Por Gustavo Espinoza M.
La última semana de abril de 1945 -hace 80 años- fue escenario de acontecimientos decisivos en la historia del siglo XX. Cuando se vivían los días finales de la II Guerra Mundial, el mundo registraba el ocaso de los genocidas. Benito Mussolini y Adolfo Hitler -en días sucesivos- caían abatidos como consecuencia de la derrota categórica de sus ejércitos y de las fuerzas operativas que los habían mantenido al Mando y con las que buscaban forjar lo que el líder Nazi llamara “un milenio de dominio pardo”.
Benito Mussolini, como se recuerda, tomó el Poder en octubre de 1922 como consecuencia de “La Marcha sobre Roma” celebrada en esa circunstancia. El rey de Italia, Víctor Manuel, temeroso ante el ascenso del fascismo y haciendo el juego a las grandes corporaciones financieras de la Península, accedió a entregar la conducción del Estado a este caudillo considerado por José Carlos Mariátegui “volitivo y verboso”.
En los años siguientes gobernó con la “Mano dura” del fascismo valiéndose de escuadrones de combate y aceite de ricino, además de un notable apoyo del lumpen del proletariado convertido en fuerza de choque. Recluyó en las cárceles a notables opositores, como Antonio Gramsci, castigó sin piedad a Piero Gobetti, asesinó a Giácomo Mateotti y forzó la salida del país de destacados dirigentes de partidos de diverso signo, opositores a su gestión.
Su derrota se hizo clara, sin embargo, el sábado 24 de julio de 1943, cuando se vio forzado a convocar una reunión del Gran Consejo Fascista a solicitud de sus antiguos compañeros, que se tornaron en sus críticos tenaces. El más calificado de ellos. Dino Grandi le enrostró abiertamente su responsabilidad: “Tu has impuesto a Italia una dictadura históricamente inmoral… tu dictadura ha querido la guerra, y tu dictadura la ha perdido. El jefe que amábamos, ha desaparecido”. Fue esa intervención, y otras, las que sellaron la suerte del “Duce” y lo obligaron a presentar su dimisión ante el rey confirmando su derrota.
Mussolini fue arrestado y conducido a una prisión especial en el Gran Sazzo, pero de allí fue liberado por los alemanes que lo condujeron a Berlín a un nuevo encuentro con Hitler, quien lo esperaba inquieto. Después el líder fascista volvió al norte de su país y proclamó la “República Social Italiana”, una administración casi imaginaria sustentada tan sólo en la fuerza bélica del ejército alemán de ocupación. El colofón a esa farsa ocurrió el 27 de abril del 45. Allí comenzó su fin.
Entonces Mussolini se trasladaba en un furgón alemán en compañía de algunos colaboradores por las inmediaciones de la aldea Dongo, en las cercanías del Lago Como, cuando la Caravana fue intervenida por un destacamento guerrillero del Partido Comunista al mando del comandante Pedro.
Lo demás, es historia conocida. El coronel Valerio -Walter Audisio, luego diputado comunista en el Parlamento Italiano-. se hizo cargo de los hechos el 28 de abril y asumió la responsabilidad del caso. Horas más tarde, el detenido fue fusilado junto a Clara Petacci -su amante- ante un muro situado en las afueras de la ciudad.
Sus cadáveres, junto a otros dignatarios fascistas caídos en la misma circunstancia, fueron exhibidos a la multitud en la Piazola Loreta, en el corazón de Milán. Eso tuvo un contenido simbólico, porque en esa misma plaza, unos días antes, fueron ejecutados jóvenes antifascistas por milicias del régimen. El 30 de abril, el mundo supo del ominoso fin del dictador fascista.
Antes de morir, Hitler escribiría “juzgando las cosas a sangre fría y dejando aparte todo sentimentalismo, debo admitir que mi inalterable amistad con Italia y con el Duce, forman parte de mi serie de equivocaciones. Es evidente que la alianza de Italia con nosotros ha resultado más útil a nuestros enemigos que a nosotros mismos”. Lamento tardío, ciertamente.
