron de forma visible la dinámica de la descolonización y la Guerra Fría. Situada geográficamente en la encrucijada entre Europa, África y Oriente Medio, y manteniéndose políticamente entre los sistemas mundiales comunista y capitalista, la posición internacional de Argelia superó con creces lo que cabía esperar de un país devastado por la guerra, con una población tan pequeña y empobrecida.

Aunque en las últimas décadas ha desaparecido del primer plano de la escena mundial, sigue siendo uno de los Estados más modernos del mundo árabe, tanto en términos de infraestructura como de cultura. La lucha de Argelia ha sido larga y dura, pero no por ello menos heroica.

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