por Franco Machiavelo
En Chile, más de la mitad de los hogares no logra llegar a fin de mes. Es una realidad dura, silenciosa, y al mismo tiempo escandalosa. Porque no se trata de flojera ni de falta de esfuerzo: la mayoría trabaja todos los días, se levanta temprano, aguanta el transporte lleno, paga cuentas, cuida niños, adultos mayores o enfermos, y aun así, el dinero no alcanza.
La gran paradoja es que vivimos en un país rico. Tenemos cobre, litio, bosques, mar, energía y alimentos. Pero esa riqueza no llega a las casas de las personas comunes. Se queda arriba, concentrada en unas pocas manos, en empresas que cada año anuncian utilidades gigantes mientras los sueldos y las pensiones siguen siendo indignos.
El sistema económico parece diseñado para que unos pocos ganen mucho y muchos vivan con lo justo o menos. Todo sube: la comida, la luz, el arriendo, los medicamentos. Pero los sueldos no suben igual. Entonces las familias hacen magia para estirar el dinero, piden créditos, se endeudan, y así entran en un círculo sin salida.
Lo más triste es que esta situación se presenta como algo “normal”. Se nos dice que si trabajamos duro podremos “salir adelante”, como si el problema fuera individual y no colectivo. Pero no es verdad. No es falta de esfuerzo, es un modelo que reparte mal, que prioriza las ganancias por sobre la vida.
Chile muestra el rostro de las contradicciones del capitalismo: un país que exporta riqueza, pero importa pobreza. Donde se mide el éxito con cifras macroeconómicas mientras millones de personas no logran cubrir lo básico.
La lucha por llegar a fin de mes se ha vuelto una forma de resistencia silenciosa. Cada familia que sobrevive con dignidad frente a la injusticia ya está luchando. Pero tarde o temprano, esa lucha callada se transforma en conciencia. Y cuando eso pasa, ya no hay discurso ni promesa que tape la verdad: el problema no está en la gente, está en el sistema.
