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INDONESIA – La ira se intensifica en la ola de protestas tras la muerte de un trabajador a manos de la policía

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Qira, Sosialis Alternatif (CIT Malasia)

Apenas diez meses después del inicio del mandato de Prabowo Subianto como presidente, el malestar social está alcanzando su punto álgido en Indonesia. El viernes 29 de agosto, un repartidor de comida de la economía informal murió tras ser atropellado por un camión de la Brimob (Brigada Móvil) conducido por la policía táctica. El trabajador de 21 años, Affan Kurniawan, que quedó atrapado en medio de una manifestación, tuvo que detener su vehículo porque su teléfono móvil se cayó a la carretera. Una de las protestas de esta manifestación era la decisión de otorgar a los parlamentarios un subsidio de vivienda adicional de 3.000 dólares mensuales. Durante el incidente, fue atropellado por el camión. La muerte de Affan fue lamentada por miles de indonesios y trabajadores de la economía informal (Ojek), que acompañaron su cortejo fúnebre hasta el cementerio. La tragedia desencadenó protestas más amplias en todo el país, intensificando la indignación pública hacia las fuerzas de seguridad. En los días siguientes, la represión policial resultó en la muerte de un estudiante, que fue golpeado por las autoridades. Mientras tanto, en Makassar, tres funcionarios públicos murieron después de quedar atrapados en un edificio del Consejo Representativo Popular Regional (DPRD) en llamas; se cree que el incendio fue iniciado por manifestantes no identificados en medio de los disturbios.

El malestar social y la brutalidad de la clase dirigente de Indonesia.

Desde que comenzaron las protestas estudiantiles conocidas como «Indonesia Oscura» en febrero pasado, se han seguido produciendo brotes masivos en las principales ciudades y zonas industriales de diferentes regiones, involucrando a cientos de millas de personas. Las protestas que han estallado son generalmente pacíficas, pero a menudo se enfrentan a acciones represivas y violentas por parte de la policía. Por ejemplo, el Día del Trabajo del pasado 1 de mayo, una manifestación pacífica organizada por una coalición de sindicatos, estudiantes y activistas, GEBRAK (Movimiento de los Trabajadores con el Pueblo), se desarrolló pacíficamente cuando la policía actuó rociando gas lacrimógeno, golpeando a los manifestantes, causándoles heridas graves, y arrestándolos acusándolos de ser anarquistas. Los observadores describieron las detenciones como indiscriminadas, ya que no solo se detuvo a manifestantes, sino también a paramédicos voluntarios de servicio. Algunas de estas detenciones fueron llevadas a cabo, según se informa, por individuos no identificados vestidos como manifestantes, lo que aumenta la preocupación por la infiltración y la confusión entre la autoridad legal e ilegal durante el control de multitudes.

Los manifestantes que requerían atención médica fueron presionados por la policía para que se sometieran a procedimientos investigativos, a pesar de que el personal sanitario les indicó que guardaran reposo. Esto incluso se amplía un análisis de orina realizado por agentes de narcóticos. Estas medidas fueron ampliamente percibidas como intentos deliberados de criminalizar a los manifestantes y debilitar el movimiento de masas. La brutalidad e inhumanidad de las autoridades fueron objeto de un intenso escrutinio público tras la muerte de Affan Kurniawan, que se difundió rápidamente por las redes sociales y acaparó a los titulares de las noticias. Su muerte desencadenó una ola de protestas aún mayor, lo que finalmente obligó a Prabowo a prometer la revocación del aumento de las prestaciones de vivienda y varios privilegios previamente otorgados a los ministros del gobierno. En respuesta a la indignación pública, también exigió una investigación exhaustiva, prometió medidas firmes y ofreció una casa a la familia de Affan. Sin embargo, estos gestos simbólicos plantean preguntas difíciles: ¿satisfarán realmente a la sociedad indonesia? ¿Puede la opinión pública olvidar la brutalidad sistemática de las autoridades, que, entre febrero y agosto, detuvieron a más de 1.000 activistas, los sometieron a violencia y dejaron a 20 desaparecidos sin dejar rastro?

