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Clima, desigualdades y lucha de clases

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El Viejo Topo 29 diciembre, 2021

por Daniel Tanuro

Durante la COP26, en Glasgow, el director del Potsdam-Institut für Klimafolgenforschung (Instituto Potsdam de Investigación de los Impactos del Clima, PIK), Johan Rockström, comunicó una información chocante a las delegaciones presentes: para permanecer por debajo del umbral de 1,5 °C de calentamiento global (superándolo quizá un poco de forma temporal, según Rockström) respetando la justicia climática, es preciso que de aquí a 2030 el 1 % más rico de la población mundial reduzca sus emisiones 30 veces; el 50 % más pobre, por el contrario, podrá triplicarla.

Para medir el impacto de estas cifras, hay que tener en cuenta que fueron reveladas a las delegaciones oficiales por un científico de primer plano, quien resumió así las diez conclusiones más recientes de la ciencia del cambio climático. El servicio de prensa del PIK me indicó la fuente a la que había recurrido su director y estuve estudiando el artículo de referencia para saber más. Se trata de un estudio encargado por Oxfam y realizado por Tim Gore, ex responsable de la ONG, recientemente nombrado jefe del departamento de bajo carbono y economía circular del Instituto Europeo de Política Ambiental. Su contenido merece tanto una amplia difusión como un examen crítico.

La cuestión de la injusticia climática suele abordarse por países, en función de las respectivas responsabilidades históricas del Norte y del Sur globales: el Norte es rico y responsable, el Sur es pobre y víctima. Ahora bien, la gente pobre de EE UU y Europa no es rica y las personas chinas e indias ricas no son pobres… El estudio de Oxfam se esfuerza por integrar esta realidad de clase. Esta es su principal baza. Pero empecemos presentando la metodología empleada.

Metodología

El autor compara las emisiones de CO2 en el ámbito del consumo. Las emisiones se imputan por tanto al país en el que se consumen los bienes y servicios, no a los países en los que se producen. Se expresan en toneladas de CO2 por persona y año, cifra que se obtiene dividiendo las emisiones del país en cuestión entre el número de habitantes. El resultado incluye todas las fuentes de emisión: hogares, empresas, servicios públicos, pero se corrige en función de los resultados de las encuestas nacionales sobre las condiciones de vida de los hogares (aplicando un coeficiente carbono a los bienes y servicios consumidos). Esta corrección permite determinar la desigualdad climática no solo entre el Norte y el Sur, sino también entre pobres y ricos dentro de cada país, tanto si estos figuran entre los ricos como si no.

El texto insiste además en la importancia creciente de este enfoque: “Aunque la desigualdad de emisiones de carbono sea a menudo más fuerte a escala global (se considera que las desigualdades entre países contribuyen en un 70 % a la desigualdad climática global), las desigualdades dentro de los países también son muy significativas. Estas desigualdades condicionan cada vez más la ampliación de la desigualdad global y afectan probablemente en mayor medida a la aceptabilidad política y social de los esfuerzos nacionales por reducir las emisiones.” (Cursivas mías, DT). Más adelante retomaremos esta cuestión, que tiene a todas luces una importancia estratégica en la lucha por el clima.

La política climática ahonda las desigualdades

Tenemos una estimación de los porcentajes de emisiones actuales imputables al consumo de los diferentes grupos de la población: el 1 % más rico, el 10 % más rico, el 40 % de renta media y el 50 % más pobre (el 1 % se incluye después en el 10 %). Sobre la base de las contribuciones nacionalmente determinadas de los Estados (NDC, en otras palabras, los planes climáticos nacionales) y los nuevos compromisos que estos han comunicado justo antes de la COP26, podemos calcular el volumen probable de las emisiones en 2030, y por tanto también la desviación de este volumen con respecto a la trayectoria que deben seguir las reducciones para alcanzar las cero emisiones netas en 2050 (esta desviación se designa en inglés con la expresión emissions gap).

También podemos calcular la probable evolución de los porcentajes de emisiones de cada grupo de rentas, relacionarlos con el número de personas de cada grupo y obtener así los volúmenes de emisiones medios por persona y por grupo, tanto a escala global como nacional. Finalmente, podemos comparar estos volúmenes con el volumen de emisiones individual medio compatible globalmente con el objetivo de 1,5 °C como máximo: 2,3 toneladas de CO2/persona/año (para una población de 7.900 millones de personas en 2030)). De esta manera se consigue más que visualizar la injusticia climática actual; se ve en qué sentido la política aplicada la hará evolucionar de aquí a  2030, a escala global y por grupos.

