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El marxismo, la primavera árabe y el fundamentalismo islámico

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EL PORTEÑO
por Joseph Daher

El proceso revolucionario en Oriente Medio y el Norte de África (OMNA) ha conocido un periodo de derrotas y reveses desde los días gloriosos de 2011.[1] Las fuerzas progresistas y democráticas han quedado o están quedando atrapadas entre dos fuerzas contrarrevolucionarias –los regímenes existentes y diversas ramas del fundamentalismo islámico– y sus valedores imperiales y regionales. Los regímenes eran y siguen siendo la principal amenaza para las revueltas. Al mismo tiempo, los movimientos fundamentalistas islámicos deben considerarse una fuerza política esencialmente reaccionaria en toda la región.

Esta función contrarrevolucionaria exige revisar gran parte de los análisis y del enfoque estratégico de la izquierda con respecto al fundamentalismo islámico. La izquierda debe adoptar una posición independiente tanto con respecto a los regímenes existentes como a los fundamentalistas islámicos, sobre la base de un programa de democracia, justicia social, igualdad y liberación y emancipación de los oprimidos.

¿Por qué empleamos el término “fundamentalismo islámico”?

Organizaciones como el llamado Estado Islámico (EI),[2] Al Qaeda, las diversas ramas de los Harmanos Musulmanes (HM) e Hezbolá tienen diferencias desde el punto de vista de su formación, desarrollo, composición y estrategia. Sin embargo, tienen en común un proyecto político, pese a la importancia de sus diferencias. Como señala el académico y comentarista marxista Gilbert Achcar, todas las variantes del fundamentalismo islámico comparten un objetivo común reccionario y sectario: establecer “un Estado islámico basado en la sharía[3] que preserve el orden capitalista neoliberal existente.

Esto es lo que une a los fundamentalistas islámicos desde su ala gradualista hasta la yihadista. Así, por ejemplo, el ex viceguía supremo de los HM egipcios, Muhamad Jairat al Shater, declaró en marzo de 2011, tras el derrocamiento del entonces presidente Hosni Mubarak:

Los Hermanos trabajan por restaurar el islam en su concepción omnímoda en las vidas de la gente y creen que esto solo se materializará a través de una sociedad fuerte. Por tanto, la misión está clara: restaurar el islam en su concepción omnímoda; someter al pueblo a Dios; instituir la religión de Dios; la islamización de la vida, empoderando la religión de Dios; establecer el renacimiento de la umma [comunidad de fieles] sobre la base del islam… Así hemos aprendido [a empezar] a construir el individuo musulmán, la familia musulmana, la sociedad musulmana, el gobierno islámico, el Estado islámico global.[4]

De un modo similar, el partido fundamentalista chií libanés Hezbolá (fundado oficialmente en 1985) ha expresado reiteradamente su punto de vista de que un Estado islámico es su sistema político preferido. Sin embargo, señala que debido al acuerdo constitucional del país, que reparte el poder político entre confesiones y etnias, este objetivo es impracticable en estos momentos. Claro que esto no ha impedido que Hezbolá se opusiera a varias propuestas de secularización del Estado libanés, tachándolas todas de antiislámicas.[5]Por ejemplo, ha denunciado el matrimonio civil por considerarlo “una implantación del ateísmo”.[6]

Los grupos fundamentalistas islámicos aplican diferentes estrategias y tácticas para alcanzar sus objetivos. Como señala Achcar, “algunos siguen una estrategia gradualista de relizar su programa primero en la sociedad y después en el Estado, mientras que otros recurren al terrorismo o al establecimiento de un Estado por la fuerza, como es el caso del llamado Estado Islámico”.[7] Los gradualistas, como los Hermanos Musulmanes, Hezbolá o Dawa en Irak participan en elecciones y en las instituciones estatales existentes. En cambio, los yihadistas, como Al Qaeda y el Estado Islámico (EI), consideran a aquellos no islámicos y recurren en su lugar a tácticas de guerrilla o terroristas con la idea de hacerse finalmente con las riendas del Estado. Entre los yihadistas hay debates y divisiones sobre tácticas y estrategias para lograr su objetivo de establecer un Estado islámico. En diversos contextos y periodos históricos, las distintas corrientes han colaborado ocasionalmente entre ellas y en otros momentos han competido o incluso chocado entre sí.

A pesar de sus diferencias estratégicas, todas ellas comparten un programa político y una visión de la sociedad de cariz reaccionario y autoritario. Esto se ve claramente en su actitud hacia las mujeres. Todas las tendencias del fundamentalismo islámico promueven una visión sexista que apoya el predominio del hombre y somete a las mujeres a un papel subordinado en la sociedad. Ante todo, reducen la función primordial de la mujer a la “maternidad” y, en particular, a la tarea de inculcar los principios islámicos a la siguiente generación. Imponen una forma de vestir y un comportamiento que supuestamente preservan el honor de las mujeres y de la familia.

Cualquier desviación de estas normas y restricciones la consideran una concesión al imperialismo cultural occidental. Por ejemplo, el líder de la República Islámica de Irán, el ayatolá Alí Jamenei, ha advertido contra la adopción de la versión occidental de la igualdad de género, afirmando que ha llevado a la corrupción.[8] Los HM de Egipto denunciaron un informe de 2013 de Naciones Unidas que instaba a los Estados a reconocer la violación marital como un crimen, a asegurar la igualdad entre hombres y mujeres en materia de matrimonio, divorcio y herencia y a poner fin a la poligamia y la dote, calificándolo de intento de “socavar la moral islámica y destruir la familia”.[9] Estas “restricciones conservadoras del papel de las mujeres”, señala Adam Hanieh, “son un componente integral de unos objetivos contrarrevolucionarios más amplios”, concluyendo con razón que “la posición de las mujeres constituye por tanto un barómetro clave de la salud del proceso revolucionario”.[10]

Los fundamentalistas islámicos sostienen puntos de vista similares con respecto a las poblaciones LGBTQ. Por ejemplo, el líder de Hezbolá, Hasán Nasralá, ha acusado a los homosexuales de “destruir las sociedades”. Ha calificado a las personas LGBTQ de importación extranjera que amenaza a la sociedad islámica con la desviación moral y estilos de vida extraños.[11] De modo similar, el salafista egipcio jeque Yusef Qardaui, toda una referencia para los HM, ha calificado repetidamente a las personas LGBTQ de “pervertidas sexuales” y reclamado su castigo colectivo, incluida la pena de muerte.[12]

Finalmente, los movimientos fundamentalistas islámicos han atacado a minorías religiosas en sus países y propalado discursos y comportamientos sectarios contra ellas. El EI ha llevado a cabo, por ejemplo, campañas de asesinatos, violencia y represión contra cristianos, yazidíes y otras minorías religiosas en los territorios que ocupaba en Irak y Siria y lanzado ataques terroristas contra los coptos en Egipto y los chiíes en Irak.

Mientras que los fundamentalistas islámicos comparten esta ideología reaccionaria, los socialistas han de discernir las diferencias entre las corrientes gradualistas de movimientos fundamentalistas islámicos como Hezbolá y los HM por un lado, y los grupos yihadistas como Al Qaeda y el EI por otro. No son lo mismo y los socialistas han de tratarles de modo distinto. Cabe imaginar una unidad de acción con las tendencias gradualistas en determinados contextos en torno a objetivos concretos y puntuales. Los socialistas pudieron colaborar, y lo hicieron, con los HM en la plaza Tahrir en El Cairo durante los 18 días de movilización masiva contra Mubarak. Sin embargo, es del todo imposible plantearse colaboraciones similares con Al Qaeda y el EI. En Siria, estos grupos han atacado a activistas por propagar consignas no sectarias y democráticas.[13]

Al mismo tiempo, los socialistas no deben tratar de establecer alianzas políticas duraderas con las corrientes gradualistas de los movimientos fundamentalistas islámicos, en particular si estas son mucho más importantes. El peligro en esta situación es que los socialistas se colocarán bajo la férula de un movimiento reaccionario más poderoso y, en lugar de quitarle adherentes, en el mejor de los casos no hará más que proporcionarle cobertura de izquierda, en detrimento del crecimiento de la izquierda como alternativa.

Fundamentalismo islámico, islam e islamofobia

No obstante, los socialistas deben tener cuidado de no confundir el islam con el fundamentalismo islámico. Más bien debemos establecer una distinción muy clara entre la religión musulmana y los grupos fudamentalistas. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de caer en la islamofobia, fomentada por las clases dominantes norteamericanas y europeas y sus medios de comunicación. La islamofobia es una forma de fanatismo religioso combinado con racismo dirigido contra la población musulmana.

