Estas son varias voces que entretejen un relato complejo, el de una Revolución inacabada que sigue en pie, pero de una forma distinta a las ideas que la vieron nacer.
Gianpaolo Contestaible, desde La Habana
Pie de Página, 30-9-2023
“¿Saben por qué en La Habana ya no hay habaneros?” dice el conductor de un almendrón. En su rostro sudado se abre una sonrisa mientras hace una perfecta pausa teatral y suelta el cierre del chiste: “Están todos en Miami”. Este lugar común que repiten a menudo los cubanos tiene, como toda broma, un fondo de realidad. Diferentes olas migratorias han efectivamente interesado la capital a partir de la revolución del 1959. Primero, se fueron a Estados Unidos la burguesía, los terratenientes, la “contra”, los ingenieros, médicos, químicos y hasta los niños de las familias conservadoras gracias a la Operación Peter Pan orquestada por la CIA y la Iglesia católica. Ya en las sucesivas décadas se permitió la salida, como válvula de escape en los periodos de demasiada tensión social, a miles de personas. En los ‘80 los emigrantes se fueron desacreditados al grito de “escorias”, “lumpen”, “gusanos” y “vende patría”, enfrentando el escrache público y el lanzamiento de huevos. Durante el periodo especial, familias enteras enfrentaron las intemperies marítimas del Estrecho de la Florida en balsas autoconstruidas. Hoy en día, un éxodo masivo de jóvenes está despoblando nuevamente La Habana. Caminar por las villas coloniales del barrio Vedado es un suplicio a causa de la atmósfera hirviente y satura de humedad, y parece un peregrinaje en una ciudad fantasma. En los conciertos, ballets y espectáculos teatrales que enriquecen la vida cultural habanera se nota la ausencia de músicos, bailarines y actrices; lo mismo pasa con la carencia de personal y estudiantes en los salones de la histórica Universidad de La Habana y en los prestigiosos pabellones hospitalarios del instituto Calixto García.
Hay al menos una zona de la capital en donde la ausencia está rematada por la vida comunitaria y callejera, donde los mercados están repletos de señoras y las infancias juegan al béisbol en los callejones y salen descalzos a mojarse durante las tormentas. Es el distrito municipal de Centro Habana, una zona de urbanización popular enclavada entre las atracciones turísticas de La Habana Vieja, los palacios decadentes del Vedado y el largo litoral del malecón que se asoma al océano Atlántico. Los cubanos dicen que está es la verdadera Habana, la profunda, la negra y las más auténtica. Aquí reside gran parte de la población flotante de la ciudad y las familias que han migrado desde las provincias de Oriente. Son quienes se les llama de forma peyorativa los “palestinos”, son las trigueñas y los guajiros del campo, las mulatas y negros de Santiago, Guantánamo, Holguín y Las Tunas. Los “orientales” se desplazan a la capital para estudiar, buscar trabajo y suerte. Son quienes han engendrado la riqueza cultural del País, han encendido la historia política cubana y siguen animando la vida social y comercial de la capital.
En Centro Habana la vida sucede en el espacio público por qué en las vecindades angostas y en los altos solares no llega suficiente luz o hay demasiado calor. Muchas familias viven hacinadas y, como en el resto del País, los apagones son continuos y extenuantes durante el verano interminable. En la televisión se anuncia cada día un nuevo récord de calor, el cambio climático es una realidad en la isla caribeña donde los habitantes no recuerdan haber vivido una temporada tan caliente: “¡eso está en candela!”. Durante el día, hay que escoger si caminar bajo el sol implacable que quema la piel y se refleja en el cemento pálido o arriesgarse a disfrutar las sombras angostas de los pequeños balcones deteriorados. Es la “estática milagrosa” de la arquitectura cubana, el misterio que mantiene en pié los edificios con fallas estructurales que desafían a la ciencia edil. Algunos dicen que es la metáfora de la sociedad cubana que se mantiene en vida a pesar de las crisis cíclicas, los errores, los huracanes, el hostigamiento internacional y un proyecto de País fundando en los sueños más allá de sus potencialidades concretas. Lamentablemente, el derrumbe de edificios no es solo una figura retórica sino una realidad dramática que deja escombros en las calles y tablas de madera sosteniendo los altos pórticos de la suntuosa avenida Infanta. En estas cuadras, entre los mendigos protegidos por San Lázaro, los antros de calle Galiano, las jineteras del barrio chino y los guapos del Malecón, ha ambientado sus novelas Pedro Juán Gutierres, el padre del realismo sucio cubano. En su narrativa cruda se describe la vida de quienes han quedado al margen del proyecto de emancipación socialista, quienes se mueven fuera de las mallas del Estado benefactor sobreviviendo en redes clandestinas de comercios, trabajos informales, sexualidad promiscua, pobreza y adicciones.
