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El marxismo y la Segunda Guerra Mundial

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(Imagen: Día de la Victoria en Europa. Londres 8 de Mayo de 1945)

El 8 de mayo pasado se cumplieron 80 años del Día de la Victoria en Europa (VE Day), que puso fin a la lucha contra la Alemania nazi en Europa. La Segunda Guerra Mundial fue testigo de cómo la técnica capitalista moderna garantizaba la muerte y la destrucción a una escala inimaginable hasta entonces.

A pesar de las polémicas, en el fondo se trataba de una lucha por los mercados y por el dominio económico y político. A continuación publicamos un artículo de Peter Taaffe titulado «El marxismo y la Segunda Guerra Mundial» (publicado en Socialism Today, septiembre de 2009), en el que se analizan los antecedentes de la Segunda Guerra Mundial y la responsabilidad de los socialistas en tiempos de guerra. Peter Taaffe, tristemente fallecido el 23 de abril de 2005 (OBITUARIO | Peter Taaffe – Teórico trotskista internacional y luchador por el socialismo)

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Peter Taffe

Comité por una Internacional de los Trabajadores, CIT.

 

Y no puedo evitar preguntarme ahora Willie McBride

No todos los que yacen aquí saben por qué murieron?

¿Creyeron de verdad cuando les dijeron la causa?

¿Creyeron de verdad que esta guerra pondría el fin a las guerras?

Pero el sufrimiento, el dolor, la gloria, la vergüenza –

El asesinato, la muerte – todo fue en vano.

Para Willie McBride, todo ocurrió otra vez

Y otra vez, y otra vez, y otra vez, y otra vez.

© Eric Bogle

 

La letra de la canción popular de Eric Bogle es inquietante, No Man’s Land (conocida también como Los verdes campos de Francia, o Willie McBride), creada en el marco de un joven soldado imaginario muerto en la primera guerra mundial, es hoy tan relevante con ocasión del 70 ª aniversario del comienzo de la segunda guerra mundial que se celebra el 1 de septiembre. La guerra fue así «una y otra vez», con sus incontables víctimas, y seguirá haciéndolo mientras el capitalismo continúe. De hecho, el número total de víctimas de la Segunda Guerra Mundial, empequeñeció, incluso la carnicería de la primera. Las estimaciones del número total de víctimas de la guerra sugieren que alrededor de 60 millones de personas murieron, 20 millones de soldados y 40 millones de civiles.

 

Muchos civiles murieron de enfermedad, hambre, por masacres, los bombardeos y el genocidio deliberado. La ahora desaparecida «Unión Soviética» perdió alrededor de 27 millones, algo menos de la mitad de todas las víctimas de la guerra. El 85 % de los muertos eran del lado de los “aliados” (en su mayoría soviéticos y chinos) y el 15 % fueron del lado del ‘eje’ de la Alemania nazi, la Italia fascista y Japón. Una estimación sitúa el número de civiles que murieron en campos de concentración nazis a 12 millones, mientras que 1,5 millones murieron a causa de los bombardeos. Siete millones de personas murieron en Europa por otras causas y 7,5 millones de chinos murieron bajo el yugo del brutal imperialismo japonés.

 

El horror de la guerra mundial dejó su huella indeleble en las generaciones que lo vivieron. Esto fue subrayado por el reciente funeral de Harry Patch, el último veterano británico sobreviviente de las trincheras de la primera guerra mundial, que falleció en julio a la edad de 111 años. Significativamente, el heroico Harry se planteo en sus últimos años contra la guerra. Este humilde fontanero de profesión, insistió en que dos soldados de cada uno de los ejércitos de Bélgica, Francia y, significativamente, de Alemania, actuaran como portadores de su ataúd. Esto sirve para subrayar la actitud de aquellos que pasaron por el barro y la suciedad de la primera guerra mundial y, sin embargo rechazaron el estrecho nacionalismo y chovinismo contra los hombres y mujeres del «otro lado», que fueron arrastrados a una guerra contra sus intereses, con muchos pagando el precio final. Incluso en los EE.UU. durante la Segunda Guerra Mundial, en una encuesta de Gallup dos tercios de las personas entrevistadas diferenciaban entre el pueblo alemán y los nazis, en la cuestión de la responsabilidad de la guerra.

 

La primera guerra mundial se suponía iba a ser la «guerra para acabar con todas las guerras» y, por otra parte, fue marcada como una «guerra por la democracia». De hecho, no sólo se limitaron los derechos a voto para los hombres en la mayoría de los países implicados, en particular en la Rusia zarista, sin derecho a voto para las mujeres en las elecciones nacionales en cualquiera de los países beligerantes hasta después de la guerra, y ningún derecho democrático para las masas en la las “posesiones” coloniales de las potencias europeas. En realidad, se trataba de una lucha por la nueva división de los mercados mundiales, las fuentes de materias primas, etc., entre diferentes bandas de bandoleros con los «vencedores» – Gran Bretaña, Francia y los EE.UU. – imponiendo una vengativa y asfixiante paz en Alemania, establecida por el Tratado de Versalles de 1919, que, a su vez, sentó las bases para una guerra 20 años después.