Las potencias imperialistas han utilizado cada vez más la islamofobia, desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, para justificar su llamada “guerra contra el terrorismo”. Conciben la situación como un “choque de civilizaciones” entre un “Occidene cristiano/laico, civilizado y democrático” y un “mundo musulmán” bárbaro y violento. Los marxistas deben combatir esta islamofobia, defendiendo en cambio la libertad religiosa y al mismo tiempo el derecho de autodeterminación de los grupos oprimidos. En su Crítica del programa de Gotha, Marx sostuvo que debemos rechazar la intervención del Estado en asuntos de confesión y culto.[14] Por consiguiente, entendemos las normas sobre el uso del velo, bien sea impuesto por los fundamentalistas, bien restringido por la ley en Europa, como una medida reaccionaria que atenta contra el derecho de autodeterminación de las mujeres.

También debemos rechazar la idea islamófoba de que las raíces del EI, Al Qaeda, Boko Haram y otros fundamentalistas se encuentran en el Corán. Estos grupos y sus acciones han de analizarse como fruto de las condiciones sociales, económicas y políticas internacionales y locales actuales, no de un texto escrito hace 1400 años. ¿Acaso explicamos la invasión estadounidense de Irak por las creencias religiosas de George Bush (quien dijo que Dios le ordenó en un sueño que invadiera Irak)? Desde luego que no. En vez de ello, explicamos la guerra de Bush, sus motivos y su justificación ideológica como productos del imperialismo estadounidense.

Por tanto, es necesario que los marxistas analicen los grupos fundamentalistas islámicos a la luz de la dinámica socioeconómica que los genera y contemplen su programa como un intento de aportar soluciones reaccionarias a problemas reales de la sociedad. En su artículo “Actitud del partido obrero hacia la religión”, escrito en 1909, el revolucionario ruso Vladímir Lenin afirmó que si no aplicamos este método del materialismo histórico, los marxistas no harán más que reflejar el método equivocado de los ideólogos burgueses que explican la religiosidad por la supuesta ignorancia de las masas o alguna característica mística imputada a todo un pueblo.[15] Tales enfoques conducen ahora a la sustanciación del “otro”, en este caso el “musulmán”.

Las raíces del fundamentalismo islámico

¿Cuáles son las raíces del fundamentalismo islámico? Lo primero que hay que señalar es que dicho fundamentalismo es un fenómeno internacional, no exclusivo de Oriente Medio ni de otras sociedades cuya población es predominantemente musulmana. Hemos visto desarrollarse corrientes políticas similares, como el fundamentalismo cristiano, el fundamentalismo hindú y el fundamentalismo judío en Israel, todas ellas con su propia variante de política de derechas. Sin embargo, ninguno de ellos, a pesar de su deseo de volver a una antigua edad de oro, debe considerarse un elemento fosilizado del pasado. Puede que empleen símbolos y narrativas de periodos pretéritos, pero todos estos fundamentalismos son producto de sociedades modernas.[16]

Es interesante observar que en todo el mundo los movimientos religiosos fundamentalistas y conservadores apoyan políticas neoliberales y promueven labores caritativas, lo que lleva a algunos estudiosos a hablar de “una santa alianza entre neoliberales y fundamentalistas religiosos”, que podría calificarse de “neoliberalismo religioso”.[17]

El fundamentalismo islámico surgió en la situación política y económica específica de Oriente Medio, donde las potencias imperialistas han influido de manera esencial y continuada en los Estados y en la política económica de la región. Tras el descubrimiento de petróleo en las décadas de 1920 y 1930 en los países del Golfo, especialmente en Arabia Saudí, las potencias imperialistas pasaron a contemplar la región como un trofeo material que había que ganar. Como señala Adam Hanieh, estas potencias consideraron que la región desempeñaría “un papel potencialmente decisivo en la determinación de la suerte del capitalismo a escala global”.[18]

Las potencias imperialistas occidentales, principalmente EE UU, contribuyeron de un modo determinante a configurar los Estados rentistas de la región, especialmente los Estados del Golfo como Arabia Saudí, que obtienen ingresos cediendo su petróleo y su gas natural a compañías petroleras internacionales. Desde la década de 1980, estos Estados han adoptado un modelo neoliberal centrado en la inversión especulativa, en busca de beneficios rápidos, en los sectores improductivos de la economía, como el inmobiliario.

EE UU ha utilizado su asociación estratégica con Irán (hasta la caída del sha en 1979), Israel y Arabia Saudí para dominar la región. Les apoyó en su enfrentamiento con regímenes nacionalistas árabes como el de Egipto bajo Gamal Nasser, la izquierda comunista regional y diversas luchas populares y nacionales, que en general aspiraban a una mayor soberanía, justicia social e independencia de sus países de la dominación imperial. En el marco de este esfuerzo, Arabia Saudí fomentó y financió varios movimientos fundamentalistas islámicos suníes, sobre todo a los HM, para contrarrestar a los nacionalistas y a la izquierda.

Con la ayuda de sus aliados en la región, inclusive Arabia Saudí y Pakistán, EE UU se gastó, a partir de 1979, millones de dólares en instruir y armar a combatientes y grupos fundamentalistas islámicos. Apoyaron a tales grupos en Afganistán con el fin de debilitar a su gran enemiga de la guerra fría, la Unión Soviética. Así es cómo nació Al Qaeda. El imperialismo estadounidense ayudó a crear el ala más extremista del fundamentalismo islámico, que más tarde se volvería contra Washington.

Israel utilizó una estrategia similar en los territorios ocupados de Palestina, especialmente en la Franja de Gaza, reprimiendo a las fuerzas nacionales y progresistas de la Organización por la Liberación de Palestina (PLO) mientras hacía la vista gorda ante la expansión de los competidores fundamentalistas islámicos. El derrocamiento del régimen del sha a raíz de la revolución iraní y el subsiguiente establecimiento de la República Islámica de Irán en 1979 impulsaron el crecimiento de movimientos fundamentalistas chiíes en la región.

La crisis de los regímenes nacionalistas árabes dejó vacío un espacio en que pudieron florecer los movimientos fundamentalistas. Egipto y otros países abandonaron sus anteriores políticas sociales radicales y su antiimperialismo por dos razones fundamentales. En primer lugar, sufrieron una derrota a manos de Israel. En segundo lugar, sus modelos de capitalismo de Estado comenzaron a estancarse. A resultas de ello, optaron por al acercamiento a los países occidentales y sus aliados del Golfo y abrazaron el neoliberalismo, anulando muchas de las reformas sociales que les habían granjeado las simpatías de los trabajadore y campesinos. A cambio, estos regímenes presionaron al movimiento nacional palestino para que llegara a un acomodo con Israel. Al mismo tiempo, todos los regímenes nacionalistas árabes y otros, como Túnez, apoyaron deliberadamente a movimientos fundamentalistas islámicos o permitieron que se desarrollaran frente a los movimientos de izquierda y nacionalistas. En Egipto, por ejemplo, tras la muerte de Nasser en 1970, el nuevo régimen encabezado por Sadat estableció una alianza tácita con los HM contra las fuerzas nacionalistas y progresistas del país.

El último fenómeno significativo que impulsó el ascenso del fundamentalismo fue la creciente rivalidad política entre Arabia Saudí e Irán. Cada gobierno instrumentalizó a su propio fundamentalismo sectario para lograr sus objetivos contrarrevolucionarios. En primer lugar, lo utilizaron para desviar a las clases populares de la reivindicación de sus propios objetivos políticos y socioeconómicos y, cuando crecía la oposición popular, trataron de dividirla y desviarla hacia posiciones sectarias. En segundo lugar, utilizaron el fundamentalismo para movilizar el apoyo tanto dentro de sus respectivos países como en el bloque de sus competidores a fin de incrementar su poder en la región. Estas fueron las condiciones materiales históricas modernas que dieron pie al fundamentalismo islámico tanto chií como suní.

La base social del fundamentalismo islámico

La base social histórica del fundamentalismo islámico desde comienzos del siglo XX es la pequeña burguesía. Por supuesto, las formaciones fundamentalistas de cada país tienen su propia historia particular, pero todas ellas tienen en común sus raíces en diversos elementos de la pequeña burguesía. En Egipto, por ejemplo, creció entre los elementos rurales de esta clase que emigraron a las ciudades al amparo de los cambios económicos y sociales de las décadas de 1960 y 1970. Una vez urbanizadas en los años 80 y 90, sus dirigentes pasaron a proceder cada vez más de sectores profesionales como médicos, ingenieros y abogados. Aumentó su número de adherentes entre la juventud educada que se quedó sin futuro cuando los regímenes respectivos adoptaron el neoliberalismo.[19]

Como ocurre con la pequeña burguesía en general, las organizaciones fundamentalistas islámicas se ven atraídas en dos direcciones opuestas: hacia la rebelión contra la sociedad existente y hacia el compromiso con ella. Cualquiera que sea la opción, su proyecto reaccionario no ofrece ninguna solución a los sectores del campesinado y de la clase obrera que se acercan a ellas. Los partidos fundamentalistas islámicos pretenden restablecer la umma, una entidad político-religiosa que reúna a todos los musulmanes por encima de las diferencias que los dividen actualmente. Por eso, para ellos la lucha de clases es negativa porque fragmenta a la umma.

