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Disparen a los indios Un diario del odio en Cali

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Entre todas las noticias del estallido colombiano, una causó especial estupor: el bloqueo y la represión de la participación indígena en la protesta social. La documentalista Victoria Solano cuenta los enfrentamientos de Cali. Por qué la «minga» que llegó en «chivas» desde su territorio para participar de las marchas fue recibida con mensajes de odio y a los tiros por una parte de la sociedad civil. Según el Acnur, el 60% de los pueblos indígenas de Colombia está en peligro de extinción. «La mayoría vive en territorios codiciados por distintas formas de acaparamiento de agua y de tierra», dice la autora. 

Este texto fue producido dentro de la red latinoamericana de periodismo Bocado.lat / Fotos: CRIC

Las primeras imágenes se transmitieron en vivo. 

Una decena de hombres corre por la calle 127, vía secundaria de uno de los barrios más exclusivos de Cali. La cámara se mueve junto al grupo, se escucha una respiración jadeante. Se escucha también el sonido de los disparos y el silbido de las balas cortando el aire, pasando cerca, muy cerca. Alguien grita: “abajo, en la esquina” señalando el lugar desde donde disparan. El grupo sigue avanzando en la misma dirección que tenía -hacia el lugar de donde salen los disparos- pero no en línea recta sino cruzándose a manera de zigzag. Quien graba se tira al suelo y por unos segundos el celular cambia de cámara frontal a la cámara selfie, se ve a un hombre tirado en el piso protegiéndose. Es un indígena. Solo se ven sus ojos negros. Un pañuelo rojo y verde tapa parte de su cara y en la cabeza lleva el escudo del CRIC (Consejo Regional Indígena del Cauca). Ya con la cámara de nuevo en modo frontal, se levanta y dice: “Le están disparando a la minga, quieren acabarla».

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La minga es una forma de organización de las comunidades indígenas colombianas. Una palabra que nombra a muchas formas de reunión y trabajo solidario -desde una cosecha a una manifestación-. Es también cómo se nombra a sí mismo un colectivo de más de cien comunidades indígenas que han encontrado en aquella palabra ancestral una forma de representación política. En Colombia ser indígena es estar bajo amenaza: la mayoría de los pueblos viven en territorios codiciados por el agronegocio, la megaminería y otras formas de acaparamiento de agua y de tierra. En muchas comunidades se dedican a la producción de alimentos agroecológicos, la custodia de semillas y la preservación de la biodiversidad. Según El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) hay 34 pueblos indígenas en peligro de extinción en este país, eso es el 60 por ciento; y el 15% de los 4 millones de refugiados que hay viviendo en el país son indígenas, aunque sólo representan al 2% de la población. El odio indígena -que explicará lo que está por pasar- hace 500 años que vibra alto en esta tierra.

Siete días antes de la escena narrada en el video, la minga indígena había llegado Cali -centro de las manifestaciones y la violencia estatal en Colombia- para sumar su voz en contra de las reformas del gobierno. La Universidad del Valle acogió a cerca de seis mil mingueros en su campus. En aquel momento el CRIC publicó un comunicado que decía: “Hemos venido de una manera pacífica a mirar cómo logramos potenciar esa angustia del pueblo caleño; para que Cali se convierta en el epicentro de la propuesta de ese país que estamos soñando todos”.

Pero el consenso en un país como Colombia es un camino complejo. Mientras los manifestantes, la mayoría de ellos jóvenes, abrazaban y aplaudían la llegada de la minga, entre los barrios vecinos a la universidad y los sectores más pudientes de Cali se gestaba inconformidad. “Los índios no son la autoridad. Lárguense de nuestro territorio”, escribió en twitter María Clara Domínguez, la directora del zoológico de Cali el 8 de mayo.

En las calles había frecuentes cruces violentos. Los vecinos culpaban a los indígenas por los bloqueos y la escasez de alimentos, gasolina y medicamentos en la ciudad. Días después, en una entrevista anónima difundida por la revista Semana, dijeron que se habían sentido secuestrados en sus casas. “Nosotros ya sabíamos que los que no están de acuerdo con el paro, los que no tienen la necesidad, habían alertado que nos teníamos que ir, que teníamos que volver al territorio”, dice Nohelia Campo, de 28 años, la vocera de la minga.

Por eso la mañana del domingo 9 de mayo Nohelia estaba atenta. Mientras en el campus de la universidad la minga hacía asamblea con sectores campesinos, afrocolombianos y jóvenes, una comisión viajaba desde Santander de Quilichao con las provisiones de comida donada por otras comunidades. Recolectar alimentos cultivados en territorios indígenas y trasladarlos a Cali es una actividad que hicieron desde el comienzo de las manifestaciones. Los indígenas llevaban plátanos, limones, naranjas y otros alimentos sin venenos cultivados con sus manos a los puntos más importantes del paro.

La llaman minga de la comida. “El apoyo no es solo físico, también es un compartir. Y en el centro del compartir está el alimento. Una olla popular, por ejemplo, es un trabajo donde todos ponemos la mano y así vamos tejiendo palabra. La comida como la lucha no debe ser un acto individual sino colectivo, es la única manera de trascender como pueblo”, dice Nohelia. 