Los resultados pueden resumirse en forma de cuadro:

Clases*Número aproximado de personasRenta media/ persona/añoPorcentaje de emisiones globales en 1990Porcentaje de emisiones globales en 2030Desviación en 2030 con respecto a 2,3 tCO2/persona/año
1 %79 millones> 172.000 $13 %16 %+ 67,7 tCO2/pers/año
10 %790 millones> 55.000 $37 %32 %+ 18,7 tCO2/pers/an
40 %1.975 millones> 9.800 $42 %43 %+ 2,5 tCO2/pers/año
50 %3.400 millones< 9.800 $8 %9 %‒ x**

* El 1 % más rico se incluye después en el 10 %

** El 50 % se sitúa muy por debajo de las 2,3 tCO2/persona/año. Según el estudio, seguiría estándolo incluso si sus emisiones aumentaran un 200 % de aquí a 2030.

Para no malinterpretar estos números, es preciso insistir en que aquí no se evalúa la desigualdad social, sino la desigualdad de emisiones de carbono. Así, la disminución esperada en 2030 del porcentaje de emisiones globales imputables al 10 % no implica evidentemente que los ricos serán menos ricos dentro de diez años, sino que refleja el hecho de que los miembros del grupo mundial del 10 % viven principalmente en países capitalistas desarrollados, donde la intensidad de emisión de carbono disminuirá más rápidamente que en el resto del mundo y de que tienen más medios que los demás para adquirir tecnologías verdes. Más adelante volveremos sobre la manera de interpretar el hecho de que el porcentaje de emisiones del 1 % de superricos siga creciendo a pesar de todo. De momento, centrémonos en los muy ricos y en los pobres.

El estudio confirma lo que Oxfam repite desde hace años: el 1 % más rico de la población mundial emite casi dos veces más CO2 que el 50 % más pobre. Además, se constata que las políticas climáticas adoptadas por los gobiernos desde la COP21 (2015, París) ahondan esta injusticia: en efecto, el porcentaje de emisiones globales imputables al consumo del 1 % más rico ha pasado del 13 % en 1990 al 15 % en 2015 y continuará subiendo para alcanzar el 16 % en 2030. Entonces será un 25 % superior a lo que era 1990, y 16 veces más elevado que la media global. En 2030, cada persona perteneciente al grupo mundial de los superricos emitirá más de 30 veces las 2,3 toneladas de CO2/persona y año compatibles con el respeto de 1,5 °C como máximo. El 50 % más pobre, en cambio, apenas experimentará cambio alguno: su porcentaje de emisiones mundiales pasará del 8 % al 9 % anual y sus emisiones por persona se mantendrán muy por debajo de las 2,3 toneladas de CO2/persona/año.

La reducción de las emisiones es inversamente proporcional a la renta

La imagen de un agravamiento de la injusticia climática global desde la COP21 gana nitidez cuando se compara la evolución de 2015 a 2030 de las emisiones por persona de cada grupo (fruto de las políticas llevadas a cabo) con la evolución que deberían experimentar estas emisiones por grupo para mantener el calentamiento global por debajo de 1,5 °C en condiciones de justicia climática:

ClasesEvolución de las emisiones per cápita de 2015 a 2030 con las políticas actualesEvolución de las emisiones per cápita de 2015 a 2030 compatibles con la justicia climática
1 %‒ 5 %‒ 97 %
10 %‒ 11 %‒ 90 %
40 %‒ 9 %‒ 57 %
50 %+ 17 %+ 233 %

Globalmente, las emisiones por persona en 2030 serán un 7 % más bajas que en 2015 (¡si los Estados cumplen sus compromisos!). Es sabido que esta reducción es muy inferior a la reducción media por persona que se requiere para mantener la cota máxima de 1,5 °C: un 52 %. El elemento nuevo que aparece aquí es que, además de agravar la desigualdad global, el esfuerzo que conllevan las políticas climáticas de los gobiernos es inversamente proporcional a la renta: el 1 % más rico hará una veintava parte (97/5), el 10 % más rico la octava parte (90/11) y el 40 % de rentas medias la seisava parte (57/9) de lo que debería dictar la justicia climática.

