Juan Pablo Cárdenas S. | Domingo 21 de septiembre 2025.
Temo que esta columna no sea del agrado de muchos de mis lectores. Sin embargo, creo indispensable referirme a uno de los mayores despropósitos contra el estado general de la salud de los chilenos como son las celebraciones en el día de la Patria.
Médicos y nutricionistas vienen advirtiéndonos que, si continúa nuestra población consumiendo “comida chatarra” y tan altos niveles de alcohol, vamos rápidamente a convertirnos en el país más obeso de la Tierra. Lo que se hace cada vez más evidente en estos días de septiembre.
Aunque estas efemérides conmemoran lo que fueron nuestros primeros pasos para convertirnos en un país independiente y soberano, de verdad pocos saben lo que éstas significan, como que desde las mismas autoridades se promueve una celebración en que los excesos culinarios son ostensibles y, con ello, el consumo de bebidas alcohólicas, para colmo, altamente azucaradas. El famoso choripán, importado desde Argentina, y esa enorme cantidad de embutidos, son lo que más se aprecia en las fondas dieciocheras, acompañadas de los combinados, los consabidos “terremotos” y otros en que el dulzor compite con el alcohol en su preparación. Observar las humeantes parrillas nos hace concluir que la ingesta de grasa animal es también enorme y nociva.
En dos o tres días de jolgorio se estima que la población aumenta en uno o dos kilos su sobrepeso. Aunque muchos comerciantes le llamen ahora “proteína” a las piezas de animales que chirrían sobre el carbón, lo cierto es que en ellos predominan los componentes menos nobles de la anatomía de cerdos, vacunos y otros animales sacrificados para ser degustados en los días en que debemos evocar nuestra Primera Junta de Gobierno y las denominadas glorias del Ejército.
Esto último, a pesar de que la historia registra que las principales victorias militares se han producido atacando a nuestro propio pueblo. Episodios que son señalados por los historiadores como verdaderas “matanzas” fratricidas contra de los mapuches, los obreros del salitre y del cobre, campesinos y estudiantes. Y próximamente, Dios no lo permita, contra los inmigrantes.
El bacanal culinario se suspende unas horas para presenciar la Parada Militar, una costumbre que fastidia a los gobiernos de turno y compromete en muchos millones el erario nacional con ese despilfarro y exhibición marcial de botas, fusiles, tanques y aviones de guerra. Y en la que inevitablemente nos trae a la memoria aquel 11 de septiembre de 1973, con el magnicidio y bombardeo de La Moneda y contra aquellas poblaciones en que el pueblo resistió heroicamente a la dictadura.
Es inevitable que después del feriado del 18 venga el fatídico recuento de los muertos y heridos en las carreteras, como en las riñas de borrachos. Eventos es que generalmente son causados por la conducción en estado de ebriedad o, como se dice eufemísticamente, bajo la influencia del alcohol. Decenas de víctimas que se producen en estos días y en los siguientes donde, para colmo, también se celebra el llamado “18 Chico”.
Por algo la “chicha en cacho”, bebida a dos manos por el Presidente de la República y las autoridades a lo largo de todo Chile, es lo que da inicio a todas las celebraciones, seguida de los infamantes pies de cueca, nuestra hermosa danza, ejecutada por los altos miembros de la clase política los que, tampoco en este caso, nos demuestran experticia alguna. Algo que todos los años se atribuye a que los niños y jóvenes de la patria no son instruidos en su ritmo y bailes tradicionales. Por lo mismo es que las fondas, después de unas pocos e hipócritas cuecas, le abren paso a la cumbia y el reguetón, verdaderos bailes populares y en las que no hay para qué manifestar mucha solvencia.
Por la televisión podemos siempre comprobar lo lejos que estamos de otras festividades mundiales cargadas de tradición, belleza y genuina alegría, donde también se bebe, pero al menos se come más sano. Danzas españolas, alemanas, nórdicas y otras en México, Colombia y muchas naciones iberoamericanas. Fiestas de cultura y auténtico patriotismo que alcanza a los países africanos y asiáticos, muchas veces más pobres que el nuestro. Y en los cuales se puede comprobar más cultura y educación pública.
A medida que estas celebraciones transcurrían, nunca pensamos que la ingesta desmedida de productos chatarra, alcohol y bebidas azucaradas nos podría llevar a parecernos a los estadounidenses de Miami y otras regiones del país más rico, pero más primario del mundo. Que hoy expone a un verdadero salvaje en la Casa Blanca y a miles de fusileros entre su población, los que, a diario, bajo la influencia sobre todo de las drogas, disparan contra las guarderías infantiles, colegios y universidades. A pesar de que, desde el asesinato de los hermanos Kennedy, han venido escapando de su blanco las máximas autoridades que pueblan de guerras y hambre a millones de seres humanos.
La televisión y las autoridades nacionales vuelven ahora a lamentarse de los accidentes y despropósitos en que ni O´Higgins, ni los Carrera, Mateo Toro y Zambrano y los primeros protagonistas de nuestra República tienen culpa alguna, y acaso sus nombres solo se perpetúan hoy en día en las etiquetas de algunos vinos, como en una serie de atrevidos sándwiches de consumo popular. Esto es aquellos Barros Luco, Barros Jarpa y otra suerte de gruesos emparedados. Todo lo cual podría estar muy bien si se consumieran con moderación y siempre se tuviera en cuenta lo que fue aquella gesta patriótica de nuestra independencia nacional y los primeros años de nuestra república. En tiempos en que la civilidad tomó las armas y ofrendó sus vidas, además de darnos gobernantes solventes. Incluso antes de mantener soldados profesionales que no tienen, felizmente, guerra alguna en la cual participar.
Aunque no hay duda de la destreza de sus pasos de ganso y de los malabarismos con sus guaripolas.
Es bueno consignar los dos tedeums evangélicos que se llevan a cabo en estos días y que por el contenido crítico del discurso de nuestros pastores incomodan año a la política. Esta vez con la ausencia de algunas importantes autoridades que seguramente no quisieron exponerse a las críticas clericales. En un país que se declara laico, pero la fe no ha logrado ser abatida y por la cual se congregan millones de chilenos en templos procesiones y otros actos litúrgicos. Muchos más de los que asisten a los estadios, donde ahora se restringen sus aforos por el bochornoso desempeño de las llamadas “barras bravas”.
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