Quizás también por estas razones, desde las ventanas de las vecindades no se escucha la melodía pasional del son cubano o las letras románticas de la trova de Silvio Rodriguez, sino el ritmo frenético del repa, el reggaeton acelerado de los repartos populares cubanos. El líder de los reparteros, Chocholate MC, reside en Miami pero en las letras de sus canciones reclama su origen centro-habanera: “Vengo de Los Sitios, pipo, chispa, crack y solares”. En su pecho, Chocolate, trae tatuado el nombre de Elvis Manuel, el jovén cantante de la movida underground habanera que murió ahogado cruzando el estrecho de Florida en una balsa. Más allá de cualquier juicio moral y del estigma de ser un género machista y violento, la música repartera se ha vuelto la banda sonora de las fiestas de las nuevas generaciones que mantienen viva la alegría y la vida de la ciudad. Los textos de los reparteros hablan de una sexualidad explícita y sin filtros, y en su ritmo provocativo las juventudes se desquitan del calor insostenible y las carencias de la vida cotidiana participando en la catarsis colectiva del “perreo” hasta la madrugada.
El centro del centro
Recorriendo la calle San Lázaro hasta llegar al malecón, se ven los muchachos hacer carreras con las patinetas agarrándose a las guaguas mientras en el parque Antonio Maceo se disparan rimas de rap. En el Cayo Hueso, el “downtown” de Centro Habana, “el centro del centro”, se pueden escuchar versos de repentismo que ridiculizan a la clase política y el ritmo incesante de la rumba que acompaña los fines de semanas. Se narra que en los solares y manzanas del Cayo vivieron los más prestigiosos músicos, oradores, cantantes y tamboreros de la Isla que dieron vida al afrocuban jazz, al género filin y construyeron una identidad cultural sin pares. “Hay que tener cuidado con los caracoles africanos, en la televisión dijeron que son peligrosos” dice Jaime caminando por el Cayo, y explica que “son usados para los rituales Yoruba”. Jaime gestiona el departamento de su hija, que ahora vive en España, como casa de renta en Centro Habana. La paradoja de la actualidad cubana es que cada ciudadano tiene derecho a la vivienda pero muchas de ellas se transforman en casas para extranjeros o se venden para pagar el pasaje del viaje migratorio. Muchas familias pasan por el doloroso proceso de subasta donde venden las pertenencias guardadas por generaciones. En el Cayo Hueso la cultura Yoruba domina el paisaje urbano: puedes ver degollar una gallina en la esquina y reconocer a los hombres y mujeres Iyabó, los nuevos adeptos a la santería, caminar vestidos de blanco durante su primer año de purificación. La tradición se mezcla con la modernidad globalizada y el callejón de Hammel es el epicentro de la conmixtión. En la célebre cuadra abundan los colores vivaces de las esculturas de Salvador González Escalona dedicadas a los orishas Shangó y Oshún, junto a los fragmentos del Principito de Antoine de Saint-Exupéry y al busto del héroe nacional José Martí. En el callejón de Hammel se cruzan los proyectos comunitarios con los atractivos turísticos: durante la semana los niños del barrio aprenden a boxear y el fin de semana los santeros explican a los “yumas”, los extranjeros, los principios de la espiritualidad afrocubana.
A pesar de su apariencia ruinosa, que recuerda a los muchos guetos del continente controlados por el crimen organizado, en Centro Habana conviven obreras e intelectuales, artistas y comerciantes compartiendo las mismas condiciones de vida, hoy en día muy precarias, sin toques de queda, guerras entre pandillas ni militarización. El derecho a la vivienda, la educación y la salud son unos logros indiscutibles del proyecto revolucionario que, a pesar de la crisis económica extrema, funcionan todavía como deterrentes frente a las redes criminales y las empresas narcotraficantes que dominan las periferias americanas.