Con el tiempo, la dirección pequeñoburguesa de los fundamentalistas ha ido estrechando lazos con la burguesía, pese a su intento de preservar su base de apoyo interclasista. Arabia Saudí ha desempeñado un papel crucial en este proceso, facilitando a los HM egipcios y a otros grupos un acceso privilegiado a oportunidades de negocio y de empleo durante el auge petrolero de los años 70 y 80. Esta situación aceleró el proceso de aburguesamiento del movimiento fundamentalista, y cada vez más capitalistas comenzaron a desempeñar el liderazgo dentro del mismo.[20] Los servicios secretos egipcios identificaron alrededor de 900 empresas pertenecientes a miembros de los HM de aquel país.[21]

En Líbano, Hezbolá experimentó una transformación similar. Originalmente tenía líderes y cuadros pequeñoburgueses que atraían a una base social popular entre las clases medias y las capas pobres chiíes. Con el tiempo, una fracción chií de la burguesía en Líbano y en la diáspora fue adquiriendo cada vez más influencia en el partido. Ahora, Hezbolá cuenta con una importante base de apoyo entre hombres de negocios chiíes y en la clase media alta, especialmente profesionales de elite.

Sus fuentes de financiación cada vez más de origen burgués explican el apoyo de los fundamentalistas al sistema capitalista y su actual régimen de acumulación neoliberal. Reciben donaciones o solo de varios Estados, sino también donativos religiosos de particulares (el zakat) a través de redes privadas de ectores burgueses y pequeñoburgueses de la sociedad. Por ejemplo, Hezbolá recibe gran cantidad de fondos de Irán y de la burguesía y pequeña burguesía chií libanesa.

Hezbolá también recibe “donaciones de individuos, grupos, comercios, empresas y bancos, así como de sus homólogos de países como EE UU, Canadá, América Latina, Europa y Australia”.[22] En virtud de su aburguesamiento, Hezbolá posee “docenas de supermercados, gasolineras, grandes almacenes, restaurantes, empresas constructoras y agencias de viajes”.[23]Podemos observar una dinámica similar en algunas ramas de los HM. Todo esto contribuye a integrar a los fundamentalistas en el orden existente.

Las tensiones entre la dirección cada vez más burguesa de los fundamentalistas, por un lado, y su base social en los sectores pequeñoburgueses y depauperados del campesinado y de la clase obrera, por otro, han generado contradicciones en su programa y sus actividades políticas. Por un lado, profesan un compromiso con la igualdad y la justicia social que abordan principalmente mediante proyectos de beneficencia de arriba abajo. Por otro, defienden principios económicos neoliberales y se oponen a los movimientos sociales de abajo, en particular al movimiento sindical.[24]

Estas contradicciones atraviesan toda la teoría y la práctica del fundamentalismo. Por ejemplo, el fundador de los HM de Siria, Mustafa al Sibai, dijo que “el socialismo del islam coduce necesariamente a la solidaridad de diversas categorías sociales y no a la guerra entre clases como el comunismo.”[25] Su libro escrito en 1959, El socialismo del islam, lanzó la idea de que la igualdad social puede lograrse apelando a la obligación moral del individuo a donar a los pobres en vez de implantar reformas gubernamentales y sociales como los impuestos progresivos, la nacionalización y el desarrollo de programas de bienestar social. La visión de Sibai de un socialismo islámico, sin embargo, no fue más que una maniobra puramente retórica destinada a contrarrestar la creciente influencia de los baasistas y comunistas sirios.[26]

Con el declive del nacionalismo árabe y de la izquierda, los pensadores fundamentalistas islámicos abandonaron esta retórica radical para afirmar cada vez más que la solución del problema de la pobreza se halla en el retorno a los valores y las tradiciones del islam. Rached Ganuchi, el líder de la rama tunecina de los HM, Al Nahda, señaló que “hemos de insistir en que la pobreza, a ojos del islam, está vinculada a la falta de fe” y añadió: “Nosotros [los movimientos fundamentalistas islámicos] somos los garantes de un determinado orden social y de un régimen económico liberal.”[27]

Podemos observar una tendencia similar por parte de figuras y movimientos del fundamentalismo islámico chií. Por ejemplo, durante la revolución iraní, Jomeini presentó el islam a través del cristal de la justicia social, elogiando a los pobres oprimidos y condenando a los ricos, a los codiciosos habitantes de palacios y a sus patronos extranjeros. Utilizó esta retórica para movilizar a la población urbana contra el régimen del sha, pero una vez Jomeini consolidó el nuevo régimen islámico y reprimió a sus competidores de la izquierda, dejó de lado su retórica igualitaria para ensalzar el mercado libre como pilar fundamental de la sociedad y encomiar la propiedad privada. Su definición de “los oprimidos” dejó de ser una categoría económica que abarcaba a las masas depauperadas para convertirse en una etiqueta política aplicada a los seguidores del nuevo régimen, incluidos los ricos comerciantes del bazar.[28] Asimismo afirmó que el régimen aspiraba a establecer relaciones armoniosas entre los patronos y los obreros y entre los terratenientes y los campesinos. El régimen incluso estableció que la reforma agraria no debería limitar la propiedad, pues tal restricción violaría el derecho a la propiedad privada consagrado en la sharía.

Neoliberalismo y beneficencia

Los fundamentalistas islámicos han apoyado políticas neoliberales y construido organizaciones de beneficencia para llenar el vacío dejado por la destrucción de los programas de bienestar social. Utilizan estas organizaciones para ganarse el apoyo de la gente a su proyecto reaccionario. Los HM de Egipto constituyen tal vez el mejor ejemplo de ello.[29] Hassan Malek, un hombre de negocios y figura ascendente del partido, declaró en 2012 que la política neoliberal del ex dictador Hosni Mubarak era correcta y que únicamente la corrupción y el nepotismo estropeaban su aplicación.[30] Reconociendo a un potencial aliado, el banco de inversión cairota EFG-Hermes organizó una reunión en junio de 2011 entre 14 fondos de inversión y el viceguía supremo de los HM, Jairat al Shater. Los inversores declararon que “estaban positivamente sorprendidos de descubrir que algunas de las ideas expresadas por los Hermanos eran prácticamente de naturaleza capitalista”.[31]

El partido libanés Hezbolá también defiende insistentemente políticas de libre mercado y la propiedad privada, pese a profesar igualmente objetivos de justicia social. Hezbolá ha apoyado medidas de privatización, liberalización y apertura a capitales extranjeros. Considera que esto no está en contradicción con su supuesto compromiso con la igualdad social, pese a la pobreza que causan esas políticas.

Los fundamentalistas utilizan organizaciones caritativas para paliar los efectos sociales del neoliberalismo. Aunque estas organizaciones no pueden acabar con la pobreza, los fundamentalistas las han utilizado para hacerse con la hegemonía sobre sectores populares.[32] A menudo han llegado a acuerdos con las administraciones públicas para destinar fondos a sus organizaciones benéficas que promueven principios islámicos. En Egipto, ahora que el Estado ha recortado los presupuestos sociales, los Hermanos Musulmanes han utilizado su gigantesca red de organizaciones para extender su mensaje fundamentalista entre las clases subalternas.

De un modo similar, Hezbolá se hizo con el liderazgo de la población chií libanesa mediante una combinación de conentimiento y coacción. Por un lado, ganó apoyos gracias a la prestación de servicios muy necesarios a amplios sectores de las capas populares chiíes y, por otro, mediante la represión de quienes desafiaban sus normas morales y dictados políticos. Combinó el consentimiento y la coacción a través de su predominio en la resistencia armada contra Israel. De este modo, Hezbolá logró establecerse, junto con su ideología fundamentalista, como la fuerza dominante entre los chiíes de Líbano.

Geopolítica, el fundamentalismo islámico y la primavera árabe

Potencias imperiales y regionales han utilizado a los fundamentalistas islámicos para ampliar su influencia y reducir la de sus oponenes en Oriente Medio. Irán ha respaldado a Hezbolá en Líbano y a otras organizaciones fundamentalistas islámicas chiíes como Al Dawa en Irak. Arabia Saudí apoyó a los HM hasta 1991 y posteriormente a diversos movimientos salafistas. Catar sustituyó a Arabia Saudí como principal patrocinador de los Hermanos a partir de 1991 y al mismo tiempo financia a otras organizaciones salafistas. Estos Estados capitalistas no apoyan a los fundamentalistas por motivos religiosos, sino con el fin de incrementar su poder en la región, debilitar a sus oponentes y controlar o reprimir a movimientos sociales democráticos desde abajo.