Por tanto, hay injusticias entre estas tres clases (el 40 % de rentas medias es el que más se acerca al objetivo) y al mismo tiempo una injusticia todavía mayor debido a que la mitad de la población mundial no utilizará en 2030 más que una treceava parte del presupuesto de carbono al que tendría derecho si se respetara el principio de las responsabilidades y capacidades diferenciadas (233/17). (El autor consolida así la conclusión a la que había llegado en una publicación anterior: un tercio del presupuesto de carbono compatible con el acuerdo de París se malgasta en ampliar el consumo del 10 % más rico de la población mundial.)

La evolución de los porcentajes de emisiones imputables al 10 % más rico (entre 55.000 et 172.000 $/año) y al 40 % cuya renta se califica de media (entre 9.800 y 55.000 $/año) merece un examen más detenido. Estas dos categorías engloban, en efecto, a sectores sustanciales, incluso mayoritarios, de la clase trabajadora asalariada de los países capitalistas desarrollados y en los llamados países capitalismos emergentes, respectivamente. (Expresado en equivalentes a jornada completa, la renta bruta anual media de la clase trabajadora es de unos 44.000 $/año en Europa Occidental y de 63.000 $/año en EE UU. Según las fuentes, varía entre 9.200 $/año y 14.000 $/año en China, Brasil y África del Sur.) El estudio incluye un gráfico muy ilustrativo, en el que se comparan tres trayectorias de evolución de las emisiones por persona en función de la renta: de la gente más pobre entre los pobres a la gente más rica entre los ricos: la trayectoria de 1990 a 2015, la de 2015 a 2030 y la de 2015 a 2030 compatible con el máximo de 1,5 °C en condiciones de justicia climática. La doble conclusión del estudio es impactante:

  1. “Las clases medias mundiales (el 40 %) que vio crecer con mayor rapidez su tasa de emisiones durante los años 1990-2015 experimentarán la inversión de la tendencia más pronunciada durante los años 2015-2030”;
  2. “Las reducciones (de las emisiones, DT) más profundas se centrarán en las personas que perciben las rentas más bajas en los países ricos”.

Las promesas de transición justa: cortinas de humo

Examinar la injusticia climática en función de los grupos de renta permite captar las realidades que no aparecen en el análisis cuando la cuestión se plantea simplemente en términos de países pobres y ricos. concretamente, esto saca a relucir la creciente responsabilidad de la gente rica, y sobre todo de la superrica, no solo en el Norte, sino también en el Sur global. Como dice el estudio, “es notable que en todos los países con mayores emisiones, las proyecciones en 2030 del 10 % más rico y del 1 % más rico nacionalmente muestran huellas de consumo individual sustancialmente superiores al nivel de 1,5 °C global per cápita” (cursivas mías, DT). Veamos esto más de cerca:

  • India es el único gran país emisor en el que las emisiones medias en 2030 se mantendrán por debajo de las 2,3 toneladas de CO2/persona/año compatibles con la cota máxima de 1,5 °C. También es el único en que las emisiones del 50 % más pobre se situará claramente por debajo de este nivel. Sin embargo, las emisiones del 10 % de personas indias más ricas quintuplicarán este nivel, y las del 1 % más rico lo multiplicarán por 20.
  • El 50 % de personas estadounidenses más pobres superarán un poco el umbral de 2,3 tCO2/persona/año, pero el 1 % más rico emitirá en promedio 55 veces más (127 toneladas) y el 10 % más rico 15 veces más (unas 35 toneladas).
  • En China, las emisiones del 50 % más pobre se mantendrán en 2030 por debajo del fatídico listón, pero las del 10 % más rico lo superarán más de 10 veces y las del 1 % más rico más de 30 veces (82 toneladas).
  • Las proyecciones para la Unión Europea y el Reino Unido también son muy instructivas: en 2030, las emisiones del 50 % más pobre se acercarán al volumen medio global compatible con 1,5 °C…, pero las del 10 % más rico lo multiplicarán por cinco o seis, y las del 1 % más rico, por quince.