La narrativa de las autoridades, que tildaba a los manifestantes de «anarquistas» y «terroristas», sirvió de telón de fondo para el discurso del jefe de la Policía Nacional, Listyo Sigit, grabado en video, donde ordenó a la policía disparar a los manifestantes considerados anarquistas o terroristas. Posteriormente, intentó justificar su declaración aclarando que las balas que se utilizarían serían de goma, supuestamente garantizando que no causarían la muerte. Sin embargo, esto no hace que la postura de las autoridades sea «más ética». Por el contrario, revela la disposición de la élite gobernante a recurrir a la violencia para preservar el statu quo. Las balas de goma en sí mismas siguen siendo profundamente controvertidas, ya que pueden infligir graves lesiones internas e incluso causar la muerte cuando se disparan a corta distancia. Además, ¿qué garantía hay de que no se utilizará munición real contra los manifestantes? Los sucesos de Papúa en 2019 son un sombrío recordatorio: durante las protestas pacíficas contra el racismo, las autoridades abrieron fuego con munición real, dejando más de 40 muertos.

Lo que Prabowo califica de anarquismo y terrorismo —como el incendio del edificio de la RPD y los ataques a las viviendas de ministros y celebridades bocazas— refleja la negativa de los indonesios a seguir tolerando el deterioro de las condiciones económicas y la arrogancia de la élite política del capitalismo indonesio, que muestra un abierto desprecio por las masas. La combinación de pobreza generalizada, promesas incumplidas y la crueldad de las autoridades, en un contexto de élites que hacen alarde de su riqueza, no ha hecho más que ahondar la ira y el resentimiento público.

Antes de que se anunciara el nuevo salario mínimo el 1 de enero, la confederación sindical indonesia, Konfederasi Serikat Pekerja Seluruh Indonesia (KSPSI), había exigido un aumento salarial del 10% en todas las regiones. Sin embargo, el gobierno solo concedió el 6,5%, una cifra muy inferior al aumento del coste de la vida. El contraste es evidente si se compara con los privilegios abusivos de la clase dirigente: las asignaciones de vivienda para ministros se elevan a un nivel equivalente a diez veces el salario mínimo solo en Yakarta. Esto exponen las verdaderas prioridades del régimen: prodigar riqueza a la élite mientras condena a los trabajadores y a los pobres a una penuria continua. La inestable situación económica, la creciente brecha entre ricos y pobres, la brutal represión de quienes se atreven a resistir y la podredumbre de un sistema político corrupto dejan a los indonesios sin canales válidos para expresar sus quejas. Para las masas, se hace cada vez más claro que los llamamientos dentro del sistema sólo traen consigo la traición, mientras la élite gobernante profundiza su lujo a expensas del pueblo.

El estallido masivo y el creciente movimiento popular en Indonesia guardan fuertes similitudes con la ola revolucionaria de 1998, cuando las protestas y manifestaciones derrocaron al dictador Suharto. Esta evaluación también la comparte Perserikatan Sosialis, una organización de izquierda en Indonesia, que señala la participación a gran escala de sindicatos y trabajadores como un factor decisivo en la lucha actual. Si bien las condiciones económicas, políticas y democráticas no son idénticas, la respuesta popular a la crisis actual refleja firmemente el espíritu revolucionario que desmanteló el régimen del Nuevo Orden. Lo que Prabowo califica cínicamente de acciones «anárquicas» o «terroristas» son expresiones de un descontento masivo que refleja la profunda crisis del estado capitalista indonesio. La clase dominante utiliza estas narrativas deliberadamente, buscando menospreciar y deslegitimar las protestas masivas que, de hecho, están cargadas de demandas sistémicas.

Al mismo tiempo, como advierte la camarada Mahe de Perserikatan Sosialis, quien interviene activamente en el movimiento, actos como el vandalismo o la intimidación policial, incluso si surgen de una ira justificada, pueden, en última instancia, perjudicar la lucha. La clase dominante explota estas acciones como pretexto para intensificar la represión, debilitando indirectamente al movimiento en su conjunto. En lugar de destrucción, las instituciones públicas como el edificio del RPD deben ser confiscadas y transformadas en centros para organizar una lucha política más amplia y progresista. Para lograrlo, el movimiento debe construirse sobre las bases de la lucha colectiva, la solidaridad y la organización consciente, capaz de convertir la ira de las masas en una fuerza disciplinada para un cambio genuino.

