por Inna Afinogenova:
El Servicio Penitenciario de Rusia acaba de informar sobre el fallecimiento del opositor Alexey Navalny en la cárcel.
La madre patria siempre tiene una hostia adicional guardada para cada uno de sus hijos.
Para empezar, nadie debería morir en la cárcel siendo un hombre sano de 47 años. Si eso ocurre, evidentemente, sean cuales sean las circunstancias, es responsabilidad del Estado y de nadie más. Independientemente de quién sea y qué haya hecho.
Que en este caso tampoco era ningún criminal peligroso y eso lo sabemos todas. Tanto aquellas a las que les falta poco para celebrar su muerte, como las que están a un paso de beatificarlo.
Por otra parte me hace gracia leer a las “analistas” que hablan sobre su pasado ultra o que dicen que “esto no le conviene al Kremlin”.
¿Cuántas veces habré oído semejante frase y cuántas veces incluso me la habré creído?
Pero bueno, amigas, dense cuenta: eso, a la decimosexta vez que lo tienes que decir, ya no sirve. El Kremlin o gente en torno al Kremlin o quién sea ha tomado sistemáticamente decisiones que “no le convenían”. Y hay unos cuantos cadáveres (y algún envenenamiento e incluso una guerra) por el camino “gracias” a esas “decisiones que no convienen”. Políticos, periodistas, diputados, opositores… no convenía, pero se hizo.
A mí, principalmente, me apena mucho que este sea mi país y me cuesta cada vez más quererlo, y eso que lo quiero. Que sé que su gente y su cultura y su historia se merecen algo mucho mejor que esto que tienen.
Siento rabia por lo que ocurre y también por la sensación de que ni tan siquiera puedo hablar abiertamente sobre ello porque está en riesgo el bienestar de mucha gente a la que quiero.