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EL PUEBLO CATALÁN TOMA LA PALABRA.

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Pepe Gutiérrez- Álvarez

De una manera u otra, desde la prensa y los canales domesticados, se repite con insistencia que el referéndum de autodeterminación se ha cocido en los despachos (Almudena Grande que declara como experta en revoluciones “que son otra cosa”). De esta manera atribuyen al pueblo catalán el carácter de marionetas que se deja engañar por una minoría “fanática”.

Políticos que mueven los hilos de las manifestaciones en defensa del derecho a decidir.

Los próceres del bipartidismo que hasta ayer jugaban sus cartas con el clan Pujol que tapaba las exigencias catalanas, ahora se descuelgan con declaraciones en la que el poli bueno habla de diálogo (dentro de una Constitución votada hace cuatro décadas, marcada por los ruidos de sables, estructurada para que solamente la élite gobernante la pudiera tocar), mientras que el poli malo (categoría en la que se incluye toda la baronía soi disant socialista), habla del III Reich cuando no de aquel 23-F urdido en los despachos del monarca, y del que solamente unos cuantos implicados pagaron penas de cárcel irrisorias en tanto que el resto siguió en sus cuarteles en los que los sables no pararon de hacer ruidos hasta mitad de los años ochenta.

Resulta harto sintomáticos que este cúmulo de falsedades e insidias sean realizadas pues por personajes e instituciones que desde estas reglas –derivadas a la vez de una guerra contra la República y el pueblo- justifican la secular imposición de aquella España una (la broma popular era que de haber dos el pueblo se iría a la otra, a una donde las fuerzas represivas no pudieran maltratarlos), grande (a la sombra de los USA) y libre, palabra que los presos solían subrayar (libre, libre, libre) cuando los obligaban como a los niños, a cantar el “Cara el Sol”, esa canción que suena estos días en la peñas de patriotas al revés. Fue entonces cuando el criterio de la soberanía única se impuso contra los pueblos que, como gallego, catalán, el vasco y otros sacaron a relucir sus exigencias como parte de una movilización antifranquista que obligó a los Fraga y Martín Villa a ceder en lo no fundamental.

Estos mismos medios que habían exaltado las tentativas de la “oposición” venezolana como verdad divina, niegan que la enorme movilización del referéndum catalán tener validez para un Estado que se arroga la última palabra sobre la legalidad. Una legalidad que no dudan en pisotear cuando se trata de apropiarse de lo público o de facilitar negocios o medidas como las privatizaciones.

Los que hemos vivido desde dentro estas jornadas nos hemos encontrado con un pueblo catalán culto, tolerante, abierto y democrático, con una gente que ha movido Roma con Santiago para…poder votar. No ha sido una batalla improvisada, es el fruto de una capacidad de resiliencia forjada por muchas generaciones. No hay que remontarse tan lejos. Cataluña fue la avanzada de la revolución social y democrática que atravesó la República española; derrotada en 1939, con su lengua y tradiciones prohibidas, sus instituciones destruidas y con “rojos y separatistas” fusilados, se rehizo desde abajo.

Fue esta Catalunya derrotada la que recibió a una buena parte de la España agraria derrotada con la que se encontró en fábricas, barrios y universidades. Los casos de xenofobia que se habían dado contra “los murcianos” fueron protagonizados por el Vichy catalán, los freixenets que apoyaron el régimen franquista. David Fernández habla de una “refundación”, de ahí surgió otra Catalunya que, después de la experiencia antifranquista, del montaje autonómico, ahora vuelve a buscar su propio camino.

Un camino propio que se enfrenta a una «nomenclatura» política que labora para las grandes multinacionales.

Contra las mismas élites que están endeudando de manera brutal el España. Que están empobreciendo a sus trabajadores de manera salvaje. Y lo están haciendo ejerciendo un derecho básico: nadie debe sentirse obligado a pertenecer a un país en el que no se reconoce. En una España en la que no nos reconocemos los heterodoxos.

Y por más que se pueda hablar de un laberinto, aquí es el pueblo el que ha tomado la palabra.

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