Más allá del bloqueo
Muchos cubanos y cubanas llegan a Centro Habana para someterse a las más complejas operaciones de cirugía y los más avanzados tratamientos médicos en el hospital Hermanos Ameijeiras. El instituto dedicado a los mártires revolucionarios fue inaugurado por Fidel Castro en 1982 como el máximo ejemplo de la excelencia del sistema de salud cubano. En el Ameijeiras, trabajan más de 40 especialidades médicas y se desarrolla tanto la enseñanza de enfermería cómo la investigación científica de alto nivel. Los profesionales del hospital se coordinan con los policlínicos y médicos de familia de Centro Habana para brindar la mejor atención territorial y promover programas de prevención.
Todos los tratamientos y operaciones son estrictamente gratuitos pero la crisis económica extrema y el bloqueo comercial están generando una dramática falta de medicamentos, personal e insumos. “Si una empresa que nos está brindando una máquina para el tratamiento oncológico inicia a ocupar una pieza producida en Estados Unidos” explica un trabajador del hospital “ya deja de vendernos sus productos de repente, de un día para otro”. El notorio bloqueo es una estrategia del gobierno estadounidense para evitar el desarrollo de la economía cubana y poner a la población en un estado de crisis permanente. Según un informe de Oxfam del 2021, el embargo impuesto por Estados Unidos “profundiza la crisis económica, dificulta el acceso a proveedores de insumos, medicamentos, tecnologías, equipos médicos y productos de primera necesidad”. Esta medida, se lee en el informe, ha generado un impacto en la educación, la agricultura, la tecnología y ha afectado la salud física, emocional y psicológica de la población. La guerra comercial no ha parado tampoco durante la emergencia sanitaria de la Covid-19 y se ha sumado a la crisis del sector turístico que garantizaba la entrada de divisa extranjera en la isla.
A las causas exógenas de la crisis económica se les suman las responsabilidades de la clase política cubana que hacen enfurecer a la población. Antes de la contingencia de la pandemia, se empezó a aumentar el sueldo mínimo de los empleados públicos para enfrentar la crisis de abastecimiento e invertir la “pirámide salarial”, o sea para que el salario de ingenieras, maestros y médicas no se quedara por debajo de los ingresos mensuales de los operadores turísticos y quienes comercia con el extranjero. Con la llegada de la Covid-19, la caída del turismo y la producción amparada, se generó una inflación galopante y la diferencia de poder adquisitivo entre las dos monedas nacionales, el peso cubano y el viejo CUC, fue levitando. El gobierno aprovechó la contingencia para cancelar la segunda divisa, el peso cubano convertible. Se introdujo a cambio el MLC, la moneda digital libremente convertible que equivale a un dólar y se usa trámite específicas tarjetas. El resultado ha sido que los precios se han ajustado al cambio informal de dólar que se aplica en la calle y que aumenta cada día sin frenos. En vez de tener una sola moneda, hoy en la Habana circulan 3 diferentes divisas: el peso, el dólar y el euro. Muchos jóvenes han emprendido la peligrosa odisea migratoria por Centroamérica para depositar dinero en las tarjetas de MLC de su familia. En el mientras, la comida racionada que le corresponde a los ciudadanos ha ido disminuyendo y algunos productos, como el café, han desaparecido de la libreta básica por semanas. De contra, el costo de los alimentos en las tiendas particulares y en los mercados se ha hecho inalcanzable. El “trapicheo”, la compra y venta de productos en el mercado informal, es una actividad cotidiana para la sobrevivencia de las familias. En el calor tropical del verano más caliente del que se haya memoria, conseguir huevos, leche en polvo, jabón, condones o detergente se vuelve una empresa agotadora. La supervivencia en la crisis genera una economía clandestina que involucra hasta a las autoridades. Se pueden, por ejemplo, comprar unas cuantas libras de pollo en el patio trasero del presidente del Comité de Defensa de la Revolución local.
Para evitar el desastre social, el gobierno ha impulsado, aunque con reticencias y mucha vigilancia, la creación de las Mipymes, las micros, pequeñas y medianas empresas privadas que tratan de brindar los servicios y productos que el sistema comercial estatal no alcanza a proveer. Una nueva clase social de cuentapropistas está impulsando la economía con proyectos innovativos a pesar de los obstáculos administrativos que surgen en curso de obra. En el mientras, los salarios de profesoras y personal médico, así como las pensiones de los adultos mayores, no alcanzan para conseguir los productos básicos. Moverse con el transporte público se ha vuelto un acto de fe: a los ciudadanos les toca esperar en la calle hasta horas que pasen las pocas guaguas funcionantes saturadas de personas. El precio de la gasolina se ha disparado y los taxis colectivos, siempre más caros, deben esperar días para abastecerse de carburante. Desde Centro Habana se puede ver la cúspide de la nueva torre K, el hotel de lujo de 42 pisos todavía en construcción en el distrito del Vedado. Su altura irrumpe en el skyline habanero y supera en altura al histórico hotel Habana Libre donde se hospedó el ejército rebelde en el ‘59. Su presencia engorrosa es quizás el símbolo más evidente del aumento descontrolado de la desigualdad en el país. El rascacielo, cuya construcción está impulsada por las empresas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, aumenta también la preocupación de los cubanos de que las élites estén especulando con el paisaje y los recursos nacionales. La cesión de tierras en usufructo a los empresarios rusos y la creación de la Zona Especial de Desarrollo del Mariel alimentan tal desconfianza.
