Jofre Casanovas
El Viejo Topo
“Trumbo”, biopic de un guionista maldito de Hollywood durante la represión ideológica del macarthismo, logra rescatar a una importante figura de su época y a una historia digna de la ficción hollywoodiense. Con esta película amena, divertida, entretenida y con intención, Dalton Trumbo regresa al mundo del cine, recordando una realidad que, a pesar del tono ligero de la película, fue demasiado real.
En 1999 el director Elia Kazan recibió un Óscar honorífico cargado de controversia. Difícilmente se puede dudar de la calidad de un director que ha brindado títulos tan destacados como “Un tranvía llamado deseo”, “La ley del silencio” o “Al este del Edén”, ni de la importancia que ha tenido para la interpretación al fundar el Actors Studio en 1947, importando la visión de la actuación concebida por Stanislavski. Sin embargo, cuando se anunció que en 1999 recibiría con 89 años su tercer Óscar, en el mundillo cinematográfico estadounidense se organizaron manifestaciones en contra y a favor, se alzaron voces de alabanza y se escribieron alegatos en su defensa, como la realizada por Charlton Heston, y también atacándole, como hizo Sean Penn. Cuando un frágil Elia Kazan subió al escenario a recoger su estatuilla de la mano de los emocionados Martin Scorssese y Robert De Niro, personas como Meryl Streep, Warren Beatty y Kurt Russell se levantaron y aplaudieron efusivamente, mientras que Ed Harris, Nick Nolte y otros se quedaron en sus asientos con caras de profundo enfado. El motivo de semejante división nació en 1952, cuando Elia Kazan dejó su huella en la Caza de Brujas dando nombres de compañeros suyos comunistas al Comité de Actividades Antiestadounidenses. Medio siglo después, la herida no estaba cerrada.
Mientras en 1952 Elia Kazan denunciaba a sus colegas, el guionista Dalton Trumbo hacía poco que acababa de cumplir casi un año en prisión por negarse a colaborar con el Comité y se había exiliado en México. Sin hogar, sin carrera, sin futuro y sin nombre, la historia de Dalton Trumbo debería haber terminado en ese momento, y la reputación de los llamados Diez de Hollywood, de los cuales era un miembro destacado, haber desaparecido en el olvido. Al menos éste era el objetivo de la famosa Lista Negra, creada inicialmente para ellos.
Cuando el Comité buscó visibilidad y repercusión en los medios yendo contra la intocable Hollywood, consiguió demostrar a la opinión pública que la Caza de Brujas no era mero espectáculo y que iba en serio. También hizo que el posicionamiento de nombres propios fuera notorio y evidente. Como cuando Kazan recibió su Óscar honorífico, Hollywood se dividió. Por un lado se enfatizó el sentimiento patriótico, antisoviético, anticomunista y extremadamente reaccionario encabezado por personajes destacados como John Wayne, Ronald Reagan (entonces actor y también Presidente del Sindicato de Actores) y William R. Wilkerson (fundador de la importante revista “Hollywood Reporter”). Por otro, el apoyo en favor de las libertades civiles tenía los rostros y discursos de Humphrey Bogart, Lauren Bacall, John Huston y los Diez de Hollywood. La cultura del miedo se impuso y el signo de los tiempos apagó las voces que se oponían a la corriente de pensamiento principal en Estados Unidos, y la implementación de la Lista Negra logró algo que la repercusión de ir a prisión no había conseguido: extender el temor y silenciar mediante la amenaza o el exilio a cualquier opinión disidente. La política creó el miedo y fue la industria cultural quien respondió instaurando la Lista Negra, un pacto de no contratar a nadie con sospechas de filiaciones comunistas impulsado y ejecutado no por leyes sino por las grandes productoras como Columbia, Metro-Goldwyn Mayer, 20th Century Fox, Paramount, Warner Bros, Universal, RKO y la MPAA, este último es el organismo aún encargado de “calificar” el contenido de las películas.