Regreso al militarismo

El proyecto de reforma que moldeó la democracia indonesia tras el derrocamiento de Suharto en 1998 ha fracasado por completo, convirtiéndose en el mayor impedimento para cualquier movimiento democrático significativo. El ascenso de Prabowo a la presidencia ejemplifica esta decadencia. No solo es el comandante que reprimió despiadadamente el movimiento Reformasi en 1998; ahora defiende abiertamente el desarrollo económico mediante la «disciplina» militar, una medida disfrazada de modernización, pero destinada a recortar el gasto público en beneficio de una pequeña élite.

Prabowo está reviviendo el dominio militar en la política, al estilo de Suharto. Bajo su administración, las enmiendas a la ley TNI de 2004 permiten ahora que el personal militar en activo preste servicio en hasta catorce instituciones civiles, incluyendo la Fiscalía General, la Secretaría de Estado, la lucha contra el terrorismo, la lucha contra el narcotráfico y otras, lo que supone un claro retroceso hacia la doctrina de la era del Nuevo Orden de «dwifungsi» (doble función). Esta reducción de las restricciones militares, sumada a la ampliación de la edad de jubilación de los oficiales, indica una peligrosa erosión de la democracia.

Prabowo justifica esta creciente militarización mediante retórica geopolítica, alegando la inestabilidad internacional y la necesidad de proteger recursos estratégicos como la alimentación, la agricultura y el agua. En la práctica, sin embargo, facilitar la gestión de programas sociales por parte de las burocracias de las fuerzas armadas, como la alimentación escolar gratuita y los medicamentos, a la vez que debilita la supervisión democrática.

La historia nos recuerda que el ejército es un pilar del estado capitalista, no un guardián neutral de la sociedad. Así como el ejército estadounidense promueve los intereses corporativos en Gaza, las fuerzas armadas de Indonesia se han utilizado durante mucho tiempo para subyugar a los papúes occidentales y reprimir la disidencia política. Los proyectos nacionales estratégicos acompañados de enmiendas a la ley militar no son reformas, sino mecanismos para convertir los servicios públicos en sectores generadores de ganancias. El ejército se convierte en el ejecutor de la extracción capitalista, no en el defensor de la democracia.

Por lo tanto, el ejército bajo el mando de Prabowo no es una institución democrática, sino un instrumento del capital autoritario. Al igual que las juntas militares de Myanmar, Sudán y Burkina Faso, las élites armadas no pueden dirigir la sociedad; recurren a la violencia para mantener el sistema capitalista, raíz del sufrimiento de la clase trabajadora.

La estafa de la riqueza soberana de Prabowo

El proyecto Danantara, lanzado en febrero pasado, es un fondo soberano de inversión indonesia que agrupa los activos de importantes bancos, empresas estatales y servicios públicos nacionales como Perusahaan Listrik Negara, Pertamina, Telkom Indonesia y Mining Industry Indonesia. Con casi 900 000 millones de dólares en activos bajo gestión, Danantara se ha promocionado como uno de los mayores soberanos de inversión fondos del mundo, superior al de Singapur y rivalizando incluso con el de Arabia Saudí. El gobierno presume de que esto impulsará el crecimiento hasta un 8% en los próximos años.

Pero tras los llamativos anuncios se esconde un profundo riesgo y especulación. La primera medida de financiación de Danantara ha sido la emisión de «Bonos Patriotas» y acciones, una apuesta que depende completamente de la volatilidad de los mercados globales. Estas deudas deberán ser pagadas, y la carga recaerá inevitablemente sobre las masas. Al mismo tiempo, Indonesia está invirtiendo millas de millones en la construcción de una nueva capital en Kalimantan Oriental, cuyo costo oficial se estima en 33 000 millones de dólares. El Estado afirma que solo cubrirá una fracción del costo, pero en realidad el dinero se obtendrá a través de la deuda, la especulación y la austeridad.

