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¡El minero chileno: símbolo de la explotación moderna bajo el yugo neoliberal!

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por Franco Machiavelo

El minero de hoy en Chile no es un héroe libre, ni un engranaje feliz del desarrollo nacional. Es un obrero encadenado a una lógica de muerte lenta, que sacrifica su cuerpo y su vida al altar del extractivismo. Le han vendido la ilusión del progreso mientras lo entierran, no bajo toneladas de roca, sino bajo el peso estructural de un sistema que lucra con su sudor, su miseria y, muchas veces, su sangre.
 
El último accidente minero, como tantos otros silenciados por los medios y relativizados por las autoridades, no fue una tragedia aislada, sino la consecuencia directa de una estructura económica que prioriza la rentabilidad por sobre la vida humana. En esta matriz productiva, diseñada para enriquecer a unos pocos y mantener a millones en la precariedad, los cuerpos obreros son desechables, reemplazables, una variable más del «costo de producción».
 
Los discursos oficiales hablan de protocolos, de mejoras en la seguridad, de inversión en tecnología. Pero todo eso cae por tierra cuando la codicia empresarial es respaldada por un Estado servil, que flexibiliza leyes laborales, externaliza riesgos, y permite la operación de faenas con condiciones inhumanas. No es casualidad que las minas más riesgosas estén en manos de empresas subcontratistas, donde los trabajadores pierden toda estabilidad y son privados de derechos básicos.
 
El minero no es un «beneficiado» por el cobre chileno. Es su víctima. Es el eslabón más vulnerable de una cadena de saqueo que entrega la riqueza nacional al capital transnacional y a una oligarquía criolla insaciable. Mientras se celebran récords de exportación, en los piques se multiplican las enfermedades respiratorias, los accidentes por falta de mantenimiento, la fatiga crónica por turnos extenuantes y, por supuesto, la muerte.
 
Lo ocurrido en el último accidente minero no es un “error humano”, como se suele disfrazar. Es un crimen estructural, una expresión más del capitalismo salvaje que ha convertido al desierto en zona de sacrificio y al trabajador en carne de cañón. No es una excepción, sino la norma encubierta por una prensa cómplice y una institucionalidad diseñada para proteger el capital, no a las personas.
 
Chile no podrá avanzar verdaderamente mientras su riqueza siga manchada con sangre obrera. El minero chileno de hoy es un obrero precarizado, explotado y criminalmente olvidado. Su vida vale menos que el precio internacional del cobre. Y mientras eso no cambie, cada nuevo accidente será otro grito silenciado por la maquinaria brutal del saqueo disfrazado de desarrollo.

 

 

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