El Socialista Centroamericano No 369.-
A inicios de febrero del 2023, después de meses de acelerada construcción, Nayib Bukele, presidente de El Salvador, muy eufórico inauguró en el municipio de Tecoluca, una mega cárcel de máxima seguridad, llamada Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT), con capacidad para mantener prisioneros a unas 40.000 pandilleros, jefes y miembros de maras, que fueron capturados bajo el régimen de excepción, que se mantiene vigente desde marzo del 2022.
Las maras en El Salvador, reflejan un fenómeno de descomposición social. Este país se desangró en una cruenta guerra civil en los años 80 y, al no poder realizar los cambios democráticos que la sociedad demandaba, se hundió en la miseria y la barbarie, siendo las maras o pandillas un producto directo de esta degradación social.
Bukele se atrevió a hacer lo que ningún otro presidente o gobierno había hecho: reducir el índice de criminalidad, aplastando a las maras sin misericordia, cortando de tajo el problema, una especie de amputación social, enviando a la cárcel a todas las maras. Suspendió algunas garantías constitucionales, aprobó leyes proscriptivas calificando como “terroristas” a los mareros.
La gente que estaba cansada de los asesinatos, extorsiones, desapariciones, expropiaciones y todo tipo de violencia que ejecutaban los mareros, indudablemente que aplaudió la guerra sin cuartel contra las maras. La gente demanda, con mucha razón, seguridad y protección del Estado. Las encuestas revelan que el 90% de la población de El Salvador respalda la gestión de Bukele, especialmente la lucha a muerte contra las pandillas.
En la guerra contra las maras han sido capturados justos y pecadores. Y la polémica se ha polarizado entre quienes apoyan la guerra a muerte contra las maras, sacrificando las libertades democráticas, y quienes defienden los derechos humanos en general, cerrando los ojos ante la actividad criminal de las maras y pandillas.
Con motivo de la inauguración de la mega cárcel del CECOT, la polémica se extendió a un intercambio de tuits entre Nayib Bukele y Gustavo Petro, presidente de Colombia, quien escribió: “Ustedes pueden ver en redes sociales las fotos terribles -no me puedo meter en asuntos de otros países- del campo de concentración de El Salvador. Lleno de jóvenes, miles y miles encarcelados, le da a uno escalofrío (…) Creo que hay gente a la que le gusta eso (…) ver a la juventud entre las cárceles; y creen que eso es la seguridad. Y se disparan las popularidades (…)” (El Universo, 01/03/2023).
Petro, igual que los antibukelistas, solo ve el problema de la violación a los derechos humanos de los mareros. Efectivamente, como lo dijimos en El Socialista Centroamericano No 360, en septiembre del año pasado, Bukele había iniciado una “(…) lucha abierta contra las maras, suspendiendo las garantías constitucionales y encarcelando a más de 50,000 pandilleros, trasladándolos a verdaderos campos de concentración”.
El problema es que meter a más de 50,000 pandilleros en el CECOT, manteniéndolos muertos de hambre en celdas oscuras, de aislamiento completo, resuelve temporal y parcialmente el problema de la violencia y la criminalidad en El Salvador. Si las maras son un fenómeno de descomposición social, el vacío que han dejado en las calles será llenado nuevamente por otros grupos criminales. Porque, en primera y última instancia, las maras reflejan un fenómeno social, son producto de la enorme decadencia del sistema capitalista neocolonial, son flagelo y victimas al mismo tiempo.
Mientras no se solucionen las causas sociales que generaron las maras, como son el desempleo, la marginalización social y la falta de oportunidades, la sociedad enferma seguirá pariendo mareros de manera continua. La estrategia de Bukele de contención de la criminalidad no correrá largo, y cada vez más necesitará cárceles más grandes para poder contener la descomposición social.
La única salida para erradicar el flagelo de las maras consiste en realizar los cambios democráticos que fueron frustrados durante la guerra civil y que tampoco fueron impulsados después de los Acuerdos de Paz. Para erradicar a las maras debemos impulsar una revolución democrática que reorganice el Estado y crear una sociedad más justa, sacando de la marginalidad social a decenas de miles de jóvenes que son rechazados por el sistema.