Samir Amin fue sin lugar a dudas uno de los intelectuales marxistas más lúcidos y fecundos de los últimos 50 años desde la mirada tercermundista y la militancia de lucha de los pueblos del sur.
Dotado de una conciencia política aguda, nació en Egipto y tuvo una intensa trayectoria de trabajo en África. Fue intelectual orgánico en la mejor y más clara tradición gramsciana, su análisis y vasta producción se inscribe en la lucha desde la periferia por la descolonización, la autodeterminación de nuestros pueblos y por un socialismo como camino de liberación estructural. Un socialismo “ni calco ni copia sino que creación heroica” como señalara José Carlos Mariátegui, desde el Perú profundo y andino.
Samir Amin no fue solamente un pensador fecundo, fue también un militante comprometido con las luchas populares, políticas y culturales contra el sistema capitalista global en espacios como el Foro del Tercer Mundo y el Foro Mundial de Alternativas.
En sus memorias, Samir Amin relata que visitó Chile (por primera vez) poco tiempo después de la victoria de Salvador Allende.
A comienzos de 1971 sus anfitriones fueron dirigentes políticos y economistas como Gonzalo Martner, Pedro Vuskovic, Marta Harnecker, André Gunder Frank , Franz Hinkelamert y Clodomiro Almeyda, entre otros.
Amin visitó universidades, sindicatos y poblaciones y sostuvo encuentros con militantes sociales y políticos en un momento de efervescencia revolucionaria empapándose del proceso de ascenso popular y de la vía chilena al socialismo. En ellos, sostuvo que lo que más le inquietaba era la inocencia de los dirigentes en el poder concerniente a la reacción probable que tendría Washington contra el Chile Popular.
Para Samir Amin, era muy previsible que los Estados Unidos no tolerarían el programa de reformas estructurales que encabezaba Allende y la Unidad Popular; “Para mí era evidente que tocar la sobreganancia de los oligopolios norteamericanos era herir la parte la más sagrada (la única sagrada) del cuerpo americano” y aquello sería leído como una declaración de guerra por Washington”, “esas reformas provocaron inmediatamente una intervención “musclée” de los norteamericanos”(1).
Amin volvió en 1973 a Chile pocos meses antes del cruento golpe de Estado pinochetista y describía la situación como una situación deteriorada sobre todo por el despliegue de la estrategia de Washington en alianza con las fuerzas reaccionarias locales.
En medio de una compleja coyuntura (incluído un fuerte temblor de tierra) que presagiaba el golpe militar, participó en la sede de la Cepal en Santiago en un encuentro donde nacería el Foro de Tercer Mundo, espacio que marcaría sus reflexiones y su militancia.
En Chile estamos en deuda con Samir Amin, pues su trabajos son poco conocidos, debido a la influencia y difusión en nuestras izquierdas de una lectura del marxismo más bien ortodoxa y/o socialdemócrata muy eurocentrista y, por lo mismo, conocemos poco del pensamiento y elaboración de un marxismo crítico, producido desde la periferia en el sur del mundo, a pesar, de la influencia que tuvo en los 70 la visión marxista de la teoría de la dependencia, en la cual podríamos situar la fecunda producción intelectual de Samir Amin hasta nuestros días.
Aún corriendo el riesgo cierto de simplificar la reflexión de Samir Amin, hemos seleccionado algunos fragmentos de un texto que escribió sobre Frantz Fanon (2), los que en nuestra opinión sintetizan algunos aspectos centrales de su pensamiento: colonialismo externo y colonialismo interno.
El contraste centros/periferias es pues inherente a la expansión mundial del capitalismo realmente existente en todas las etapas de su despliegue desde sus orígenes. El imperialismo que es propio del capitalismo ha revestido diversas y sucesivas formas en relación estrecha con las características especificas de las sucesivas fases de la acumulación capitalista: el mercantilismo (de 1500 a 1800), el capitalismo industrial clásico (de 1800 a 1945), la fase posterior a la Segunda Guerra Mundial (de 1945 a 1990) y la globalización en camino de construirse”.
La acumulación por desposesión es permanente en la historia del capitalismo realmente existente.