El 11J
El parque Trillo es un lugar emblemático del Cayo Hueso donde se respira la efervescencia y las contradicciones de Centro Habana. Aquí las infancias juegan al fútbol con los padres cuando el sol se esconde detrás de los solares concediendo una tregua de sombra. Decenas de familias se forman para comprar plátanos o vinagre a precios rebajados frente a los camiones de la feria dominguera con el trasfondo de los murales afrocubanos. Las conversaciones de la gente en las colas refleja un malestar y descontento que parece a punto de explotar. La crisis actual es el enésimo ciclo de fracasos económicos y sacrificios que se han vuelto insostenibles. A pocas cuadras del parque, cruzando avenida Infanta, la carretera sube hasta la estatua del líder estudiantil Antonio Mella, quien vigila sobre la elegante escalinata de la Universidad de la Habana. “En Cuba están aplicando la terapia del choque” dice Alejandro, profesor de la facultad de psicología: “cuando nos daremos cuenta de la tragedia de lo que está pasando será demasiado tarde”. Sus palabras recuerdan a la doctrina della shock economy descrita por Naomi Klein. La autora canadiense usa la metáfora del electrochoque, que resetea el cerebro para implantar nuevos esquemas cognitivos, para explicar cómo se impulsan reformas neoliberales aprovechando el pánico y desorientación de la población frente a desastres naturales y crisis económicas extremas. Sin embargo, a pesar de la contingencia sanitaria, la población cubana ha logrado movilizarse para denunciar el deterioro de sus condiciones de vida. El 11 de julio de 2021 es la fecha que queda grabada en la memoria colectiva del País. Miles de personas se manifestaron en gran parte de la isla frente a la desesperación por los continuos recortes de luz, la falta de productos y la incapacidad de la clase política de dar respuestas. Los cubanos no estaban acostumbrados a las protestas masivas ni a la represión de las autoridades. Por lo tanto, los desórdenes provocados por unos cuantos miles de manifestantes y el encarcelamiento y vigilancia de cientos de jóvenes involucrados en las protestas han marcado un trauma social en la ciudadanía. El acontecimiento acabó con muchas de las esperanzas de la juventud que sigue migrando masivamente también a causa de la falta de participación política y la frustración de cualquier perspectiva de cambio. La brecha generacional es siempre más ancha, los jóvenes nacidos a partir de los años ‘90 han vivido en un continuo alternarse de “períodos especiales”: la desaparición del bloque socialista, la caída del precio del petróleo que garantizaba el apoyo del gobierno venezolano, las tensiones con el gobierno de Trump, la pandemia y ahora la crisis financiera. Quizás solo los últimos años del gobierno de Obama, con el deshielo de las relaciones diplomáticas, habían creado las condiciones para imaginar un futuro mejor e incentivar las inversiones en la isla.
“Para mí el horizonte es la barrera que me separa del mundo” dice Eva, una joven artista y modelo trans, mirando las pinceladas rosas del cielo que se mezclan con el azul del mar, “estoy bloqueada aquí desde hace 30 años, nunca pude salir”. Eva espera conseguir el “parole” en Estados Unidos y alcanzar a su madre en Miami, quien la abastece de comida a través de internet. Con el nuevo Código de la familia, promovido por Mariela Castro, hija del expresidente Raúl, se incluyen el matrimonio igualitario y la gestación subrogada, la adopción por parte de parejas homosexuales, se aborda la violencia de género y se rechaza la homotransfobia. A pesar de que las instituciones están tratando de asumir un lenguaje y prácticas incluyentes con las diversidades sexuales, según Eva, la carencia de personal médico y productos farmacológicos en el País no hace posible mantener en modo regular una hormonoterapia y la debida atención médica durante la transición. También por eso, Eva, aunque acaba de mudarse a Centro Habana desde el cerro, sigue viendo su futuro más allá del horizonte: “Sé que voy a extrañar a mi país” comenta melancólica frente al espectáculo de la puesta del sol en el litoral habanero que ningún pintor ha logrado reproducir fielmente. Según ella y muchos jóvenes artistas cubanos, hoy en día en la Isla hay una dictadura que no deja libertad de expresión y todos están esperando que el régimen se caiga.