Por ejemplo, Catar utilizó a los HM durante las revueltas de la región OMNA para expandir su influencia política y económica en la región. Reconoció que los HM eran una alternativa segura a las estructuras decrépitas de los viejos regímenes. Esperaba sustituir a los antiguos dictadores por un aliado fundamentalista procapitalista. De este modo pretendía estabilizar la región después de las revueltas y extender su protagonismo regional a expensas de otros Estados del Golfo como Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos (EAU). Esto explica la reciente iniciativa de Arabia Saudí para aislar a Catar.

Las potencias imperialistas también han apoyado a grupos fundamentalistas para sus propios fines. EE UU estuvo a favor de la elección de los HM al gobierno en Egipto y Túnez durante las revueltas de la región, considerando que eran una vía para estabilizar y preservar el orden existente bajo un nuevo liderazgo y reconociendo que, en palabras de Tancredi en El Gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, “si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”.[33]

EE UU esperaba que los HM se ajustarían al precedente del partido Justicia y Desarrollo (AKP) de Recep Erdogan en Turquía. El régimen de Erdogan es procapitalista, a veces colabora con el imperialismo estadounidense y sin duda no lo cuestiona y permanece leal a la OTAN. Pero el AKP se diferencia de los HM en varios aspectos significativos. No es un partido fundamentalista islámico, sino conservador, nacionalista y autoritario. Así, en sus primeros años en el poder, antes de la oleada represiva tras el reciente intento de golpe de Estado, logró obtener el apoyo de sectores liberales e incluso de izquierdas de la sociedad por sus esfuerzos por reducir el poder del ejército en el país.

El AKP también llegó al poder en una situación no revolucionaria y fue capaz, al menos por un tiempo, de establecer una hegemonía más estable en el país. A resultas de estas diferencias, los HM en Egipto y Túnez no lograron sustituir a los antiguos regímenes y alcanzar la hegemonía entre las clases populares. No obstante, es significativo que EE UU viera en los HM una posible solución para estabilizar los Estados en Túnez y Egipto, amenazados por la revolución.

Ni “islamofascistas”…

El ascenso del fundamentalismo ha generado un enconado debate entre socialistas sobre cómo caracterizarlo y sobre el posicionamiento de la izquierda en relación con el mismo. Algunos socialistas, como el marxista egipcio Samir Amin, han calificado a diversas corrientes del fundamentalismo islámico, incluidos los HM, de “islamofascistas”. Amin arguye que el programa del islam político forma parte del tipo de fascismo que encontramos en sociedades dependientes. De hecho, tiene en común con todas las formas de fascismo dos características fundamentales: (1) la ausencia de un cuestionamiento de los aspectos esenciales del orden capitalista (lo que en este contexto equivale a no cuestionar el modelo de lumpendesarrollo asociado a la expansión del capitalismo neoliberal globalizado); y (2) la opción por formas de gestión política antidemocráticas, propias de un Estado policial (como la prohibición de partidos y organizaciones y la islamización forzosa de la moral y las costumbres).[34]

Esta definición es tan genérica que podría aplicarse a muchos de los regímenes autoritarios de la región, incluidos los supuestamente laicos, que dirigen economías rentistas y defienden políticas religiosas conservadoras. Como tal, no sirve para explicar el fascismo ni el fundamentalismo islámico. El fascismo es mucho más específico que la definición de Amin. Históricamente, el fascismo surge en el seno de la pequeña buguesía en periodos de profunda crisis social. Su propósito es proteger a la clase media frente a las dos clases principales del sistema capitalista: el gran capital y la clase obrera. Aunque utiliza una retórica anticapitalista, su objetivo principal es construir un movimiento de masas para atacar a la clase obrera y sus organizaciones, sofocar las libertades políticas en general y descargar las culpas en las poblaciones oprimidas.

El fundamentalismo islámico no es fascista. Como explica Achcar, la analogía con el fascismo deja de lado algunas diferencias importantes entre las dos corrientes y se centra únicamente en algunas características organizativas que son comunes a partidos muy diferentes basados en la movilización de masas y el adoctrinamiento, incluida la tradición estalinista. A diferencia del fascismo histórico, los HM no surgieron en países imperialistas en respuesta a la lucha de la clase obrera contra el capitalismo y con el fin de encarnar una versión más dura del imperialismo.[35]

Por ejemplo, los HM en Egipto se fundaron en 1928 en respuesta al colapso del imperio otomano, la ocupación británica y la expansión de ideologías laicas e influencias culturales extranjeras.[36] Los movimientos fundamentalistas de signo chií se extendieron desde Nayaf, en Irak, a través de redes clericales internacionales con el propósito de oponerse a ideologías y organizaciones laicas y comunistas. Esto es muy distinto del fascismo europeo.

Además, los movimientos fundamentalistas islámicos se proponen en general unificar la umma por encima de las fronteras territoriales y las diferencias étnicas. También pretenden resucitar un mítico sistema político del pasado, el califato. Esto contrasta profundamente con los movimientos fascistas, que desean definir nítidamente la nación en términos étnicos y construir un nuevo orden y una nueva civilización. Tampoco se puede llamar fascistas a los grupos yihadistas como el EI y Al Qaeda. Desde luego que son violentos, sectarios y tienen una visión totalitaria de la sociedad. Pero son muy diferentes del fascismo en sus orígenes y su naturaleza. Al Qaeda surgió como un producto del apoyo saudí, estadounidense y paquistaní a los rebeldes fundamentalistas que combatieron la ocupación rusa en Afganistán. Fue más tarde cuando se volvieron contra EE UU.

El EI surgió a raíz de la ocupación de Irak por EE UU. Fue una derivación de Al Qaeda en Irak, que resistió tanto a la ocupación estadounidense como al régimen fundamentalista chií instalado por EE UU y apoyado por Irán. Más tarde se extendió a Siria con el intento de establecer un califato islámico suní. Estas formaciones son hijas del imperialismo y de la contrarrevolución en Oriente Medio. No presentan los rasgos típicos del fascismo. No pretenden construir movimientos de masas. Ni el EI ni el antiguo grupo afiliado a Al Qaeda en Siria, Jabhat Al Nusra,[37] han organizado manifestaciones de masas, y mucho menos luchas populares de ninguna clase, ni siquiera cuando se han enfrentado a la oposición popular a su política reaccionaria.[38]Ambos operan principalmente como un ejército o una red terrorista y no como un movimiento político de masas con un brazo armado.

Partiendo de esta identificación equivocada del fundamentalismo como un movimiento fascista, Amin y otros han apoyado desastrosamente a los regímenes existentes en la región.[39] Lo hacen con la esperanza de que el Estado frene a los fundamentalistas. Esto ha dado resultados catastróficos, especialmente en Egipto, donde mucha gente de izquierda apoyó el golpe del general Abdel Fattah al Sisi contra los HM o icluso participaron en el gobierno provisional establecido tras el golpe de Estado de julio de 2013.[40] Como era de prever, el nuevo régimen ha practicado una represión generalizada y suprimido los derechos y libertades civiles, no solo para los HM, sino también para todos los posibles opositores, incluidos los revolucionarios laicos.

Asimismo, muchos militantes de izquierda han apoyado al régimen de Bachar el Asad como única alternativa a Al Qaeda y al EI. Con ello traicionaron a la revolución siria y se convirtieron en defensores de la contrarrevolución, que no se dirigió principalmente contra el EI o Al Qaeda, sino contra los revolucionarios, devastanto el país en el camino. El apoyo tácito o expreso de Amin y otros a dictadores como Sisi y Asad les presta una cobertura de izquierda para limitar y cerrar el espacio para que las fuerzas democráticas y progresistas puedan organizarse. Peor aún, proporciona un toque izquierdista a la justificación por el régimen de la represión como una “guerra contra el terrorismo” frente al “extremismo”, rehabilitando así la principal justificación de la actividad belicista global del imperialismo estadounidense.

Los socialistas no deberían elegir entre los dos polos de la contrarrevolución, y menos optar por el principal de ellos, que son los regímenes existentes. En vez de ello, la izquierda debe oponerse a las dictaduras, a su contrarrevolución, y encabezar la defensa de los derechos democráticos. En Egipto, por ejemplo, la izquierda, al tiempo que se niega a prestar apoyo político a los HM, debe oponerse a la represión ejercida por el gobierno de Sisi contra ellos. ¿Por qué? Porque Sisi ha utilizado, y seguirá utilizando, sus ataques contra los HM como precedente para cercenar el derecho de todos a organizarse, incluidas las fuerzas progresistas y democráticas. Así, defender los derechos democráticos de todos, incluidos los movimientos fundamentalistas islámicos gradualistas, como los HM, frente a la represión, es defender los derechos de los movimientos sociales, los sindicatos, las clases populares y la izquierda.