Más claro el agua: estos datos demuestran que los compromisos de transición justa incluidos en las resoluciones oficiales de las COP no son más que cortinas de humo. Bla-bla-bla. En realidad, se observa un doble movimiento: 1) se acentúa la injusticia climática y 2) la clase de los superricos y supercontaminadores se recompone debido al ascenso fulgurante del Capital en Asia. Dentro de este grupo no es exagerado hablar de un cambio profundo. En efecto, en 2015 el 1 % más rico del planeta emitía el 15 % del CO2 global. La gente rica china aportaba un 14 %, la estadounidense un 37 %, la europea un 11 % y la india un 5 %. Según las proyecciones del estudio, en 2030 el 1 % más rico habrá incrementado aún más su contribución a la emisión mundial de CO2: el 16 %. Pero entonces la gente rica china aportará un 23 %, la estadounidense un 19 %, la europea un 4 % y la india un 11 %. (Vista la importancia del carbón en China y en India, este “cambio de la geografía de la desigualdad de emisiones de carbono”, como dice el estudio, podría ayudar a explicar el hecho de que el porcentaje de las emisiones globales del 1 % superrico siga aumentando, a diferencia del del 10 %). Véase el resumen en el siguiente cuadro:

Porcentaje del CO2 global emitido por el 1 % más rico en 2015Porcentaje del CO2 global emitido par el 1 % más rico en 2030
Mundo15 %16 %
China14 %23 %
Estados Unidos37 %19 %
Unión Europea11 %4 %
India5 %11 %

El autor del estudio no lo señala, pero resulta chocante constatar también que en el otro extremo de la pirámide de las rentas se observa una convergencia bastante clara de las huellas de carbono: el 50 % más pobre de EE UU, de la UE, del Reino Unido y de China emitirá en 2020, por persona, una cantidad de CO2 relativamente análoga, un poco superior o un poco inferior a las 2,3 t/persona/año. (India es el único gran país emisor en el que las emisiones del 50 % más pobre se mantendrán muy por debajo de las 2,3 toneladas, el mismo nivel que en los llamados países en desarrollo.)

Una imagen incompleta

A pesar de su gran interés, el estudio de Oxfam no refleja una imagen completa de las responsabilidades climáticas de las diferentes clases de renta. Es más que probable que subestime las emisiones imputables a la gente más rica, pero también que sobrestime las emisiones imputables al 40 % de rentas medias e incluso a una franja del 10 % de gente rica. Hay, en efecto, dos dificultades.

En primer lugar, las emisiones imputables al 1 % más rico son tan difíciles de delimitar como sus bienes, y ello por el mismo motivo: el secreto bancario, el fraude fiscal y la ausencia de un catastro patrimonial. El autor lo señala: “Mientras que existen métodos sólidos para estimar las huellas individuales mediante la aplicación de coeficientes de carbono a los bienes y servicios identificados en los censos de población, es bien sabido que dichos métodos subestiman el consumo de la gente más rica». Para obviar este problema, el estudio se basa en los trabajos de investigadoras que han sacado a relucir diversas realidades. Por ejemplo:

  • los datos disponibles con respecto a los automóviles, las casas, los aviones y los yates indican que las emisiones debidas al consumo de los multimillonarios alcanzan fácilmente varios miles de toneladas de CO2/persona/año. Los grandes yates, cuyas ventas se han disparado durante la pandemia, son las principales fuentes de estas emisiones (un yate grande emite unas 7.000 toneladas de CO2/año);
  • el transporte es la principal fuente de emisiones de la gente superrica. En particular, el transporte aéreo: según ciertos estudios, el 50 % de los vuelos de pasajeros corresponden al 1 % de la población mundial. Sobre la base de los viajes de la gente famosa, podemos considerar que la huella avión de los más ricos alcanza los varios miles de toneladas de CO2/año. Evidentemente, el desarrollo insensato del turismo espacial no hará más que reforzar esta tendencia. (Vista la dependencia del transporte aéreo de los combustibles fósiles, el uso intensivo del avión por el 1 % puede valer de segunda explicación del hecho de que el porcentaje de emisiones mundiales de este grupo continúe aumentando, contrariamente al del 10 %.)

