Tanto el ejército como la policía han desatado una furiosa represión contra el pueblo movilizado que ha dejado ya un saldo de nueve muertos. Pero este estallido social no es sólo fruto del descontento con los resultados electorales, sino la consecuencia de una crisis política, social y económica profunda que azota desde hace décadas al país centroamericano.
Cuando el pasado 26 de noviembre se votó el Presidente de la República, un desenlace semejante era previsible, pues la frustración con el hecho de que el actual presidente, Juan Orlando Hernández, del Partido Nacional, pudiera presentarse como candidato a las elecciones cuando la Constitución no permite la reelección consecutiva, ya había generado un duro enfrentamiento entre el pueblo y el Estado. También el asesinato de cuatro activistas de la oposición a un mes de las elecciones, ya predisponía a un inminente fraude del gobierno actual frente al candidato opositor Salvador Nasralla, de la Alianza de Oposición contra la Dictadura.
¿Por qué esta respuesta de las masas?
La agitación política actual no cae de un cielo claro. La población padece unas condiciones de vida pésimas: el 66% vive bajo el umbral de la pobreza, azotada por la delincuencia de las pandillas y con el narcotráfico operando libremente. Honduras sigue considerándose uno de los países más peligrosos del mundo, tiene los mayores índices de desigualdad social de América Latina, la tasa de desempleo más grande de la región y niveles de inversión pública que se ubican en el mínimo. Por supuesto, la corrupción se ha convertido en una plaga permanente.
En el año 2015 miles de hondureños de movilizaron en las calles durante semanas para protestar contra el robo de recursos públicos que afectaban directamente al sector de la salud y que habían sido destinados a los gastos de campaña de JOH; ahora este sector se encuentra privatizado por completo. Por otro lado, el asesinato de la compañera Berta Cáceres en el año 2016, que destacó por su lucha incansable en defensa del medio ambiente y contra proyectos que privaban del agua a comunidades indígenas para beneficiar a la oligarquía local y las transnacionales, evidenció la implicación del gobierno en el mismo. Desde instancias gubernamentales se intentó desviar la investigación del crimen, haciéndolo aparecer como robo o asesinato pasional, cuando la muerte violenta de Berta fue por razones políticas y auspiciada desde el Estado.
Todo este escenario de miseria, hartazgo y coraje es lo que ha movido a miles de hondureños a gritar basta y exigir la salida de JOH de gobierno. El descaro del fraude electoral es solamente la gota que derramó el vaso. Las pasadas luchas, que mostraron la necesidad de un cambio que no ha podido completarse, han sido una gran escuela de aprendizaje. Ahora las masas hondureñas han visto en el fraude electoral una vía para desechar este gobierno reaccionario y, a pesar de la tibia oposición de Salvador Nasralla, el movimiento de protesta se ha transformado en una auténtica rebelión no sólo por el respeto al voto, también por un cambio radical en las condiciones de vida de la mayoría de la población. Las masas hondureñas están demostrando que no quieren más un gobierno de empresarios, terratenientes y narcotraficantes completamente vinculados con la oligarquía norteamericana.
La derecha quiere mantenerse a costa de todo
Las movilizaciones han sido masivas retando abiertamente las medidas de excepción y los recortes de los derechos democráticos decretados desde el gobierno. Por supuesto, la derecha ha respondido con todo su arsenal a la vieja usanza, no sólo declarando el toque de queda desde la 6 p.m. hasta las 6 a.m. sino también dando carta abierta al ejército y policía de reprimir cualquier manifestación que cuestione las instituciones y altere el orden establecido. Las movilizaciones se intensificaron desde el miércoles pasado cuando de manera descarada el Tribunal Superior Electoral fingió un apagón de luz para invertir los resultados y colocar a JOH por delante de Nasralla cuando éste encabezaba las elecciones desde el día de los comicios. La evidencia de un fraude a todas luces hizo enardecer más aún a las masas que comenzaron a salir a las calles de manera masiva exigiendo valer la voluntad del pueblo.
Aunque Nasralla da discursos de apoyo al pueblo y dice mantenerse firme contra la dictadura y la corrupción, su política de pacto, acuerdos y cero cuestionamiento del capitalismo hondureño, dan como resultado una política débil, dejando carta abierta al embate de la burguesía. La única forma de vencer a la derecha y a los capitalistas es con la lucha en la calle, y con un programa socialista audaz que agrupe a la clase trabajadora y todos los oprimidos del país.
Los empresarios, a través de la Consejo Hondureño de la Empresa Privada (COHEP), dicen haber perdido millones por los actos de violencia y vandalismo y que tardarán años en reponerse de esta crisis. Como siempre, estas declaraciones no es más que una desfachatez porque los que han llevado a esta crisis son ellos con sus políticas rapaces de privatización, sumisión al imperialismo, opresión, y expolio de la riqueza que genera el trabajo del pueblo día a día.
La fuerza de la clase trabajadora
Repudiamos por completo la represión hacia al pueblo hondureño ejercida no sólo por el gobierno de Honduras sino por todos sus aliados, como la Unión Europea, la OEA y el gobierno de Estados Unidos que tiene bien clavadas sus garras en los recursos de la región. Todos los organismos internacionales que se definen como “humanitarios y neutrales” están respaldando la represión, pues su única función es proteger los intereses de la oligarquía y el imperialismo. A pesar de las declaraciones de los dirigentes de la Alianza no podemos confiar en estas instituciones, y no será su apoyo lo que nos hará la batalla. Ni un ápice de confianza a los organismos internacionales, al imperialismo, a sus leyes o a sus tribunales.
El heroísmo de los trabajadores hondureños queda más que demostrada en el desafío a todas las medidas represivas, autoritarias, asesinas y antidemocráticas de JOH, el Partido Nacional y las organizaciones patronales. Demuestran, sin dudas, que existe la fuerza para escalar las protestas y hacer retroceder a las fuerzas represivas, como se ha visto de nuevo en las movilizaciones masivas del domingo 3 de diciembre. Esta fuerza también ya ha hecho tambalear al Estado hondureño que intenta legitimar su recuento con observadores de la Oposición; la presión es tan grande que también a la OEA y la UE han recomendado el recuento del 100% de los votos.
La movilización ejemplar del pueblo hondureño debe servir para dar un paso decisivo en la lucha por transformar el país en beneficio de los explotados. Es necesario levantar una coordinación nacional, democrática y representativa, de todas las organizaciones sociales y partidos de la izquierda que están al frente de esta lucha. Y esta estructura nacional debe poner en marcha un plan de acción unificado, capaz de continuar las protestas, sostenerlas en el tiempo e intensificarlas hasta llegar a un Paro Nacional en las fábricas, las empresas, el campo, el pequeño comercio, los transportes y las universidades. La lucha contra este infame fraude electoral, tiene tras de sí todos los combates populares de los últimos años, en Honduras, en América Latina y, en numerosos puntos del mundo. Para el pueblo y los trabajadores hondureños sólo hay una solución: acabar con el capitalismo y levantar una sociedad nueva, una sociedad para todos, una sociedad socialista.
¡Fuera JOH y el imperialismo!
¡Viva la lucha del pueblo de Honduras!