Asimismo, los socialistas deberín oponerse a todas las guerras lanzadas por los Estados con objetivos imperialistas, colonialistas y autoritarios, apoyando al mismo tiempo el derecho a la resistencia al imperialismo, independientemente de la ideología de quienes la dirigen. Por ejemplo, en el caso de las guerras emprendidas por Israel contra Líbano y la Franja de Gaza en el pasado, los socialistas deberían solidarizarse con los pueblos de estos dos territorios y apoyar el derecho a la resistencia, incluso de movimientos como Hezbolá y Hamás. No hacerlo supone que uno se coloca del lado del opresor en contra de los oprimidos. Sin embargo, tanto en el caso de la oposición a la represión como en el de la defensa del derecho a la resistencia, esto no debe traducirse en sembrar ilusiones o apoyar el proyecto político y el programa de formaciones fundamentalistas islámicas.

Los socialistas deben entender que ponerse del lado del orden existente no es enfrentarse al fundamentalismo islámico, sino preservar realmente las condiciones creadas por el imperialismo, la dictadura y el neoliberalismo que las establecieron. Únicamente podemos frenarlo construyendo una fuerza de izquierda y movimientos sociales por el cambio social progresista. Esto significa que los socialistas deben trabajar juntos con los grupos demócratas y progresistas sobre la base de la lucha por derribar los regímenes autoritarios, construir una alternativa a los fundamentalistas islámicos y acabar con el neoliberalismo y las consiguientes desigualdades de clase y opresiones sociales, desde el sectarismo hasta el machismo. Al mismo tiempo, debemos oponernos a las intervenciones contrarrevolucionarias de las potencias regionales e imperialistas.

… ni reformistas y antiimperialistas

Calificar el fundamentalismo islámico de fascista y apoyar a los regímenes existentes menoscaba el proyecto de construir una izquierda progresista e independiente. Una minoría de la izquierda ha intentdo presentar una alternativa a esto caracterizando a las organizaciones fundamentalistas islámicas gradualistas, como los HM, de reformistas e incluso antiimperialistas con las que la izquierda puede y debe colaborar en frentes únicos en determinadas condiciones.

Jad Bouharoun explica esta designación argumentando, por ejemplo, que no son reformistas “en el sentido marxista clásico de utilizar reformas para tratar de establecer el socialismo; tampoco pueden considerarse de naturaleza similar a los partidos socialdemócratas europeos”. Al mismo tiempo, utiliza el término reformista de una manera bastante elástica, que minimiza el carácter reaccionario del proyecto de los HM. Así, afirma que “son reformistas en la medida en que prometen a sus seguidores un cambio real mediante reformas del estado actual sancionadas por las instituciones”. Equipara los HM a la izquierda nasserista, calificándolos de “reformistas institucionales”.[41]

Anne Alexander también rechaza la analogía con la socialdemocracia. Por ejemplo, señala que ella y otras personas “nunca han afirmado que los HM tengan el programa o la base social de un partido socialdemócrata. El reformismo de los HM es expresión de sus contradicciones sociales internas, que los empujan continuamente entre la confrontación y el compromiso con el régimen, a menudo en contra del deseo de su dirección”.[42] Sin embargo, Alexander también ha comparado a Mohamed Morsi con el socialista reformista chileno Salvador Allende. “Morsi, por supuesto, repitió el error de Salvador Allende de nombrar al hombre que lo derribaría. Los reformistas socialdemócratas hacen todas estas cosas, o peores, en momentos de profunda polarización y lucha de clases”.[43]

Los intelectuales de izquierda que caracterizan a los HM de reformistas los comparan repetidamente con partidos socialdemócratas. Phil Marfleet, por ejemplo, afirma que su programa político de 2011 es una réplica de un “programa socialdemócrata universal; con excepción de las referencias a zakat y waqf, podría haber sido un programa reformista como el que presentan partidos en toda Europa”.[44] Así, los socialistas que califican de reformista el ala gradualista del fundamentalismo emplean el término de manera escurridiza, negando la analogía con la socialdemocracia, pero utilizándola repetidamente. En realidad, el programa de 2011 de los HM estaba lejos de ser socialdemócrata; era neoliberal. Las analogías repetidas con la socialdemocracia son probemáticas y engañosas.

En primer lugar, conviene dejar claro qué es y qué no es el reformismo. Originalmente, el reformismo socialdemócrata creía que era posible acceder a través de las urnas a posiciones de poder en el Estado burgués y utilizarlo para desmantelar el capitalismo y pasar a una sociedad socialista. En general, sus dirigentes no procedían de la clase capitalista, sino de las organizaciones sindicales y las profesiones liberales pequeñoburugesas, mientras que las bases eran en su gran mayoría de clase obrera.

El origen de clase de sus dirigentes, y especialmente el papel de los cuadros sindicales como negociadores con los capitalistas en las luchas obreras, conformaron su política y su práctica conservadoras. Tal como explica el marxista Ernest Mandel, los reformistas defienden sus propios intereses cuando institucionalizan la colaboración de clases. Estos intereses coinciden históricamente con la defensa del orden burgués. No coinciden necesariamente en todo momento con la defensa de los intereses inmediatos de la mayoría o siquiera la totalidad de la gran burguesía. Los burócratas reformistas aspiran a incrementar su “porción del pastel”.[45]

En las condiciones específicas del prolongado auge económico de posguerra, los partidos socialdemócratas y sus formas de “lucha” burocráticas lograron obtener salarios más altos, mejores prestaciones sociales, unas condiciones de trabajo estables y la ampliación del Estado de bienestar en Europa. Sin embargo, tras el estallido de la crisis en la década de 1970, los partidos reformistas ajustaron cada vez más sus políticas a la nueva situación de deterioro de las condiciones de vida y de trabajo. La burocracia sindical y los políticos reformistas en Europa no tenían entonces otra alternativa que pactar y hacer concesiones a la ofensiva patronal y gestionar las políticas de austeridad en el Estado capitalista.[46]

Los socialistas, por tanto, no deberían albergar ninguna ilusión con respecto a los socialdemócratas y su estrategia. En efecto, los reformistas pueden desempeñar y han desempeñado un papel contrarrevolucionario en la historia del movimiento obrero.[47]Es más, gobiernos socialdemócratas se han alineado con sus Estados respectivos en guerras imperialistas y han mantenido relaciones de explotación con colonias, semicolonias y Estados menos poderosos del “tercer mundo”. Más recientemente, la gran mayoría de antiguos partidos socialdemócratas han adoptado el neoliberalismo y sus políticas de austeridad.

Pese a las numerosas deficiencias de las organizaciones reformistas y su papel contrarrevolucionario en varios periodos de la historia, es engañoso equipararlos a la versión gradualista del fundamentalismo islámico. Partidos y movimientos como los HM e Hezbolá nunca han pretendido en su historia –ni siquiera han dicho que lo pretendieran– desmantelar gradualmente el capitalismo. Lo cierto es lo contrario; los gradualistas han apoyado históricamente el capitlismo, incluido su actual régimen neoliberal de acumulación depredadora.

Como hemos visto, los orígenes y la composición social de los dirigentes y militantes fundamentalistas son muy distintos de los partidos socialdemócratas. La base social de los fundamentalistas es la pequeña burguesía, mientras que la base social de la socialdemocracia es la clase obrera. Además, los dirigentes gradualistas, como hemos visto, han experimentado un proceso de aburguesamiento. Los capitalistas desempeñan ahora un papel cada vez mayor y más explícito en estos partidos y movimientos.

Los gradualistas, a diferencia de los reformistas más neoliberales, defienden un programa político conservador, sectario, machista, homófobo y antiobrero. La analogía real con la socialdemocrcia europea en Egipto no son los HM, sino el político nasserista Hamdin Sabahi. Sabahi tenía un programa reformista y cometió errores políticos, en particular el apoyo al golpe de Estado y a la represión contra los HM. Sin embargo, en las elecciones presidenciales de 2013 representó las aspiraciones democráticas y sociales de la población. Prometió aplicar un resuelto programa de reformas sociales, que incluía el establecimiento de un salario mínimo y máximo, la ampliación del sector público para crear empleo, la renacionalización de empresas y un impuesto extrarodinario del 20 % sobre el ptrimonio del 1 % más rico de la población.[48] Su partido, Al Karama, solía estar formado por gente de clase trabajadora, y el apoyo que recibía en el movimiento obrero y los nuevos sindicatos indepedientes era mucho mayor que el de los HM. Además, rechazó el sectarismo de estos últimos y sus ataques a los derechos de las mujeres.

Sabahi se parece más al líder socialista chileno de comienzos de la década de 1970, Salvador Allende. Cualquier equiparación del reformista chileno a los HM es engañosa. En primer lugar, pasa por alto el abismo ideológico y las políticas aplicadas por ambos cuando estuvieron en el poder. Además, su política con respecto a los militares fue muy distinta. Allende eligió al general Augusto Pinochet después de un golpe anterior, esperando que fuera un “legalista” que respetaría la neutralidad política del ejército. Esto fue, dede luego, de una ingenuidad desastrosa.