Sin embargo, este hiperconsumo de gran lujo no es más que la punta del iceberg: no tiene en cuenta las emisiones imputables a las inversiones capitalistas del 1 % más rico. El autor cita trabajos que cifran en un 70 % la parte de la huella de carbono de los más ricos derivada de sus inversiones capitalistas, pero no se trata más que de una estimación, dificultada por la opacidad del sector financiero.

En segundo lugar, incluso aplicando a las emisiones de los hogares el coeficiente de carbono mencionado más arriba, repartir las emisiones de las empresas y del sector público entre toda la población constituye un enfoque discutible, ya que no tiene en cuenta el hecho ‒mencionado en el estudio‒ de que los mayores emisores de CO2 (el 1 % más rico) ejercen sobre las decisiones “una influencia desproporcionada en virtud de su condición, de su poder político y de su acceso a los decisores políticos”. Por citar un ejemplo: el proyecto de aeropuerto de Notre-Dame-des-Landes [en Francia] respondía a las necesidades de la empresa Vinci y de sus accionistas, no a las de las clases populares. El mismo razonamiento vale para los gastos militares y numerosos proyectos, por no hablar de las subvenciones públicas a las empresas.

Límites del análisis a través del consumo

Con esto llegamos a tocar los límites de un enfoque de la catástrofe climática basado en el consumo de las diferentes categorías de renta. En realidad, puesto que todo consumo presupone una producción, los niveles de consumo de los grupos de renta han de analizarse a la luz de las posiciones que ocupan estos grupos en la producción. “La influencia desproporcionada” del 1 % más rico se da en todas partes, pues los miembros de este grupo son propietarios de los medios de producción. Son la clase dominante y el Estado es el instrumento de su dominación. Las clases populares se hallan en una situación muy distinta: están sometidas a las decisiones de las empresas y las instituciones que no controlan y producen por encima de sus necesidades en beneficio de los capitalistas. Por consiguiente, soportan un volumen de emisiones que se deriva de la dinámica productivista del Capital, no se su libre albedrío.

Frente a la mistificación del discurso dominante que nos exhorta indistintamente a cambiar nuestros hábitos, el estudio de Oxfam tiene el gran mérito de dirigir el foco sobre las enormes desigualdades de consumo y de expresarlas en términos de responsabilidades por las emisiones de CO2. Además, demuestra claramente que la política de los gobiernos, a pesar del bla-bla-bla sobre la transición justa, agrava la injusticia climática.

Al mismo tiempo, es bastante fácil constatar que la solución no puede venir de medidas adoptadas exclusivamente en el ámbito del consumo. Veamos la hipótesis absurda de que de aquí a 2030, el 1 % más rico o el 10 % más rico hayan reducido sus emisiones a 2,3 tCO2/persona/año. En este caso, todavía haría falta, para no rebasar los 1,5 °C de calentamiento global, que el 40 % de la llamada clase media reduzca sus emisiones a menos de la mitad en la UE y el Reino Unido, a un tercio en China y a un cuarto en EE UU (India es el único país gran emisor en el que las emisiones del 40 % se mantendrán por debajo de las 2,3 tCO2/persona/año en 2030, según el estudio). ¿Cómo? Aunque indispensable, la redistribución radical de las riquezas (como la que propone Thomas Piketty) no permitiría resolver el problema, solamente lo desplazaría. El desafío no puede abordarse más que redefiniendo las necesidades reales de la mayoría social, organizando la producción en función de las mismas y suprimiendo la producción de bienes inútiles y nocivos.

La aceptabilidad social revela la dificultad de los esfuerzos requeridos. Para la mayoría, son motivo de rechazo. Claro que son necesarios unos cambios profundos, y no basta con decir que paguen los ricos. Por eso hay que razonar en términos de deseabilidad. Producir menos para cubrir las necesidades; transportar menos, trabajar menos, compartir más; cuidar a las personas y los ecosistemas; gestionar los recursos de manera sobria, colectiva y democrática, para que todas y todos gocen de una vida placentera y confortable: esta es la perspectiva ecosocialista que puede inspirar un plan de reformas estructurales anticapitalistas adaptado al siglo XXI. Porque una cosa es cierta: no hay salida sin poner en tela de juicio la competencia en pos del beneficio, motor del productivismo basado en el derecho de propiedad capitalista.

Fuente: Gauche Anticapitaliste. Traducido por Viento Sur.

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