La comisión encargada de las provisiones de comida venía desde el sur del país, liderada por el thútenas (consejero mayor) Harold Secue. Viajaban en una camioneta, dos camiones con alimentos y cuatro chivas (colectivos populares) que transportaban a unos cuatrocientos indígenas. La camioneta del consejero se adelantó al grupo. A la altura del río Jamundí tres camionetas le cerraron el paso. Varios hombres armados vestidos de civil con camisetas blancas se le acercaron violentamente: “Si no te bajás te picamos”, le dijeron. Encerrado en el vehículo envió el mensaje pidiendo ayuda a las autoridades de la minga.

En otras dos camionetas, un grupo de mingueros salió desde la Universidad del Valle a buscar a Secue y la delegación. Sobre la avenida Cañasgordas, a la altura de la Iglesia La María, en un punto intermedio y de paso obligado entre la universidad y el lugar donde se encontraba retenido el líder indígena, tuvieron que detenerse por un bloqueo: una fila de camionetas blindadas les impedían el paso. Había civiles vestidos con camisetas blancas y policía. Los indígenas comenzaron a transmitir un vivo en la página oficial del CRIC en Facebook. La cámara se mueve entre los indígenas, todo es confusión, nervios y un barullo indescifrable. Se escuchan varios disparos. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis veces. Los disparos vienen desde la calle 127. Muchos indígenas se tiran al piso y otro grupo corre hacia el lugar de donde vienen los tiros sin dejar filmar en ningún momento: quieren atrapar a quienes les disparan.

En redes sociales aparecerá después otro video que no fue tomado por los indígenas. Una grabación desde el otro extremo de la calle 127 muestra las manos de un hombre dentro de una camioneta. Tiene un arma corta y automática, dispara tres veces por la ventana y grita: “Esto es una hijueputa guerra civil”. Por el espejo retrovisor se ve a otro hombre que dispara y luego se cubre detrás de la camioneta. Tiene la cara cubierta con una camiseta negra. “Ahí está el hijueputa con el escudo del CRIC”, dice el hombre -que podría ser cualquier caleño, un comerciante, un médico, un padre de familia enardecido- que está dentro de la camioneta. Dispara. Otros dos hombres vestidos con ropas idénticas están sobre la calle 127. Disparan escondiéndose  detrás de árboles. Se ven otras cuatro camionetas estacionadas en grupos de a dos. Es gente del común, “gente de bien” como se autodenominan, que de repente se organiza para salir a matar. La camioneta que está delante del hombre que filma avanza, y entonces el hombre llama al que está en tierra disparando y le dice: “Súbase que me quitaron la protección”. Termina el video.

Desde el enlace en vivo de la organización indígena, el CRIC, se pueden ver a las camionetas de donde salen los disparos huir. Recién entonces aparece la policía, seis motocicletas y una ambulancia. 

Los indígenas vuelven al punto de La María en Cañasgordas, donde empezó el ataque armado, está lleno de policía. La guardia indígena hace un balance: ocho heridos con disparos, dos de ellos de alta gravedad. LLegan las chivas de apoyo desde la universidad con otros cien indígenas. Se escuchan otra vez los disparos, empieza otro ataque.

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La mañana del domingo 9 de mayo el alcalde de Cali Iván Ospina dijo en un discurso público: “En Cali no deben mandar los que no forman parte de Cali. No debe haber pretextos para que personas ajenas a nuestra ciudad cumplan las funciones que se cumplen en nuestra ciudad”. Pocas horas después varios bloqueos de personas vestidas de civil se presentaron de manera simultánea en diferentes puntos de la ciudad. Todos realizados por personas vestidas de blanco y custodiados por la policía. No hubo detenidos ni hay investigaciones en marcha.

De los civiles armados se sabe poco, se les conoce por algunos videos que ellos mismos publicaron, como el de don Máximo Teresco, un hombre mayor que habla a cámara con una gran cantidad de ESMAD (Policía antidisturbios) pasando detrás de él y dice: “Derechos humanos es la misma porquería que esto que hoy nos está sitiando. Yo tengo ochenta y cuatro años, y no tengo miedo de enfrentarlos”. 

Luego, muchos de quienes bloqueaban el paso denunciaron que la minga los había atacado, sin pruebas ni videos que lo demuestren. Los registros, en cambio, sí muestran disparos de personas vestidas de civil en contra de los indígenas. También hay imágenes de carros incinerados e indígenas entrando a conjuntos residenciales, algo que la minga luego explicó fueron sus acciones tratando de capturar a quienes les disparaban. 

El día dejó doce heridos de bala, todos indígenas.

El 11 de mayo la minga anunció que se iba de Cali porque no existían garantías para permanecer en la ciudad. Al día siguiente, desde la universidad salieron las chivas repletas de gente: adentro y montados encima del techo, cargadas además con comida y adornadas con las banderas rojas y verdes del CRIC. Volvían a sus territorios: a los resguardos en medio de las montañas de Cauca desde donde resisten y desde donde muestran que otra forma de vivir, vincularse y producir es posible. Una que permanece invisible ante los ojos de una sociedad que se desangra pero aun no ve una dirección clara a donde ir. Muchos caleños salieron a despedirlos con banderas de Colombia. La mayora Nohelia asegura que no hay un final sino un principio: “Nosotros seguiremos en paro desde nuestro territorio. Hemos resistido milenariamente y no podemos dejar de hacerlo porque nos convertiríamos en un pueblo sometido. Seguimos en minga”.

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