En cambio, la relación de los HM con el ejército egipcio fue muy distinta. El ejército chileno nunca había desempeñado un papel tan importante en la economía de Chile como el que desempeña el ejército egipcio en su país. La institución dirigida por Sisi constituye el verdadero poder y el núcleo duro del Estado profundo. Morsi y los HM no se dirigieron a los militares con la idea de evitar un golpe, sino que trataron de constituir una alianza directa con el ejército desde los primeros días de la revuelta en 2011, conociendo perfectamente su peso político y su función represiva durante décadas. Desde los primeros días de la revolución, los HM actuaron como un baluarte frente a las críticas y protestas contra los militares hasta el derrocamiento de Morsi en julio de 2013. Calificaron a quienes se quejaban del ejército de contrarrevolucionarios y sediciosos. De hecho, Morsi nombró a Sisi jefe del ejército a sabiendas de que había encarcelado y torturado a manifestantes.

La distinción es incluso más clara en relación con las respectivas políticas de Morsi y Allende ante las manifestaciones de masas. El error de Allende consistió en no apoyar y basarse en la movilización popular de los trabajadores en Chile contra la burguesía con el fin de arrebatarle el poder en el país. En contraste con ello, Morsi y los HM se opusieron e incluso reprimieron las movilizaciones populares y obreras en Egipto y defendieron al ejército.

Morsi nunca prometió ni trató de llevar a cabo reformas socialdemócratas como sí hizo Allende. Por tanto, el famoso dicho de Saint-Just de que “quienes hacen revoluciones a medias solo cavan su propia tumba” no puede aplicarse a los HM. Habría que reformular la frase para decir que “quienes colaboran con el antiguo régimen cavan su propia tumba”. Pese a los esfuerzos de los HM por colaborar con el ejército, este derrocó a Morsi. Al fin y al cabo, el ejército y los HM representaban diferentes alas de la clase capitalista, con distintos apoyos regionales, que no consiguieron llegar a un acomodo. El ejército, mucho más poderoso, decidió finalmente ejercer directamente el mando dictatorial, en detrimento de todos en Egipto.

También es un error ver en el fundamentalismo una especie de expresión deformada del antiimperialismo. Los fundamentalistas tienen una concepción religiosa del mundo, en particular el deseo de volver a cierta mítica “edad de oro” del islam como medio para explicar el mundo contemporáneo y proponer una solución a sus problemas.
En primer lugar, deberíamos ser críticos con la noción de que la liberación y el desarrollo de los países árabes dependen sobre todo de la afirmación de una identidad islámica considerada “permanente” y “eterna”. Esto es lisa y llanamente reaccionario y contrasta totalmente con los verdaderos movimientos antiimperialistas del pasado.

Los nacionalistas y socialistas aspiran a una transformación social progresista de las estructuras socioeconómicas de opresión y dominación; los fundamentalistas, en cambio, enmarcan la lucha en una batalla de culturas y religiones. Ven en el imperialismo un conflicto entre “Satanás” y los fieles oprimidos, no como lo ven tradicionalmente los nacionalistas y socialistas, como un conflicto entre las grandes potencias, su sistema capitalista, y los países oprimidos. A este respecto, los fundamentalistas islámicos se hacen eco de la idea de Samuel Huntington del mundo como un “choque de civilizaciones”, en que la lucha contra Occidente se basa en un rechazo de sus valores y su sistema religioso y no en unas relaciones de explotación a escala mundial.

Por consiguiente, no tienen una visión del mundo antiimperialista. En efecto, tanto la corriente yihadista como la gradualista del fundamentalismo islámico han contado con patrocinadores estatales imperialistas y regionales. Como ya se ha señalado, EE UU, Arabia Saudí y Pakistán respaldaron a movimientos fundamentalistas islámicos en Afganistán como instrumento en su conflicto interimperialista con Rusia contra el régimen de Kabul apoyado por Moscú. EE UU financió la producción de libros de texto –leídos por millones de niños afganos– que glorificaban la yihad y el martirio. Favoreció el surgimiento de señores de la guerra islámicos inyectando miles de millones en el país e inundándolo de armas.[49]

Lo mismo cabe decir de los gradualistas. Lejos de preconizar un antiimperialismo coherente, han cultivado relaciones tanto con potencias imperialistas como regionales. Los HM fueron patrocinados por Arabia Saudí hasta 1991 y últimamente por Catar, y durante su breve periodo de gobierno en Egipto llegaron a un acuerdo con EE UU. Hezbolá cuenta con el patrocinio de Irán y colabora con el imperialismo ruso en la contrarrevolución siria.

Los fundamentalistas no son reformistas ni antiimperialistas. Considerar que su defensa retórica de “reformas” y de “lucha contra la corrupción” demuestra su aspiración a una situación política democrática más abierta es, cuando menos, problemático. ¿Por qué? Porque estas demandas están sujetas al establecimiento del Estado islámico y de un “modo de vida islámico”. Como declaró el antiguo guía supremo de los HM, Muhamad Mahdi Akef:

Si deseamos progresar en nuestras vidas, [debemos] retornar a nuestra fe y aplicar la sharía [ley islámica]… La instauración de la ley divina es la solución real a todo nuestro sufrimiento, tanto si se debe a problemas nacionales como foráneos. Esto [la implantación de la sharía] se logra mediante la creación del individuo musulmán, del hogar musulmán, del gobierno musulmán, y del Estado que dirige las naciones islámicas y lleva la bandera del dawa [proselitismo], de modo que el mundo sea suficientemente afortunado para recibir lo mejor del islam y sus enseñanzas.[50]

Por supuesto, los movimientos fundamentalistas islámicos gradualistas tienen muchas contradicciones internas entre su dirección burguesa y pequeñoburguesa y su base popular. Esto también puede decirse de todos los partidos políticos regidos por elites, desde los partidos capitalistas del sistema hasta los partidos populistas de derechas de todo el mundo. La existencia de contradicciones de clase dentro de los partidos no es exclusiva de los partidos reformistas. Y su existencia entre los gradualistas no justifica calificarlos de reformistas. Los gradualistas experimentan tensiones derivadas de su composición de clase contradictoria, pero hemos de hacer una distinción muy clara entre los fundamentalistas, que utilizan una ideología reaccionaria para ganarse el apoyo de las clases populares, y los partidos reformistas, que proponen un programa laico y progresista que, aunque sea de manera inviable, expresa los intereses de las clases y grupos oprimidos.

En realidad, las diversas fuerzas fundamentalistas islámicas constituyen la segunda ala de la contrarrevolución, siendo la primera los regímenes existentes. Su ideología, su programa político y su práctica son reaccionarias y diametralmente opuestas a los objetivos de la emancipación revolucionaria: la democracia, la justicia social y la igualdad. Sus políticas repelen a los sectores más conscientes de la clase trabajadora y de los grupos oprimidos com las minorías religiosas, las mujeres, las personas LGBT y otras.

Construir una alternativa progresista

Las revueltas de la región OMNA han sufrido derrotas a manos de los regímenes establecidos, de sus patrocinadores imperialistas y de los fundamentalistas. Se hallan en una situación complicada y calamitosa y no hay respuestas fáciles a la pregunta de cómo liberarlas del yugo de la contrarrevolución. Sin embargo, hemos de extraer algunas lecciones claras y ofrecer al menos una vía preliminar a la izquierda para seguir adelante. Esto debe comenzar por rechazar toda ilusión y todo apoyo a los regímenes autoritarios. Y por rechazar también toda ilusión similar en las fuerzas fundamentalistas islámicas.

Toda colaboración con los regímenes autoritarios ha dado y dará resultados destructivos, reduciendo significativamente el espacio democrático de los trabajadores y la población oprimida para organizarse de cara a la liberación. Estos regímenes son el enemigo principal de las fuerzas revolucionarias en la región. Al mismo tiempo, los movimientos fundamentalistas islámicos no ofrecen ninguna alternativa. Tanto si están en el poder como si no, también atacan a los trabajadores, a sus sindicatos y a las organizaciones democráticas, al tiempo que promueven una economía neoliberal y una política social reaccionaria. También forman parte de la contrarrevolución.

En vez de aliarse con cualquiera de estas dos fuerzas, la izquierda debe concentrarse en construir un frente independiente, democrático y progresista que promueva la autoorganización de los trabajadores y oprimidos. Únicamente a través de este proceso podemos comenzar a pensar como clase con intereses comunes con otros trabajadores y opuestos a los capitalistas. La política progresista debe basarse en la defensa y el impulso de la autoorganización de las clases populares con el objetivo de luchar por la democracia.

Sin embargo, la lucha de los trabajadores por sí sola no será suficiente para unir a las clases asalariadas. Los socialistas deben abanderar también, en esta lucha, la liberación de todos los oprimidos. Esto exige plantear reivindicaciones relativas a los derechos de las mujeres, las minorías religiosas, las comunidades LGBT y los grupos raciales y étnicos oprimidos. Cualquier concesión con respecto a la firme defensa de estas reivindicaciones impedirá a la izquierda unir a la clase trabajadora en pos de la transformación radical de la sociedad.

