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ISRAEL: CRIMINAL DE GUERRA Y DE LESA HUMANIDAD

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Editorial de La Jornada, México sábado, 21 de septiembre de 2024

Denunciar el genocidio que Israel perpetra en contra del pueblo 

palestino se ha convertido en la faceta más deprimente del periodismo, 

pues cada día queda más claro que ninguna revelación, ningún nivel de 

barbarie hará cambiar de opinión a los mandamases en Washington y 

Bruselas, decididos a acompañar y proteger a Tel Aviv hasta el final 

en su campaña de limpieza étnica. Así, comunicadores y ciudadanos de 

todo el planeta se ven obligados a contemplar impotentes cómo se lleva 

a cabo ante sus ojos el peor crimen del siglo XXI, con horrores que la 

sociedad creía superados.

Sin embargo, acometer la desoladora tarea de consignar los hechos y 

señalar a los responsables es un deber ético, al cual sólo puede 

renunciarse al costo de perder la humanidad. Ayer se divulgaron videos 

en los que se observa a soldados israelíes cargar, patear y arrojar 

por azoteas cuatro cuerpos, los cuales fueron posteriormente recogidos 

por una excavadora que se los llevó, privando a los familiares de dar 

una digna sepultura a las víctimas de una de las innumerables 

incursiones homicidas en Cisjordania.

Las grabaciones constituyen una elocuente muestra de la mentalidad 

sádica que guía a las fuerzas armadas y a gran parte de los civiles 

israelíes, quienes desde la más temprana edad son educados para ver a 

los palestinos como menos que animales, como meros estorbos en la 

determinación sionista de apoderarse de toda Palestina. No fue menos 

significativa la reacción de la Casa Blanca, cuyo portavoz del Consejo 

de Seguridad Nacional puso en duda la autenticidad de las imágenes y 

se limitó a decir que, de ser ciertas, supondrían un comportamiento 

odioso. Crimen de guerra es el nombre correcto de estos actos, el que 

el funcionario les habría dado de haberlos cometido cualquiera de los 

muchos países a los que Washington hostiga de manera sistemática.

El tratamiento brutal de los cadáveres es la culminación –momentánea– 

de una cadena de atrocidades que han sucedido en los últimos días. El 

12 de este mes, Israel bombardeó por quinta ocasión una escuela que 

funciona como campo de refugiados, con un saldo de al menos 18 

muertos, seis de ellos trabajadores de la agencia de la ONU para los 

refugiados palestinos (Unrwa). Con esa masacre, se elevó a 220 el 

número de empleados de la Unrwa asesinados por Tel Aviv, una cifra que 

excede largamente a las bajas de personal de Naciones Unidas muertas 

en cualquier conflicto, sin importar que su magnitud y duración hayan 

sido mucho mayores a la invasión de Gaza.

Que las bombas cayeran sobre lo que hace meses era una escuela es otro 

simbolismo macabro, pues recuerda que las principales víctimas del 

genocidio han sido niños: desde el inicio de la matanza, han fallecido 

más de 16 mil 700 infantes, al menos seis han sido heridos, 21 mil 

están desaparecidos, 20 mil perdieron a uno o ambos progenitores y 

cerca de 17 mil se encuentran solos o separados de sus familias. Por 

la denegación de acceso a la ayuda humanitaria –otro crimen de guerra– 

decenas de menores han muerto de desnutrición y en este momento 3 mil 

500 se encuentran en riesgo de morir por falta de alimentos.

Nadie puede fingir ignorancia del exterminio que se transmite en 

tiempo real, por más que el gobierno de Benjamin Netanyahu asesina a 

todos los testigos que se ponen a su alcance, incluida la activista 

estadunidense Aysenur Ezgi Eygi, baleada por error. El máximo 

responsable de la Unrwa, Philippe Lazzarini, califica los sucesos como 

matanzas sin fin y sin sentido, día tras día; el director general de 

la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus, exige 

el terminar la carnicería de Gaza; una comisión investigadora de la 

ONU encontró a las autoridades israelíes responsables de crímenes de 

guerra y de lesa humanidad, y esta misma semana el organismo 

multilateral en el que decenas de expertos advierten: El mundo está al 

filo de la navaja: o avanzamos colectivamente hacia un futuro de paz 

justa y legalidad o avanzamos a toda velocidad hacia la anarquía y la 

distopía y hacia un mundo donde impera la ley de la fuerza. En pocas 

palabras, permitir que continúe la barbarie antipalestina supone 

admitir que la especie humana, o al menos los líderes occidentales con 

poder para detener el genocidio, no aprendieron nada del inmenso dolor 

del Holocausto y el terror atómico.

https://www.jornada.com.mx/2024/09/21/edito

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