Indonesia también se está vinculando aún más al mercado capitalista global, especialmente a través de materias primas como el níquel, donde controla entre el 60 % y el 70 % del suministro mundial. Sin embargo, el principal comprador, China, se enfrenta a una crisis de sobreproducción en vehículos eléctricos y semiconductores. Esto implica una menor demanda, la desaceleración de las fábricas y el cierre de fábricas. Con más de mil empresas chinas operando en Indonesia, especialmente en los sectores de la minería y la construcción, el precio real lo pagarán los trabajadores: despidos, recortes salariales y condiciones laborales más duras, todo para proteger a los inversores de pérdidas.

El gobierno de Prabowo lo llama «eficiencia», pero no es más que austeridad. Los recortes están afectando a la educación, con un recorte del 35% en los presupuestos de educación superior y básica, perjudicando a los estudiantes y llevando a los docentes contratados a la precariedad. Los servicios de salud pública y la ayuda en caso de desastre también han sufrido recortes de hasta el 50%. Proyectos de infraestructura como carreteras y alcantarillado, vitales para la gente común, se abandonan, mientras que miles de millones se invierten en proyectos de prestigio para la élite gobernante.

La clase trabajadora ya resiste, aunque de forma esporádica. Profesores, estudiantes y sindicatos se movilizan con protestas, piquetes y amenazas de huelga. El mensaje es claro: la riqueza de este país se está dilapidando al servicio del capital global, mientras se le pide al pueblo que se apriete el cinturón. Bajo el gobierno de Prabowo, Indonesia no avanza hacia la «modernización», sino hacia un retorno al régimen militar al estilo de Suharto, combinado con una brutal explotación capitalista.

Construir una lucha unificada contra el capitalismo

Prabowo, ahora nombrado presidente, arrastra un sangriento historial que permanece impune. Estuvo directamente involucrado en el secuestro y la tortura de activistas prodemocracia durante los turbulentos meses anteriores a la caída de Suharto en 1998. Veintitrés activistas fueron secuestrados bajo su mando; trece siguen desaparecidos al día de hoy. Sus crímenes se remontan a tiempos anteriores, incluyendo su participación en la Masacre de Krasas en Timor Oriental en 1983, donde más de doscientas personas fueron asesinadas. Estas no son acusaciones marginales; El propio Prabowo ha admitido parte de estos crímenes, pero nunca se ha llevado a cabo una investigación ni un juicio genuino.

A pesar de su pasado criminal, Prabowo ascendió al más alto cargo mediante la manipulación, la maquinaria mediática y, sobre todo, mediante acuerdos políticos que preservaron los intereses de la élite. Un elemento central de esta maniobra fue su alianza con el presidente saliente Jokowi, sellada con el nombramiento de su hijo alcalde, Gibran Rakabuming Raka, como vicepresidente. Este traspaso dinástico no fue casualidad: fue fruto de enmiendas constitucionales y acuerdos secretos diseñados para asegurar la continuidad de la agenda política y capitalista de Jokowi bajo el liderazgo militarista de Prabowo (véase aquí ).

Una reciente campaña del Perserikatan Sosialis (ver aquí ) ha expuesto con acierto este militarismo de corte oligárquico. Prabowo no es una excepción, sino un síntoma de un sistema político que antepone el poder de unas pocas élites capitalistas a las necesidades democráticas y sociales de las masas. Su presidencia representa el control cada vez más estricto de la oligarquía, donde las caras pueden cambiar, pero la dictadura del capital permanece intacta.

En la actualidad, las masas indonesias se encuentran en una situación inestable e inquieta. Si bien el movimiento aún es fragmentado y esporádico, su ira se dirige inequívocamente a la opresión sistémica arraigada en el capitalismo. En todas las regiones y estratos sociales —desde los trabajadores que exigen salarios mínimos más altos, hasta los jóvenes y estudiantes que luchan por la educación gratuita, y las comunidades que exigen derechos de vivienda justa, reformas democráticas y la derogación de la Ley Ómnibus (véase aquí )—, las demandas emergen como claras expresiones de la lucha de clases. Exponen la creciente brecha entre la élite gobernante capitalista y la mayoría explotada.