¿Cómo debería relacionarse esta izquierda con las fuerzas fundamentalistas islámicas? Aunque constituyen la segunda ala de la contrarrevolución, los gradualistas no representan un peligro similar al del Estado existente. Cuando no controlan el Estado, como hacen por ejemplo en Irán o Arabia Saudí, no suelen tener la misma capacidad destructiva que los regímenes existentes. Sin embargo, esto no significa que la izquierda deba considerarlos un mal menor, pues esto equivaldría a sembrar ilusiones de que son potenciales aliados en la lucha por cambiar el sistema político y asegurar los derechos democráticos y sociales. No lo son. Y pensar que sí lo son menoscaba la capacidad de la izquierda para romper los lazos del fundamentalismo con las clases populares.

¿Qué implica este análisis para la estrategia y la táctica en la lucha? No significa que los socialistas deban rechazar la unidad de acción en un contexto determinado en torno a demandas concretas con sectores gradualistas del fundamentalismo islámico. Si estas acciones favorecen a la causa de los explotados y oprimidos, dicha unidad de acción táctica es correcta y adecuada. La manera de tratar con organizaciones con las que los progresistas tienen muy poco en común, aparte de un enemigo común, la definieron bolcheviques hace más de un siglo. Achcar resume el planteamiento: 1) No fusionar las organizaciones. Marchar separados y golpear juntos. 2) No abandonar las demandas políticas propias. 3) No ocultar las diferencias de intereses. 4) Vigilar al aliado del mismo modo que vigilamos al enemigo. 5) Centrarnos más en el aprovechamiento de la situación creada por la lucha que en la conservación de un aliado.[51] Achcar añade a esto lo siguiente:

Si se cumplen estas reglas, lo que queda es demostrar, por parte de los progresistas, que están igual de comprometidos con la lucha contra el enemigo común que los fundamentalistas, mientras defienden resueltamente los intereses de los trabajadores, las mujeres y todos los sectores explotados y oprimidos, en contraste directo con los fundamentalistas y, a menudo, en oposición a ellos.[52]

Se pueden formar alianzas tácticas breves hasta con el diablo, pero no hay que confundir nunca a este diablo con un ángel. En ningún caso debe adoptarse una orientación duradera hacia la unidad estratégica con los fundamentalistas gradualistas. Así, esta recomendación de un enfoque de unidad táctica ocasional en determinadas situaciones es distinta de una estrategia de frente único, que aspira a unirse con las fuerzas reformistas y democráticas dispuestas a organizarse para tratar de obtener la satisfacción de demandas inmediatas que benefician a los trabajadores y grupos oprimidos e incrementan su conciencia, su confianza y su capacidad de lucha.

Los fundamentalistas islámicos, al igual que los movimientos populistas y de extrema derecha de todo el mundo, no deben formar parte de esta estrategia de frente único, por todas las razones expuestas en este artículo. Hablar de una estrategia de frente único con estas fuerzas es generar ilusiones en ellas. En su lugar, la izquierda debe construir su propia organización política y participar en la lucha por la liberación y la democracia, ocasionalmente en unidad táctica con los gradualistas, pero siempre con el propósito de apartar a los explotados y oprimidos de esta segunda fuerza de la contrarrevolución.

http://isreview.org/issue/106/marxism-arab-spring-and-islamic-fundamentalism

 


[1] Véase una sucinta descripción de la contrarrevolución en Gilbert Achcar, Morbid Symptoms: Relapse in the Arab Uprising(Stanford: Stanford University Press, 2016).

[2] La prensa de EE UU se refiere al Estado Islámico o Daesh (como suele llamarse por su acrónimo en árabe) con las siglas ISIS (Islamic State of Iraq and Syria).

[3] Gilbert Achcar, “Onze thèses sur la résurgence actuelle de l’intégrisme islamique”, Europe Solidaire, 01/02/1981, http://www.europe-solidaire.org/spip.php….

[4] Amal al-Ummah TV, Mashru’ al-nahda al-Islâmî… Khayret Al-Shâter, 24/04/2011, https://www.youtube.com/watch?v=JnSshs2qzrM.

[5] Naim Qassem, Hezbolá, la voie, l’expérience, l’avenir (Beirut: Albouraq 2008), 288.

[6] Mikaelian Shoghig, “Overlapping Domestic/Geopolitical Contests, Hizbullah, and Sectarianism”, en The Politics of Sectarianism in Postwar Lebanon, ed. Jinan S. Al-Habbal, Rabie Barakat, Lara W. Khattab, Shogig Mikaelian, Bassel Salloukh (Londres: Pluto Press 2015), 171.

[7] Gilbert Achcar, “Islamic fundamentalism, the Arab Spring, and the Left”, International Socialist Review 103 (invierno de 2016-2017), http://isreview.org/issue/103/islamic-fu…

[8] Women and Men are Different in Some Cases, Similar in Others, Khamenei.ir, 19/03/2017, http://english.khamenei.ir/news/4726/Women-and-men-are-different-in-some-cases-similar-in-others. En Irán, las mujeres tienen menos derechos que los hombres en materia de herencia, divorcio y custodia de los hijos. También sufren restricciones en relación con los viajes y la vestimenta. Y existe una “policía moral” que vela por el cumplimiento estricto de la ley islámica.

[9] “Muslim Brotherhood Statement Denouncing UN Women Declaration for Violating Sharia Principles”, IkhwanWeb, 14/03/2013, http://www.ikhwanweb.com/article.php?id=…

[10] Adam Hanieh, Lineages of Revolt: Issues of Contemporary Capitalism in the Middle East (Chicago: Haymarket Books, 2013), 172.

[11] Joey Ayoub, “Empowerment is Underway, Despite Nasrallah’s Homophobia and Misogyny”, The New Arab, 03/04/2017, https://www.alaraby.co.uk/english/commen…

[12] Qardawi on Homosexuals, MEMRI TV, 27/01/2013, https://www.youtube.com/watch?v=NxnVSnnZs0Q.

[13] No incluyo la colaboración militar en este comentario, que tiene una dinámica diferente.

[14] “Toda persona debe tener la posibilidad de atender sus necesidades religiosas y físicas sin que la policía meta las narices.” Karl Marx, Crítica del programa de Gothahttps://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gotha/gothai.htm

[15] Vladímir Lenin, Actitud del partido obrero hacia la religiónhttps://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1900s/1909reli.htm

[16] Martin E. Marty, “Fundamentalism as a Social Phenomenon”, Bulletin of the American Academy of Arts and Sciences, n.º 2 (1988): 17.

[17] Jason Hackworth, “Welfare and the Formation of the Modern American Right”, en Religion in the Neoliberal Age, Political Economy and Modes Of Governance, editado por F. Gauthier y T. Martikainen, (Surrey, Reino Unido: Ashgate), 100-105.

[18] Hanieh, The Lineages of Revolt.

[19] En Siria, la organización de los Hermanos Musulmanes se componía originalmente de individuos pertenecientes a importantes familias religiosas que formaban parte de la clase de los pequeños comerciantes en zonas urbanas. Los establecimientos de los comerciantes-religiosos solían encontrarse en el vecindario de las mezquitas. Esto explica por qué los Hermanos Musulmanes siempre han sido aliados naturales de la clase media liberal siria dedicada al suq (zoco). El suq, que normalmente se halla en los barrios antiguos de las ciudades, ha sido casi siempre un bastión del conservadurismo y un guardián de la tradición, valores promovidos asimismo por los Hermanos Musulmanes.

[20] Véase Hanieh, Lineages of Revolt, y Stephan Roll, Egypt’s Business Elite after Mubarak, A Powerful Player between Generals and Brotherhood, septiembre de 2013, https://www.swp-berlin.org/fileadmin/con…

[21] Gilbert Achcar, Le peuple veut, une exploration radicale du soulèvement arabe(Paris: Sindbad-Actes Sud, 2013), 147.

[22] A. Nizar Hamzeh, In the Path of Hizbullah (Syracuse, New York: Syracuse University Press, 2004), 64.

[23] Ibid.

[24] Durante la revolución en Egipto y Túnez, cuando los Hermanos Musulmanes llegaron al poder, atacaron a los trabajadores y los sindicatos y promovieron políticas neoliberales. Asimismo, en el Irak ocupado a partir de 2003, los sucesivos gobiernos dominados por un partido fundamentalista chií, Al Dawa, reprimió a sindicalistas, trabajadores y protestas obreras.

[25] Olivier Carré y Gérard Michaud (un seudónimo utilizado por Michel Seurat), Les Frères musulmans Égypte et Syrie (1928-1982), (París: Gallimard y Julliard, 1983), 87.