Con la llamada “Ley mordaza”, en vez de canalizar la potencia creadora de las nuevas generaciones, el gobierno está persiguiendo penalmente las voces disidentes en las redes sociales con el pretexto de la defensa nacional frente a las noticias falsas y actividades contrarrevolucionarias. El espacio digital se ha vuelto un campo de batalla estratégico sobre todo a partir de la difusión masiva de los smartphones y planes de datos en los últimos 5 años. Las nuevas generaciones manejan perfectamente la red y saben cómo evitar tanto el bloqueo de Estados Unidos como la censura del gobierno cubano. Abundan las aplicaciones para compartir archivos entre celulares y los programas VPN que permiten modificar la ubicación virtual. Los canales de Telegram se han vuelto medios de difusión de eventos culturales independientes y reuniones de las “tribus urbanas”. Los contenidos rebosan en tiempo real entre la costa de Florida, los albergues de Tapachula, las plazas de Barcelona y las pantallas de los adolescentes de Centro Habana. Las injusticias que enfrentan los migrantes cubanos como, por ejemplo, la violencia de las autoridades migratorias, la trata del trabajo sexual, la explotación laboral, el endeudamiento y el choque cultural con las sociedades racistas, se mantienen silenciados. Al contrario, las imágenes de la opulencia, el lujo y el consumo desenfrenado construyen unas narrativas de éxito y superación personal.
Apatía y subversión
En las plataformas digitales se alimenta la polarización política y se enfrentan las versiones oficiales de las noticias con la información alternativa y teorías conspirativas. Desde Miami se desprende un bombardeo cotidiano de influencers y youtubers que fomentan la rabia contra el gobierno de Díaz-Canel. También la memoria histórica del país se vuelve objeto de discusiones encendidas entre bandos contrarios. De un lado, los medios oficialistas insisten en presentar la actual clase política como “la continuidad” del proceso revolucionario, por el otro lado, los opositores deslegitiman a la Revolución del ‘59 desterrando antiguos errores e injusticias cometidas en el afán de construir el sueño socialista. Más allá del extremismo alimentado por los algoritmos de las plataformas, en la mayoría de la población se va difundiendo un sentido de desilusión y apatía hacía los símbolos políticos. La fecha del 26 de Julio, a 70 años del asalto al cuartel Moncada, pasa totalmente desapercibida: los habitantes de Centro Habana prefieren acudir al estadio de béisbol donde los Industriales de la capital enfrentan a los rojos de Santiago. En el aniversario del cumpleaños de Fidel Castro, unas veinte personas se reúnen para conmemorar al comandante en jefe a una cuadra de la calle Galiano. Hoy en día, la “lucha” a la que se refieren los cubanos ya no es la batalla contra el imperialismo ni el compromiso internacionalista a favor de las revoluciones del tercer mundo, si no el esfuerzo cotidiano para traer suficientes proteínas en la mesa de casa.
No obstante, hay quien sigue creyendo que un cambio subversivo es posible sin desconocer la historia gloriosa del proceso revolucionario. Sergio es un profesor y un histórico militante del partido comunista, aunque su postura crítica frente a la sordera de los dirigentes lo ha alejado de las jerarquías de la organización. “A los veinte años tuve un cáncer” recuerda Sergio, “recibí todos los tratamientos y nunca me pidieron si tenía un seguro médico y no me cobraron ni un centavo”. Su historia es la de muchos cubanos y cubanas, pero también de miles de extranjeros salvados por las brigadas médicas internacionalistas o de quienes han venido a la isla para curarse, como los niños ucranianos que sobrevivieron al accidente de Chernobyl. Ahora que estos logros se están cuestionando se necesita formar a las nuevas generaciones sin paternalismo, dice Sergio, para que sepan sobrevivir a las condiciones de vida adversas, donde lo que antes era gratuito y universal ya no está alcanzando para toda la población. Por ello, el profesor se dedica a formar las organizaciones estudiantiles. Cuando estallaron los motines del 11 de julio, Sergio pedaleó hasta Centro Habana siguiendo la llamada del gobierno y de las organizaciones de trabajadores oficialistas para detener a los manifestantes. “Me paré en frente de la masa que bajaba por San Lazaro y les grité – ¡viva la revolución!”. Tuvo la suerte que el lanzamiento de objetos no le ocasionó daños y que los sujetos más agresivos fueron detenidos por los mismos opositores. Según Sergio, muchas de las personas fueron fomentadas a manifestarse y crear desórdenes desde el extranjero a través de las redes sociales. Sin embargo, reconoce que fue un error del gobierno el hecho de no escuchar la rabia legítima del pueblo y silenciar a las voces de la juventud. Hay que replantear la formación de los cuadros del partido, afirma Sergio, y dar más espacio a las nuevas generaciones para superar el dogmatismo, la deriva burocrática y el conservadurismo de la vieja clase dirigente.