La tarea urgente sobre el terreno es unificar estas diversas de masas en un único programa de lucha arraigado acciones en la lucha de clases. Solo un programa que exija con valentía la abolición del capitalismo puede canalizar la ira actual hacia un movimiento lo suficientemente poderoso como para derrocar el sistema oligárquico y reemplazarlo por uno basado en la democracia genuina.

Solidaridad Internacional de la Clase Trabajadora

El sistema capitalista global está entrando en una nueva era de crisis. Ningún continente es verdaderamente estable hoy en día: todos experimentan brotes masivos, agitación política y oleadas de resistencia impulsadas por el deterioro de la economía mundial. La clase trabajadora está pagando las consecuencias en todas partes. Los gobiernos retrasan o bloquean los aumentos del salario mínimo, recortan el gasto mediante medidas de austeridad, recortan los subsidios y privatizan servicios públicos clave e industrias nacionales como la electricidad, el petróleo y el transporte. Millones de personas se ven obligadas a aceptar empleos precarios y desprotegidos en la economía informal, una tendencia global en auge que despoja a los trabajadores de las protecciones legales y sociales más básicas.

Sin embargo, junto con esta creciente explotación, el mundo también asiste a un resurgimiento de la lucha de clases. Trabajadores de todo el mundo se alzan en defensa de sus derechos y medios de vida. En Corea del Sur, millones de personas se unieron a una huelga que desafió el estado de emergencia militar declarado por el presidente Yoon y exigió su dimisión. En India, una cifra histórica de 250 millones de trabajadores se movilizaron en una huelga general en 2020 contra la privatización, la subcontratación laboral y las leyes antidemocráticas. En Gran Bretaña, la oleada de huelgas de los últimos años ha sido la mayor en décadas, incluyendo la huelga sin precedentes de cinco días de los trabajadores sanitarios del NHS. En Irlanda del Norte, el sindicato del sector público NIPSA lanzó su mayor huelga de la historia para resistir la austeridad y exigir salarios más altos. En todo el sur de Asia, levantamientos masivos derrocaron regímenes corruptos en Bangladesh y Sri Lanka.

Estas luchas no son aisladas. Son prueba de que el sistema capitalista ha llegado a sus límites. De un país a otro, se presentan las mismas condiciones: caída del nivel de vida, gobiernos autoritarios y economías que funcionan para el beneficio de un puñado de multimillonarios y corporaciones. Y en cada rincón del mundo, los trabajadores demuestran su poder. Cuando hacen huelga, las ganancias se detienen. Cuando se alzan, la conciencia se extiende, inspirando a los trabajadores de otros lugares a luchar. Vimos esta dinámica en 1998, cuando el levantamiento indonesio sacudió la región y contribuyó a desencadenar los acontecimientos políticos en Malasia.

Por esta razón, Alternativa Socialista de Malasia se solidariza plenamente con los trabajadores indonesios que se alzan contra la opresión sistémica. Su lucha es la nuestra. Exigir la disolución del actual gobierno indonesio —una herramienta oligárquica de la clase capitalista— no es utópico, sino un paso necesario en la lucha por la liberación política y económica de las masas. Pero disolver un gobierno por sí solo no basta si su reemplazo también se basa en el capitalismo. Si el capitalismo permanece intacto, la clase dominante se reagrupará y recuperará el vacío político. Por eso, la lucha debe dirigirse a la construcción de una política de clase trabajadora: un partido revolucionario de masas arraigado en el movimiento obrero, que una a los trabajadores, la juventud y los oprimidos en torno a un programa socialista.

Tal programa debe aspirar no solo a resistir, sino a reemplazar. Un gobierno de los trabajadores y los pueblos pobres debe abolir el capitalismo mismo —un sistema basado en la explotación y el lucro— y establecer una democracia socialista fundada en la propiedad colectiva y el control democrático de los trabajadores. Solo mediante esta transformación se podrá reconstruir la sociedad sobre la base de las necesidades humanas y contra la codicia capitalista.

¡Solidaridad con la clase obrera indonesia y las masas oprimidas! ¡Adelante, hacia una revolución democrática socialista en Indonesia, en el Sudeste Asiático y en todo el mundo!

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