[26] Raphael Lefèvre, Ashes of Hama, the Muslim Brotherhood in Syria (Londres: C. Hurst and Co., 2013), 53; Joshua Teitelbaum, “The Muslim Brotherhood in Syria, 1945-1958: Founding, Social Origins, Ideology”, Middle East Journal 65, n.º 2, (2011), 220.

[27] Luiza Toscane, L’Islam un autre nationalisme? (París: L’Harmattan, 1995), 28, 95.

Ervand Abrahamian, Khomeinism: Essays on the Islamic Republic (Berkeley: University of California Press, 1993), 53.

[28] Ervand Abrahamian, Khomeinism: Essays on the Islamic Republic (Berkeley: University of California Press, 1993), 53.

[29] Programa electoral del Partido de la Libertad y la Justicia, 2011, http://kurzman.unc.edu/files/2011/06/FJP…

[30] Reuters, Egypt Brotherhood Businessman: Manufacturing is Key, Ahram Online, 28/10/2011, http://english.ahram.org.eg/~/NewsConten…

[31] Citado en Mariam Fam, “Egypt’s Muslim Brotherhood Embraces Business”, Bloomberg Businessweek, 11/07/2011, https://www.bloomberg.com/news/articles/…

[32] El concepto de hegemonía se entiende aquí en el sentido gramsciano, que abarca un conjunto de creencias y normas culturales arraigadas en la sociedad que suscitan el consenso en el seno de las clases oprimidas y explotadas.

[33] Giuseppe Tomasi di Lampedusa, El Gatopardo.

[34] Samir Amin, “The Return of Fascism in Contemporary Capitalism,” Monthly Review, vol. 66, n.º 4, https://monthlyreview.org/2014/09/01/the….

[35] Gilbert Achcar, “Islamic Fundamentalism, the Arab Spring, and the Left”, International Socialist Review 103 (invierno de 2016-2017), http://isreview.org/issue/103/islamic-fundamentalism-arab-spring-and-left. Esto, sin embargo, no significa que no puedan aparecer organizaciones de tipo fascista en países de fuera del mundo occidental, especialmente con la aparición en las últimas décadas de muchos nuevos centros de acumulación de capital: países de reciente industrialización que han adquirido influencia política y son lugares cada vez más importantes de inversión regional.

[36] Hassan al Banna, el fundador y principal ideólogo de los Hermanos Musulmanes, fue un discípulo de Rashid Rida. Rida condujo las tendencias reformistas del panislamismo, particularmente las inspiradas en intelectuales como Mohamad Abduh y Jamal al Din Afgani, hacia una orientación fundamentalista. La evolución de Rida le acercó a la doctrina puritana de Hanbali, en particular a sus seguidores wahabitas. Se convirtió en un firme defensor del régimen saudí y del wahabismo, llegando a colaborar con el rey saudí Abdel Asis. Comenzó a oponerse y a combatir a las hermandades y prácticas sufíes de sus adherentes. Defendió la restauración del califato tras su abolición en 1924. Asimismo, desarrolló un agresivo discurso antichií, acusando a los chiíes árabes de ser agentes de Irán (un tema que aparece hoy a menudo entre los salafistas y otros movimientos fundamentalistas islámicos). Rashid Rida ejerció en particular una fuerte influencia en el entorno intelectual y político de los Hermanos Musulmanes, tratando de revitalizar el literalismo de Ibn Tammiyya y el llamamiento a la yihad. Esta nueva tradición salafista fue propagada individualmente por intelectuales como Rashid Rida en las décadas de 1920 y 1930, y posteriormente a escala social por grupos como los Hermanos Musulmanes en Egipto y otros países.

[37] Jabhat al Nusra logró movilizar a algunos sectores de la sociedad y organizar pequeñas manifestaciones, pero nada parecido a las protestas masivas del movimiento popular sirio.

[38] Jabhat al Nusra y el EI difieren en su metodología para establecer un califato y no tanto en la naturaleza del Estado que pretenden construir. El cisma de Jabhat al Nusra con el EI se debe en gran parte a que el primero sigue la metodología propuesta por el líder de Al Qaeda, Ayman al Zawahiri. Este había defendido un planteamiento gradualista, sobre todo durante el apogeo de la guerra de Irak, atacando vehementemente la estrategia de movilización sectaria y declaración abierta de un Estdo islámico por parte de Abu Musab al Zarqawi, el líder del grupo precursor del EI, Al Qaeda en Irak. El EI rechaza la línea gradualista de Zawahiri y se mantiene fiel a la estrategia de Zarqawi de movilización activa y abierta. El enfoque gradualista no ha impedido a Jabhat Al Nusra mostrar un comportamiento cada vez más violento contra otros grupos de oposición armada tras su ruptura con el EI. Sin embargo, Jabhat Al Nusra ha intentado aplicar los métodos básicos de Zawahiri para implantarse en la sociedad y establecer ostensiblemente estructuras de base con el fin de lograr los grandes objetivos estratégicos de Al Qaeda. Con todo, pese a los fuertes choques entre ambos grupos desde que se separaron en 2013, esto no impidió que hubiera casos de colaboración táctica entre ellos. En Qalamun, por ejemplo, en verano de 2014, ambos grupos yihadistas mantenían estrechas relaciones. Zawahiri, aunque negó toda legitimidad al EI y a su líder, Abu Bakr al Bagdadi, declaró en septiembre de 2015 que estaba dispuesto a cooperar con ellos en Irak y en Siria para combatir a la coalición encabezada por EE UU. Dijo que “a pesar de sus graves errores, si yo estuviera en Irak o en Siria, cooperaría con ellos para matar a los cruzados, a los laicos y a los chiíes, si bien no reconozco la legitimidad de su Estado”. Orient le Jour, “Al-Nosra prend possession de la dernière base du régime dans Idleb”, 10/09/2015. http://www.lorientlejour.com/article/943…

[39] Samir Amin, “Interview of Samir Amin,” Samir Amin 1931, 15/07/2013, http://samiramin1931.blogspot.ch/2013_07….

[40] El veterano sindicalista y nasserista Kamal Abu Eita, antiguo dirigente del sindicato de funcionarios de la autoridad tributaria y presidente de la Federación Egipcia de Sindicatos Independientes (Al Ittihad al Masri lil Naqabat al Mustaqilla, EFITU), por ejemplo, fue ministro de Trabajo en el gobierno provisional tras el golpe militar de julio de 2013 hasta marzo de 2014, y durante este tiempo aceptó la “hoja de ruta” del ejército para la transición.

[41] Jad Bouharoun, “Understanding the Counter-revolution”, International Socialism, n.º 153, enero de 2017, http://isj.org.uk/understanding-the-coun…

[42] Ann Alexander, “Reformism, Islamism & Revolution,” Socialist Review, n.º 406, octubre de 2015, http://socialistreview.org.uk/406/reform…

[43] Ibid.

[44] Phil Marfleet, “’Never Going Back’: Egypt’s Continuing Revolution”, International Socialism, n.º 137, enero de 2013, http://isj.org.uk/never-going-back-egypt…

[45] Ernest Mandel, “The Nature of Social-Democratic Reformism, The Material Foundations of Opportunism”, Marxist.org, octubre de 1993, https://www.marxists.org/archive/mandel/…

[46] Para más información sobre este tema, véase Charlie Post, “Ernest Mandel and the Marxian Theory of Bureaucracy”, Ernest Mandel.org, julio de 1996, https://www.ernestmandel.org/en/aboutlif…; Charlie Post, “The Myth of the Labor Aristocracy, Part 1”, Against the Current, n.º 123 (julio-agosto de 2006), https://www.solidarity-us.org/node/128#N18; y Charlie Post, “The ‘Labor Aristocracy’ and Working-Class Struggles: Consciousness in Flux, Part 2”, Against the Current, n.º 124 (septiembre-octubre de 2006), http://www.solidarity-us.org/node/129.

[47] Véase Ernest Mandel, “La social-démocratie désemparée – Nature du réformisme social-démocrate”, Ernest Mandel.org, 21/09/1993, http://www.ernestmandel.org/new/ecrits/a…

[48] Anne Alexander y Mostafa Bassiouny, Bread, Freedom, Social Justice, Workers and the Egyptian Revolution (Londres: Zed Books, 2014), 20.

[49] Anand Gopal, “The Roots of ISIS, Imperialism, Class, and Islamic Fundamentalism”, International Socialist Review, n.º 102 (otoño de 2016), http://isreview.org/issue/102/roots-isis.

[50] Jeffrey Azarva y Samuel Tadros, “The Problem of the Egyptian Muslim Brotherhood”, American Enterprise Institute, 30/11/2007, https://www.aei.org/publication/the-prob…

[51] Citado en Abbas Shahrabi Farahani y Gilbert Achcar, Towards Progressive Politics in the Middle East, Problematica in Conversation with Gilbert Achcar, 24/03/2016, http://newpol.org/content/towards-progre…

[52] Ibid.

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