Frantz Fanon comprendió perfectamente que la expansión capitalista se fundaba sobre la desposesión de los pueblos de Asia, de África, de América Latina y del Caribe, es decir, de la aplastante mayoría de los pueblos del planeta y que las mayores víctimas de esa expansión (los «parias de la tierra») eran, pues, pueblos convocados por la fuerza de las cosas a la revuelta permanente y legítima contra el orden mundial imperialista”.
El capitalismo es por naturaleza imperialista. El capitalismo histórico (es decir, el capitalismo realmente existente, en oposición a la visión ideológica de la «economía de mercado») es por naturaleza imperialista.
Fundado sobre la conquista del mundo por los centros imperialistas (Europa, Estados Unidos, Japón), abole, por su misma naturaleza, cualquier posibilidad para las sociedades de las periferias de su sistema mundial (Asia, África, América Latina) de «recuperar» y de convertirse, a imagen de esos centros, en sociedades capitalistas opulentas. Para estos países, la vía capitalista es un callejón sin salida. La alternativa es entonces socialismo o barbarie.
La visión (desgraciadamente dominante) de una acumulación previa, necesaria e imprescindible, que requeriría el paso por una «fase capitalista» antes de emprender el camino socialista, carece de fundamento en cuanto nos damos cuenta de los desafios objetivos que representa el capitalismo histórico.
La vulgata ideológica de la economía convencional y del «pensamiento» cultural y social que la acompaña, pretende que la acumulación se financia por el ahorro (virtuoso) de los «ricos», y de las naciones. La historia no respalda esa invención de los puritanos angloamericanos. Se trata, por el contrario, de la historia de una acumulación ampliamente financiada por la desposesión de unos (la mayoría) en beneficio de los otros (una minoría). Marx ha analizado con rigor este proceso, que ha calificado de acumulación primitiva. La desposesión de los campesinos ingleses (los «cercamientos») y la de los campesinos irlandeses (en beneficio de los terratenientes ingleses conquistadores), la de la colonización americana son testimonios elocuentes. En realidad, esta acumulación primitiva no se sitúa únicamente en El capitalismo realmente existente que es polarizador por naturaleza.
Traducido en términos de estrategia política y social, ese principio general significa que la larga transición constituye un pasaje obligatorio, imprescindible, para la construcción de una sociedad nacional popular, asociada a la construcción de una economía nacional autocentrada. Esta construcción es contradictoria en todos sus aspectos: asocia criterios, instituciones y modus operandi de naturaleza capitalista, con aspiraciones y reformas sociales en conflicto con la lógica del capitalismo mundial. Asocia (cierta apertura exterior lo más controlada posible) y la protección de las exigencias de las transformaciones sociales progresistas, en conflicto con los intereses capitalistas dominantes.
Las clases dirigentes, por su naturaleza histórica, inscriben sus visiones y aspiraciones en la perspectiva del capitalismo mundial realmente existente y, de mejor o peor grado, someten sus estrategias a las obligaciones de la expansión mundial del capitalismo. Por eso no pueden concebir verdaderamente la desconexión. Por el contrario, esta se impone a las clases populares en cuanto tratan de emplear el poder político para transformar sus condiciones y liberarse de las consecuencias inhumanas a las que les somete la expansión mundial polarizadora del capitalismo. La opción de un desarrollo autocentrado es imprescindible.
Los conflictos capitalismo/socialismo y Norte/Sur son indisociables.
El conflicto Norte/Sur (centros/periferias) es un dato primario en toda la historia del despliegue capitalista. Por eso la lucha de los pueblos del Sur por su liberación (en la actualidad victoriosa en su tendencia general) se articula con el cuestionamiento del capitalismo. Esa conjunción es inevitable. Los conflictos capitalismo/socialismo y Norte/Sur son indisociables.
No hay socialismo concebible fuera del universalismo que implica la igualdad de los pueblos. En los países del Sur, las mayorías son víctimas del sistema, en los del Norte, son los beneficiarios.