Quienes se quedan
En un parque público entre San Lázaro y Malecón, una niña toca el violín y una pared amarillenta y destartalada le hace de escenografía. Su público son los vecinos del barrio sentados en las banquetas, un hombre demacrado que busca comida en el contenedor de la basura y las pequeñas olas que se infringen en las rocas del litoral. Su mamá la observa con atención corrigiendo y aplaudiendo cada paso de su ensayo. Los éxitos y fracasos del sueño revolucionario, las paradojas y las inalcanzables contradicciones de la sociedad cubana se reflejan en la vida cotidiana de Centro Habana. En las avenidas Infanta y Carlos III, en los callejones del Cayo Hueso, en el llamado Barrio Chino, en Los Sitios y en el paseo del Malecón los jóvenes comparten contenidos virtuales con todo el mundo, expresan sus identidades líquidas, miran las vitrinas de las Mipymes y ahorran dólares para poder migrar. Hay quienes recuerdan a familias enteras bajando de los solares con las balsas autoconstruidas para meterse al mar y quienes revocan la llegada de Fidel en el parque Trillo para calmar los tumultos de los años ‘90. Mientras tanto, aparece la pobreza extrema en las calles y aumenta la inseguridad en los barrios. La crisis financiera es también una transformación ideológica, las estudiantes abandonan las aulas de escuela para trabajar en los cafés o bares privados. Las propinas de los turistas son más llamativas que la carrera de medicina con los salarios estancados y sin poder adquisitivo. Las tabernas estatales se quedan vacías y las colas fuera de las bodegas se hacen más largas. “¿El último?” se ha vuelto el mantra que se repite llegando a formarse en el cajero, la panadería, la parada del transporte o la oficina pública. Quienes se van del País, se llevan el bagaje cultural de uno de los mejores sistemas educativos del mundo y una cultura extraordinaria fundada en los más grandes filósofos latinoamericanos y en los ideales de humanidad, justicia y solidaridad. No obstante, los new arrivals cubanos en Florida engrandecen el bacín electoral de la extrema derecha de Trump que sugiere más sanciones y las políticas de manos duras con Cuba. Por otro lado, el gobierno revolucionario es siempre más dependiente de las remesas de los que fueron tildados de “traidores” y “gusanos”. Desde el extranjero, hay quienes borran las contradicciones y reducen la crisis cubana al contexto geopolítico para defender una idea romántica de la revolución.
Muchos de los migrantes que han dejado la isla están, en vez, absorbidos en el vortex de la propaganda capitalista que quiere demonizar a Cuba para callar cualquier esperanza de justicia social y defienden la libertad de explotar a los más pobres. La mayoría de quienes han llegado a vivir en Centro Habana no tienen familiares en Estados Unidos que le garanticen el parole, ni apellidos españoles para solicitar la nacionalidad y tampoco suficientes ahorros para pagarse el viaje por Centroamérica. Hay, además, quienes se quedan porqué deciden quedarse: artistas, docentes, artesanos, personal médico, educadores, ingenieras, activistas ambientales y de la diversidad sexual, quienes se inventan cada día nuevos proyectos y formas de sobrevivir. Su amor hacía Cuba supera las facciones y los intereses geopolíticos, y su creatividad permite vislumbrar un futuro digno más allá de la tormenta. A ellos y ellas les toca la difícil tarea de resistir durante la catástrofe e imaginar un nuevo país en medio de las ruinas de sus sueños. La esperanza es que puedan hacerlo sin negociar la soberanía nacional sino rescatando su memoria histórica y el legado de los jóvenes valientes que soñaron una Cuba libre y más justa.
* Los nombres reales de los testimonios en este trabajo han sido cambiados para tutelar la privacidad de las personas.