Por Alberto Mayol
Punto de Vista. PULSO 24 de octubre de 2016.
La elección municipal no prometía mucho. Se pronosticaban desenlaces apretados y mucha confusión luego de la crisis del Servel. La abstención era la crónica de una muerte anunciada. El temor vernáculo de una caída de la participación hasta cifras que traspasaran el problema desde la estética hacia la política era el gran horror. Y aunque la situación no llegó a los peores pronósticos, tampoco llegó a ser parecida a lo que bosquejaban los más ponderados predictores. La participación bajó del 35% y evidentemente marca un antes y un después en términos electorales. Ya vendrán las propuestas administrativas para compensar lo que la política no logra resolver: voto obligatorio, voto por internet, voto en el mall, voto por telekinesis, voto durante la semana, en fin, diversas formas de evitar enfrentar el tema de fondo: el malestar.
El segundo fenómeno importante es la crisis de la Nueva Mayoría, que pierde emblemáticas comunas y recibe un castigo parecido al que recibió la derecha en 2012 (Santiago y Providencia, las más dolorosas). Sin embargo, la crisis de la Nueva Mayoría no es principalmente numérica, sino especialmente política. Los datos dicen simplemente que entre 2008 y 2016 la derecha y la centro-izquierda perdieron prácticamente la misma cantidad de votos. De hecho, la derecha perdió alrededor de 791.000 votos y la centro-izquierda cayó en 720.000 votos.
La derecha celebra. No es extraño, pero no es normal. La verdad es que el escenario es el mismo de 2008, pero debilitado estructuralmente. Ambas coaliciones pesan lo mismo en términos relativos. La crisis llegó a las dos coaliciones con un diferencial simple: a la derecha le llegó en 2012 (estando en Gobierno) y a la Nueva Mayoría le llegó en 2016 (también cuando gobernaba). Y ambas crisis tienen un elemento central en el debilitamiento de sus respectivos proyectos: Piñera prometió el ascenso social, el crecimiento ilimitado, el futuro de gloria de un jaguar que ya no temía mirar de frente al dinero. Y fracasó.
Una serie de movimientos sociales, resumidos en la crisis cultural del ‘lucro’, destruyeron su ideario y dejaron a la derecha en una crisis ideológica de proporciones. Piñera intenta un proceso de reformas que fracasa. Incluso su gran ley, el posnatal de seis meses, pasa sin pena ni gloria en términos políticos, aprobándose en plena crisis sin permitirle siquiera un respiro. La historia se repite dos veces, una por derecha y otra por casi izquierda. Y la Nueva Mayoría repite desde 2014 la crisis de la derecha. Su propuesta reformista fracasa cuando la misma coalición retrocede y se daña su proyecto de igualdad en medio del caso Caval. El Gobierno de Bachelet transforma un sismo en terremoto y se propina una derrota a sí mismo. Su proyecto de reformismo limitado, vestido de reformas estructurales, se transforma en un fiasco y no logra vertebrar una respuesta eficaz.
La historia final es simple: ambas coaliciones habitan después de la crisis. La historia se escribe a lo largo y los datos son claros: estamos en 2008, pero con más malestar. Eso es todo, no ha pasado nada más. Salvo una cosa. En Valparaíso ganó la alcaldía el único candidato que fue con apoyo unitario de la izquierda extra Nueva Mayoría. ¿Un anuncio de Podemos para Chile? Es al menos una señal. El reformismo limitado cae. Y eso abre dos puertas: los conservadores o los transformadores. Y ese escenario es nuevo.
*Académico USACh.