En los años en los que Trumbo estuvo en el ojo del huracán, el escritor afincado cerca de Los Ángeles ya tenía varios guiones importantes a su espalda, incluyendo una nominación al Óscar, varias novelas, entre ellas la antibelicista “Johnny cogió su fusil” con la que ganó el National Book Awards, e iba camino de convertirse en uno de los guionistas más importantes de su momento. “Trumbo”, dirigida por Jay Roach, un director especializado en comedias, muestra la culminación de este ascenso inicial como guionista, su posterior periodo más complejo marcado por su testimonio ante el Comité, su época escribiendo guiones de baja calidad con múltiples pseudónimos estando en la Lista Negra y su retorno a la luz pública. Es un arco narrativo bien contado y de construcción sencilla que, salvo algunas grandes omisiones como su exilio de dos años en México con otros cuatro de los Diez de Hollywood, se ajusta a lo sucedido. Siguiendo el estilo de su director, “Trumbo” es una película de tono ligero y enormemente entretenida, que tiene la suerte de contener además una entregada actuación de su protagonista, Bryan Cranston (“Breaking Bad”), nominado al Óscar por su papel en esta película en la pasada edición de 2016. Cranston no solo logra resucitar los gestos y la forma que tenía Trumbo de expresarse, consigue igualmente dar vida de manera veraz a un personaje a momentos histriónico que consiguió aunar con completa naturalidad su ideología socialista, de la que nunca renegó públicamente, con el hecho de querer ser y vivir como un rico. El elenco de secundarios aporta chispa y una magia cargada de nostalgia, pudiendo ver reencarnados en pantalla a mitos del celuloide como Kirk Douglas, John Wayne o el director Otto Preminger. Helen Mirren, interpretando a un arquetipo que personifica el reaccionarismo estadounidense, resulta el elemento interpretativo más débil.
“Trumbo” se decanta por la comicidad por encima del dramatismo, el alegato estrictamente político o un sentimiento de revisionismo histórico. Esta decisión es más que comprensible, no solo porque los hechos que rodearon la Lista Negra hablan por sí solos, pero también porque un acercamiento puramente dramático ya fue empleado en 1991 en la película “Caza de Brujas”, protagonizada por Robert De Niro. Además, si en algo se caracterizó Dalton Trumbo fue la exuberancia de su expresión. Trumbo nunca perdió su gran ironía y una mordacidad extremadamente aguda, y tanto su correspondencia como entrevistas son todo un ejercicio de agudeza y discurso soterrado, incluso en los momentos más sombríos de su vida.
La película poco se adentra, más allá de una conceptualización estilo titular de periódico, en el ideario propiamente político de Trumbo y de su momento histórico, resultando en diferentes aspectos superficial no solo con la historia sino con su propio protagonista y la familia que sufre con él. Ésta no deja de ser una película del establishment, y Estados Unidos siempre se ha mostrado reacia a examinar su propia historia e, incluso hoy en día, el epíteto de “comunista” sigue siendo un insulto muchas veces sinónimo de “socialista”, adjetivo que Bernie Sanders está luchando por volver a legitimizar. El núcleo ideológico de la película, así como también lo era para Trumbo, es una cuestión de libertad de expresión, algo que sí puede resonar en cualquier ciudadano estadounidense y resumido perfectamente en la frase que le dice Trumbo a John Wayne: “ambos tenemos derecho a estar equivocados; puede que no esté de acuerdo contigo, pero defenderé tu derecho a expresar tu opinión.”
Trumbo es mostrado como un hombre obstinado, que nunca quiso ceder y que vio el gran problema para las libertades civiles que representaba la instauración del Comité. Al mismo tiempo sufrió la exclusión derivada por sus convicciones de gran parte de sus amigos, industria y del pueblo en general, quienes siguieron las tendencias totalitarias del país. Poco se ahonda en ello, y tampoco la película plantea cuestiones algo más interesantes como hasta qué punto la ideología impregnó sus guiones, su clásico “Espartaco” sería un buen ejemplo, o los peligros de juzgar la obra de alguien en función de su ideario político personal. “Trumbo” se centra en lo que tiene más vivacidad y eso es su historia como escritor fantasma, que no solo es mucho más amena, también simboliza perfectamente un sentimiento de justicia poética y lucha contra el sistema.
Es interesante que una película así surja en estos momentos, cuando en Estados Unidos el discurso del miedo y la exclusión está cogiendo cada vez más fuerza gracias a Donald Trump, y en muchos países, mediante leyes impuestas por los representantes electos del pueblo, como en España y su “ley mordaza”, se aprueba el crear listas negras y controlar derechos tan fundamentales como la libertad de expresión y de reunión bajo el eslogan de “seguridad”. Kazan y Trumbo nos brindaron obras maestras pero se vieron obligados a tomar una decisión enormemente compleja que marcaría sus vidas. Su elección fue moralmente opuesta y, aunque Trumbo intentó cicatrizar la herida en 1970 con un discurso en el que definió a todos los que vivieron esa época como “víctimas”, la herida se ha vuelto a abrir. No a causa del pasado, sino por la lección no aprendida en el presente, la misma que recibieron Trumbo y Kazan cuando vieron que en su mundo se imponía la manipulación de la cultura del miedo y el rechazo.
Ficha técnica:
Director: Jay Roach.
Intérpretes: Bryan Cranston, Diane Lane y Helen Mirren.
Año: 2015.
Duración: 124 min.
Idioma: inglés.