Unos y otros lo saben perfectamente, por mucho que a menudo se resignen (en el Sur) o se feliciten (en el Norte). No es casualidad que la transformación radical del sistema no sea un asunto candente en el Norte, mientras que el Sur se erige siempre como «lugar de tempestades», de repetidas revueltas, potencialmente revolucionarias. De hecho, las iniciativas de las gentes del Sur han sido decisivas en la transformación del mundo, como demuestra toda la historia del siglo XX. Constatar este hecho permite situar en su marco las luchas de clases en el Norte: son luchas económicas reivindicativas que, en general, no cuestionan ni la propiedad del capital ni el orden mundial imperialista. Esto es especialmente visible en Estados Unidos dentro del marco de una cultura política del consenso. La situación es mas compleja en Europa debido a su cultura política del conflicto, que enfrenta a la derecha y a la izquierda desde la Ilustración y la Revolución francesa, y después con la formación de un movimiento obrero socialista y la Revolución rusa.
Sin embargo, la americanización de las sociedades europeas, en marcha desde 1950, atenúa gradualmente este contraste. Igualmente, las modificaciones de la competitividad comparada de las economías del capitalismo central, asociadas a los desarrollos desiguales de las luchas sociales, no merecen colocarse en el centro de las transformaciones del sistema mundial; ni las relaciones entre Estados Unidos y Europa en el corazón de las diferentes variantes posibles, como piensan hoy muchos partidarios del proyecto europeo.
Marxismo sin orillas, siempre inacabado.
Por su parte, las revueltas del Sur cuando se radicalizan se topan con los desafíos del subdesarrollo. Sus «socialismos» llevan siempre, por ello, contradicciones entre las intenciones de partida y las realidades posibles. La conjunción, posible pero difícil, entre las luchas de los pueblos del Sur y las de los pueblos del Norte constituye el único medio de sobrepasar los límites de unas y otras. Esta conjunción define mi lectura del marxismo. Una lectura que parte de Marx y se niega a detenerse en él, o en Lenin o en Mao. Un marxismo concebido como método de análisis y de acción (la dialéctica materialista) y no como el con-junto de proposiciones extraídas del uso de este. Un marxismo, pues, que no teme rechazar determinadas conclusiones, por muy de Marx que sean. Un marxismo sin orillas, siempre inacabado.
Siendo el capitalismo un sistema mundial y no la simple yuxtaposición de los sistemas capitalistas nacionales, las luchas políticas y sociales, para ser eficaces, deben conducirse simultáneamente en el área nacional (que sigue siendo decisiva porque los conflictos, las alianzas y los compromisos sociales y políticos se tejen en esta área y en el plano mundial). Me parece que este punta de vista (obvio, en mi opinión) ha sido el de Marx y el de los marxistas históricos ( «Proletarios de todos los países, uníos») o, en la versión maoista enriquecida: «Proletarios de todos los países, pueblos oprimidos, uníos ».
La lucha por el socialismo como una larga transición.
Sin volver a los análisis sobre el capitalismo mundial realmente existente que he desarrollado en otros lugares, recordaré simplemente sus conclusiones: a mi entender la humanidad no podrá dedicarse seriamente a la construcción de una alternativa socialista al capitalismo si las cosas no cambian también en el Occidente desarrollado. Eso no significa, en modo alguno, que los países de la periferia deban esperar ese cambio y, hasta que se produzca, contentarse con «ajustarse» a las posibilidades que les ofrece la globalización capitalista. Por el contrario, es probable que a medida en que las cosas empiecen a cambiar en las periferias, las sociedades de Occidente, obligadas a ello, puedan ser llevadas a evolucionar a su vez en el sentido que exige el progreso de la humanidad entera.
En su defecto, lo peor, es decir, la barbarie y el suicidio de la civilización humana, sigue siendo lo más probable. Sitúo, por supuesto, los cambios deseables y posibles en los centros y en las periferias del sistema global en el marco de lo que he llamado «la larga transición».
(1) Samir Amin, L’ Eveil su Sud. L’ Ère de Bandoung 1955-1980. Panorama Politique et Personnel de L’Époque. Apic Éditions, Alger, 2013 pp,280 (La traducción es nuestra).
(2) Frantz Fanon, Esprit. ( Varios Autores). Samir Amin, Frantz Fanon en Afrique et en Asie. Apic Éditions, Alger, 2015, pp 57-69 (La traducción es nuestra).
Fuente: Artículo publicado por Radio de la Universidad de Chile.