En realidad, no hay inevitabilidad en la historia para las guerras y el sufrimiento, si la clase obrera, enfrentada con la oportunidad, interviene en el momento para cambiar su curso. Esto era perfectamente posible tras la primera guerra mundial con la revolución rusa, iniciando una ola revolucionaria en toda Europa: en Alemania, Hungría y Checoslovaquia, y con un gran eco en Gran Bretaña e incluso los EE.UU. Sin embargo, trágicamente, las mismas organizaciones de la clase obrera que se habían preparado antes de la primera guerra mundial para ayudar a cambiar la sociedad se convirtieron, a la hora decisiva, en un baluarte para el capitalismo. Los dirigentes socialdemócratas acudieron al rescate del capitalismo, apoyaron a su «propio lado» en la guerra, ayudando a suprimir las revoluciones, especialmente en Alemania entre 1917 y 1923. Una exitosa revolución alemana, sin duda, habría iniciado una ola revolucionaria que habría transformado a Europa y el mundo.

 

Capítulo 1: Las raíces de la guerra

Asustado por la experiencia de la revolución alemana, el capitalismo de EE.UU., en particular, intervino a través del Plan Dawes para financiar a Alemania y Europa en la década de 1920. Pero esto no resolvió la contradicción fundamental del capitalismo y el imperialismo que había llevado a la primera guerra mundial. Las raíces de esta radicaba en el desarrollo colosal de las fuerzas productivas – la organización del trabajo, la ciencia y la técnica – que había superado tanto la propiedad privada por un puñado de capitalistas monopolistas y la existencia de Estados nacionales. Vladimir Lenin había declarado «el capitalismo significa la guerra», y si la Primera Guerra Mundial no terminó con un exitoso cambio socialista, sería seguida por una segunda y una tercera.

 

Sin embargo, la semi-estabilización de Alemania después del fracaso de la revolución de 1923 parecía contradecir este y otros análisis marxistas de la situación. La industria alemana ciertamente se desarrolló económicamente, pero aún estaba cercada por el Tratado de Versalles y, en particular por su falta de colonias y mercados para sus productos. Estos fueron arrinconados por los poderes coloniales mayores, sobre todo por el imperialismo británico y francés – en particular las ‘semi-colonias’ de Europa oriental – y cada vez más por el nuevo gigante en el bloque, el imperialismo de EE.UU. El inicio de la crisis mundial de 1929 encontró al capitalismo alemán con el poder económico suficiente para prácticamente abastecer al mundo, aún a pesar de estar impedido de hacerlo por la dominación de sus rivales imperialistas. Esto condujo a una aguda crisis de revolución y contrarrevolución que, como sabemos, llevo – debido a la negativa cobarde de los líderes de la socialdemocracia y el partido comunista para cerrarle el paso – a la victoria de Adolf Hitler y los nazis en marzo de 1933.

Casi de inmediato, León Trotsky, resumiendo la posición del marxismo, pronosticó que a menos que Hitler fuera detenido de inmediato, esto desataría inevitablemente un resurgimiento del imperialismo alemán en un intento de apoderarse de colonias y de materias primas que, a su vez, culminaría en una nueva guerra mundial. Tan grandes eran los peligros para el movimiento de los trabajadores, no sólo en Alemania sino en todo el mundo, que Trotsky postuló la idea de que un estado obrero debía movilizar sus fuerzas militares e incluso amenazar de intervención a Alemania.

 

Sin embargo, el estado obrero de Rusia había degenerado, de la democracia obrera de Lenin y Trotsky a la dictadura de Joseph Stalin y la burocracia sobre la que descansaba. Desde una política de promoción de la lucha por el socialismo mundial, Stalin había subido al poder con el lema de «socialismo en un solo país», que personifica el abandono de los objetivos originales de la revolución rusa por la usurpación de la elite burocrática que crecientemente dominaban el Estado y la sociedad. En lugar de hacer frente a Hitler, Stalin gravitaba entre la búsqueda de alianzas con las llamadas potencias imperialistas «democráticas» y los intentos secretos para llegar a un acuerdo con el régimen nazi en ciertas etapas también.

 

Los escritos de Trotsky sobre el proceso conducente a la segunda guerra mundial son invaluables para entender el carácter del capitalismo – en particular su expresión moderna a través del imperialismo – y su impulso hacia la guerra en determinadas circunstancias. Señaló que la llamada «paz» de Versalles había establecido las bases para el capitalismo alemán para llevar a cabo la tarea de «unificación nacional» de los pueblos de habla alemana, sobre la base de su programa imperialista. Esto facilitó el surgimiento de las fuerzas fascistas de Hitler, la movilización de los pequeños burgueses desesperados en lo fundamental. La demandas de Hitler para la incorporación de más de tres millones de Sudetes alemanes – que vivían dentro de las fronteras de la Checoslovaquia post-1918 – y Austria, etc., se convirtieron sólo en los primeros pasos del capitalismo alemán para desafiar frontalmente el poder del imperialismo anglo-francés, en particular en el este de Europa…

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