Cuerpos en resistencia: hacia una ética feminista de la solidaridad insurgente
por
Judíxs Antisionistas contra la Ocupación y el Apartheid
En el fragor de un mundo que sangra colonialidad, donde el neoliberalismo descuartiza la tierra y el fascismo renace cual Hidra sedienta de cuerpos racializados; el feminismo no es solo praxis política: es un acto radical de resistencia. Y como bien dijo Silvia Federici: «Contra el monstruo, necesitamos un monstruo más grande: la solidaridad».
Este 8 de marzo no es un día de flores proletarias, sino un grito transfronterizo que interpela la necropolítica de un sistema para el cual nuestros cuerpos —mujeres, personas racializadas, disidencias— son solo territorios de disputa, dominación y control.
La colonialidad como matriz de opresión: cuerpos-territorio en lucha
El capitalismo tardío, aquel que decide quién merece vivir y quién debe morir, se nutre de la explotación extractivista, la división sexual del trabajo y la maquinaria racial-clasista de la pobreza. Los cuerpos de las mujeres, históricamente colonizados por el heteropatriarcado, son hoy trincheras donde se libra una batalla ontológica. Desde el Wallmapu hasta Palestina, la violencia genocida no es un episodio aislado, sino la manifestación de un sistema que deshumaniza para perpetuar su dominio. Las mujeres palestinas, cuyos úteros son criminalizados como estrategia de limpieza étnica, encarnan la convergencia entre colonialismo y patriarcado: su resistencia no es solo por tierra; parir en Gaza es un acto de desobediencia geopolítica.
Aquí yace una paradoja fundante: el mismo sistema que mercantiliza la vida —convirtiendo el cuidado en servidumbre, la migración en delito y los cuerpos gestantes en campos de batalla— requiere de nuestra fragmentación para perpetuarse. La precarización laboral, el encarecimiento de la vida y la militarización de las fronteras y territorios ocupados, no son crisis separadas; son síntomas de una maquinaria que normaliza la muerte de lxs condenadxs de la Tierra.
Feminismo anticolonial: desobedecer para descolonizar
El feminismo hegemónico, cómplice del epistemicidio que borra las cosmovisiones del Sur Global, ha fallado en nombrar esta encrucijada. Por ello, nuestra resistencia debe ser antirracista o será cómplice; debe ser anticapitalista o será ornamental. Cuando las tomas en Chile se levantan contra los desalojos, cuando las trabajadoras domésticas bolivianas exigen reconocimiento, cuando las defensoras ambientales de los distintos pueblos originarios en el Abya Yala defienden sus aguas de la voracidad minera, no hay «casos aislados»: hay un tejido de rebeldías que desmonta la falacia del progreso neoliberal.
La solidaridad transfronteriza no es altruismo: es un acto de reparación histórica y justicia epistémica. Reconocer que la lucha por el aborto legal en Argentina está ligada a la defensa de las parteras ancestrales en México; que la exigencia de derechos migratorios en Europa es consecuencia de los desplazados por el extractivismo en el Congo; que cada cuerpo torturado por la policía en Chile clama por la libertad de lxs ‘prisionerxs’ palestinxs secuestradxs en las cárceles israelíes. La interseccionalidad no es un concepto académico: es el lente que revela cómo el fascismo actual —con su retórica de ‘seguridad’— no solo expone, sino que revitaliza su viejo corazón colonial.
Internacionalismo o deshumanización: la rebelión de la ternura y la ética del cuidado
Frente a la avanzada fascista, que instrumentaliza el miedo para sembrar silencio, el feminismo propone una rebelión de la ternura basada en la ética del cuidado radical: solo al reconocernos interdependientes, vulnerables y en deuda con las luchas ajenas, podemos tejer redes capaces de sostener la vida.
La memoria de Nicolasa Quintremán, de Macarena Valdés, de Berta Cáceres, de Marielle Franco, no son símbolos: son semillas de futuros posibles.
Movilizarse hoy no es solo salir a las calles; es cuestionar cómo reproducimos el colonialismo en nuestros espacios íntimos. Es desaprender la lógica individualista, escuchar a las que el sistema ha intentado borrar y tejer redes que trasciendan el performativismo de la solidaridad. La huelga feminista, el boicot contra el apartheid israelí, la defensa de los territorios indígenas: todas son formas de sabotear un orden que nos quiere sumisas, aisladas y temerosas. Porque, como dice el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST, Brasil): «Nuestra arma es la organización, nuestro sueño es la tierra libre».
El futuro será colectivo o no será
El capitalismo fascistizante nos ofrece un falso dilema: adaptarse o morir. Nosotrxs respondemos con la terquedad de quienes saben que otro mundo es posible. Porque cuando las mujeres del Abya Yala cantan «¡Alerta, alerta, alerta que camina la lucha feminista por América Latina!», cuando las madres de Plaza de Mayo siguen marchando y cuando las jóvenes palestinas bailan dabke frente a los tanques, no hay derrota que pueda con la potencia de los cuerpos que se organizan.
Este 8M, la consigna es clara: solidaridad o deshumanización. Que nuestra rabia sea fértil, que nuestra ternura sea subversiva y que cada acto de resistencia —por pequeño que parezca— siembre el mundo que merecemos. Como afirmó la comandanta Esther del EZLN: «Detrás de sus pasos, caminamos nosotras». Tras cada gesto de resistencia, hay un pueblo entero sembrando dignidad.
¡Desde todos los ríos hasta todos los mares, todos los territorios serán libres!