La suerte de Adolfo Hitler no fue sustantivamente diferente. Ya estaba derrotado cuando registró sus primeras desavenencias en su Alto Mando. El general Erwin Rommel –“El Zorro del Desierto”- discrepó de él sin esconder sus diferencias y debió suicidarse antes de ser humillado. También el Almirante Wilhelm Canaris, prestigioso jefe de los Servicios Secretos de Alemania buscó otra opción gubernativa y terminó colgado en un Campo de Concentración el 9 de abril del 45
Pero fue poco antes, el 20 de julio de julio de 1944, cuando Claus Von Staunffeunberg organizó el más célebre atentado en la región de Rasenburg, en la misma “Guarida del Lobo” -Wolfsschanze- fracasando en el intento de acabar con la vida del tirano, pero dejando en la cabeza de Hitler la idea que tenía a sus enemigos “dentro”, y no sólo en “el Frente”. Y esto fue decisivo también a la hora de los desenlaces.
Todo esto ocurrió en un periodo trágico de la vida mundial. El régimen Nazi consumó crímenes horrendo y mató en muchos países a valerosos luchadores sociales, como Ernest Thaelmann, el líder de los comunistas alemanes. Pero lo más abominable fue la creación de los “Campos de Concentración” en los que se operó la “solución final”, que terminó con la vida de millones.
Lo definitivo para el jerarca Nazi vino después. El 16 de abril del 45 las tropas soviéticas habían roto todas las defensas de la ciudad de Berlín e iniciaban la batalla decisiva en la Capital del Reich. Entre los días 24 y 28 la lucha se había desarrollado de manera vigorosa, pero también sangrienta. Se disputaba palmo a palmo cada calle y cada plaza, pero el avance soviético era virtualmente indetenible.
Luego, cada edificio cada vivienda. En la última etapa, niños de 15 años ofrecían resistencia armada, porque casi no había soldados. Y el 28 de abril las tropas soviéticas se hallaban ya a 300 metros del Bunker de Hitler -.el “Fuhrerbunker”- donde éste se había parapetado, con algunos de los suyos.
El Alto Mando Hitleriano, sin embargo, se había roto. El Gran Mariscal del Reich -el “Reichsmarschall”- Herman Goering se había marchado a su lujosa residencia de Carinhall, en tanto que Himmler -el siniestro hombre de la Gestapo- buscaba un acuerdo unilateral y secreto con los británicos. Por su parte, los norteamericanos hacían su propio juego procurando “ganar” colaboradores en el entorno del adversario derrotado. Solo el Ejército Rojo luchaba hasta el fin.
El 28 de abril Hitler no pudo más y resolvió pegarse un tiro con Eva Braun, a la que había deposado el día anterior. Después, los que quedaron buscaron huir, pero varios murieron y otros fueron detenidos y pagaron sus culpas.
En el célebre Proceso de Nuremberg, Baldur Von Schiraclh, el máximo líder de las juventudes hitlerianas diría: “Lo ocurrido en Auschwitz fue el mayor asesinato en masa y el más diabólico cometido en la historia del mundo. Soy culpable ante Dios y ante esta Nación de haber guiado a la juventud a seguir a Hitler, a quien consideraba infalible, pero que resultó ser el asesino de millones de personas”
Es claro entonces que la última semana de abril marcó el ocaso de los genocidas y el principio del fin del fascismo que hoy busca renacer a cualquier precio a la sombra del Gran Capital, alentado por las Grandes Corporaciones, la Oligarquía mundial y el Imperialismo.
Al evocarse en nuestro tiempo el 80 aniversario de la caída del fascismo, y rendir justo homenaje a la Unión Soviética, a su pueblo y a su glorioso Ejército Rojo, es indispensable recordar las palabras del periodista checo Julius Fucik: “Hombre, a nada temáis, solo al fascismo. Estad alerta!”